¡Alto a las agresiones contra los migrantes haitianos!

A partir de la primera quincena de septiembre ha persistido la noticia de las deportaciones masivas de migrantes provenientes de Haití que pretendían dirigirse a Estados Unidos a través del estado de Texas. Esta clase de respuesta por parte del gobierno estadounidense a los migrantes no es ninguna novedad, ha sucedido con anterioridad principalmente hacia migrantes que provienen de México. Lo que causa asombro es el método que bien puede ser catalogado de sin precedente, en el que aparentemente hay urgencia por devolverlos a su país de origen después de capturarlos en los campamentos que han montado en determinadas zonas para adentrarse a aquel país. Estas expresiones hacen referencia a un trato inhumano, como si se tratara de algún objeto o de alguna mercancía a transportar. 

Escrito por Sebastián Lorea Flores, Alternativa Socialista (ASI en México).

Haití, país de las Antillas que comparte isla con República Dominicana, marca el contraste de las enormes diferencias provocadas por un sistema económico inhumano en el que una de sus principales contradicciones es que los recursos limitados generan riqueza ilimitada, en el que la ganancia está por encima de la dignidad. Haití ha sido caracterizado por su resistencia y su rebeldía, marcando hito en las independencias americanas al ser el primer país cuya emancipación estuvo dirigida por víctimas de la esclavitud, aboliendo a la misma. Sin embargo, actualmente se caracteriza por la vida precaria, el analfabetismo y la desnutrición en la población; así como gobiernos dictatoriales que han propiciado la inestabilidad política interna que profundiza la crisis humanitaria agravada por el reciente terremoto en la isla.

Recientemente, en julio de 2021, fue asesinado a balazos Jovenel Moïse el presidente de aquel país que fue elegido con 600 mil votos en un país de 11 millones de habitantes. Lo que agudizo aún más las tensiones internas que aquejan a las mayorías, quienes frente a esta serie de emergencias buscan salir de su país a encontrar la estabilidad que les ha sido negada y arrebatada una y otra vez. Es un país clave para el transporte de drogas a Estados Unidos, por su cercanía entre Venezuela y Colombia, por un lado, y con Florida, por otro lado, la vuelven una posición estratégica de la que se sirven narcotraficantes y políticos. 

Causa asombro e indignación la inoperancia que ha hecho México, lo que desafortunadamente tampoco es nuevo. No son lejanas las imágenes de finales de agosto del año en curso, en que las poblaciones migrantes de Centroamérica que desesperadamente trataban de entrar al país a través de Tapachula, en el estado de Chiapas, eran víctimas una vez más de la violencia arbitraria de la Guardia Nacional y de los agentes del Instituto Nacional de Migración.

Agentes del Instituto Nacional de Migración y la Guardia Nacional agredieron y dispersaron la caravana migrante en Chiapas el pasado 29 de agosto.

Ya desde marzo de 2020, en los márgenes de la pandemia por la COVID-19, México había acordado recibir a inmigrantes devueltos de Estados Unidos. Aunque exclusivamente sería a mexicanos, guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, no a haitianos ni de otras nacionalidades. Los inmigrantes ilegales en el mundo figuran como un grupo oprimido, víctima de abusos, en el que sus derechos humanos son quebrantados, donde se les reduce a una estadística, a un objeto de desprecio porque se les asimila con la informalidad y la violencia. 

Es esto lo que vuelve una tarea de las y los socialistas, hoy más que nunca, en estos momentos coyunturales, el tomar la postura de la solidaridad y la empatía hacia los oprimidos del mundo. Una posición de combate y de denuncia del imperialismo y sus efectos. En particular de Haití, ese país que sufre en este momento el espaldarazo del continente al ser los despreciados de los despreciados. A principios de septiembre de 2021 se recibía con ímpetu a personas que se refugiaban tras la ocupación de los talibanes de Kabul, en Afganistán, al tiempo que en una hipocresía doble cara se le daba la espalda a la migración centroamericana, y ahora a Haití.

La clase trabajadora, las mujeres, las personas de la diversidad sexual, los migrantes, que viven la opresión del capitalismo y del imperialismo, deben unirse y hermanar sus causas, dirigirlas a enfrentar a ese enemigo común que tiene representación en cada una de nuestras naciones, pero cuyo origen proviene de ese sistema económico que arrasa y enajena la naturaleza colectiva de la clase trabajadora en el mundo entero.