1910: la última revolución en México
La Revolución Mexicana es sin lugar a dudas, uno de los hitos de la gesta de campesinos y trabajadores en busca de mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. En un nuevo aniversario de esta gesta, las y los trabajadores debemos extraer las conclusiones de este proceso tan inspirador de cara a nuestras luchas del presente y del futuro. Esa es la mejor ofrenda y recuerdo para quienes dieron su vida en la revolución.
Escrito por Sebastián Lorea Flores y Mauro Espínola, Alternativa Socialista (ASI en México)
En los albores del siglo XX, mientras el país continuaba dentro del proceso de modernización del Porfiriato, caracterizado por el orden y el progreso, la ciencia positivista, el afrancesamiento de la cultura, la explotación extranjera de los recursos nacionales, la repartición de la tierra entre los grandes hacendados y la ausencia de la concepción de los derechos laborales para la clase trabajadora, se gestaba el asalto de la revolución mexicana.
La forma de gobernar de Porfirio Díaz estuvo caracterizada por la concentración del poder en sus manos, así como de las leyes a modo, que daría origen a una dictadura en México. El lema “Orden y Progreso”, de la mano del “poca política y mucha administración”, son referentes que reflejan el quehacer político y económico del Porfiriato. El orden se puede entender en varios sentidos, aunque desemboca en uno mismo: el orden burgués que debe seguir la sociedad de clases, en el que el progreso será producto de la dirección patronal y propietaria, un orden de calma en la sociedad, apegado a la civilidad y a la constitucionalidad de las leyes; el progreso económico, el crecimiento y la prosperidad económica serían el producto del trabajo que se lleve con ese orden. Ya desde el Código Penal de 1871, en su Artículo 925, se imponían de ocho a tres meses de arresto y/o multa de 25 a 500 pesos a quienes formaran un tumulto o motín, empleando cualquier medio de violencia física o moral con el objeto de hacer que suban o bajen los salarios de los trabajadores, o de impedir el libre ejercicio de la industria o trabajo.
Los ferrocarriles se extendieron por toda la república, se explotaron los recursos forestales, minerales y fósiles sin precedentes, así como la industria textil. Siempre brindando las facilidades para las inversiones extranjeras, en las que el gobierno fungía solamente como el intermediario entre los extractores y los recursos. Al mismo tiempo que no se garantizaban las condiciones laborales dignas, como horarios o salarios propios de un ser humano. Se aprovechaba la mano de obra barata y la facilidad de explotación para la gran industria, cuando no se esclavizó abiertamente a los trabajadores y campesinos mediante el enganche y la tienda de raya, como documentó John Reed en el caso de Valle Nacional o las haciendas henequeneras en Yucatán.
En estas condiciones, comenzaban a definirse más claramente las clases sociales propias del capitalismo en México, que ya había echado raíces desde mediados del siglo XIX, pero que ahora hacía ver las grandes diferencias entre propietarios y asalariados. Además, el hecho de que las inversiones de los grandes capitales llegarán al país, provenientes principalmente de Inglaterra y de Estados Unidos, propició el intercambio intelectual, en el que llegaron –a las áreas urbanas, es menester mencionarlo, ya que cerca del 80% de la población era analfabeta en aquellos años- las influencias del anarquismo y del mutualismo, de la organización de clase de quienes venden su fuerza de trabajo para subsistir, y de quienes viven de la plusvalía del trabajo no pagado, influencias que empezaban a pugnar por destruir el orden burgués de la sociedad que sometía a la gran mayoría trabajadora a los designios de la minoría propietaria.
El Porfiriato aparentaba regirse por la constitución, aunque en cuanto a las elecciones, a la libertad de asociación política de los trabajadores y de manifestación eran reprimidas violentamente como en las huelgas de Cananea y Río Blanco. La oposición era perseguida, encarcelada y asesinada. A inicios del siglo XX comenzaron a brotar de la pradera los grandes ideólogos que serían referentes del movimiento que estaba próximo a comenzar, entre ellos destacaron los hermanos Flores Magón, quienes a través del Partido Liberal Mexicano funcionaron como una incipiente oposición política que, al desarrollarse, no buscaba el puesto del poder, sino la organización y la educación política de las campesinos y trabajadores.
México tuvo unas nuevas elecciones en 1910, que se regirán por la reforma al Artículo 78 de la Constitución de 57, que en 1904 establecía que el periodo presidencial iniciaría el 1 de diciembre y duraría seis años. En ellas ya se perfilaba firmemente a un simpático candidato opositor: Francisco I. Madero. Quien ya desde 1908 había publicado La sucesión presidencial en 1910 en las que mostraba las pruebas y consecuencias del poder absoluto y la política centralizadora del Porfiriato. Denunciando la reelección y abogando por la efectividad del voto. La elección primaria sucedió el 26 de junio y la segunda el 10 de julio, siendo el abrupto ganador Porfirio Díaz con 18,625 votos contra 196 de Francisco I. Madero. Es entonces cuando éste último lanza un llamado nacional a través del Plan de San Luis a alzarse en armas contra el régimen, a desconocer a Díaz como presidente y a convocar a nuevas elecciones, anulando las anteriores.
Al ver el alzamiento que comenzaba a incendiar al país, Díaz renunció en febrero de 1911, huyendo exiliado a Francia, se convocan a nuevas elecciones y Madero obtiene la presidencia después del interinato de Francisco León de la Barra. La sucesión presidencial estuvo impregnada de tragedia y una presidencia de 45 minutos por Pedro Lascuráin. Así Madero toma el poder a mediados de 1911, con grandes promesas planteadas en el Plan de San Luis. Pero el inclumpimiento de las demandas obreras y especialmente campesinas, como el anhelado reparto agrario, rápidamente llevarán su gobierno a una crisis política creciente.
Al año de iniciada la revolución el malestar prevalecía, encima al ver que se mantenía en el poder a viejos cargos del régimen porfirista en el gobierno de Madero, esto fue considerado por Zapata como una traición. Por lo que en noviembre de 1911, promulgó un Plan de acción en el que se desconocía el gobierno de Madero, llamando a las armas para reivindicar ser partidarios de los ideales y no de los hombres: el Plan de Ayala. En mayo del año siguiente, Pascual Orozco dirigió el Pacto de la Empacadora, que con tintes similares al de Ayala, desconocía a Madero del gobierno y se llamaba a las armas. Algo importante de mencionar, es que si el Plan de Ayala se orientaba casi exclusivamente a la causa agraria en cuanto a la repartición de tierras y respeto a los títulos de propiedad, el Pacto de la Empacadora ya buscaba además de esto último, el implementar medidas para mejorar las condiciones de la clase obrera, como la supresión de las tiendas de raya, el establecimiento del pago del salario totalmente en efectivo, reducir horarios de trabajo, impedir el trabajo infantil y exigía a los propietarios condiciones higiénicas en las fábricas.
En ese contexto, Victoriano Huerta dirigió primero, un golpe de estado contra Madero, conocido como “el Cuartelazo” que dio inicio a “la decena trágica”. Tras derrocar a Madero, este y su vicepresidente Pino Suárez, fueron asesinados en febrero de 1913. Para intentar pacificar al país, Huerta se alió a Pascual Orozco e intentó fallidamente comprar a Zapata. Entonces, los golpes comenzaron a brotar en el norte del país, conformándose el ejército Constitucionalista, que de la mano del Plan de Guadalupe convocado por Venustiano Carranza, llamaba a desconocer a Huerta. Fue apoyado principalmente por Pablo González en el noreste y Álvaro Obregón en el noroeste, así como de Villa con la División del Norte.
Así la lucha contra Huerta unificó a villistas, zapatistas y constitucionalistas en una lucha común, pero tras la derrota del huertismo las divisiones entre las fracciones se hicieron evidentes. Estas fracciones, no eran como algunos intentan presentar resultado de las personalidades de los caudillos sino fundamentalmente resultado de la composición social de estas fracciones, siendo una expresión de las clases sociales y las luchas que estas representaban. Por eso la lucha entre fracciones se acentuó desde mediados de 1914, poco antes de la derrota de Huerta, y cristalizó tras la derrota del mismo. De ese modo Carranza intentó dominar a las fuerzas de Villa y Zapata, y de ese modo la lucha revolucionaria convocando a Convención Revolucionaria de Aguascalientes el 10 octubre de 1914 que rápidamente es trasladada a la Ciudad de México para garantizar la asistencia de los zapatistas. Así zapatistas y villistas, toman la Ciudad de México en diciembre de 1914 y firman el Pacto de Xochimilco en el que ambos ejércitos se comprometen a prestar se ayuda mutua y lucha contra Carranza, que representaba los intereses de la burguesía.
Carranza, tras ser ocupada la Ciudad de México por los convencionistas, se refugió en Veracruz para reagrupar a sus fuerzas y lanzar la ofensiva contra la Convención. Existió entonces, una breve dualidad de poderes revolucionarios: el gobierno de Carranza y el gobierno de la Convención. La Convención en la Ciudad de México, se convirtió de este modo en el órgano máximo revolucionario, instaurando un nuevo gobierno provisional en 1915. Este se convirtió en un gobierno con un importante apoyo popular y político, principalmente de Villa y Zapata, pero rápidamente comenzó a entrar en crisis ante la falta de una perspectiva política revolucionaria.
La Convención era dirigida, aunque no directamente por Villa y Zapata, por lo que se convirtió rápidamente en una amenaza para Carranza. Lamentablemente, la ausencia de un programa más claro impidió que villistas y zapatistas plantearan un conjunto de medidas y demandas para atraerse el apoyo de la mayoría de trabajadores y campesinos. Por el contrario, Carranza planteó algunas medidas que beneficiaron a los trabajadores como el aumento al salario mínimo y prometió algunas reformas para beneficiar a trabajadores y campesinos, como la reforma agraria o una ley del trabajo. De ese modo, Carranza logró atraer el apoyo de campesinos y trabajadores que confiaron en su palabra. Así, por ejemplo la recién formada Casa del Obrero Mundial, formada en 1913, pese a su supuesto anarcosindicalismo decidió apoyar al gobierno de Carranza a finales de 1915 y formar los Batallones Rojos, que combatieron a zapatistas y villistas.
De este modo para 1916 las fuerzas revolucionarias agrupadas en la Convención estaban derrotadas. Esto permitió a Carranza instaurarse en el poder y convocar al Congreso para impulsar una serie de reformas para incorporar las demandas campesinas y obreras a la Constitución de 1857, pero al poco tiempo quedó claro que la Constitución de 1857 era irreformable. Por lo que a finales de 1916 se convocó a un Congreso Constituyente que finalmente promulgó una nueva Constitución en 1917. Es decir, pese a la propaganda constitucionalista en principio Carranza no buscaba la promulgación de una nueva Constitución sino sólo la reforma de la anterior.
Aunque las asonadas continuaron, la promulgación de la Constitución es el punto culminante de la revolución mexicana pues significó la consolidación de Carranza y los constitucionalistas en el poder. Pese a los usos que los “revolucionarios”, institucionales y de otro tipo, han hecho de la revolución mexicana las y los trabajadores tenemos ahí una fuente de inspiración y de experiencias para nuestras luchas del presente y del futuro.