1928, la masacre de huelguistas bananeros colombianos

Hasta el día de hoy la valentía de los huelguistas y la brutalidad de los patrones es recordada por millones de trabajadores colombianos que siguen luchando contra los horrores del capitalismo y el imperialismo.

Escrito por Darragh O’Dwyer, PRIM Irlanda.

Inmortalizada en la novela de Gabriel García Márquez Cien Años de Soledad, la masacre de los trabajadores bananeros de 1928 representa un momento clave de la historia colombiana. La rebelión militante de los obreros y los pobres se enfrentó al gigante de la United Fruit Company, hoy conocida como «Chiquita», y asestó un duro golpe al prestigio de la clase dominante colombiana. Por ello, el levantamiento se ahogó en sangre. Sin embargo, hasta el día de hoy la valentía de los huelguistas y la brutalidad de los patrones es recordada por millones de trabajadores colombianos que siguen luchando contra los horrores del capitalismo y el imperialismo.

El imperialismo y el capitalismo estadounidense

Los acontecimientos históricos de 1928 tienen sus raíces en los dramáticos cambios que tuvieron lugar en el capitalismo mundial en la década anterior, cambios que darían forma a la economía colombiana y al tormentoso período de lucha de clases de los años veinte. Emergiendo de la crisis y la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos suplantó a Gran Bretaña como potencia dominante del mundo y, a medida que avanzaba la década de 1920, el imperialismo norteamericano expandió espectacularmente su influencia política, económica y militar por todo el planeta. América Latina adquirió especial importancia. Un documento de la Comintern de 1921 explicaba:

“Someter al mundo entero a su dominio: tal es el objetivo del imperialismo norteamericano. Pero así como la clave del imperialismo británico reside en su sistema colonial, el imperialismo norteamericano se basa en la explotación y dominación de América del Sur.”

El mismo texto continúa describiendo Sudamérica como “una colonia de Estados Unidos, fuente de materias primas, mano de obra barata y, por supuesto, fabulosos beneficios”. Colombia no fue una excepción. Mientras que en 1913 la inversión estadounidense ascendía a 4 millones de dólares, en 1929 se había disparado hasta los 173 millones. El capital extranjero fluyó a raudales, iniciando un frenético período de crecimiento económico conocido como ‘la danza de los millones’. Sin embargo, Colombia no se repartió el botín a partes iguales. Las corporaciones y los bancos estadounidenses estrecharon el cerco sobre la nación andina: los préstamos masivos para el desarrollo de infraestructuras alimentaron una deuda externa disparada y los grandes monopolios estadounidenses anidaron sus tentáculos en todos los rincones del país.

Esto fue facilitado por una burguesía colombiana totalmente servil, representada por sucesivos gobiernos conservadores desde 1902 tras derrotar a las fuerzas militares liberales en la sangrienta Guerra de los Mil Días. Se dio rienda suelta al capital estadounidense en zonas económicas especiales sin apenas impuestos. Las draconianas leyes laborales y la represión estatal mantuvieron la mano de obra desorganizada y barata. Además del floreciente sector cafetero (formado en su mayoría por pequeños productores), los enclaves petroleros y bananeros florecieron bajo el dominio casi total de las empresas estadounidenses.

United Fruit Company

Entre estas gigantescas empresas estadounidenses destacaba la United Fruit Company;

Cuando sonó la trompeta, estuvo

todo preparado en la tierra,

y Jehová repartió el mundo

a Coca-Cola Inc., Anaconda,

Ford Motors, y otras entidades :

La Compañía Frutera Inc.

se reservó lo más jugoso,

la costa central de mi tierra,

la dulce cintura de América.

Pablo Neruda «The United Fruit Co.» de Canto General

Con el crecimiento de la demanda de plátanos en Estados Unidos, la United Fruit Company expandió espectacularmente su imperio comercial por todo el Caribe: Honduras, Guatemala, Panamá, Costa Rica y Nicaragua se convirtieron en el hogar de plantaciones masivas. La empresa estadounidense compró y construyó ferrocarriles, puertos y líneas de telegramas, todo ello en su insaciable afán de lucro, no en interés de la población local.

Por supuesto, podían contar con la clase dirigente local para permitir su saqueo y explotación, que entregó grandes extensiones de tierra y colaboró en el despojo violento de campesinos y pueblos indígenas. Como dijo el presidente de United Fruit, Sam Zemurray, “en Honduras una mula cuesta más que un diputado’ y, como añadió Eduardo Galleano, “en toda Centroamérica los embajadores de EEUU presiden más que los presidentes.” (Las venas abiertas de América Latina) A pesar de la independencia política formal de los países de América Central y del Sur, no cabía duda de quién llevaba la voz cantante. De ahí la aparición del término ‘República Bananera’.

En 1932 la United Front Company poseía o arrendaba más de 3.416.000 acres de tierra (¡más que toda la masa terrestre de Grecia!), poseía o explotaba 1.768 millas de ferrocarril, 559 millas de tranvía y 3.500 millas de líneas telefónicas y telegráficas. Emblemática del nuevo tipo de monopolios que Lenin describió en El imperialismo, la UFCO agrupó varias ramas de la industria, engulló empresas más pequeñas y, respaldada por el Estado estadounidense, se enfrentó a otros monopolios por el reparto del mundo.

UFCO en Colombia

United Fruit Company inició sus operaciones en Colombia en 1899. En 1901 exportó 250.000 racimos de plátanos, cifra que ascendió a 10 millones en 1929. Controlaba 580 kilómetros cuadrados de tierra, concentrados en la Zona Bananera de Santa Marta, donde se daban las condiciones ideales para la producción de plátanos. Al poseer el monopolio del ferrocarril y el telégrafo,también poseían una flota de barcos de vapor y compraban el gobierno local. En palabras del historiador laboral colombiano Miguel Urrutia, el enclave de la UFCO era ‘un Estado dentro del Estado’.

Se produjo una transformación completa de la región, con una afluencia masiva de trabajadores que venían a trabajar en las vastas plantaciones. Algunos eran antiguos pequeños productores de plátanos, expulsados del negocio por la UFCO, otros indígenas y emigrantes de otros lugares que venían en busca de mejores salarios. Había nacido un proletariado sobreexplotado y concentrado y, en 1928, 32.000 personas trabajaban de algún modo para la UFCO.

Sin embargo, la empresa rara vez contrataba trabajadores directamente. En su lugar, lo hacían a través de contratistas, lo que permitía a la UFCO eludir el cumplimiento de la limitada legislación laboral colombiana. Además de la enorme precariedad que esto suponía para los trabajadores, también añadía barreras adicionales para organizarse industrialmente.

Para colmo de males, la UFCO pagaba a los trabajadores con notas de crédito que sólo podían utilizarse en las tiendas locales de la empresa, una política que también enfurecía a las pequeñas empresas, ya que los ingresos de los trabajadores nunca circulaban en la economía local. El control económico y político total de la zona bananera por parte de la UFCO también provocó frecuentes enfrentamientos de pequeños comerciantes y productores que se encontraban en una lucha constante por la supervivencia para competir con el todopoderoso monopolio.

Las condiciones de los trabajadores eran atroces. La semana laboral de 7 días era la norma. Las condiciones de vida y los servicios ofrecidos por la empresa eran extremadamente precarios, caóticamente reunidos para proporcionar lo mínimo para mantener la mano de obra: la atención médica se reservaba generalmente a los que estaban en el lecho de muerte y las escuelas eran prácticamente inexistentes.

Estado del movimiento obrero

Antes de la huelga hubo años de crecimiento, recomposición y efervescencia ideológica en el movimiento obrero colombiano, marcados por los intentos de formar nuevas organizaciones políticas e industriales. Mientras que las oleadas de inmigración europea de finales del siglo XIX llevaron las ideas socialistas y anarquistas a México, Chile, Argentina y Brasil, Colombia permaneció más aislada. Sin embargo, la Revolución Bolchevique de 1917 tuvo un impacto electrizante en la conciencia de muchos trabajadores e intelectuales. En Bogotá los barrios obreros rebautizaron las calles con los nombres de Calle Lenin y Carrera Trotsky.

1928 no fue la primera vez que los trabajadores de la UFCO se declararon en huelga. En 1910, 1918 y 1924, los trabajadores del ferrocarril y de las plantaciones habían retirado su mano de obra en demanda de mejores salarios y condiciones sólo para encontrarse con la dura intransigencia de los jefes de la UFCO. 1924 también fue testigo de la heroica lucha de los Trabajadores del Aceite Tropical de Barrancabermeja que terminó con el despido de 1200 de los 3000 trabajadores. Raúl Mahecha surgió como el principal líder que, junto con otros, ayudó a fundar la Unión Sindical de los Trabajadores del Magdalena (la principal organización en la huelga de 1928) y la Confederación Obrera Nacional (CON) que en 1925 se afilió a la Internacional Roja de Sindicatos de la Comintern.

Al año siguiente se creó el Partido Socialista Revolucionario (PSR), que pretendía afiliarse a la Internacional Comunista. Cuando se debatió en el VI Congreso Mundial de 1928, se informó de que los colombianos contaban con 10.000 miembros. A pesar de algunas reservas fueron aceptados formalmente en las filas de la internacional y sus miembros jugarían un papel clave en el levantamiento de la zona bananera.

Preparación de la huelga

Junto a Mahecha, figuras como María Cano y Tomás Giraldo, del PSR, fueron enviadas a dirigir la huelga junto con varios visitantes internacionales de la Comintern. La preparación comenzó el 6 de octubre, cuando una delegación de trabajadores se reunió para elaborar las reivindicaciones que presentarían a la empresa. Eran las siguientes

  1. Abolición del sistema de contratistas y reconocimiento como empleados de la UFCO.
  2. Indemnización por accidentes laborales.
  3. Descanso dominical.
  4. Aumento del 50% del salario para los empleados que ganan menos de 100 pesos.
  5. Eliminación de los almacenes de empresa.
  6. Cese de los préstamos mediante vales.
  7. Pago semanal.
  8. Seguro colectivo obligatorio.
  9. Mejor servicio hospitalario.

Aunque por un lado eran modestas (y habrían sido una mera aplicación de la legislación laboral colombiana) también representaban un enorme quebradero de cabeza para la empresa y su dependencia de una mano de obra extremadamente barata. Los jefes de la UFCO también debieron considerar las consecuencias políticas de acceder a estas demandas: ¿qué impacto tendría en los trabajadores de todo el imperio de la UFCO en Centroamérica? Como era de esperar, la empresa se negó a negociar y el 11 de noviembre los trabajadores anunciaron una huelga general en toda la región.

La inclusión de reivindicaciones sociales más amplias concitó las simpatías de amplios sectores de la población local, que se beneficiarían de una victoria. En particular, la eliminación del almacén de la empresa obtuvo el apoyo de los pequeños comerciantes que detestaban el monopolio comercial de la UFCO. Hasta el día de hoy, los grandes capitalistas citan regularmente a los pequeños comercios en apuros como razón para oponerse a la mejora de las condiciones de los trabajadores, lo que a menudo encuentra eco entre determinadas capas. Así que el llamamiento del sindicato a otros sectores explotados por la UFCO fue una estrategia importante que forjó la unidad entre los trabajadores y otros productores y comerciantes locales. En los primeros días de la huelga, estos últimos proporcionaron alimentos y otras ayudas económicas a los trabajadores.

Aumenta la represión estatal

En noviembre se envió al ejército a la región para reprimir la huelga. Detuvieron a 400 huelguistas e incluso al inspector de trabajo local, que había dictaminado que la huelga era completamente legal y que las reivindicaciones de los trabajadores eran justas. El general Cortés Vargas asumió entonces el control de la mediación entre los huelguistas y la empresa. Atados por mil hilos a los capitalistas y a sus servidores políticos, los altos mandos del ejército se alinearon detrás de la empresa.

Bajo la protección del ejército, los rompehuelgas fueron llevados a reanudar la producción. Los soldados incluso colaboraron en el trabajo, ayudando a cargar frutas en los trenes. Los trabajadores respondieron bloqueando las vías férreas y cortando las líneas telegráficas, paralizando las operaciones de la empresa. Para exponer sus ideas y denunciar las acciones de la empresa, distribuyeron octavillas y el periódico Obrera Vanguardia. El 25 de noviembre, el gobierno y la empresa ofrecieron algunas concesiones a condición de que terminara la huelga pero, al no estar a la altura de las exigencias de los trabajadores, el acuerdo fue rechazado.

El jefe de United Fruit Colombia, Thomas Bradshaw, se negó a aceptar la legitimidad del conflicto, refiriéndose a la huelga como “un movimiento clara y absolutamente subversivo, un motín o sublevación, una insinuación del levantamiento de las masas en la zona bananera”. El Ministro de Guerra, Ignacio Rengifo, afirmó igualmente que “en Magdalena no es una huelga, es una revolución”. Las detenciones masivas de trabajadores continuaron y, a medida que aumentaba la tensión, el ejército llamó a más tropas, sustituyendo a los soldados locales que los generales temían, con razón, que simpatizaran con la huelga. Bajo la égida de proteger a los ciudadanos estadounidenses empleados por la UFCO, la US Navy envió un cañonero al puerto de Santa Marta.

Rumbo a una confrontación

El 4 de diciembre, confiando en tener a los militares firmemente de su lado, la UFCO intentó reanudar las operaciones. Los trabajadores intensificaron sus acciones, llegando incluso a enfrentarse y desarmar a una patrulla del ejército. Mujeres y niños se tendieron en las vías del tren para detener el transporte. Asestaron al general Cortés Vargas un golpe embarazoso cuando se vio obligado a abandonar un tren de prisioneros huelguistas, que los huelguistas liberaron rápidamente. Al día siguiente, miles de trabajadores y sus familias llenaron la plaza de Ciénaga en una manifestación organizada por el sindicato para exigir que el gobierno interviniera y presionara a la empresa para que atendiera sus demandas.

En ese momento se estimaba que se había perdido un millón de dólares debido a las acciones de huelga sin que se vislumbrara el final. Los crueles métodos de represión no consiguieron disuadir a los trabajadores, una fuente de vergüenza para la servil clase dominante colombiana frente a sus inversores extranjeros y el imperialismo estadounidense. Sin señales de que la huelga fuera a terminar, se prepararon para una confrontación más decisiva. El 5 de diciembre, el gobierno declaró el estado de excepción, que prohibía cualquier reunión de más de tres personas y ordenó a los militares “dar estricto cumplimiento a este Decreto, disparando contra la multitud si fuese necesario”.

En la madrugada del 6 de diciembre, eso fue precisamente lo que ocurrió. Los soldados entraron en la plaza y leyeron el decreto, dando a la multitud de más de 4.000 personas apenas cinco minutos para dispersarse. El general Vargas dio entonces la orden. Se desató el caos y las tropas abrieron fuego contra hombres, mujeres y niños. Se desató una campaña de terror y los militares persiguieron a los huelguistas que huían. Según algunas historias, los cadáveres fueron transportados en tren para ser arrojados al océano. Los conductores fueron ejecutados.

La casi exterminación de todos los testigos significa que el número total de muertos sigue siendo discutido hasta el día de hoy. El relato inicial de Vargas subestimó descaradamente la cifra de 13 muertos, mientras que en Cien años de soledad, Gabriel García Márquez habla de 3.000 muertos. Jefferson Caffery, embajador de Estados Unidos en Colombia, envió un telegrama al Secretario de Estado el 19 de enero en el que se jactaba cruelmente: “Tengo el honor de informar que el representante en Bogotá de la United Fruit Company me dijo ayer que el número total de huelguistas muertos por los militares colombianos superaba los mil”.

Secuelas

Sin embargo, una cosa está clara: la brutal respuesta del Estado da una idea de la amenaza que los huelguistas bananeros suponían para la United Fruit Company y sus cómplices venales de la burguesía colombiana. No cabe duda de que los trabajadores fueron derrotados, pero a medida que la masacre se fue difundiendo más ampliamente en los meses siguientes, suscitó una enorme simpatía entre los trabajadores y los pobres que se enfrentaban a condiciones similares.

Jorge Eliécer Gaitán, entonces un joven abogado y senador situado en el ala izquierda del Partido Liberal, fue a la zona bananera para investigar las acciones del ejército, donde declaró: “Si me quedo aquí, iré directo al manicomio ante tantos horrores”. En sus posteriores discursos y trabajos aprovechó la enorme rabia de la clase obrera, canalizando su apoyo hacia el Partido Liberal, que llegó al poder en 1930 con un programa populista, poniendo fin a 30 años de gobierno del Partido Conservador. También sería la verdadera plataforma de lanzamiento de la carrera política de Gaitán, cuyo movimiento populista de masas representaba una amenaza real para la oligarquía colombiana. Su asesinato en 1948 desencadenó el levantamiento del Bogotazo antes de desembocar en una guerra civil de diez años conocida como La Violencia.

El papel del PSR y la Comintern

¿Era inevitable la masacre de 1928? Aunque a los huelguistas no les faltaba heroísmo y estaban impresionantemente organizados, el hecho de que el movimiento permaneciera contenido en una sola región facilitó que los militares colombianos sofocaran la rebelión. Un esfuerzo más coordinado para fortalecer y desarrollar campañas de solidaridad y extender la huelga a otros enclaves y ciudades habría supuesto un reto importante para el Estado colombiano.

El recién formado PSR carecía de la experiencia y la cohesión necesarias para desarrollar la huelga en esta dirección. Políticamente heterogéneo y organizativamente débil, con una composición social mayoritariamente de clase media, algunos sectores buscaron una alianza con el Partido Liberal, mientras que otros presionaron para la toma inmediata del poder estatal. Mahecha cayó en este último bando y criticó a la dirección central del PSR por su falta de acción en la Conferencia Comunista Latinoamericana de 1929, donde la huelga fue fuente de muchas discusiones y debates:

“En Cartagena podíamos hacer huelga en cualquier momento. En Barranquilla no había necesidad de luchar, porque la policía estaba de nuestro lado. En resumen, estábamos listos para entrar en acción. Sólo esperábamos la orden de Bogotá, que nunca llegó. Fuimos disciplinados y no hicimos huelga allí porque creíamos que la insurrección era necesaria en todo el país. Avisamos de nuevo a Bogotá para que se ordenara la revolución, y diez camaradas del comité conspirativo firmaron la nota. Los obreros estaban impacientes por la insurrección pero nosotros esperábamos la respuesta a la nota… Y así pasaron los días, camaradas.”

Aunque Mahecha tiene razón en que existían más posibilidades de que el movimiento llegara más lejos, puede que haya exagerado la situación. Es importante recordar que el PSR se unió a la internacional en el VI Congreso Mundial -un avance en la consolidación del estalinismo tras la expulsión de la Oposición de Izquierda de Trotsky- que inauguró el ‘Tercer Periodo’ ultraizquierdista. Se teorizó que el capitalismo entraba en su crisis final con la perspectiva de una revolución inmediata a escala mundial. La preparación para el poder, incluida la iniciación de insurrecciones armadas, era por tanto la principal tarea de los Partidos Comunistas junto a un enfoque completamente sectario de otras fuerzas.

Sin embargo, incluso los representantes de la Comintern consideraban que los camaradas colombianos sufrían de tendencias putchistas y, a pesar de contar con muchos luchadores valientes, carecían de verdaderos cuadros marxistas. La delegación colombiana aceptó gran parte de las críticas, pero rebatió y culpó a la Comintern de no proporcionar suficiente apoyo político y material. La posibilidad de lanzar críticas tan abiertas a la dirección internacional pronto se cerraría a medida que el proceso de estalinización se profundizara en los partidos comunistas latinoamericanos en los meses y años venideros. Las críticas de aventurerismo de la Comintern y dentro del PSR no fueron escuchadas y en 1929 el partido lanzó una serie de levantamientos mal planificados por todo el país. Algunos fueron cancelados a última hora y los que siguieron adelante -como en Libano, Tolima- fueron violentamente reprimidos.

Conclusión

Aunque la huelga bananera tuvo muchos ejemplos de ingenio e iniciativa de la clase obrera, y fue bien organizada por algunos talentosos luchadores socialistas, las jóvenes, inexpertas y débiles fuerzas del marxismo en Colombia hicieron que los trabajadores carecieran de la dirección y organización necesarias para profundizar y extender el movimiento huelguístico y enfrentar la carnicería de la burguesía.

Sin embargo, el 6 de diciembre seguirá teniendo un enorme significado para la clase obrera en Colombia: como un día para llorar a los brutalmente masacrados en su lucha por una vida digna, y como un día para enorgullecernos de las luchas pasadas de nuestra clase. Lo estudiamos no sólo como fuente de inspiración, sino también para extraer las lecciones necesarias para aplicar a las luchas de hoy.

Destaca, precisamente, la importancia de construir una organización revolucionaria basada en un programa de clase y armada con una estrategia que pueda aprovechar el momento para canalizar y coordinar la energía de la clase obrera en una batalla para derrotar a la patronal y su sistema. La incapacidad del PSR, y posteriormente de Gaitán, para llevar a buen puerto las reivindicaciones de la clase obrera demuestra la necesidad de una estrategia basada en un análisis histórico y dialéctico de las condiciones materiales y su inevitable conexión con el resto del sistema capitalista globalizado.

Así, el internacionalismo, piedra angular del movimiento socialista moderno desde los tiempos de Marx, es fundamental para considerar plenamente la dinámica global del sistema capitalista a través del trabajo teórico y revolucionario conjunto con camaradas de otras secciones. Trágicamente, la Comintern estalinizada traicionó estos principios y subordinó la revolución mundial a los estrechos intereses de la burocracia soviética, estrangulando la democracia interna y negando a los trabajadores colombianos la posibilidad de extraer adecuadamente las lecciones de la huelga. Pero las conclusiones teóricas de tales discusiones y debates son un ingrediente esencial para el éxito de nuestro movimiento.