Planeta al límite: sólo la superación del capitalismo ofrece un futuro viable

El año 2024 cierra con bastantes ejemplos de la gravedad de la crisis climática que atraviesan el planeta y la humanidad. Tras la devastación causada por el huracán Otis en octubre de 2023, el puerto de Acapulco sufrió el embate de John, que también se hizo sentir con inusitada fuerza en las costas de Oaxaca. Hace unos meses, la DANA (depresión aislada en niveles altos) causó más de 200 muertes en Valencia, España; se trata de la inundación más catastrófica en Europa desde 1967. En Asia, las Filipinas han sido azotadas por seis tifones en un mes, dejando decenas de muertos y a miles de personas sin hogar. Lo que eventos como estos o las recientes inundaciones en el Sahara tienen en común, es que son consecuencias directas del impacto ambiental que tienen las actividades del modo de producción capitalista, siendo las personas más pobres de los países del sur global las más afectadas como causa directa del lucro de la oligarquía global.

Escrito por Ernesto Gil, Alternativa Socialista (PRIM en México).

Los datos no mienten: nos estamos acelerando hacia el abismo

“Hasta ahora, la naturaleza ha compensado nuestro abuso. Esto está llegando a su fin”. Con esta frase lapidaria, Johann Rockström, connotado científico ambiental sueco conocido por su trabajo sobre los límites planetarios, presenta los resultados del informe colectivo que coordina: Reporte sobre el estado del clima en 2024: tiempos peligrosos en el planeta Tierra. A través de sus trece páginas, queda claro que la civilización humana y el planeta en su conjunto están presenciando un desastre climático irreversible, y para ello muestran evidencias de los estudios más recientes en diferentes ámbitos. Se destaca que los tres días más calurosos jamás registrados ocurrieron apenas en julio de este año; de 35 de los signos vitales planetarios, 25 se encuentran en niveles récord, como las temperaturas de la superficie marina o las emisiones de metano y óxido nitroso.

Otro aspecto es aquel de los llamados bucles de retroalimentación (feedback loops), es decir, procesos que pueden amplificar o reducir los efectos de las emisiones de gases. De entre los amplificadores, se han identificado algunos que son especialmente preocupantes por sus implicaciones imprevisibles, como el descongelamiento del permafrost. El calentamiento global ha descongelado amplias capas en regiones como Siberia, con lo cual se emiten a la atmósfera más gases como metano y dióxido de carbono (CO2), lo que a su vez provoca el alza en las temperaturas y con ello la aceleración de descongelamiento, sin que algo lo pueda detener tras un punto de quiebre (tipping point).

El aumento de 1.5% en el consumo de combustibles fósiles y del 2.1% en las emisiones relacionadas con energéticos en 2023; el alza en la pérdida de cobertura forestal (de 22.8 mega hectáreas en 2022 a 28.3 en 2023); la caída dramática en la absorción terrestre de carbono (debido a sequías e incendios forestales masivos, en 2023 se reportó una absorción casi nula); el aumento en la acidez y la temperatura oceánicas; el aumento de las lluvias fuera de los máximos históricos; todo ello permite entender que, como indican los autores, no solo está en riesgo la humanidad, sino el tejido mismo de la vida en el planeta. No son palabras vacías. Cada 0.1°C de aumento en la temperatura global pone en riesgo de sufrir temperaturas promedio sumamente altas a 100 millones de personas.

Según el mismo artículo, tras hacer una encuesta con cientos de científicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), cerca del 80% de quienes respondieron prevén aumentos de la temperatura global mayores a 2.5°C para fines del presente siglo. De ellos, la mitad prevé que llegue al menos a 3°C. Solamente un 6% de los encuestados creen que el objetivo internacionalmente acordado de 1.5°C será alcanzado.

Entre los puntos que tienen el foco según el informe, encontramos el blanqueamiento de lo corales, los ríos tóxicos naranjas en el Ártico, la investigación en gestión de radiación solar, el cambio climático como un asunto de justicia social y los ya mencionados bucles de retroalimentación y puntos de quiebre. Estos últimos se anuncian como potencialmente catastróficos, pues potencialmente pueden disparar procesos que se autoperpetúan y empeoran el calentamiento sin que la humanidad pueda hacer algo al respecto. Sin embargo, otro tema se hace explícito: el riesgo de colapso social. Si bien el capitalismo no es directamente señalado por su nombre, se habla de un sistema que está en múltiples crisis, en un ambiente de degradación ambiental, pérdida de la biodiversidad y con un alza en la desigualdad económica. Es un panorama en el que el actual ritmo de consumo sobrepasa la capacidad del planeta de regenerarse. Se habla de cómo tener un planeta en estado catastrófico va a aumentar la probabilidad de conflictos internacionales, inestabilidad geopolítica y fallos múltiples en el sistema global, desplazamientos migratorios de cientos o miles de millones de personas, hambrunas, enfermedad y muerte.

Los capitalistas: responsables y beneficiarios del desastre climático

En el informe 10 New Insights in Climate Science 2024/2025, científicos del Programa Mundial de Investigación Climática (WCRP) aportan datos a la discusión. Entre los 10 puntos, cabe destacar que el aumento en las temperaturas está volviendo inhabitables cada vez más zonas del planeta; que el cambio climático extremo afecta al bienestar materno y reproductivo; que las infraestructuras críticas cada vez están más expuestas a los riesgos climáticos, conllevando el peligro de disrupciones en cascada en redes interconectadas, y finalmente, que los problemas inherentes a la transición energética dañan más al sur global, en el contexto de tensiones crecientes.

Otro trabajo recién publicado hace unas semanas en la revista Nature, Keeping the global consumption within the planetary boundaries, avanza en la tarea de definir responsabilidades específicas en la sociedad relacionadas con el impacto ambiental de sus hábitos de consumo. Tras hacer un análisis basados en seis indicadores ambientales (flujos de fósforo, flujos de nitrógeno, uso de agua potable, integridad de la biósfera, cambio climático [emisiones de CO2] y cambios en el uso de suelo), se llega a una conclusión clara: el 31-67% y el 51%-91% de la ruptura de los límites planetarios son atribuibles al 10% y al 20% superior de los consumidores analizados en 201 grupos en 168 países. 

Las cifras comparativas permiten ver que mientras los ricos son los que más contribuyen al cambio climático y más protegidos están de sus efectos, son los pobres quienes a su vez menos contribuyen y más expuestos están a las consecuencias. El 10% más rico de consumidores es responsable por el 43% de emisiones de CO2, el 23% del cambio en el uso del suelo, 26.1% de la fijación de nitrógeno, 24.7% del uso de fertilizantes de fósforo, 18.5% del consumo de agua dulce y el 37.2% de la pérdida de abundancia media de especies. Por su lado, el 10% más pobre contribuyó en 5.4% al cambio del uso de suelo, 4.4% del consumo de agua dulce, y menos del 3% en el resto de los indicadores. 

Las diferencias en los patrones de consumo son notables, y puede ser entendido con mayor claridad revisando otro reporte de Oxfam Internacional de muy reciente publicación: La desigualdad de las emisiones de carbono mata. Señala directamente a los llamados “plutócratas de la contaminación”: el “1%” del que se habla cada vez más, pero en esta ocasión se estudiaron las emisiones de las 50 personas más ricas del mundo por su uso de transportes de lujo (aviones privados y grandes yates) y por sus inversiones. Para comenzar, se muestra que el presupuesto de carbono del planeta (la cantidad finita de CO2 que aún se puede emitir de forma segura) se agotará en cuatro años si continuamos con el ritmo global actual. Pero si todos emitiéramos las mismas cantidades del gas como lo hace el 1%, se agotaría en menos de cinco meses, y si fuera con la proporción de los transportes de los ultrarricos, se acabarían en tan solo dos días.

Partiendo de la comprensión del cambio climático como una historia de desigualdad, se señala también que las emisiones por inversiones y transportes privados de las 50 personas más ricas del mundo equivale a las del 2% más pobre de la población mundial, es decir 155 millones de seres humanos. Por poner dos ejemplo: Elon Musk, magnate dueño de compañías como Twitter/X y Tesla, y asesor de Donald Trump, posee oficialmente dos aviones privados, que producen 5,497 toneladas de CO2 al año; a una persona promedio le tomaría 834 años emitir esa cantidad, y a una persona del 50% más pobre del planeta 5,437 años. Jeff Bezos, dueño de Amazon, posee otros dos jets privados que, al pasar 25 días volando, emitieron 2,908 toneladas de CO2; a un trabajador estadounidense promedio de Amazon le tomaría 207 años emitir la misma cantidad, y a alguien del 50% más pobre, más de 2,000 años.

El análisis de las inversiones de estos multimillonarios es aún peor, por sus implicaciones y por lo masivo de los números. El 1% más rico controla 43% de los activos financieros a nivel mundial, al invertir buena parte de esos activos en industrias depredadoras y altamente contaminantes, es evidente que los oligarcas se benefician económicamente de la destrucción del planeta. Las inversiones de 41 de los 50 casos estudiados acumulan 2,600,000 toneladas de CO2 equivalente, 340 veces más alto que los números del transporte privado. A una persona promedio le tomaría 400,000 años emitir esa cantidad de CO2, mientras que una persona pobre tendría que vivir 2,600,000 años. Según los estimados del propio informe, mantener a estos superricos del 1% le habrá costado a la economía global 52.6 billones de dólares entre 1990 y 2050. Un número similar a las pérdidas que habrían sufrido los países de renta baja y media-baja como consecuencia del cambio climático en el mismo periodo (44 billones de dólares).

Si en algo coinciden los informes previamente mencionados, es en la urgencia de la modificación de los hábitos de consumo y contaminación, pero particularmente los más nocivos, es decir, aquellos propios de los ricos y los ultrarricos del mundo. Las soluciones propuestas, sin embargo, están enmarcadas dentro del sistema capitalista y consisten en paliativos, conforme al enfoque dominante de la mitigación y adaptación frente al cambio climático. Impuestos agresivos contra productos de lujo y transportes privados para desincentivar su consumo y uso, la reducción rápida en el uso de combustibles fósiles, intercambio de recursos surgidos de costos altos de emisiones y dirigidos hacia los programas de adaptación y mitigación en las zonas más expuestas del mundo, apego a los objetivos del Acuerdo de París, rechazo al neoliberalismo, entre otras propuestas. Pese a que en general se reconoce que las metas climáticas y las posibles soluciones no han tenido éxito por la tenaz resistencia de quienes se benefician materialmente del desastre, que son los mismos que tienen en sus manos y bolsillos poder político para descarrilar cualquier plan real, las propuestas más radicales tienden al decrecimiento pero entendido aún desde el marco de las relaciones de propiedad y producción del capitalismo.

Frente al desenfreno capitalista, organización en defensa del planeta

Queda claro que, como se menciona en el estudio coordinado por Rockström, en un mundo con recursos finitos, la idea del crecimiento ilimitado es una ilusión peligrosa. Desde la perspectiva marxista, nada de esto llega como una sorpresa. En El Capital, Karl Marx ya lo manifestaba de la siguiente manera: “el capitalismo tiende a la destrucción de las fuentes de las que proviene toda riqueza: la tierra y el trabajador”. La crisis climática que enfrenta el mundo actualmente se salda con cada vez más desastres naturales, potenciados de forma directa por la producción y el consumo en el marco capitalista; para empeorarlo, los países más vulnerables ante los efectos son los más pobres.

Karl Kautsky, posteriormente parafraseado por Rosa Luxemburgo, lo condensa en una idea clara: “avance al socialismo o regresión a la barbarie”. Ante las perspectivas de cada vez más científicos alrededor del mundo, en el sentido de un potencial colapso social como resultado de los efectos del cambio climático, nunca como hoy esa frase adquiere tanto sentido en su proporción histórica. El capitalismo, en su etapa de desenfreno actual, nos marca un camino marcado por el hambre, la migración forzada, el conflicto, la depredación y la muerte para hacer cada vez más ricos a los oligarcas a costa del sufrimiento de miles de millones. ¿Qué corresponde hacer ante tal panorama?

Son cada vez más las voces que identifican plenamente al capitalismo y a la burguesía como la principal responsable y beneficiada por esta situación. Greta Thunberg, lideresa de las mayores protestas ambientales recientes primero en Europa y luego a nivel mundial, ha pasado a ser cada vez más vocal en su lucha y en hacer las conexiones entre el cambio climático, las guerras, el racismo y el capitalismo. Por el contrario, las organizaciones y conferencias al servicio del capitalismo siguen estancados por sus propios límites y sin llegar a ningún cambio real o suficiente para la urgencia del problema, marcados por el poder económico de los intereses petroleros y mineros; como ejemplos, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP 16), celebrada en Cali entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre pasados, o la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 29), clausurada en Bakú el 22 de noviembre. En este último caso, se llegó a un acuerdo por el cual los países desarrollados donarán 300,000 millones de dólares al año a los países en desarrollo para reducir emisiones y prepararse de mejor manera ante los efectos de la crisis; esto no responde de raíz al problema, y aún siendo optimistas, no es un esfuerzo suficiente. Podemos prever desde ya que será otro acuerdo de letra muerta.

Desde Alternativa Socialista, hacemos el llamado a la organización en torno a un programa amplio de lucha que entienda que un futuro viable para la humanidad pasa obligatoriamente por el derrocamiento de la burguesía y el capitalismo a nivel mundial y la construcción del socialismo. Luchamos para construir la herramienta política revolucionaria que haga realidad una sociedad cuyas trabajadoras y trabajadores tengan los medios de producción en sus manos, pudiendo decidir democráticamente qué, cómo y cuánto producir y cómo distribuirlo, siempre en respeto estricto de los límites planetarios para garantizar la viabilidad de toda la vida en la Tierra.