El sangriento papel del colonialismo británico en Israel-Palestina
La actual matanza llevada a cabo por el Estado israelí en Gaza ha planteado la cuestión de la génesis de la situación en Israel-Palestina. Esto es necesario para buscar una solución de fondo que desemboque en la paz para todos, la liberación el pueblo palestino y la seguridad para los israelíes ordinarios.
Escrito por Andy Moxley, Socialist Alternative (ASl en Inglaterra, Gales y Escocia
“Las aspiraciones nacionales de judíos y árabes son cruelmente utilizadas por igual para la protección de los intereses de la burguesía británica, que enfrenta a unos contra otros para mantener a ambos esclavizados. El problema de Palestina sólo puede ser resuelto por la victoriosa revolución socialista”
-Liga Internacional de los Trabajadores (precursora de Alternativa Socialista), junio de 1939
La actual matanza llevada a cabo por el Estado israelí en Gaza ha planteado, más que en ningún otro momento de la historia reciente, la cuestión de la génesis de la situación en Israel-Palestina. Esto se debe principalmente al deseo de millones de personas que han salido a las calles de todo el mundo de no sólo ver el fin de la actual fase de la guerra, sino de buscar una solución fundamental que desemboque en la paz para todos, la liberación del pueblo palestino y la seguridad para los israelís ordinarios.
Aunque el papel del imperialismo estadounidense está claro al permitir el régimen de ocupación en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, lo que puede estar más oculto es la sangre en las manos del Estado británico. Este no sólo permitió, sino que fue el artífice de las décadas de matanzas que han costado la vida a decenas de miles de palestinos e israelíes ordinarios. Utilizando cínicamente tanto las aspiraciones nacionales de los árabes palestinos como el deseo judío de protección contra la persecución y luego el Holocausto, el imperialismo británico, anteponiendo sus propios intereses, tuvo un papel principal en la creación de la sangrienta situación que existe hoy, y que bajo el capitalismo nunca se resolverá del todo. Prometieron libertad, tierra y seguridad para ambos pueblos y no proporcionaron más que promesas incumplidas.
Gran Bretaña vende la liberación árabe
Durante la Primera Guerra Mundial, gran parte del Oriente Medio estaba controlado por un rival británico, el Imperio Otomano. A partir de 1916, los otomanos se enfrentaron a un levantamiento masivo en toda la región en la “Revuelta Árabe”, que luchaba por la liberación del dominio otomano y el establecimiento de un Estado árabe único y unido. Al ver el valor militar de la revuelta para debilitar al Imperio Otomano en el conflicto imperialista, Gran Bretaña, junto con el imperialismo francés, prometió apoyo a los árabes en forma de suministros, armas y personal.
El gobierno británico, a la cabeza de un imperio en expansión, no tenía la genuina intención de apoyar los objetivos de la revuelta árabe. Consciente de la importancia estratégica de la región, en particular del Canal de Suez y de la producción de petróleo, y del tipo de señal que enviaría a millones de oprimidos por el colonialismo británico el éxito de una lucha anticolonial que desembocara en un nuevo Estado árabe, llegó a un acuerdo secreto con el imperialismo francés para repartirse la región después de la guerra. Este acuerdo, llamado Sykes-Picot por los respectivos ministros de Asuntos Exteriores, se hizo público cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia y se encontró entre los archivos del Zar.
Los árabes, con el apoyo militar británico, consiguieron expulsar al Imperio Otomano de gran parte de la región. En 1918, un nuevo gobierno fue establecido por las fuerzas árabes. Sin embargo, este colapsó rápidamente en los dos años siguientes bajo la presión de Gran Bretaña, quien le retiró su apoyo, y de Francia, que le presentó un ultimátum para que se dispersara o sería aplastado.
Declaración Balfour: los judíos como peones políticos
Esto fue acompañado en 1917 por la infame Declaración Balfour. Se trataba de una declaración adoptada por el gobierno británico que expresaba su apoyo explícito a un “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina. De este modo, Palestina se prometía contradictoriamente a los palestinos árabes, a los judíos y al Imperio Británico (a través de su acuerdo con Francia), todo a la vez.
Esta declaración fue un movimiento cínico del imperialismo británico para conseguir apoyo, en particular entre los judíos en Estados Unidos, para que su país participara aún más en el esfuerzo bélico. El imperialismo británico pretendía explotar una vez más los deseos genuinos de un pueblo históricamente oprimido para favorecer sus intereses a largo plazo. Como dijo entonces el Primer Ministro, Lloyd George:
“Los líderes sionistas nos hicieron una promesa definitiva” de que “harían todo lo posible por aglutinar el sentimiento y el apoyo judío en todo el mundo a la causa aliada… si el gobierno británico declaraba su simpatía por una administración judía de Palestina.”
En el momento de la Declaración Balfour, la idea de lo que se convertiría en el Estado israelí no estaba muy arraigada en la realidad. En 1917, los judíos sólo constituían alrededor del 9-10 % de la población de Palestina. La creación de un Estado explícitamente judío requeriría, por tanto, un desplazamiento masivo de la abrumadora mayoría árabe, algo que todavía no se veía con buenos ojos.
La ideología del sionismo, la de una patria judía en Palestina, había ganado popularidad entre gran parte de la clase media de la diáspora judía, sobre todo en respuesta al aumento del antisemitismo y los pogromos en Europa a finales del siglo XIX. La idea utópica era que la creación de un Estado específicamente judío en Palestina podría servir esencialmente de fortaleza contra la explotación y atraer a judíos de todo el mundo para que se unieran al proyecto.
Sin embargo, a pesar de lo que pueda decirse ahora en justificación de la ideología entre los partidarios del régimen israelí de hoy, estas ideas no eran universalmente aceptadas entre todos los judíos. Incluso muchos de los que apoyaban la idea de un Estado judío se oponían a su creación en Palestina, conscientes de que se convertiría en lo que los marxistas denominarían más tarde como una “trampa sangrienta” tanto para los judíos como para los palestinos árabes.
Gran parte del proletariado y el campesinado judíos vieron, con razón, que sus esperanzas de liberación se realizaban más plenamente en la exitosa Revolución Rusa de 1917, que había derogado cientos de leyes antisemitas, emprendiendo una exitosa reforma agraria y mucho más. En abril de 1917, casi la mitad de los miembros del Soviet de Petrogrado eran judíos. El Comité Central del Partido Bolchevique en la época de la Revolución de Octubre tenía más de un 40% de judíos, incluido uno de los dos principales líderes de la revolución, León Trotsky.
Este nivel de apoyo judío ruso a la revolución crecería durante los primeros años. De hecho, fueron los primeros partidarios de la ideología del sionismo, reflejo de sus propios intereses de clase, los que se opondrían a ella. Esto no pasó desapercibido para el imperialismo británico que, como otros gobiernos capitalistas de todo el mundo en aquella época, temía la extensión de la revolución obrera a sus propias costas.
Mandato Palestino: una mentira inviable
En su propio interés, el imperialismo británico había estado hablando por ambos bandos y sin decir la verdad a ninguno. Al mismo tiempo había prometido a los árabes su propio Estado que contuviera Palestina, al tiempo que prometía Palestina a los judíos como un “hogar nacional” que sirviera de base para su propio futuro Estado. Tal situación conduciría a más de un siglo de horrible derramamiento de sangre.
Como parte del reparto imperialista del territorio tras la Primera Guerra Mundial, Palestina quedó bajo control británico, convirtiéndose en el “Mandato de Palestina” en 1920. Uno de los muchos “mandatos” establecido por la Sociedad de Naciones (institución equivalente a la ONU tras la Primera Guerra Mundial establecida por las potencias imperialistas aliadas victoriosas). Esto requería la supervisión británica de la región anteriormente controlada por los otomanos hasta que se pudiera aplicar plenamente la Declaración Balfour, con el establecimiento de un Estado judío capitalista en Palestina, a pesar de que la propia Declaración era algo ambigua sobre la cuestión de lo que significaba un “hogar nacional”.
Obviamente, los planes para el Mandato de Palestina no eran populares entre la población árabe palestina nativa, no por un antisemitismo inherente, sino porque significaba volver a estar bajo la bota de una potencial colonial extranjera y el desplazamiento implícito de la población existente. En el Tercer Congreso Árabe Palestino de 1920 se adoptó una resolución que calificaba de ilegal la administración británica de Palestina, pedía la convocatoria de una asamblea representativa para formar un gobierno nacional y se oponía al establecimiento de un Estado explícitamente judío en Palestina.
Divide y vencerás
Para mantener su dominio, el Estado británico trató de provocar la mayor división posible entre las poblaciones judía y árabe palestina. A pesar de oponerse de palabra a estos conflictos, beneficiaba directamente al imperialismo británico atizar la ira de las masas árabes contra los judíos para presentarse como árbitro entre ambos y dar la impresión a la población judía de que sólo Gran Bretaña podía protegerlos. Era la clásica política de divide y vencerás.
En agosto de 1921, el entonces Secretario de Estado de las Colonias, Winston Churchill, admitió sin rodeos el planteamiento del Estado británico: “en interés de la política sionista, todas las instituciones electivas han sido negadas hasta ahora a los árabes”. Los palestinos árabes fueron deliberadamente discriminados en el empleo, las oportunidades de vivienda, y la población agrícola fue cada vez más empujada a la fuerza hacia los centros urbanos, mientras el imperialismo británico intentaba seguir desarrollando y ampliando las bases de la explotación capitalista en el Mandato de Palestina.
Esto también creó una situación precaria para los judíos que emigraban a la región, que aumentó significativamente en este periodo, con la llegada del fascismo al poder en Alemania en 1933. La población judía aumentó hasta el 27% en 1935. A pesar de sus lágrimas de cocodrilo, el imperialismo estadounidense y británico mostraron sus verdaderas rayas en este periodo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Ambos países aplicaron importantes restricciones al número de refugiados judíos que podían entrar, a pesar de huir de los campos de exterminio nazis. Esto es en parte lo que impulsó la inmigración al Mandado de Palestina, aunque la administración británica también aplicó límites allí, que fueron desafiados rutinariamente por las operaciones de inmigración dirigidas por grupos judíos en la región.
En 1936, la insostenible situación de los árabes palestinos dio lugar a otra “revuelta árabe” iniciada por una huelga general en abril que duró seis meses. La huelga masiva fue finalmente aplastada por la represión con el apoyo de los reyes árabes de la región, a su vez aliados británicos. En respuesta, el gobierno británico creó la Comisión Peel, que propuso la partición de Palestina en Estados separados: un Estado judío, un Estado árabe y una “zona neutral” que contuviera los lugares sagrados, cuya defensa se había evitado hasta ese momento mediante el lenguaje ambiguo de Balfour. Esta “solución” no satisfacía ni a los judíos ni a los árabes palestinos y acabaría siendo rechazada por el gobierno británico en 1939.
La revuelta árabe continuó hasta 1939, y las fuerzas británicas colaboraron con organizaciones paramilitares sionistas como la Haganah para aplastarla brutalmente. Se calcula que el 10% de los árabes palestinos fueron asesinados, heridos, encarcelados o exiliados durante este periodo. El resultado fue el Libro Blanco del gobierno de 1939, que rechazaba oficialmente el plan de partición de la Comisión Peel, proponiendo en su lugar la política de “establecer un hogar nacional judío en un Estado palestino independiente en un plazo de 10 años”.
La huelga general conjunta y la “Nakba”
A finales de la Segunda Guerra Mundial, la administración británica empezó a encarar levantamientos y revueltas violentas en contra de su gobierno, tanto de judíos como de árabes palestinos. En un punto, llegaron a haber hasta 100,000 soldados británicos estacionados en Palestina. Incluso el imperialismo estadounidense empezó a intervenir para ayudar a su aliado de guerra y establecer su propio poder en la región a través del Comité Angloamericano de Investigación.
En abril de 1946, la ocupación británica vio su más formidable oposición en una huelga general conjunta en la que participaron trabajadores palestinos y judíos, que tenían un historial de trabajo conjunto en algunas industrias. En esta huelga participaron hasta 30,000 trabajadores y paralizaron a la administración británica, obligándola a hacer concesiones significativas en materia de salarios y nivel de vida a las que se habían opuesto durante mucho tiempo. Además, se llevó a cabo a pesar de la oposición de algunos dirigentes de las organizaciones sindicales sionistas.
Todo esto, en particular la huelga, atemorizó al gobierno británico y trató de quitarse Palestina de encima de una vez por todas. Se había convertido más en problemas para ellos de lo que valía la pena. Vieron el potencial que ofrecía esta lucha unida, no sólo para obtener mayores concesiones, sino para socavar en última instancia la ocupación y el capitalismo en su conjunto en Palestina. El imperialismo necesitaba recuperar el divide y vencerás para proteger su propio cuello.
La cuestión se llevó a las recién fundadas Naciones Unidas, que en 1947 presentaron un plan de partición. El plan imperialista también contaba con el apoyo de la Unión Soviética bajo la dictadura de Stalin. Este plan daría a los judíos, sólo un tercio de la población, el 56% de la tierra para la creación del Estado de Israel e requeriría del desplazamiento de cientos de miles de árabes palestinos. Este desplazamiento, que se conocería como la Nakba, supuso la salida de cientos de miles de personas, la destrucción de cientos de aldeas palestinas y el ataque e incluso asesinato de aldeanos palestinos.
Hoy
No es ninguna sorpresa que tanto los conservadores como la dirección del Partido Laborista se opusieran este otoño a un alto el fuego en Gaza. Ambos continúan un largo legado de sangrienta política del imperialismo británico en la región, en contra de los intereses de las masas.
Sólo derrocando el capitalismo e imperialismo en Oriente Próximo a través de la lucha de masas por el cambio socialista se puede lograr la paz, la liberación y la igualdad genuina, incluido el derecho de autodeterminación para todos los grupos nacionales.