Portugal: 50 años de la Revolución de los Claveles
Hace 50 años, el ascenso político de los trabajadores y la juventud tras el golpe militar del 25 de abril puso fin al fascismo y al colonialismo y dio lugar a una revolución social. La ocupación de casas, tierras y empresas, la creación de comités de vecinos, trabajadores y soldados, órganos democráticos de poder proletario, muestra cómo se logró la implementación de servicios públicos universales y la nacionalización de la mayor parte de la economía. A pesar de los enormes logros políticos, económicos y sociales, ante la ausencia de un partido revolucionario con influencia de masas, la revolución fue interrumpida. La democracia capitalista establecida hoy se muestra incapaz de garantizar vivienda, salud y educación de calidad para todos, de prevenir una catástrofe climática o la proliferación de guerras en todo el mundo. Como en 1974 y 1975, el socialismo es hoy una necesidad objetiva frente a los problemas concretos de la barbarie capitalista, y la revolución portuguesa contiene lecciones importantes para quienes queremos transformar la sociedad.
Escrito por Pedro y Vanessa, artículo publicado en el periódico número 5 (abril/mayo de 2024) de Alternativa Socialista Internacional en Portugal .
El régimen fascista, de 1926 a 1974, bajo la dirección de los dictadores António de Oliveira Salazar y Marcello Caetano, estuvo marcado por la represión de la oposición mediante torturas, trabajos forzados y muerte, la prohibición de las libertades democráticas y las huelgas, el aplastamiento de las organizaciones obreras, el establecimiento de la censura y de la policía política, y la unión entre el Estado y los monopolios privados, bajo la ideología de la identidad de intereses del capital y del trabajo, que sería el interés de la “grandeza” de Portugal. Pero no existía el Gran Portugal. Durante esos 48 años hubo miseria en términos de ingresos, vivienda, salud y educación. La fuerza del régimen fascista y del capital portugués residía en el control económico sobre las colonias, las fuentes de materias primas y los mercados para el flujo de mercancías. Como la extracción de riqueza de las colonias no dependía del trabajo en la metrópoli, Portugal se mantuvo improductivo y subdesarrollado, con un modelo de bajos salarios y represión de los trabajadores.
La dependencia del capital portugués significó fragilidad frente a las luchas de los pueblos colonizados, aún más reprimidos y entregados al subdesarrollo que los portugueses. Las guerras de liberación nacional en las colonias portuguesas a partir de 1961 representaron un grave shock para el régimen fascista. A partir de entonces, un total de 1,200,000 soldados fueron desplegados en la guerra a lo largo de 13 años, lo que equivale al 15% de la población portuguesa de ese momento obligada a participar en el conflicto. Las cifras oficiales cuentan 9,000 muertes y más de 15,000 personas con discapacidad permanente en el lado portugués, y más de 60,000 muertes en el lado africano. Durante este período, a pesar de la rápida industrialización de Portugal, el costo de vida y la presión para escapar de la guerra aumentaron, lo que provocó la emigración de 100.000 personas al año. La guerra duró una eternidad, y en 1973 ya consumía más del 40% del Presupuesto del Estado, lo que sacrificó la expansión de gastos sociales como educación, salud, seguridad social y ralentizó el ritmo de inversión del Estado en infraestructuras del país. En los seis meses que precedieron al golpe del 25 de abril de 1974, alrededor de 100.000 trabajadores recurrieron a huelgas ilegales para detener la caída de los salarios reales.
En las guerras de África, los soldados y oficiales intermedios vieron que las condiciones de pobreza en Portugal eran producto del mismo sistema y de la misma opresión que creaba miseria en las colonias, y forjaron lazos de solidaridad con los africanos. Vieron también que no había posibilidad alguna de victoria para el Estado portugués, y que cada triunfo de los colonizados en África debilitaba al enemigo común, por tanto, significaba también una victoria de los explotados en Portugal, lo que acercaba a los trabajadores al poder en varios países. Las revoluciones anticoloniales fueron la clave para la liberación de Portugal del fascismo.
Caída del régimen fascista en Portugal
En 1973 se formó el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), una organización militar clandestina liderada por oficiales intermedios (tenientes, capitanes y mayores) que querían el fin de la guerra. El 25 de abril de 1974, el MFA llevó a cabo con éxito un golpe militar pacífico. Al exigir la rendición del dictador Marcello Caetano, el régimen cayó como un castillo de naipes. Para que el golpe tuviera éxito, fue necesaria no sólo la dirección del MFA sino también la determinación de los soldados, en su mayoría con orígenes en la clase trabajadora, de poner fin al régimen, sabiendo que, si el golpe fracasaba, serían acusados de traición.
A pesar de que el MFA pidió a los civiles que permanecieran en sus casas, el 25 de abril, aún cuando la rendición de Caetano no se completaba, las masas llenaron las calles de Lisboa en apoyo a los militares rebeldes, transformando el golpe en el inicio de una revolución, período en el que son las masas las que hacen la historia.
Fue la movilización popular la que garantizó, el 25 de abril y los días siguientes, el éxito del golpe, el establecimiento efectivo de las libertades políticas y sindicales, la liberación de los presos políticos y también, a través de la confraternización en África entre soldados y guerrilleros, trazó el camino hacia el fin de la guerra y el reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos. Unos días después del golpe, el primer Primero de Mayo libre, más de un millón de personas se manifestaron para celebrar, consagrando la revolución y demostrando que el fin del fascismo no se puede lograr simplemente mediante un golpe militar quirúrgico.
La revolución avanza, y con ella la dualidad de poder
Con el fin de la represión y la sensación de tener a los militares de su lado, la clase trabajadora sintió la libertad de organizarse, y estalló la ira acumulada contra sus explotadores. Ya el 26 de abril de 1974, los residentes de los barrios marginales de los cinturones industriales de Lisboa, Setúbal y Oporto comenzaron a organizar ocupaciones de casas vacías, un proceso que se prolongó e intensificó. Para organizar la lucha por la vivienda se crearon comités de vecinos, los primeros órganos de poder proletario. Juntos, se crearon clínicas médicas populares, comités de mejoras para el hogar, guarderías populares, cursos de alfabetización, comités de gestión democrática de escuelas y hospitales, con el objetivo de lograr la democracia en el lugar de trabajo y el acceso universal a la salud y la educación.
La mayor ola de huelgas hasta el momento comenzó en los sitios de trabajo. Exigió la purga de las empresas fascistas y del Estado, la creación de un salario mínimo nacional que respondiera a la inflación, la jornada laboral de 8 horas, el derecho a descansar los fines de semana, días feriados pagados y un salario mensual extra. Muchas luchas fueron lideradas por trabajadoras que, entre otras cosas, exigieron igual salario por igual trabajo, el derecho al divorcio, el fin del acoso moral y sexual y el establecimiento de guarderías y salas de lactancia en el lugar de trabajo. En varias empresas, cuando los patrones no cedieron, la empresa fue ocupada y puesta bajo control de los trabajadores, bajo la autogestión democrática de un comité de trabajadores. En otras, se formaron comités sindicales para seguir organizando la lucha. Las demandas se extendieron al derecho a la vivienda, a la salud, a la educación, en ocasiones a la nacionalización de la empresa y, por supuesto, a la paz y al regreso de los soldados de África.
En diciembre de 1974, en Alentejo y Ribatejo, regiones dominadas por el latifundio, los propietarios comenzaron a cerrar los campos a los trabajadores para impedir la siembra y provocar el hambre, con el fin de sabotear la revolución. En respuesta, el proletariado rural ocupó la tierra para controlar los salarios y la producción agrícola, poniendo en marcha la reforma agraria, es decir, el inicio de la realización de la demanda de “la tierra es para quien la trabaja”, y aumentaron la producción. La propiedad privada estaba en juego, y muchos burgueses huyeron tras destruir el equipamiento de las fábricas y los servicios. En las afueras de las grandes ciudades comenzaron formas de coordinación de comités de residentes y trabajadores, embriones de soviets.
Los logros de la revolución no se obtuvieron sin resistencia de la reacción. Dos veces, el 28 de septiembre de 1974 y el 11 de marzo de 1975, la derecha liderada por el general António de Spínola intentó terminar por la fuerza con la revolución, a favor de un proyecto neocolonial y un proyecto presidencial que concentraba el poder en él mismo, de cara a defender los intereses de la acumulación de capital. En ambas ocasiones, decenas de miles de trabajadores y soldados salieron a las calles y formaron barricadas, deteniendo los golpes e impidiendo la violencia. Las derrotas de los intentos de golpe provocaron avances en la radicalización de las masas y en la conciencia de la clase trabajadora de sus tareas revolucionarias.
La respuesta al 11 de marzo fueron movilizaciones masivas en todo el país y ocupaciones de empresas y propiedades. Los trabajadores bancarios se declararon en huelga, ocuparon las instalaciones y exigieron su nacionalización. Lo mismo ocurrió en empresas como Companhia União Fabril (CUF), Lisnave, los correos y el transporte. La nacionalización de la banca marcó el inicio de una ola de nacionalizaciones durante las siguientes semanas, que alcanzó un total de 244 empresas, entre ellas todos los bancos, compañías de seguros, acero, transporte, energía, cemento, celulosa y tabaco. Estas medidas fueron el resultado de demandas generalizadas entre la clase trabajadora, y los partidos de gobierno (los partidos Comunista Portugués [PCP], Socialista [PS] y Popular Democrático [PPD, antecedente del actual Partido Socialdemócrata – PSD]) tuvieron que apoyar las nacionalizaciones, aunque se negaron a expropiar el capital extranjero. Más del 70% de la economía estaba en manos del Estado.
Elecciones para la Asamblea Constituyente
Todo apuntaba a la derrota del capitalismo en Portugal. El periódico británico The Times declaró que “el capitalismo ha muerto en Portugal”, y la revista estadounidense Time publicó en su portada de agosto de 1975 el titular “La amenaza roja en Portugal”, con retratos del presidente Francisco da Costa Gomes, del primer ministro Vasco Gonçalves y de Otelo Saraiva de Carvalho, orquestador del golpe del 25 de abril de 1974 y comandante del COPCON (Comando Operativo de Portugal Continental), una división de fuerzas especiales militares creada para hacer cumplir el programa del MFA, que apoyaba el poder popular y las ocupaciones de hogares y negocios, y tenía vínculos con partidos políticos de la llamada extrema izquierda.
Otra prueba de la aparente derrota del capitalismo fue la campaña para las elecciones a la Asamblea Constituyente, las primeras elecciones libres, celebradas el 25 de abril de 1975. La relación de fuerzas fue tal que todos los partidos a la izquierda del PPD (hoy PSD) juraban defender el socialismo. Incluso el CDS (Centro Democrático Social-Partido Popular) dijo que defendía “una sociedad sin clases, armonizada por el humanismo cristiano”. Estas elecciones tuvieron la mayor participación jamás vista: el 92% de los electores acudieron a votar. El PS obtuvo el 38%, el PPD el 26%, el PCP el 12%, el CDS el 8% y los partidos vinculados al PCP o más a la izquierda el 8%. Este resultado no reflejó la influencia social del PCP y la extrema izquierda, mostrando que entre las masas que votaron hubo un rechazo a las dictaduras estalinistas y al modelo autoritario representado por el PCP. La campaña del PS, y en parte del PPD, por el socialismo en libertad, dio resultados.
Por un lado, este resultado electoral fue una demostración más del deseo masivo de construir una sociedad sin clases, basada en una economía planificada, el poder popular y la cooperación entre los pueblos. Por otro lado, estas elecciones legitimaron al PS y al PPD como partidos con apoyo electoral mayoritario, lo que permitió a sus dirigentes, especialmente al PS, lanzar la ofensiva contra los avances de la revolución, y por tanto contraria al discurso socialista que presentaban.
Crisis revolucionaria
Privada de las herramientas habituales (control del Estado y de las fuerzas armadas y sabotaje económico) para detener la revolución, la burguesía se salvó gracias a las políticas de los líderes de los partidos obreros de masas: PS y PCP. Esto se hizo evidente en la crisis revolucionaria que se desarrolló durante el resto de 1975. Durante este período el poder estuvo más disputado que nunca, con el Estado cada vez más dividido e incapaz de actuar con decisión. Los trabajadores también estaban divididos respecto a la toma del poder político, sin una dirección revolucionaria que los llevara a conclusiones sobre esta necesidad. Sin dar el golpe final a la burguesía, ésta se reorganizó contra el poder de los trabajadores.
A partir de mayo de 1975, los países extranjeros comenzaron a boicotear la revolución, aprovechando el hecho de que la inversión extranjera no había sido nacionalizada. La burguesía extranjera también empezó a invertir más decisivamente en el PS. Al mismo tiempo, grupos terroristas de extrema derecha iniciaron una ola de atentados con bombas contra partidos de izquierda, concretamente el PCP, el Movimiento Democrático Portugués (MDP) y la Unión Democrática Popular (UDP).
Sin embargo, la contrarrevolución no se consolidó. El primer ministro del sexto gobierno provisional (Pinheiro de Azevedo) se quejó de que no se le permitía gobernar. Ni los militares, ni los sindicatos, ni los comités de trabajadores le obedecieron, y hubo manifestaciones diarias contra el gobierno, incluido el asedio de 36 horas al gobierno y a la Asamblea Constituyente por parte de trabajadores de la construcción el 12 de noviembre de 1975. El gobierno incluso suspendió sus funciones; fue una completa crisis de poder.
Los militares cercanos al PS entendieron la necesidad de detener la revolución por la fuerza para tomar el control de la situación. La oportunidad llegó el 25 de noviembre de 1975, cuando paracaidistas ocuparon bases estratégicas en Lisboa, exigiendo la revocación de las reformas de la izquierda. Fue el pretexto para llevar a cabo el golpe contrarrevolucionario. Álvaro Cunhal, líder del PCP, llegó a un acuerdo con la derecha para que miembros del PCP y de la Confederación General de los Trabajadores Portugueses (CGTP-Intersindical) y militares vinculados a ellos se abstuvieran de actuar. A cambio, el PCP no sería reprimido y mantendría un papel en el Estado capitalista, su objetivo desde siempre, dada la concepción etapista de la revolución que tiene el PCP que defiende la supuesta revolución democrática y el aplazamiento de la revolución socialista a un futuro indefinido. A pesar de su importancia, la izquierda militar revolucionaria, al no haber organizado ninguna participación de las masas trabajadoras ni haberlas armado, se encontró aislada y rápidamente se rindió.
El equilibrio de fuerzas no se volvió completamente en contra de los trabajadores, que habían acumulado una fuerza inmensa, pero se impuso la desmoralización y se instituyeron la legalidad y el orden burgués. Las ocupaciones ya no fueron aceptadas, y varias fueron reprimidas por la policía. Los comités de trabajadores y residentes, en industrias, barrios y territorios, perdieron poder efectivo y fueron lentamente eliminados. El poder dual y la revolución de 19 meses, durante la cual las masas hicieron historia, terminaron. La tarea del Estado capitalista de recuperar el orden y el control fue cumplida. Su nueva tarea era la normalización de la democracia burguesa y la recuperación de las condiciones para la acumulación de capital, en particular mediante el retorno a la política de bajos salarios para atraer inversión extranjera. Al contrario de lo que había sucedido en Chile en 1973, en Portugal la contrarrevolución tomó forma democrática y el PS de Mário Soares tuvo el papel principal en la concepción e implementación de la estrategia contrarrevolucionaria.
Lecciones de la revolución portuguesa
Las victorias del período revolucionario dieron frutos durante años y décadas. En el período revolucionario, los trabajadores y los jóvenes de Portugal demostraron que pueden cuestionarlo todo, mejorar sus vidas y decidir sobre la vida colectiva. Pudieron tener democracia en el lugar de trabajo y trabajar con placer y sentido de utilidad. Todo lo que ganaron fue gracias a la organización y acción directa de las masas y, en particular, a las formas de poder proletario que construyeron. Las mejoras en las condiciones de vivienda en las décadas posteriores a la revolución se debieron a las ocupaciones de viviendas. Los derechos democráticos, laborales y sociales se deben a las huelgas, la expulsión de los patrones fascistas, las ocupaciones y el control obrero de las industrias, la tierra y los servicios. Fueron los comités democráticos en las escuelas y los cursos de alfabetización dirigidos por voluntarios los que lograron la extensión de la educación universal. Fueron los médicos y enfermeras en las comisiones hospitalarias democráticas y en la creación de clínicas populares quienes impusieron lo que se convertiría en el Servicio Nacional de Salud. Sin embargo, el régimen emergente es resultado de la contrarrevolución. Ninguna reforma está garantizada bajo el capitalismo y mucho de lo que se logró se ha perdido o está en riesgo.
Si bien el Estado tuvo dirigentes de izquierda, nunca dejó de ser un Estado capitalista, con una estructura burguesa preparada para mantener el orden capitalista. En la situación de crisis económica global de 1974 y 1975, y tras la humillante derrota de Estados Unidos en Vietnam, era posible para el proletariado tomar el poder sin sufrir la intervención directa del imperialismo extranjero en un país europeo, como se demostraba por su pasividad hasta mayo de 1975. Sin el apoyo del capital extranjero y sin el apoyo popular a la reacción, la derecha no tendría los recursos para llevar a cabo la contrarrevolución. El triunfo de la revolución socialista en Portugal pudo haber influido directamente en la clase trabajadora de otros países como el Estado español y Grecia, saliendo también de dictaduras de derecha en el mismo periodo. En el mejor de los casos, viviríamos hoy en un mundo en el que nadie gana con las guerras y en el que la gente coopera, en el que la economía se planifica para satisfacer las necesidades sociales y medioambientales, evitando la catástrofe climática, en el que la gente trabaja con placer y decide colectivamente cómo trabajar y vivir mejor.
Eso no sucedió. El factor clave con el que contó el capitalismo para impedir la revolución socialista por medios democráticos era el reformismo de la dirección de los partidos obreros. Ni el PS ni el PCP promovieron la unión de comités de residentes, trabajadores y soldados en formas de poder proletario más amplio, como los soviets. Estos podrían haber opuesto un poder proletario fuerte al estado burgués débil, abriendo la posibilidad de resolver la crisis de poder dual mediante la toma del poder por parte de los trabajadores. Las organizaciones revolucionarias, de la llamada extrema izquierda, nunca lograron una influencia de masas y no pudieron evitar que el capitalismo fuera salvado. Hizo falta un programa político que indicara el camino para tomar el poder y construir un Estado de los trabajadores, gobernado por los trabajadores y para los trabajadores. Hoy, como hace 50 años, las contradicciones del capitalismo engendran crisis, catástrofes, guerras y explosiones revolucionarias, y la transformación socialista de la sociedad sigue siendo el camino para liberarnos de la barbarie, lo cual sólo podremos conseguir por medio de un partido revolucionario con influencia de masas.