¡Reconstruyamos el movimiento obrero en México! ¡Por una organización combativa para las y los trabajadores!

En México aproximadamente 4.8 millones de personas trabajan más de 56 horas a la semana —lo que en principio no debería ocurrir—, y más de la mitad de la población ocupada (54.1%) está en la informalidad. Ello aunado al aumento de los costos de vida, la pauperización en los centros de trabajo y las prolongadas horas de traslado a los mismos. Eso significa que millones de personas están al margen de cualquier derecho laboral, sin pensión, sin aguinaldo, sin vacaciones, sin un mínimo de seguridad. Es la clase trabajadora quien sufre los estragos económicos post-pandemia, frente a la inminencia de una posible recesión en el país. Sin embargo, no se queda de brazos cruzados frente a los embates del capital en las recientes luchas laborales, movilizaciones y formación de nuevas agrupaciones sindicales democráticas e independientes que apuntan a la reconstrucción nacional del movimiento obrero.

Escrito por Alternativa Socialista, Proyecto por una Internacional Revolucionaria Marxista en México

Más allá del desarrollo, una realidad de explotación

En los últimos años, la precarización del empleo se ha convertido en una característica central del mercado laboral a nivel global. Esta tendencia se ha manifestado en el aumento de contratos temporales, empleos a tiempo parcial involuntarios y trabajos sin garantías mínimas de seguridad social. Al respecto, la Organización Internacional del Trabajo destaca en su informe de enero de este año que América Latina se enfrenta a un escenario preocupante con una tasa de 52% de empleo formal. La expansión del modelo económico neoliberal, junto con la automatización y digitalización de procesos productivos, ha llevado a las empresas a flexibilizar sus plantillas, reduciendo costos laborales a expensas de la estabilidad y derechos de los trabajadores.

Uno de los factores más significativos ha sido el crecimiento de la llamada “gig economy” o economía de plataformas. En donde millones de personas trabajan como repartidores, conductores o freelancers, mal llamados ‘socios’, sin gozar de los derechos de un empleo formal. Estos trabajadores, aunque cumplen funciones clave en la economía, operan como supuestos “autónomos” que no tienen derecho a vacaciones pagadas, licencias médicas o indemnizaciones por despido, es decir no gozan de los derechos que otorga la ley, y están sujetos a algoritmos que controlan sus ingresos y disponibilidad.

De esta forma, incluso pese a los históricos incrementos al salario mínimo en el gobierno de López Obrador, la clase trabajadora ha visto reducirse su poder adquisitivo debido al estancamiento de los salarios frente al aumento del costo de vida. En muchos países, incluso teniendo empleo a tiempo completo, muchas personas no logran cubrir necesidades básicas como vivienda, salud y educación. Al respecto, basta señalar que según la Sociedad Hipotecaria Federal solo 3.5 de cada 10 mexicanos tiene acceso a una hipoteca, es decir a un crédito para la adquisición de vivienda en alguna institución financiera. 

Esta situación ha contribuido a una sensación generalizada de inseguridad económica, generando ansiedad y debilitando el tejido comunitario. Además, los sindicatos y mecanismos de organización laboral han sido debilitados deliberadamente a través de reformas legales, presión empresarial y campañas mediáticas con el objetivo de mermar la respuesta de los trabajadores frente a los ataques a sus derechos en beneficio del enriquecimiento de los patrones. Esta desarticulación ha mermado la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores, limitando su influencia para mejorar condiciones laborales o resistir recortes. La fragmentación del empleo y la rotación constante también dificultan la creación de vínculos laborales duraderos que faciliten la solidaridad y la acción conjunta.

En México, detrás de este panorama está una política sistemática: las reformas en beneficio de los capitalistas de los últimos 30 años y la complacencia de los sindicatos charros que mermaron al movimiento obrero. Y con él los derechos laborales, facilitando las condiciones para la subcontratación, precarización laboral e impulsando la automatización sin garantizar nuevos empleos. A eso se suma la ofensiva patronal de los últimos años, con recortes presupuestales que han golpeado incluso al Poder Judicial, dejando en riesgo miles de empleos. Y con paros técnicos, como en la industria automotriz, por la presión del mercado estadounidense.

En México, la precarización laboral se ha intensificado en los últimos años, afectando a una gran parte de la población trabajadora. Según datos del INEGI, al tercer trimestre de 2024, el 54.2% de la población ocupada se encontraba en empleos informales, lo que implica la ausencia de seguridad social y protección legal. Además, cerca de 20 millones de personas, equivalentes al 33.4% de los trabajadores, laboran en condiciones críticas, caracterizadas por ingresos bajos y jornadas laborales extensas. Esta situación es particularmente grave en estados como Chiapas, Tlaxcala y Puebla, donde las tasas de informalidad y precariedad superan el 70%.

A esto se le suma otro dato que debería indignar a cualquier trabajador: el resurgimiento del trabajo infantil. Hoy, más de 3.7 millones de niñas, niños y adolescentes en México se ven forzados a trabajar para contribuir en la economía familiar, muchas veces en condiciones de explotación, con salarios simbólicos, sin acceso a la educación o a una vida digna, condenados a perpetuar un círculo vicioso de falta de acceso a recursos y marginalización social. Y mientras tanto, las grandes empresas siguen amasando fortunas históricas.

La dignidad no se entrega

Pero la situación de los trabajadores en México no es solo de resignación. En este 2025, de nuevo algo se está moviendo. Después de años de dispersión, miedo y desconfianza, sectores cada vez más amplios y nuevos de la clase trabajadora están empezando a decir “¡Basta!”. Como en 2018 en Matamoros, por el incremento salarial impulsado por López Obrador, o en 2023 contra el impacto de la inflación en los bolsillos de las y los trabajadores, de nueva cuenta observamos brotes de insurgencia obrera: protestas de trabajadores judiciales que enfrentaron los recortes, huelgas parciales en Aeroméxico, movilizaciones de trabajadores de la educación, acciones de los trabajadores del sector salud que exigen condiciones dignas, y sobre todo, la organización creciente de repartidores de plataformas digitales, marcan una nueva etapa de lucha de la clase trabajadora en el país.

La aprobación legislativa que reconoce ciertos derechos laborales a los trabajadores de apps como Uber, Didi o Rappi no fue un regalo de Morena. Fue el resultado de años de denuncia, de acciones callejeras, de organización desde abajo por parte de quienes reparten comida en bicicleta o moto bajo lluvia, sol y cansancio, y que ahora empiezan a ser escuchados. El Sindicato Independiente Nacional de Trabajadores de Plataformas Digitales (SINTTRADEP), impulsado por jóvenes precarizados, se ha convertido en una referencia para muchos otros sectores que buscan construir un sindicalismo distinto. Y no es el único. Han surgido agrupaciones independientes entre maestras y maestros, trabajadores de la salud, obreros del sector automotriz y textil, que no quieren saber nada de los viejos sindicatos charros vendidos al gobierno o a los patrones. Estamos ante una recomposición lenta pero firme de la organización obrera desde abajo.

“Nos dijeron que nos recortarían el aguinaldo y las prestaciones por el ‘bien del país’. Pero a los ministros no les tocaron ni un peso. ¿Qué justicia es esa?”, denuncia Rosario, trabajadora administrativa del Poder Judicial, una de las cientos que participaron en las protestas de diciembre pasado. “En la plataforma ganó por pedido. Si me enfermo, no como. Si me accidento, nadie responde. Por eso empezamos a organizarnos. Al principio éramos cinco, luego diez, ahora somos más de cien en el colectivo”, cuenta Luis, repartidor en Guadalajara y parte de SINTTRADEP. “Nos quieren imponer jornadas más largas y más productividad, pero con sueldos congelados. Ya no tenemos miedo, estamos hartos. Si no hay aumento, vamos al paro”, afirman obreros de una planta de autopartes en Querétaro. Estos testimonios no son excepcionales: expresan una conciencia de clase en desarrollo y una dignidad que no se ha perdido. Muestran que, a pesar del miedo, hay una voluntad de lucha que empieza a tomar forma concreta.

Del sindicalismo charro al sindicalismo combativo

Uno de los grandes obstáculos para la clase trabajadora en México ha sido el viejo sindicalismo charro: estructuras burocráticas, corruptas, ligadas al Estado y a los patrones, que durante décadas sirvieron como freno a las luchas y como intermediarios de la explotación. Hoy, muchos de esos sindicatos siguen existiendo, pero están en crisis. En parte consecuencia del tránsito de muchas empresas al sindicalismo de protección, firmando contratos con sindicatos que no representan verdaderamente a ningún trabajador (ver El charrismo y el movimiento obrero mexicano). Pero también como resultado de que cada vez más trabajadores le dan la espalda a esta clase de agrupaciones y buscan construir herramientas propias, democráticas, transparentes, combativas. Sin embargo, esto no es fácil. Las represalias patronales, la criminalización de la protesta, y la falta de garantías legales reales dificultan la organización. Sin mencionar el pistolerismo reinante en el sindicalismo charro desde su formación, que obliga a los trabajadores a actuar en condiciones de extrema seguridad. Aun así, están naciendo nuevos referentes. Se trata de un sindicalismo de base, que escucha a los trabajadores, que toma decisiones colectivamente y que se basa en la solidaridad entre sectores.

Estás luchas son arduas, pero no imposibles. En General Motors Silao, en el 2022 se logró echar abajo un contrato de protección impuesto por el sindicato charro metalúrgico (SNTMMSRM), y lograron establecer un nuevo sindicato democrático en la industria automotriz mexicana (ver ¡Por la unidad de las y los trabajadores automotrices en todas las plantas y compañías contra la inflación y la crisis!). O como Goodyear en San Luis Potosí, que en 2023 formaron un nuevo sindicato independiente tras años de resistencia. Inclusive este año, el 5 de marzo el Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral expidió la constancia de representatividad de un sindicato independiente para la empresa Luxshare en Baja California. Demostrando que otro tipo de sindicalismo es posible.

Una tarea histórica: reorganizar el poder de la clase trabajadora

Desde una perspectiva socialista, lo que está en juego va más allá de las condiciones laborales. Se trata de fortalecer la conciencia de nuestra clase, de entender que los trabajadores y trabajadoras no sólo somos víctimas, sino también la fuerza capaz de transformar nuestra sociedad a partir de conquistar y ampliar nuestras condiciones de vida y trabajo. La lucha por un salario digno, por una jornada justa, por condiciones humanas, no está separada de la lucha por un modelo económico distinto. Es parte del mismo camino.

Necesitamos una organización obrera amplia capaz de unir las luchas dispersas en un frente común. Necesitamos un programa que unifique demandas inmediatas —como la reducción de la jornada a 40 horas, el fin de la subcontratación, el acceso universal a la seguridad social y a la vivienda— con una perspectiva de transformación estructural: control obrero y democrático  sobre los procesos productivos, nacionalización de sectores estratégicos bajo administración de trabajadores, y una economía planificada para las necesidades sociales, no para las ganancias del capital. Esto es, necesitamos construir una sociedad socialista.

El futuro se construye en las calles y los centros de trabajo

La reconstrucción del movimiento obrero en México no será un proceso automático. Requiere organización, experiencias concretas, claridad política, una dirección y sobre todo confianza en nuestra propia fuerza. En cada centro de trabajo donde se plantea una asamblea, en cada colectivo de trabajadores que decide organizarse por fuera de las estructuras oficiales, en cada lucha que se libra contra los despidos o por mejores condiciones, se está sembrando la semilla de un nuevo movimiento obrero.

No se trata solo de mirar al pasado glorioso del sindicalismo combativo del siglo XX. Se trata de construir algo nuevo, que aprenda de las lecciones del pasado, pero que mire de frente al presente y se proyecte hacia el futuro. Porque mientras exista explotación, habrá resistencia y lucha. Y esa resistencia, si se organiza, si se unifica, puede convertirse en una fuerza capaz de cambiarlo todo. Hoy, más que nunca, necesitamos una prensa obrera que visibilice estas luchas, que sea herramienta de organización, que conecte experiencias y que ponga su política al servicio de la clase trabajadora. Desde estas páginas, hacemos un llamado: compañeros, compañeras, la historia no está escrita. Está en nuestras manos. ¡Organicémonos, luchemos y reconstruyamos el movimiento obrero!