Siria después de Assad: resurgiendo de sus cenizas, la lucha por la liberación continúa

El colapso de la dictadura de décadas de Bashar al-Assad, el pasado diciembre, ha cambiado radicalmente las cartas del futuro de Siria. Una sensación de libertad y júbilo se abrió paso entre muchos sirios tras más de cinco décadas de tiranía. Sin embargo, estas se ven atenuadas por el miedo y la inquietud, a medida que Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), ahora autoproclamada autoridad en Damasco, comienza a exponer su verdadera naturaleza, mientras que buitres imperialistas de todo pelaje vuelven a rondar, ansiosos por arrancar su trozo de carne de los maltrechos restos del país.

Escrito por Serge Jordan, Proyecto por una Internacional Marxista Revolucionaria.

Fue una ofensiva militar de las milicias de derechas la que precipitó la caída de Assad. Sin embargo, este resultado tenía su origen en la profunda decadencia interna del régimen, la evaporación de su base social y la incapacidad de sus patrocinadores extranjeros –Rusia, Irán y Hezbolá– de reunir las fuerzas necesarias para mantenerlo en pie. Como se suele citar a Talleyrand (ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón): “Se pueden hacer muchas cosas con bayonetas, pero no sentarse sobre ellas”. La confianza del régimen de Assad en la fuerza bruta y en el apoyo exterior resultó incapaz de compensar su erosionada legitimidad y sus debilidades internas.

La Casa de Assad se ha desintegrado a una velocidad asombrosa, sus cámaras de tortura se han abierto, sus fosas comunes han salido a la luz y su obscena riqueza ha quedado al descubierto: una dinastía gobernante que se deleitaba en una opulencia grotesca mientras las masas sirias soportaban una pobreza abyecta. Prueba de la crueldad e impopularidad del régimen, la revelación de estos hechos es también un veredicto condenatorio para todos aquellos de la supuesta “izquierda” (como el político británico George Galloway, el periodista estadounidense Max Blumenthal y el sitio web Grayzone, así como diversas corrientes estalinistas de todo el mundo) que durante años, bajo una retorcida lógica “antiimperialista”, han apoyado a un régimen empapado en la sangre de cientos de miles de personas. Ahora utilizan su ruidosa crítica a HTS como cortina de humo para ocultar esta complicidad imperdonable. La diezmación sistemática por parte de Assad de gran parte de la izquierda siria y de los trabajadores organizados fue, de hecho, un factor clave que permitió el ascenso de las fuerzas islamistas de derechas, que llenaron el vacío de la oposición tras el levantamiento de 2011.

¿Y qué acerca de Hay’at Tahrir al-Sham? 

Dicho esto, aunque HTS explotó el estado de desmoronamiento del régimen de Assad y el impulso de vulnerabilidad de sus aliados extranjeros, no es una fuerza de progreso. En el extremo opuesto de los apologistas de Assad se sitúan los animadores de “izquierda” de los grupos islamistas reaccionarios, que ahora otorgan el beneficio de la duda al grupo de Abu Mohammed al-Julani. Por ejemplo, Abdusalam Dallal, que escribe para MENA Solidarity Network, afirma que “la creación de confianza entre las comunidades y el fomento de la tolerancia serán esenciales para una Siria unificada. La nueva administración siria ya ha dado pasos prometedores que se alinean con estos principios revolucionarios”.

Puede que Al-Julani luzca ahora traje y corbata, proyectando “moderación” y abogando por un enfoque respetuoso con las minorías, pero su organización es indisociable de su brutal historia de violencia sectaria, gansterismo y sometimiento de las mujeres. Apenas dos días después de que los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y Francia viajaran a la capital de Siria para reunirse con sus nuevos gobernantes de facto –Annalena Baerbock incluso declaró el deseo de Alemania de “superar el escepticismo” sobre HTS–, apareció en Internet un vídeo que mostraba al ministro de Justicia del nuevo gobierno dirigido por HTS, Shadi Al-Waisi, supervisando personalmente la ejecución de dos mujeres en la provincia de Idlib en 2015. Para subrayar aún más el arraigado fanatismo de HTS, un portavoz del nuevo gobierno declaró que la “naturaleza biológica y fisiológica” de las mujeres las incapacitaba para desempeñar algunos cargos públicos.

Desde el punto de vista económico, como indican tanto su historial en Idlib como las declaraciones públicas de sus dirigentes, HTS promete más de las mismas recetas de “libre mercado” que fueron el sello distintivo del régimen de Bashar. El anuncio del ministro de Finanzas de una subida salarial del 400% para los trabajadores del sector público el mes que viene, financiada en parte con fondos qataríes, parece ser de otra naturaleza. Aunque se trata de una mejora relativa, los salarios seguirán siendo de unos 125 dólares al mes, lo que, teniendo en cuenta la inflación galopante y el hundimiento de la libra siria, apenas roza la superficie de lo que se necesitaría para un nivel de vida decente. Esta medida puntual profundiza la dependencia de Siria de los donantes extranjeros, al tiempo que ignora los problemas estructurales en el núcleo de la economía siria. La experiencia de Egipto, que ha dependido en gran medida de la inyección financiera del Golfo Pérsico, demuestra que este enfoque no sólo viene con “condiciones”, sino que no ofrece ningún camino para salir del implacable ciclo de pobreza para la mayoría de la población.

Además, algunas figuras de la élite económica de Assad, artífices del empobrecimiento masivo, de recortes de subsidios y del desmantelamiento de los recursos públicos en beneficio privado, siguen ocupando sus cargos, cuando no han sido reciclados en nuevas funciones bajo la nueva administración –como el ex vicegobernador del Banco Central, ahora ascendido al cargo más alto de la institución–. En términos generales, HTS ha incorporado a una cohorte de oportunistas y burócratas del régimen caído en desgracia, demostrando que no es una auténtica fuerza de cambio, sino el custodio, bajo una nueva bandera, de las mismas políticas de clase depredadoras que han asolado el tejido social sirio durante muchos años.

Entre el mosaico de minorías religiosas y étnicas del país, pocos se toman al pie de la letra la nueva prédica de tolerancia intercomunitaria de HTS. Aunque por el momento la situación se mantiene bajo control, el espectro de las represalias sectarias o la reavivación de las tensiones sigue siendo grave, una herramienta que HTS podría utilizar para consolidar su poder y desviar la atención de su incapacidad para atender las necesidades acuciantes de la población. Mientras tanto, los restos del antiguo régimen y las cuentas de las redes sociales que simpatizan con el presidente derrocado también participan activamente en el fomento de la discordia sectaria, tratando de aprovechar los temores legítimos al dominio de HTS entre los sectores de la población alauita. Estas fuerzas representan una amenaza especialmente en las zonas costeras, donde se concentran muchos oficiales militares de alto rango, funcionarios de seguridad, milicianos pro-Assad y ex leales al régimen.

En cuanto a los derechos democráticos que anhelan millones de sirios, al-Yulani ha declarado que la preparación de una nueva constitución podría llevar hasta tres años, y las elecciones hasta cuatro. No se trata de plazos para un proceso democrático, sino de tácticas dilatorias y verticalistas diseñadas para afianzar el control del poder por parte de HTS. Aunque se ha prestado mucha atención a la liberación de presos de las cárceles de Assad, muchos disidentes siguen encarcelados por HTS en Idlib, sin señales de que vayan a ser liberados. Como es de esperar, los partidarios de HTS ya están intentando tachar convenientemente cualquier crítica a su gobierno de obra de los “feloul” (restos del antiguo régimen).  

Sin embargo, nada de esto garantiza que HTS pueda hacer rodar su agenda sin oposición. Las aspiraciones de cambio real en la base de la sociedad son una fuerza contraria a la que tendrán que enfrentarse. Esto ya se puso de manifiesto cuando las nuevas autoridades anunciaron cambios regresivos en el plan de estudios escolares, como la eliminación de la poesía relacionada con la mujer, de todas las referencias negativas al Imperio Otomano, y de las teorías evolutivas y del Big Bang de los libros de ciencias. La feroz reacción a la que se enfrentaron les obligó a retroceder, un claro recordatorio de que es poco probable que el pueblo sirio se quede de brazos cruzados ante nuevas amenazas opresivas y autoritarias.

Ninguna potencia extranjera está con el pueblo sirio

Mientras las masas sirias lidian con la imposición de este nuevo régimen, también se enfrentan a un frenético circo diplomático, en el que las potencias capitalistas del mundo se apresuran a congraciarse con los nuevos gobernantes islamistas de Siria. Estos gobernantes, a su vez, están ocupados estableciendo sus credenciales internacionales, sobre todo ante las poderosas monarquías del Golfo Pérsico. El afán por afirmar su influencia geopolítica en medio de la escalada de las tensiones interimperialistas, junto con la perspectiva de sacar provecho del vasto mercado de la reconstrucción de Siria, son las principales motivaciones de los esfuerzos de múltiples potencias por poner –conservar– sus manos sobre el pastel sirio.

La Unión Europea y Estados Unidos, con un cinismo descarado, intentan ahora volver a presentar a HTS como una fuerza respetable. El gobierno de Estados Unidos –que apenas unas semanas antes de la caída de Assad, participó en las conversaciones mediadas por el régimen emiratí para aliviar las sanciones contra Assad– ahora ha borrado convenientemente la recompensa de 10 millones de dólares por la cabeza de al-Julani, en vigor desde 2013. El terrorista de ayer, al parecer, se ha convertido en el aspirante a socio de hoy. Este giro reactivo expone lo absurdo de aquellos en la izquierda –la dirección de la ISA, de la que recientemente nos separamos, entre ellos– que propagaron el mito infundado de que el derrocamiento de Assad fue obra de “fuerzas respaldadas por Estados Unidos”.

Las potencias imperialistas occidentales están ahora desesperadas por construir una narrativa de “transición democrática” en Siria, un ejercicio de prestidigitación política diseñado para ocultar sus verdaderos motivos. En el centro de todo ello está su urgente deseo de devolver por la fuerza a los refugiados sirios a un país que sigue asolado por la guerra y la represión. En el momento en que HTS se hizo con el control, muchos gobiernos europeos no perdieron el tiempo y aprovecharon la oportunidad para detener el asilo a los refugiados sirios, fomentando las repatriaciones y deportaciones. Esto viene de los mismos Estados imperialistas que han sido cómplices de más de 14 meses de carnicería genocida llevada a cabo por el Estado israelí contra los palestinos en Gaza, mostrando una vez más su indiferencia desenfrenada ante el sufrimiento de los oprimidos en la región.

Mientras tanto, los defensores de la narrativa de Moscú, que durante mucho tiempo han repetido como loros la mentira de que la intervención de Rusia fue para defender un régimen “secular” contra el terror islamista, se encuentran con la lengua trabada. Incluso antes de la huida de Assad, los medios de comunicación estatales rusos dejaron discretamente de referirse a Hayat Tahrir al-Sham como una organización terrorista. Ahora, el jefe de la República de Chechenia, Ramzan Kadyrov, aboga abiertamente por retirar la etiqueta de terrorista a HTS, mientras Moscú se ha dedicado a establecer lazos directos con el nuevo régimen. Un antiguo alto cargo ruso declaró al Financial Times que Rusia estaba tendiendo la mano a HTS con “amistad y amor”. El otrora elogiado protector del laicismo se postra ahora ante las mismas fuerzas a las que decía oponerse. Rusia no sólo ha perdido un aliado en el régimen baasista, sino que sus bases sirias son cruciales para sus operaciones en África y su presencia en el Mediterráneo.

En este frenesí reavivado de las potencias extranjeras por afirmar (o preservar desesperadamente) su influencia en la “nueva” Siria, no podemos pasar por alto las incursiones militares y las confiscaciones de tierras por parte del régimen israelí, que ha explotado el hundimiento de Siria para hacer avanzar a sus propios peones, y ha enviado una clara advertencia de que cualquier amenaza a sus intereses por parte del nuevo poder en Damasco no quedará sin respuesta. Israel ya ha ampliado su ocupación ilegal de los Altos del Golán y se ha apoderado de la parte siria del monte Hermón. Esto refuerza su posición estratégica, ya que sitúa a las IDF a corta distancia de Damasco y les permite vigilar zonas clave, como el valle libanés de la Bekaa, bastión de Hezbolá y ruta de suministro. El clamor dentro de Israel para la anexión permanente de este territorio capturado es cada vez más fuerte, alimentado por la especulación sobre una ventana de oportunidad para promover el proyecto del «Gran Israel» bajo la administración Trump. Con Trump en el poder, Assad fuera y las defensas aéreas de Siria prácticamente destruidas, la escalofriante perspectiva de atacar los sitios nucleares de Irán también se convierte en una opción más factible para los halcones de guerra israelíes.

Pero lo que es profundamente revelador es la respuesta –o la falta de ella– de HTS. A pesar de la destructiva campaña de Israel en Siria tras la destitución de Assad, que incluye más de 800 ataques aéreos, HTS está haciendo todo lo posible por evitar una confrontación con el régimen israelí, como demuestran las numerosas declaraciones en las que el nuevo gobierno sirio tiende la mano a Tel Aviv. Al igual que el régimen de Assad, HTS parece más interesado en preservar su munición para aplastar a la oposición interna que en liberar el territorio sirio de las fuerzas de ocupación israelíes. 

Y, por supuesto, están los renovados ataques y la escalada de amenazas de Turquía contra las zonas de mayoría kurda del noreste, un hecho ominoso que subraya lo que está en juego en la región. Los pueblos de Siria, como siempre, tienen que soportar el peso de este sórdido juego de poder, un duro recordatorio de que su liberación no reside en alianzas con ninguno de los protagonistas de esta lucha sin principios, sino en la reactivación de su propia lucha revolucionaria.

El papel de las masas

Una evaluación perezosa de la reciente agitación en el país diría que las masas sirias simplemente han cambiado un régimen reaccionario por otro. A primera vista, esto parece evidente: la caída de la dictadura de Assad ha dado paso al gobierno de HTS, una fuerza con un propio carácter profundamente reaccionario, antiobrero y sectario. Pero esto idea refleja una visión mecánica y fatalista de la historia que niega el papel dinámico de las masas y su capacidad para dar forma a los acontecimientos. Tal perspectiva ignora la importancia monumental de romper el dominio asfixiante de 54 años de la dictadura de Assad que, al tiempo que allana el camino para una toma del poder por las fuerzas islamistas de derecha, también abre nuevas posibilidades para la lucha y la organización. 

En su artículo “De la pesadilla de Assad a la de los islamistas – 14 puntos sobre Siria”, Andreas Payiatsos ofrece un excelente ejemplo de esta lógica determinista. No expresa ningún reconocimiento de lo que representa el derrocamiento de Assad para millones de sirios, aparte de “confusión» y «preocupación”. El artículo acusa de ilusa a “la izquierda que ve algo progresista en el derrocamiento de Assad”. Sin embargo, no aborda todas las implicaciones de la eliminación de un régimen cuyo férreo control sobre el país sofocó toda expresión independiente de resistencia.

Reducir este cambio sísmico a una confusión o a una mera sustitución reaccionaria, ignorando al mismo tiempo las manifestaciones masivas de alivio por la caída de un régimen de brutalidad despiadada (incluso en algunas zonas que en su día fueron bastiones de apoyo al régimen, como en Latakia), no sólo es insensible, sino que borra la importancia de este momento –por precario, tenso e imperfecto que sea– como una oportunidad histórica para que las masas sirias se reorganicen y luchen de nuevo. De hecho, los informes desde el terreno dan fe de un ambiente renovado de actividad política, debates, protestas e iniciativas locales de todo tipo: ex presos o familiares de asesinados por las fuerzas de Assad que exigen justicia, comunidades de la provincia de Quneitra que luchan contra las incursiones del ejército israelí, mujeres de Qamishli que se manifiestan por la igualdad de género, bomberos de Damasco en huelga para que se les restituya en sus puestos de trabajo, habitantes de la ciudad de mayoría drusa de Suwayda, en el suroeste (fuera del control de HTS), recelosos de los nuevos gobernantes de la capital, que continúan el movimiento de protesta que iniciaron bajo el régimen de Bashar, etc.

Payiatsos ya proclama de antemano que “no hay forma de que el pueblo de Siria vea y sienta la democracia, la libertad, la paz e incluso una alguna limitada igualdad”. Tal afirmación, políticamente debilitante, asume que estos resultados están predeterminados por el carácter de las fuerzas que ahora están en el poder, como si la democracia, la libertad y la igualdad hubieran sido entregadas desde arriba, en lugar de ser ganadas a través de la lucha desde abajo. 

No cabe duda de que es absolutamente correcto y necesario denunciar y oponerse sin titubeos a la amenaza contrarrevolucionaria que representan grupos como HTS. También debemos hacer frente a los profundos desafíos que se derivan de la ausencia de una izquierda organizada en la Siria actual, reconociendo con seriedad la enorme tarea de reconstruirla desde la base. Pero muchos miembros de la izquierda internacional no contextualizan los actuales acontecimientos en Siria en el marco histórico más amplio de la oleada revolucionaria que estalló en Oriente Medio y el Norte de África hace 14 años. Esta omisión ignora el impacto duradero de aquellos levantamientos y su relevancia para las luchas actuales.

Sin embargo, los déspotas regionales son muy conscientes de estas conexiones. Por ejemplo, el presidente egipcio Sisi insistió recientemente en que él “no es Assad”, advirtiendo a los egipcios de que no emulen a los rebeldes sirios, y advirtió de una conspiración para desestabilizar Egipto mientras sus fuerzas de seguridad detenían a miembros de la comunidad siria que salieron a la calle en El Cairo para celebrar la caída de Assad, bajo el pretexto de carecer de permisos. Estas declaraciones y acciones delatan claramente una profunda inseguridad sobre su propio gobierno.

En Irán, los informes de grietas que se extienden por los escalones superiores del aparato del Estado reflejan la crisis cada vez más profunda en la que está sumido el régimen. La teocracia iraní consideró durante mucho tiempo a la Siria de Assad como un pilar estratégico de su proyección de poder en Oriente Medio y de su llamado “Eje de la Resistencia”. El cambio en el equilibrio de poder precipitado por la caída de Assad ciertamente crea aperturas para los rivales imperialistas de Teherán –el Israel de Netanyahu y los Estados Unidos de Trump–. Pero el tambaleante control del régimen también expone su vulnerabilidad ante aquellos a los que más teme: los millones de trabajadores, jóvenes y oprimidos iraníes que ya albergan un odio hirviente hacia sus gobernantes.

Los marxistas deben rechazar cualquier análisis que pinte el futuro con los colores de la inevitabilidad. Hacerlo es abdicar de nuestro papel como luchadores por la autoemancipación de la clase obrera. En lugar de descartar a Siria y a las clases trabajadoras y pobres de la región, debemos poner de relieve las contradicciones que existen actualmente, identificar las oportunidades de resistencia y amplificar las voces de quienes se organizan contra la injerencia imperialista y la reacción local.

La perspectiva de nuevos ataques contra Rojava

Esto, por supuesto, no debería invitar a la complacencia o a la romantización, sino todo lo contrario. Los peligros y desafíos tras la caída de Assad son múltiples. Entre ellos, la toma del poder por HTS en Damasco ha envalentonado al principal patrocinador externo de este grupo –el régimen turco de Erdoğan–, lo que plantea la perspectiva de una intervención turca directa contra las fuerzas predominantemente kurdas que controlan partes significativas del noreste, en lo que se conoce como la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), o Rojava.

Las facciones proxy turcas en el norte de Siria, en particular el Ejército Nacional Sirio (ENS), han reanudado su ofensiva contra las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una amplia coalición de milicias que sigue recibiendo apoyo de Estados Unidos y cuya columna vertebral está formada por las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo/Unidades de Protección de las Mujeres (YPG/YPJ) que operan en Rojava. 

El ENS ha logrado arrebatar a las FDS las ciudades de Manbij y Tal Rifaat, en el norte de la provincia de Alepo, desplazando a más de 150,000 civiles y desencadenando intensos combates que continúan en la zona. Las fuerzas respaldadas por Turquía están ahora preparadas para atacar las ciudades de Kobani y Tabqa, con los ojos puestos en Raqqa a continuación.

Las amenazas de Ankara son cada día más beligerantes. El 25 de diciembre, Erdoğan dejó claro que las Fuerzas de Autodefensa tendrían que elegir entre entregar sus armas o ser enterradas en territorio sirio. El 8 de enero, el ministro turco de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan, dio un ultimátum: “Los combatientes internacionales procedentes de Turquía, Irán e Irak deben abandonar Siria inmediatamente. No vemos ninguna preparación ni intención en este sentido en este momento y estamos esperando”. La arrogancia chovinista y la ironía de esta declaración son flagrantes, ya que, en realidad, las YPG/YPJ son principalmente fuerzas autóctonas con profundas raíces en la región, que se han ganado un importante apoyo popular, mientras que la propia Turquía lleva años inmiscuyéndose en Siria con sus propias tropas e intermediarios sin apenas tener en cuenta la soberanía del país ni los deseos de su pueblo.

El estacionamiento de fuerzas militares estadounidenses en el noreste actúa como una disuasión precaria para las ambiciones militares turcas de un asalto a gran escala contra las FDS. Pero el regreso de Donald Trump al poder podría alterar este equilibrio. Aunque no es seguro, aumentará la posibilidad de que Trump cierre un acuerdo con Erdoğan que facilite la retirada de las tropas estadounidenses y sancione de hecho una invasión turca –similar a lo ocurrido en octubre de 2019–. Tal escalada supondría una catástrofe para la población civil, especialmente para los kurdos, planteando una amenaza nueva y existencial para Rojava. Subraya la urgente necesidad de una estrategia alternativa, de clase, que no dependa de la cooperación con la mayor potencia imperialista del mundo.

Por ahora, HTS parece estar sopesando sus opciones al respecto. Aunque no está dispuesto a enemistarse con Washington, el grupo de al-Yulani, que hunde sus raíces en el yihadismo salafista, siente poca simpatía por la autonomía o la autodeterminación kurdas. Murhaf Abu Qasra, alto comandante del HTS y ministro de Defensa del gobierno “de transición”, rechazó el federalismo y afirmó que “todas estas zonas estarán bajo la autoridad siria”. También declaró que todas las armas deben quedar bajo control estatal, incluidas las de las zonas controladas por las Fuerzas de Autodefensa. Al-Julani, por su parte, ha defendido la integración de las FDS en el futuro ejército del país, una postura que, aunque pragmática en apariencia, esconde una amenaza velada y refleja la visión del grupo de un Estado sirio centralizado y autoritario bajo su control.

Los socialistas deben oponerse resueltamente a cualquier intento de hacer la guerra en Rojava, no como un cheque en blanco a las fuerzas que controlan estos territorios, sino como una posición de principios a favor del derecho del pueblo kurdo y otras minorías a decidir su propio futuro. La guerra contra Rojava amenaza con echar por tierra los logros conseguidos con tanto esfuerzo por la población local, logros que, aunque limitados, se han erigido como un faro de esperanza y resistencia frente a la dictadura, la opresión y el patriarcado. Una guerra de este tipo no sólo exacerbaría las divisiones sectarias, sino que envalentonaría a los elementos más reaccionarios contra los que las fuerzas de las YPG/YPJ han luchado con una valentía indiscutible.

Sin embargo, la solidaridad con Rojava no debe volver a ser presa de ilusiones ingenuas, alianzas oportunistas o tratos miopes con potencias imperialistas, es decir, con quienes han demostrado ser amigos un día y enemigos al siguiente. Este error fatal le ha costado caro al pueblo kurdo a lo largo de su historia. Los llamamientos de funcionarios kurdos para que tropas estadounidenses y francesas aseguren una zona desmilitarizada en el norte de Siria y “ayuden a proteger la región y a establecer buenas relaciones con Turquía” representan la reiteración del mismo error. Se corre el riesgo de convertir aún más a la región en un peón de las luchas de poder imperialistas, comprometiendo la autonomía de Rojava y alienando a la valiosa clase obrera y los aliados oprimidos de la región que consideran, con razón, que el historial de intervenciones del imperialismo estadounidense y francés es perjudicial para sus intereses, sobre todo como facilitadores del genocidio en Gaza.

Sólo a través de la acción política consciente e independiente y la movilización de la clase obrera y los pueblos oprimidos se puede defender Rojava con eficacia. Un llamamiento audaz e intransigente a las masas oprimidas de Siria, Oriente Medio y el norte de África a la solidaridad y a la reanudación del proceso revolucionario que comenzó en 2011 es el camino a seguir. Unidos y sin depender de nadie más que de sí mismos, son los trabajadores, los jóvenes, los desempleados y los pobres rurales de todas las etnias, credos y sexos quienes tienen el poder de revivir la revolución. Esta vez, debe llevarse hasta el final, sin dejar lugar a ningún régimen corrupto ni a ninguna forma de opresión.

La experiencia de Rojava recalca tanto el potencial de cambio como los inmensos desafíos de mantener, por no hablar de ampliar, tales avances sin una estrategia política clara que conecte su defensa inmediata con la lucha más amplia por una transformación socialista a través de las fronteras. Esto pone de relieve la necesidad de un programa que aborde tanto las demandas urgentes del presente como el objetivo a más largo plazo de desarraigar el sistema capitalista que perpetúa la guerra, la explotación y la opresión.

Un programa de transición para Siria 

Lo que sigue es un conjunto de propuestas destinadas a abordar las necesidades inmediatas y a largo plazo de la clase obrera, los pobres y los pueblos oprimidos de Siria, reconociendo el profundo sufrimiento padecido por millones de personas y los retos de reconstruir un país desgarrado por la guerra. Estas ideas no pretenden ser un plan definitivo, sino parte de una conversación con las fuerzas revolucionarias de la Siria actual, así como proporcionar un marco para la solidaridad de los trabajadores y socialistas de todo el mundo. 

  • Levantar las sanciones económicas que aún pesan sobre Siria, como la llamada “Ley César”, y establecer controles de precios y subvenciones a los productos básicos (alimentos, medicinas, combustible) para combatir la inflación y hacerlos asequibles a los trabajadores.
  • Poner en marcha un programa masivo de obras públicas para reconstruir las infraestructuras de Siria, incluidas escuelas, hospitales, carreteras y viviendas. Esto también debería emplear a sirios desplazados, ofrecer salarios justos y garantizar la seguridad de los trabajadores.
  • Garantizar el derecho de todos los refugiados sirios a regresar a sus hogares, con indemnizaciones dignas para quienes hayan perdido sus hogares o sus medios de subsistencia; garantizar que ningún refugiado sirio sea deportado a la fuerza ni obligado a regresar.
  • Rechazar cualquier forma de discriminación sectaria. Garantizar la protección de las minorías religiosas y étnicas, con igualdad de derechos y representación en todos los ámbitos de la vida pública e igualdad de acceso a los recursos, así como la separación de la religión y el Estado.
  • Luchar contra todas las formas de discriminación y violencia de género, y abogar por políticas integrales que promuevan la igualdad de género, incluida la igualdad de acceso a la atención sanitaria, la educación, el empleo y la paga.
  • Poner fin de inmediato a toda la represión política y liberar a todos los presos políticos; esta exigencia no debe extenderse a personas peligrosas conocidas por su implicación en actos de terrorismo, incluidos miembros de Daesh/ISIS u otros grupos extremistas. 
  • Garantizar que los “feloul”, restos del régimen de Assad y todos aquellos que han cometido abusos contra los derechos humanos y crímenes de guerra, rinden cuentas ante tribunales independientes y elegidos que representen a todas las comunidades locales.
  • Garantizar el derecho a la organización, protesta y la huelga, así como a formar sindicatos de trabajadores y estudiantiles independientes y auténticos.
  • Fomentar la formación de comités de trabajadores, campesinos, estudiantes y vecinos, incluso para organizar la autodefensa democrática intercomunitaria cuando determinadas comunidades, mujeres o grupos marginados sean objeto de ataques o amenazas. Estos comités locales podrían desempeñar un papel importante en el programa de obras públicas y reconstrucción; con su conocimiento de las necesidades y posibilidades locales, estarían mejor situados para supervisar y planificar democráticamente los esfuerzos de reconstrucción.
  • Ninguna confianza en la Constitución y las elecciones impuestas por HTS para servir a sus propios intereses. Por una asamblea nacional genuinamente democrática, con representantes electos de los lugares de trabajo, de las unidades residenciales y de todos los grupos religiosos y étnicos, para negociar colectivamente cómo se va a dirigir el país.
  • Construir organizaciones políticas independientes de trabajadores enraizadas en la lucha, capaces de actuar como contrapeso a todas las milicias reaccionarias y estructuras estatales capitalistas
  • Exigir el fin de todas las injerencias e intervenciones militares de potencias extranjeras que buscan manipular el futuro político de Siria para sus propios intereses. Oponerse a todos los ataques contra Rojava por parte del ejército turco y sus proxys, y apoyar el derecho inalienable del pueblo kurdo a la autodeterminación; oponerse a los ataques del ejército israelí y a su ocupación ilegal de los Altos del Golán –tanto la reciente expansión, como la ocupación histórica desde 1967, y su control sobre el Monte Hermón–.
  • Gravar a los ricos, a las grandes empresas y a los antiguos especuladores de la guerra para financiar la reconstrucción y los programas sociales.
  • Confiscar tierras a los grandes terratenientes y distribuirlas entre los campesinos y los trabajadores agrícolas para impulsar la producción local y la seguridad alimentaria.
  • Nacionalizar los sectores clave de la economía (bancos, petróleo, energía, agricultura, transporte y telecomunicaciones) y todos los activos del clan de Assad. Ponerlos bajo el control de los trabajadores y las comunidades de clase trabajadora a través de consejos elegidos, para garantizar que estos recursos se gestionan de forma transparente y se utilizan en beneficio de la mayoría.
  • Desarrollar un plan a largo plazo para una economía socialista gestionada democráticamente, centrada en la propiedad colectiva de los principales sectores económicos y en la planificación democrática, para satisfacer las necesidades humanas en lugar del beneficio privado.
  • Garantizar que los esfuerzos de reconstrucción se basen en prácticas de desarrollo sostenibles y ecológicas que protejan el medio ambiente y ayuden a mitigar los efectos del cambio climático, que han agravado la crisis en Siria durante años. 
  • Luchar por una Siria auténticamente socialista, construida sobre el poder de los trabajadores y la autodeterminación de todas las comunidades, en clara oposición al falso “socialismo” del régimen de Bashar al Assad, arraigado en el autoritarismo, el sectarismo y el capitalismo de amigos. 
  • Luchar por una confederación socialista en todo Oriente Medio, donde todos los pueblos –independientemente de su etnia, religión o género– puedan vivir con dignidad y en paz, libres de la intervención imperialista, el sectarismo, la explotación y la opresión en todas sus formas.