OPORTUNIDADES Y PELIGROS EN LA “ERA DEL DESORDEN” (Segunda parte).

Esta es la segunda parte del Documento sobre Perspectivas Mundiales discutido, enmendado y aprobado por el Comité Internacional de la Alternativa Socialista Internacional durante su reunión del 23 al 26 de febrero de 2021.

Escrito por el Comité Internacional de ASI.

Otras tensiones interimperialistas

Una característica creciente de las relaciones mundiales es la agudización de los conflictos interimperialistas, tanto entre las grandes potencias imperialistas como entre las potencias imperialistas regionales. El conflicto entre Estados Unidos y China es sólo el principal ejemplo. En varios casos, estos conflictos se libran a través de fuerzas indirectas.

En el Mediterráneo Oriental, una disputa de larga duración ha tomado una nueva dirección más intensa. Las armadas de Grecia y Turquía, ambas miembros de la OTAN, se enfrentaron en agosto por los derechos de exploración de gas natural. Israel, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Francia apoyan a Grecia y a la República de Chipre, que han tratado de impedir que Turquía acceda a las reservas. Aunque esto no desembocó en un conflicto armado, las cuestiones no están en absoluto resueltas.

En octubre estalló un conflicto armado entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave armenio de Nagorno Karabaj, en el que Armenia sufrió importantes pérdidas. Los azeríes contaron con el apoyo de Turquía e Israel, mientras que Rusia tiene bases militares en Armenia. Aunque es difícil obtener cifras concretas, más de mil personas han muerto en el mayor enfrentamiento entre ambos países desde la guerra que les enfrentó tras la desintegración de la antigua Unión Soviética. Rusia ha negociado un alto el fuego y ha enviado tropas rusas de “mantenimiento de la paz” para vigilar la nueva línea de control.

Aunque la cuestión de Nagorno Karabaj no es nueva, se ha convertido en un conflicto indirecto entre Turquía, que tiene la ambición de establecerse como potencia imperialista regional, y Rusia. Tanto para Turquía como para Rusia, los problemas económicos internos y la agudización de las tensiones políticas son un factor que explica el aumento del ruido de sables. La política exterior del régimen de Erdogan se basa en parte en el equilibrio entre los diferentes intereses imperialistas, especialmente los de Estados Unidos y Rusia. Ha entrado en conflicto no sólo con Grecia, sino que también ha chocado con Rusia en Siria y Libia, y también cada vez más con la UE, muy especialmente con Francia, que se encuentra en el lado opuesto de la actual guerra civil libia.

Una de las rivalidades más agudas de Turquía es con los Emiratos Árabes Unidos, que han utilizado su riqueza petrolera para respaldar a la dictadura egipcia de Al-Sisi contra los Hermanos Musulmanes, y a las fuerzas de Haftar en Libia.

Esto sin mencionar la guerra en curso en Yemen, que refleja en parte el conflicto más amplio entre Irán y un conjunto de otros países, incluyendo Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos e Israel en Oriente Medio. Este conflicto también es agudo en África, particularmente en el Cuerno de África, también involucrando tanto al imperialismo estadounidense como a China. La guerra en Tigray, Etiopía, entre el ejército nacional y las fuerzas del TPLF, puede desestabilizar aún más la región, provocando hambrunas y la huida de millones de personas. Es un veredicto devastador para la propaganda capitalista que Etiopía, por su alto crecimiento económico, era un ejemplo para otros países pobres. Este modelo se construyó sobre la dictadura y la explotación imperialista, sin beneficios para las masas.

Tendencias centrífugas más amplias – La cuestión nacional

Mientras que la Nueva Guerra Fría es la principal fuerza motriz que está socavando y desmantelando el equilibrio geopolítico del capitalismo global, en todo el planeta están en juego tendencias centrífugas más amplias (hacia la fragmentación). Esto se expresa en la agudización de la cuestión nacional, otro de los problemas insolubles del capitalismo. La profunda crisis de legitimidad que aqueja a todos los pilares del orden burgués existente llega a amenazar la integridad territorial de algunos de sus Estados nacionales más antiguos y consolidados.

La Gran Recesión ya vio la erupción de cuestiones nacionales que habían estado al menos parcialmente dormidas durante la época anterior, y una grave agudización de las preexistentes, con Escocia y Catalunya a la cabeza. Aunque en algunos casos, la intensidad de estas crisis disminuyó durante un tiempo, siguen siendo bombas de relojería que no se han desactivado en absoluto. La situación apunta a nuevas convulsiones, potencialmente aún más explosivas, en este campo durante la década de 2020. El estallido de la guerra en Nagorno Karabaj, la crisis, las protestas y la represión del PCCh en Mongolia Interior, la intensificación de la represión del régimen de Erdogan contra los kurdos de Turquía y su nueva ofensiva militar contra el PKK en el Kurdistán del Sur, la ruptura de un alto el fuego de tres décadas de duración entre el Frente Polisario y el Estado marroquí sobre la cuestión del Sáhara Occidental, dan testimonio de ello.

En el Estado español, el modelo territorial de las “comunidades autónomas”, ideado como parte de la chapucera “Transición” del capitalismo español, está en crisis existencial, y ha sido una constante durante toda la pandemia. En Catalunya, donde existían elementos de una situación revolucionaria en 2017 cuando millones de personas desafiaron la brutal represión estatal para afirmar su derecho a la autodeterminación, tres años después sigue abierta una crisis constitucional en toda regla. Decenas de antiguos miembros del gobierno catalán y líderes del movimiento siguen exiliados o encarcelados por el “delito” de organizar un referéndum.

La depresión económica que se está produciendo, que va a golpear al Estado español con más fuerza que a la mayoría de los países europeos, no sólo sentará las bases para nuevas rondas de crisis y luchas de masas en Catalunya, sino que también tiene el potencial de abrir nuevos frentes de crisis nacional en otros lugares de la península. Euskal Herria estuvo en el epicentro de la primera ola de la pandemia, y fue testigo de huelgas espontáneas en la industria del automóvil que forzaron los cierres de las empresas Michelin, Seat y otras. En los últimos meses también se han producido huelgas en los sectores de la sanidad y la educación.

En Gran Bretaña, en los últimos meses se ha llamado regularmente a Boris Johnson “Primer Ministro de Inglaterra”, con algo más que un grano de verdad. Un cóctel de factores, como la crisis económica, el COVID-19 y el Brexit, están acelerando las tendencias hacia la fragmentación del “Reino Unido”. En Escocia, el apoyo a la independencia está constantemente por delante en las encuestas (hasta un 8%) con más del 75% de los jóvenes a favor. En Irlanda del Norte, estos factores, a los que se suman los cambios demográficos, incluida la presión por un referéndum sobre la unidad irlandesa y el peligro de una grave escalada del sectarismo, se combinan para plantear la cuestión de si el frágil “proceso de paz” se deshará por completo, cuando el conflicto de las aspiraciones nacionales se acentúe.

La orgullosa tradición de análisis e intervención marxista de la ASI en relación con la cuestión nacional -un enfoque flexible, que se apoya en los pilares de principio de la lucha por los derechos nacionales de todos bajo la dirección de la clase obrera, al tiempo que se esfuerza por lograr la máxima unidad de los trabajadores y el internacionalismo socialista- es una baza crucial de cara a este nuevo período. Comprender el potencial revolucionario inherente a las luchas por los derechos democráticos, como motores y catalizadores de las grandes batallas de clase, es de vital importancia. También lo es una resistencia principista e internacionalista contra las presiones ejercidas por el nacionalismo burgués y pequeñoburgués.

Por otra parte, las cuestiones nacionales no resueltas también pueden contribuir a alimentar conflictos brutales, como ocurre actualmente en el Cáucaso, en partes de Oriente Medio y en el África subsahariana. En varios lugares se observa peligro de “balcanización” y tendencias a la fractura violenta de países, como en Yemen, Libia o, más recientemente, en Etiopía. La presión creciente de la crisis económica, la injerencia de las potencias extranjeras y la debilidad o el retroceso del movimiento obrero son factores que pueden exacerbar estos conflictos y tendencias, a los que los socialistas deberían contraponer un programa que se esfuerce sensiblemente por forjar la unidad de clase luchando contra todas las manifestaciones de opresión y violencia nacionales, y por unificar las reivindicaciones de clase.

Luchas y Conciencia: La década de 2010 con esteroides

El año 2019, aclamado por muchos medios de comunicación como “el año de las protestas globales”, fue un punto álgido en las luchas a nivel mundial. Mientras que la pandemia cortó inicialmente esta tendencia, la explosión del levantamiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan, BLM en sus siglas en inglés) a mediados de 2020 marcó su espectacular resurgimiento, reforzado por los efectos de la pandemia y de la nueva depresión económica. El estallido de las masas en Bielorrusia contra el régimen de Lukashenko, las revueltas sin precedentes de la juventud en Tailandia y Nigeria, la gran oleada de huelgas el pasado verano en Irán, el resurgimiento de las protestas masivas en Líbano y Chile, las huelgas generales en Sudáfrica e Indonesia, todo ello ha confirmado el descontento generalizado y el potencial explosivo de este periodo en el desarrollo del proceso revolucionario.

Un estudio realizado por dos académicos italianos ha señalado recientemente que la pandemia y el impacto de la crisis en las relaciones sociales y económicas están provocando “un sentimiento latente de descontento público tal que cabe esperar que el nivel de conflicto social en el periodo post-pandémico aumente significativamente”. Un análisis de la empresa de riesgos globales Verisk Maplecroft predijo igualmente que los efectos económicos de la pandemia, unido a los agravios existentes, constituía una “tormenta perfecta” que hace “inevitables los levantamientos públicos generalizados”. Estos estudios no hacen más que confirmar el análisis de la ASI de esta nueva crisis como un amplificador de las tensiones de clase que ya se habían acumulado durante el periodo pre-Covid, e incubadora de desarrollos sociales y políticos aún más explosivos y rápidos, así como de cambios bruscos en el estado de ánimo de las masas en los meses y años venideros.

Los analistas burgueses han señalado cómo las revueltas del pan fueron uno de los catalizadores de las revoluciones en Oriente Medio y el Norte de África en 2010-2011, una sabia advertencia si se tiene en cuenta que los precios mundiales de los alimentos no han dejado de subir durante varios meses consecutivos en medio de la pérdida de los medios de vida de millones de personas. Es difícil predecir con exactitud qué factor u ocasión conducirá a las explosiones y cuándo; pero es tal el grado de ira y frustración de las masas en todo el mundo que cualquier cuestión aparentemente incidental, desde un escándalo de corrupción hasta un acto de brutalidad estatal, puede desencadenar una erupción desde abajo en casi cualquier lugar.

Sin embargo, como Marx explicó una vez, la gente hace su propia historia no bajo circunstancias de su propia elección, sino bajo circunstancias transmitidas desde el pasado. Esto incluye la continua ausencia a escala mundial de partidos de izquierda de masas con credibilidad y raíces entre capas significativas de la clase obrera. La actual aceleración de los acontecimientos históricos se combina, por ahora, con un “talón de Aquiles” bastante pronunciado, heredado de la época histórica anterior, en forma de debilidad del factor subjetivo.

Las principales tendencias subyacentes son el desarrollo de una profunda crisis del capitalismo y el surgimiento desde abajo de la oposición y los movimientos de la clase obrera. La oposición, la organización y la conciencia, aunque se están desarrollando, son mucho menos de lo que podrían ser debido a la ausencia de un fuerte factor subjetivo, que podría actuar como un foro o “invernadero” para el desarrollo. La conciencia también se está desarrollando, y a veces esos cambios serán dramáticos. Sin embargo, por el momento, en un sentido general, la clase obrera en la mayoría de los países todavía no es una clase para sí misma, todavía no conduce plena o conscientemente la lucha de clases contra las formas de explotación y opresión del capitalismo.

De la Gran Recesión y de las condiciones de austeridad impuestas en muchos países han surgido luchas y acontecimientos muy importantes. Éstos permiten vislumbrar lo que sucederá en el futuro. Sin embargo, aunque han hecho avanzar las cosas, en general no han ido lo suficientemente lejos como para dar lugar a avances cualitativos en la mayoría de los países en el sentido de que la clase obrera organice su poder o establezca y consolide movimientos de izquierda de masas fuertes y en desarrollo. La falta de un avance de movimientos políticos fuertes frenó la conciencia de ciertas capas, lo que se tradujo en confusión incluso antes del crecimiento en algunos países de las teorías conspirativas durante la pandemia. En algún momento, los acontecimientos en la sociedad, particularmente la lucha, harán avanzar la conciencia general, pero en algunos países puede haber una situación contradictoria, polarizada y compleja dentro de la clase obrera, algunos avanzando mientras que al mismo tiempo otros pueden verse afectados por ideas populistas de derecha, etc.

Sin embargo, es tal la inestabilidad inherente al sistema, que las condiciones están en constante cambio y es muy importante que no tengamos una visión rígida o esquemática. En la superficie, a veces puede parecer que la propia sociedad está atascada o que las diferentes fuerzas se anulan entre sí. Aunque los elementos contradictorios siempre están presentes, en el pasado nuestros compañeros estaban más acostumbrados a condiciones objetivas con distintas fases que tendían a ser generalmente favorables, para ser sustituidas por otras menos favorables, y viceversa. Hoy tenemos que entender que los desarrollos positivos y reaccionarios pueden tener lugar exactamente al mismo tiempo. Tenemos que ser políticamente fuertes, claros y lo suficientemente disciplinados como para no dejarnos desorientar por los aspectos negativos, para lidiar con ellos, pero centrándonos en aprovechar las oportunidades que se plantean. También tenemos que demostrar que el látigo de la reacción siempre ha sido un factor importante para impulsar la conciencia de las capas mejores y más avanzadas, y que podemos conseguir avances clave entre estos elementos vitales en los próximos meses y años.

La ausencia de un fuerte factor subjetivo es también una de las razones por las que tenemos la perspectiva de que puede haber explosiones desde abajo. La ausencia de sindicatos y partidos que luchen por la clase trabajadora, puede significar que los problemas que afectan a la gente no se resuelvan y puedan dar lugar a que las condiciones empeoren. Pero al igual que un muelle que se empuja hacia atrás inevitablemente al soltarse rebota de forma explosiva, también puede hacerlo la ira de los explotados y oprimidos. Necesitamos debatir más sobre cuál puede ser la naturaleza de estas explosiones. En algunos casos hemos visto explosiones que ponen en marcha movimientos que forjan tenazmente un camino hacia adelante.

En otros, las explosiones no serán predecibles y pueden producirse pero luego también pueden disiparse rápidamente. También pueden contener un potencial excepcional y dar lugar a cambios cualitativos en las condiciones y la conciencia, incluso para establecer o sentar las bases de la nueva organización política para la clase obrera. Además de prepararnos para lo que pueda ocurrir en los sindicatos o con las nuevas formaciones de izquierda, también tenemos que considerar de forma desarrollada el potencial de los movimientos sobre la opresión de la mujer, el género, el cambio climático, las luchas de los trabajadores no organizados, las luchas en las comunidades y de la juventud, en cuanto al impacto que pueden tener en la organización política y la comprensión de la clase obrera en general.

Sin embargo, la clase obrera también entra en la década de 2020 con la experiencia de una década marcada por las repercusiones económicas, políticas y sociales de la que entonces era la mayor crisis capitalista en generaciones. Esta década contó con importantes episodios de resistencia de masas e incluso con estallidos revolucionarios, todos los cuales han dejado una profunda huella en la conciencia de millones de personas y han dejado al capitalismo -particularmente a su variante neoliberal- junto con sus partidos e instituciones con una autoridad seriamente disminuida. El Índice de Paz Global 2020 ha calculado que los disturbios en el mundo aumentaron un 282% en los últimos diez años y las huelgas generales un 821%.

Para los llamados “millennials”, y aún más para la “generación Z”, el estado “normal” del capitalismo se equipara con la inestabilidad económica permanente y la catástrofe medioambiental. Muchos de los “millennials” entraron en la fuerza de trabajo durante y después de la última recesión y ahora están siendo golpeados por otra aún más brutal. Incluso antes de la crisis del coronavirus, los más jóvenes -que cada vez tienen menos memoria del colapso del estalinismo- rechazaban el capitalismo en número creciente y estaban más abiertos a las ideas socialistas, aunque la conciencia sigue siendo confusa sobre lo que esto implica exactamente y sobre cómo se puede lograr el cambio socialista necesario.

El descrédito del sistema capitalista se ha visto exacerbado por la crisis de este año. La encuesta de “Victims of Communism Memorial Foundation”, realizada por la empresa de investigación YouGov, descubrió que el apoyo al socialismo entre la Generación Z (de 16 a 23 años) en Estados Unidos aumentó del 40% el año pasado al 49% este año. Según el mismo informe, el 60% de los “millennials” (de 24 a 39 años) y el 57% de la Generación Z apoyan un “cambio completo de nuestro sistema económico que se aleje del capitalismo”: se trata de aumentos de 8 y 14 puntos porcentuales, respectivamente, con respecto a hace apenas un año. Las condiciones recién desatadas por la pandemia propician un proceso de radicalización política entre las generaciones jóvenes como el que probablemente no hayamos visto en décadas, al tiempo que provocan incluso en las generaciones mayores una creciente conciencia de que algo está fundamentalmente mal en la forma en que se organiza la sociedad, y que los acontecimientos están conectados internacionalmente. Según una encuesta de la empresa de investigación EKOS, por ejemplo, el 73% de los canadienses de todos los grupos de edad dijeron que esperan una “amplia transformación de nuestra sociedad” cuando termine la crisis de la COVID-19. El estado de ánimo y la conciencia de los jóvenes, que han sido un acicate para muchos movimientos de protesta este año, deben considerarse como un factor potencialmente muy importante y pueden marcar el tono y dar inspiración a otros sectores de la clase trabajadora en términos de ideas, temas, demandas y lucha que repercutan en los procesos dentro de la clase trabajadora en general.

Si en su fase inicial, la crisis actual parecía haber casi “suspendido la política”, relegando las luchas de masas a un segundo plano, sacando a relucir elementos de miedo, confusión y un cierto “beneficio de la duda” atribuido a los gobiernos nacionales, esta fase inicial no ha sido duradera. Las huelgas salvajes de los trabajadores en una serie de países fueron un primer signo de la insostenibilidad y la vacuidad de la retórica de la “unidad nacional”.

Bajo la superficie, la crisis ha reunido considerablemente los ingredientes necesarios para que la ira generalizada estalle en conflictos de clase abiertos y movimientos de masas, con una conciencia generalmente mayor que en los movimientos que han marcado la década anterior. Las otras vías de radicalización y de lucha que han caracterizado los años anteriores a la crisis (la opresión de género y racial, la destrucción del medio ambiente, etc.), lejos de haber desaparecido, se han acentuado enormemente, lo que no hace más que aumentar esta mezcla combustible.

Por supuesto, sería un error suponer que esto seguirá un curso recto o se desarrollará de manera uniforme en todas las capas de cada parte del mundo. El vapor de las luchas de masas no es ilimitado, los periodos de fatiga así como los retrocesos y las derrotas son inevitables en ausencia de partidos, direcciones y programas capaces de impulsarlos.

El factor subjetivo no es en sí mismo un requisito para que estallen los movimientos de masas e incluso las revoluciones. Incluso sin liderazgo, las luchas espontáneas pueden conseguir victorias temporales, o forzar a la clase dominante a dar pasos atrás y hacer concesiones parciales, como hemos visto en muchas ocasiones en los últimos meses. Pero esa espontaneidad acabará encontrando límites, y esas concesiones pueden retroceder si esos movimientos no son capaces de alcanzar un nivel superior y más organizado, incluso abrazando un programa que vaya más allá de la lógica del capitalismo.

El hecho de que el ex primer ministro libanés Saad Hariri haya sido encargado de dirigir un nuevo gabinete a pesar de que su anterior gobierno fue derrocado por el levantamiento de octubre del año pasado, no sólo refleja el estancamiento político al que se enfrenta la élite burguesa del país, sino también las deficiencias del movimiento al no haber sido capaz de articular e imponer su propia alternativa de clase. El enorme papel que han desempeñado las “figuras accidentales” en algunos de los movimientos recientes, como el imán Mahmoud Dicko en las protestas masivas de Malí, la líder de la oposición exiliada Svetlana Tikhanovskaya en las protestas de Bielorrusia, o el ex preso Sadyr Japarov impulsado a la presidencia por las protestas de Kirguistán, habla del vacío de liderazgo político en la clase obrera de estos países.

Además, prácticamente en todas partes, las direcciones sindicales han frenado, en mayor o menor medida, las luchas de los trabajadores, frenando el potencial de una seria resistencia colectiva contra la nueva ofensiva capitalista sobre el empleo, los salarios y las condiciones. Esto no ha podido evitar luchas industriales muy importantes en algunos países como Estados Unidos, Francia e India. No obstante, en estas circunstancias, los brutales choques económicos que se avecinan y el espectro del desempleo masivo pueden ejercer y ejercerán a veces un efecto impresionante en la dinámica de la lucha de clases. La angustia económica masiva sin una respuesta colectiva tangible puede conducir a actos de desesperación, terror individual, disturbios desorganizados o estallidos de violencia comunal, sectaria o tribal, más críticamente en el mundo neocolonial.

La pandemia de la COVID-19 y la crisis económica mundial también han acelerado enormemente la tendencia a la baja del bienestar mental en todo el mundo, especialmente entre los jóvenes. El aislamiento físico, el cierre de centros educativos, la reducción del acceso a la atención sanitaria, la pérdida de puestos de trabajo, el aumento de la ansiedad económica y el miedo al desastre climático han producido una combinación especialmente tóxica. Más de la mitad (51%) de los 3.500 encuestados en siete países por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) dijeron que la pandemia ha tenido un impacto negativo en su salud mental. Todos los expertos advierten que algunos de estos efectos serán duraderos.

Otro rasgo de la enfermedad de la sociedad es que en EEUU y en algunas partes de Canadá la esperanza de vida, especialmente la de los hombres, ha disminuido. Un factor clave es la explosión de las muertes por opiáceos, que en 2020 mataron a más personas en Columbia Británica que la COVID-19: 1.716 frente a 901. Los gobiernos siguen tratando muchos problemas de salud mental con el sistema penal, por lo que rechazan el suministro seguro y limpio de medicamentos y la policía agrede y asesina constantemente a las personas que sufren estos problemas.

En Hong Kong, la lucha de masas del año pasado ha sufrido una grave derrota, con el miedo y la desmoralización arrastrando el trasfondo de una represión cada vez más fuerte por parte del régimen chino y sus secuaces. El estallido de los conflictos militares y el aumento de las tensiones nacionalistas también pueden afectar al estado de ánimo de las masas y atravesar las olas de la lucha de clases. En ausencia de una fuerte impronta de la clase obrera en algunos de los movimientos, la dinámica de la “Guerra Fría” en juego a escala mundial puede generar ilusiones en uno de los dos bloques imperialistas como contrapeso a lo que se percibe como el enemigo más inmediato -como se refleja en algunas de las confusiones que rodean a la llamada “Alianza del Té con Leche”, con jóvenes activistas de Hong Kong, Taiwán y Tailandia que miran hacia los “democráticos” Estados Unidos contra la autocrática China y los generales tailandeses.

Sin embargo, las perspectivas marxistas equilibradas no son un mero “juego de suma cero”; a pesar de las diversas complicaciones, debemos identificar cuáles son las características dominantes de los procesos en juego a escala mundial. En un sentido general, a pesar de las contradicciones mencionadas y de las diferencias entre las distintas partes del planeta, no cabe duda de que la pandemia y la nueva crisis mundial han contribuido a impulsar la conciencia de clase y no lo contrario. Aunque partiendo de un punto más bajo que el año pasado, las luchas han seguido, en muchos casos, el mismo camino.

Una característica importante del período actual reside en el hecho de que el ritmo de las fluctuaciones coyunturales, es decir, la sucesión de períodos de ascensos y descensos en la lucha de clases, de desarrollos revolucionarios y contrarrevolucionarios, se ha acelerado inmensamente. Lo mismo ocurre con el desplazamiento del centro de gravedad geográfico de las luchas, que se desplaza de un país a otro y de un continente a otro a un ritmo acelerado. El nivel de las desigualdades de clase y la inestabilidad del sistema capitalista en su conjunto se han acumulado a un grado históricamente tan alto a escala mundial que la tarea de las clases dominantes para controlar el movimiento elemental de las masas es cada vez más parecida a la de un bombero que lucha por extinguir un número de incendios que se multiplica.

Mientras que en muchos de estos movimientos, la comprensión del papel de la clase obrera en la consecución de un cambio efectivo se encuentra todavía en un punto relativamente bajo, acciones y métodos más claramente obreros han dado forma a algunos de ellos – atestiguado por el retorno huelgas masivas en países como Indonesia, Sudáfrica y Bielorrusia. Como reconoció recientemente incluso la revista Teen Vogue, la conciencia de clase está en una curva ascendente en todos los continentes, y se ha visto impulsada por la pandemia y los efectos de los confinamientos. Aun siendo conscientes de sus inevitables flujos y reflujos y de sus actuales limitaciones políticas, podemos afirmar con confianza que las revueltas de masas, las revoluciones y los conflictos recrudecidos entre las clases, junto con saltos más serios en el crecimiento del apoyo a las ideas socialistas y a las fuerzas marxistas, serán una de las características dominantes de la próxima década.

El proceso de las luchas de masas, sus victorias y sus derrotas, es también una experiencia acumulativa, de la que se extraen lecciones y conclusiones. En la reciente oleada de huelgas en Irán, por ejemplo, se observó un nivel único de coordinación entre las distintas industrias, con trabajadores de todos los sectores parando simultáneamente en solidaridad con los demás, incluyendo 54 plantas de petróleo, gas y petroquímica. Esto se basa claramente en las lecciones tácticas extraídas de anteriores rondas de luchas contra el régimen. Y lo que es cierto en un solo país también lo es, hasta cierto punto, a nivel internacional.

Los efectos de décadas de globalización y el desarrollo masivo de la comunicación a través de Internet y las redes sociales han sentado las bases materiales para el advenimiento de una nueva y rudimentaria forma de internacionalismo, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Aunque por el momento no tiene un complemento organizativo ni político de pleno derecho, esta perspectiva instintivamente internacionalista y la propensión a mirar las luchas de otros países en busca de inspiración y lecciones, ha sido un rasgo definitorio de los movimientos recientes, que ha facilitado su rápida propagación. El carácter plenamente universal de la pandemia y de la crisis económica, más profundamente global que la Gran Recesión de 2008, han reforzado el argumento de que ninguno de los problemas actuales puede abordarse en un marco puramente nacional. En un momento en el que los tambores del nacionalismo de las clases dominantes suenan cada vez más fuerte, las ideas de cooperación internacional y de solidaridad y lucha transfronteriza de la clase trabajadora ya han encontrado y seguirán encontrando eco entre las crecientes capas de trabajadores y jóvenes, como ilustran gráficamente las huelgas climáticas mundiales del año pasado, y BLM y el movimiento antirracista mundial de este año. Las iniciativas de la ASI y sus secciones, basadas en este creciente estado de ánimo internacionalista, como hemos hecho en reacción al conflicto en el Mar Mediterráneo Oriental o al acuerdo de “normalización” entre Sudán e Israel, pueden actuar como un polo de atracción para estas capas.

El sentimiento de que este sistema está roto y no ofrece ningún futuro está probablemente en un máximo histórico desde el período inmediatamente posterior a la I Guerra Mundial; también las luchas de masas están aumentando a escala global con los explosivos movimientos de 2019 y 2020. Al mismo tiempo, la idea de cómo sería una alternativa al sistema actual y, especialmente, la cuestión de cómo podría lograrse, sigue siendo muy poco clara. Vinculado a esto, pero también al aburguesamiento de los antiguos partidos de la clase obrera y al papel que los sindicatos jugaron en las últimas décadas, la preparación para organizarse es todavía muy baja. Sólo a través de un aumento de la lucha de clases, de las victorias de la clase obrera y de las capas más amplias que pasen por estas experiencias se podrá superar este obstáculo.

Escuelas y hospitales: un polvorín social

En el transcurso de la pandemia de la COVID-19 se ha puesto de manifiesto la importancia estratégica de los trabajadores de la salud y la educación en la reproducción, formación y mantenimiento físico de la fuerza de trabajo actual y futura.

En muchos países capitalistas avanzados, debido a la desindustrialización, los hospitales se encuentran entre los lugares de trabajo que aglutinan las mayores plantillas. Tal y como identificó ASI en una fase anterior de la crisis, los trabajadores de la sanidad, la asistencia social y otros cuidados, al enfrentarse a mayores riesgos en sus puestos de trabajo y beneficiarse de un grado único de simpatía por parte de la opinión pública, han visto aumentada su rabia y su confianza, y se han comprometido en acciones de huelga combativas en todo el mundo, incluyendo, quizás de forma más llamativa, en un gran número de países africanos. El eslogan que se vio en las manifestaciones de los trabajadores de la sanidad en Francia entre la primera y la segunda oleada de COVID-19, “Se acabaron los aplausos, ahora dejad paso a la movilización”, capta una impaciencia ampliamente compartida por saldar las cuentas con los políticos capitalistas que han causado estragos en el sector. Si bien esta tendencia puede quedar temporalmente sumergida por la presión de la carga de trabajo en el contexto de nuevas oleadas virales, puede volver con renovado vigor una vez que la pandemia disminuya.

La pandemia se sumó a una contradicción creciente del sistema capitalista en el periodo actual: debido a la forma en que se desarrolló la sociedad, cada vez hay más personas que dependen del sector sanitario o social. La sociedad envejece, el empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida repercute negativamente en la salud física y mental de la clase trabajadora y de los jóvenes, y la pobreza y la falta de vivienda aumentan. Por lo tanto, la importancia del sector crece constantemente, así como su posición en la sociedad. Al mismo tiempo, en una situación de crisis económica, los capitalistas están deseosos de recortar los logros históricos de la clase obrera y también quieren abrir el sector sanitario y social al capital privado. Todo esto convierte al sector sanitario y social en un campo de batalla central en la lucha de clases actual. En todo el mundo podemos ver muchas de las luchas de clase más combativas en este sector. La crisis del coronavirus sólo acelerará este proceso. Por lo tanto, nuestra internacional y todas las secciones deben desarrollar una orientación estratégica hacia los trabajadores del sector sanitario y social.

La pandemia también ha colocado a los profesores y a sus sindicatos en el primer plano del debate sobre cómo reabrir las escuelas de forma segura. Los cierres de escuelas y universidades han afectado a más de mil millones de estudiantes en todo el mundo, convirtiéndose en una espina central para la clase capitalista por el efecto de bola de nieve que estos cierres han tenido sobre el resto de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, han afectado profundamente a las familias de la clase trabajadora, repercutiendo negativamente en el desarrollo de los niños y aumentando la carga dentro de los hogares, y exacerbando la presión especialmente sobre los hombros de las mujeres. El lado positivo es que esta situación ha reforzado en gran medida la confianza en sí mismos de los profesores y los trabajadores de la educación, lo que convierte a este sector en otro probable campo de batalla en las luchas venideras, como ya vimos en Francia con la “huelga sanitaria” de los profesores en noviembre de 2020.

En Gran Bretaña, el mayor sindicato de profesores, el NEU, ha registrado un aumento de la afiliación de más de 50.000 nuevos miembros desde que comenzó la pandemia, el nivel más alto registrado en muchos años. En EEUU, el apoyo público a los sindicatos era sólo del 48% en 2009 durante la Gran Recesión, pero ahora es del 65%, según la última encuesta de Gallup de julio-agosto de 2020. Si la situación del movimiento sindical varía mucho de un país a otro, estas cifras arrojan luz sobre el potencial de los sindicatos para reforzar sus filas en este periodo convulso, si sus direcciones están dispuestas a luchar – o son empujadas a hacerlo. Bajo la presión de las bases, algunos sindicatos se verán a veces empujados a actuar más allá de lo que desearían sus dirigentes. Sin embargo, la profundidad de la depresión económica, los despidos masivos en muchos países y la mayor polarización de clase también significan que la inercia, las conciliaciones y las traiciones (que son los subproductos de un enfoque reformista de los líderes sindicales) también pueden traducirse más rápidamente en graves caídas de las afiliaciones sindicales y precipitar a sindicatos enteros a graves crisis. Esto, a su vez, puede provocar escisiones o la creación de nuevas formaciones sindicales potencialmente más combativas. Esto hace que el trabajo de los socialistas revolucionarios para ayudar a construir y dirigir un movimiento sindical combativo sea aún más crítico en esta coyuntura. Pero también requerirá una enorme flexibilidad por parte de los socialistas, para no dejar a los sindicatos tradicionales en manos de la burocracia y al mismo tiempo ser parte de cualquier avance significativo en el desarrollo de nuevas estructuras sindicales, y todo el tiempo, articular propuestas concretas para la acción unida de la clase trabajadora a través de los sindicatos.

Los sectores que han estado en primera línea de lucha durante el último año también están muy feminizados. También lo están los sectores más afectados por la crisis económica, como el comercio minorista, la hostelería y el trabajo doméstico. Ejemplificadas por la lucha de meses de los trabajadores de Debenham en Irlanda, las mujeres de la clase obrera se han visto impulsadas a la vanguardia de la resistencia mundial contra la embestida capitalista. Siguiendo un hilo conductor observado en todo el mundo en los últimos años, las mujeres también han desempeñado un papel de primera línea en los movimientos de masas de este año, desde Nigeria hasta Bielorrusia. En Tailandia, han aportado sus propias reivindicaciones en la lucha de masas de la juventud, denunciando la brecha salarial de género, la cultura de la violación, las leyes restrictivas del aborto y la mercantilización de los cuerpos femeninos.

En el contexto de una crisis en la que las mujeres se han enfrentado a una renovada presión económica, a ataques a sus derechos reproductivos y a un dramático aumento de la violencia de género en todos los ámbitos, el potencial de las luchas sobre cuestiones directamente relacionadas con la opresión de género sigue siendo alto, como se ha puesto de manifiesto una vez más en las protestas que han recorrido la India tras la brutal violación y asesinato de una niña dalit en Uttar Pradesh; o en Turquía, donde miles de mujeres han salido a la calle en varias ciudades durante el verano contra los feminicidios y la violencia de género, las manifestaciones más importantes que se han producido allí desde el inicio de la pandemia.

Pero, sin duda, es en Polonia donde se ha expresado con mayor intensidad la posibilidad de que estas cuestiones provoquen grandes convulsiones sociales. El ataque frontal al derecho al aborto por parte del gobierno derechista del PiS provocó -durante una situación de pandemia y confinamiento- las mayores manifestaciones en el país desde los años 80, con un ánimo de revuelta notablemente más decidido, más extendido y más político que durante el movimiento que tuvo lugar hace cuatro años. Hubo una especie de huelga general “incipiente”, que podría haberse materializado en una verdadera huelga si los dirigentes sindicales hubieran estado a la altura. Esta súbita explosión tomó al gobierno totalmente por sorpresa, sacudiéndolo hasta sus cimientos y obligándolo a un retroceso parcial.

El hecho de que se produzca un retroceso masivo de los derechos de la mujer después de años de luchas históricas de las mujeres a nivel internacional, pone en evidencia el fracaso de las ideas reformistas para lograr la igualdad de género, y llevará a más y más mujeres de la clase trabajadora a conclusiones revolucionarias.

Dramáticos acontecimientos en EEUU

El año 2020 comenzó con una campaña presidencial emergente de Bernie Sanders, cuyo programa estaba más a la izquierda que en 2016. La campaña de Sanders representó una seria amenaza para el establishment neoliberal del Partido Demócrata que llevó a cabo una feroz campaña para bloquearlo y entregar la nominación al muy débil Joe Biden. Sanders capituló ante esta embestida y dejó a los trabajadores y jóvenes progresistas sin un liderazgo efectivo en un año de profunda crisis. Sin embargo, el apoyo a elementos clave de su programa no ha disminuido.

Es importante tener esto en cuenta cuando consideramos lo que ha sucedido desde entonces. Trump manejó criminalmente la pandemia que llevó a la muerte de cientos de miles de personas en el país capitalista más poderoso del mundo. Hubo efectos económicos catastróficos, incluyendo largas colas para conseguir comida en todo el país. Aproximadamente una de cada tres familias con niños se enfrentó a la inseguridad alimentaria en los últimos meses. Todo esto reveló al mundo la fea realidad de la desigualdad y la precariedad masivas y el desastroso estado de la sanidad pública en Estados Unidos.

El renacimiento del movimiento BLM se vio directamente afectado por estas condiciones. Fue una rebelión multirracial de la juventud, dirigida por jóvenes negros, contra el racismo y un futuro cada vez más sombrío bajo el capitalismo. Fue el mayor movimiento de protesta de la historia de Estados Unidos, que puso temporalmente en jaque a los reaccionarios y tuvo un importante efecto positivo en la conciencia de las masas. Sin embargo, también carecía de un liderazgo claro, de un programa, de una estructura democrática y de una estrategia para conseguir logros tangibles. Esto hizo que la capitulación de Sanders -que podría haber desempeñado un papel importante en este sentido- fuera aún más criminal. Los demócratas de las grandes ciudades pudieron desgastar el movimiento y explotar los errores de ultraizquierda de una parte del movimiento. Esto dio a Trump una apertura que aprovechó.

Resultado de las elecciones presidenciales

La derrota de Donald Trump fue recibida con alivio por cientos de millones de personas en todo el mundo. Es objetivamente un revés significativo para el populismo de derecha y la extrema derecha internacional. La gente de a pie superó el intento masivo de ahuyentarla de las urnas, la flagrante supresión de votantes en muchos estados, especialmente dirigida a los votantes negros y latinos, y las implacables amenazas de Trump de robar las elecciones. La clase dominante también dejó claro que no quería que la democracia burguesa fuera socavada aún más y utilizó los medios de comunicación para defender implacablemente la “integridad” de las elecciones y el proceso de recuento de votos.

Sin embargo, la magnitud del voto a Trump, a pesar de su desastroso manejo de la pandemia, contiene serias advertencias para el movimiento obrero si no logra construir una verdadera alternativa de izquierda a los demócratas en el próximo período.

Como nuestra sección de EEUU ha explicado en su material, Trump ganó el apoyo de la gran mayoría que vio la economía como la cuestión clave; también ganó por una medida el apoyo del 40% de los miembros de los sindicatos en todo EEUU. Si bien rechazamos firmemente el análisis que reduce el resultado al “racismo blanco”, es cierto que la derecha populista está consolidando una base dentro de la clase obrera y la clase media blanca basada en parte en el racismo.

Pero al mismo tiempo, una proporción ligeramente mayor de la clase trabajadora blanca en general apoyó a Biden en comparación con Clinton en 2016. Esto es una indicación de lo que Sanders podría haber hecho si hubiera sido el candidato en lugar de Biden, que literalmente no tenía nada que decir a ningún sector de la clase trabajadora y rechazaba abiertamente un sistema nacional de seguro de salud (Medicare para todos) y el Nuevo Pacto Verde.

El resultado significa que la polarización masiva continuará y con ella el mayor debilitamiento de las instituciones burguesas. El “establishment” del Partido Republicano que se ha puesto firmemente bajo el control de Trump no tiene un camino directo para recuperar el control a corto plazo. Pero hay profundas contradicciones en el Partido Republicano que podrían en algún momento del próximo período llevar a una escisión y a la formación de un partido más claramente de extrema derecha. Actualmente, Trump está utilizando la fase postelectoral para consolidar aún más su base en torno a la narrativa de que las elecciones fueron robadas.

Aunque esto sería un desarrollo peligroso, también podría actuar como el “látigo de la contrarrevolución” para los desarrollos en la izquierda. Las divisiones dentro del Partido Demócrata se han puesto de manifiesto con los “moderados” atacando a Alexandria Ocasio-Cortez y a la izquierda como la causa de sus pérdidas en las elecciones al Congreso. Al mismo tiempo, Ocasio-Cortez y el “squad” en la Cámara de Representantes ha aumentado y podría mantener el equilibrio de poder.

Con millones de personas, especialmente jóvenes, radicalizadas por la crisis económica del capitalismo, el desarrollo del desastre climático y la lucha contra la opresión racial y otras formas de opresión, no ha habido un mayor espacio objetivo para una alternativa política de izquierdas en Estados Unidos desde al menos los años 70. El potencial para reconstruir un movimiento obrero combativo también se mostró claramente con la revuelta de los maestros de 2018 y la posterior ola de huelgas.

El factor que falta es el liderazgo y las figuras clave de la izquierda, como Ocasio-Cortez, siguen empantanadas en el Partido Demócrata, reducidas a quejarse de que no son tomadas en serio por la dirección. Pero se verán sometidas a una enorme presión para que se posicionen en contra de Biden en el próximo periodo, cuando la crisis entre en una nueva fase.

Perspectivas de la administración Biden en el ámbito nacional

Biden dice que “gastará dinero” para hacer frente a la crisis, lo que puede sonar atrevido. Pero esto es literalmente lo que el FMI y la Reserva Federal instan a hacer al gobierno estadounidense. Por supuesto, gastar dinero en una emergencia no es lo mismo que comprometerse con programas a más largo plazo que beneficien materialmente a los trabajadores. Tales compromisos están en gran medida ausentes, aunque puede revertir las órdenes ejecutivas de Trump que socavan la regulación ambiental y restringen la inmigración, lo que puede extender su período de “luna de miel” un poco. Al mismo tiempo, los gobiernos locales dirigidos por los demócratas se están preparando para aplicar recortes masivos a los programas sociales.

Pero los próximos dos años no serán una repetición de 2008-10, cuando el movimiento obrero y la izquierda se negaron a oponerse mientras Obama rescataba a los bancos mientras millones de personas perdían sus hogares. Había auténticas ilusiones en Obama que no existen con Biden y los trabajadores se resistirán firmemente a que se repita lo que ocurrió hace diez años. No podemos definir exactamente cuándo y cómo se desarrollará el conflicto entre sectores de la clase trabajadora y la juventud y el gobierno de Biden, pero podemos estar absolutamente seguros de que habrá muchos puntos potenciales de conflicto, incluyendo la amenaza de desahucios masivos, las luchas contra los recortes a nivel municipal y estatal y las amenazas al derecho al aborto por parte del derechista Tribunal Supremo. Intentar utilizar el mismo libro de jugadas neoliberal que hizo Obama tendrá resultados muy diferentes esta vez.

Sin embargo, si el movimiento obrero y la izquierda no están a la altura de la situación y no proporcionan una alternativa clara, habrá una gran apertura para que la extrema derecha crezca durante los próximos años. Como hemos dicho, al trumpismo podría seguirle un fenómeno aún más peligroso.

La administración Biden y la política exterior

La cuestión principal que debemos abordar es hasta qué punto la administración Biden representará un “reinicio” en las relaciones mundiales. Biden tomará rápidamente medidas que distinguirán claramente a la nueva administración, al menos a nivel de retórica, de Trump. Volverá a participar en el Acuerdo Climático de París, que Estados Unidos acaba de abandonar oficialmente, así como en la OMS. En términos más generales, volverá a comprometerse con las instituciones capitalistas globales que Trump abandonó y con las alianzas tradicionales de Estados Unidos, como la OTAN.

Pero el acuerdo de París es extremadamente limitado y el reingreso de Estados Unidos en él no significará en sí mismo ningún cambio serio en la carrera precipitada hacia el desastre climático. Del mismo modo, poner fin a la retórica del “América primero” comprometerse con la OMC puede frenar el crecimiento del proteccionismo. Pero está lejos de invertir la tendencia de los últimos años. Biden ha prometido traer a casa puestos de trabajo bajo la etiqueta de “Made in America”.

Esto es especialmente claro en el conflicto entre Estados Unidos y China. Biden puede intentar, por ejemplo, llegar a un acuerdo con China para reducir los aranceles, pero la política estadounidense de “compromiso” con China que comenzó con la visita de Nixon en 1972 y que llevó a China a ingresar en la OMC en el año 2000 ha terminado definitivamente. Como hemos subrayado, esto no es sólo el resultado de la política económica nacionalista de Trump, sino que refleja un cambio más amplio en la clase dirigente estadounidense. Incluso antes de Trump, el objetivo de Obama con la alianza comercial TPP, de la que Trump se retiró, era “rodear” a China y contener su futuro desarrollo. Podemos esperar que Biden haga hincapié en los “derechos humanos” como parte de la campaña de contención del imperialismo estadounidense en un grado mucho mayor que Trump. No debemos esperar ningún cambio serio en el conflicto sobre la tecnología o los movimientos generales hacia el desacoplamiento.

Biden y su equipo están definitivamente comprometidos a tratar de revivir el acuerdo nuclear con Irán, pero en la práctica esto resultará muy difícil. Irán está indicando que exigirá la restitución del régimen de sanciones bajo el mandato de Trump, lo que probablemente sería políticamente imposible de aceptar para Biden. Además, el año que viene se celebrarán elecciones en Irán, lo que podría devolver la presidencia a la facción de línea dura del régimen y aumentar las complicaciones para la reactivación del acuerdo. Hay indicios de que Biden adoptará una postura menos amistosa con el régimen saudí. La salida de Trump de la Casa Blanca, a quien Mohamed Bin Salman había utilizado como tapadera para emprender una campaña masiva de centralización del poder en torno a su persona, podría reavivar las rencillas internas de la élite dirigente saudí. La relación con Netanyahu será gélida, ya que es probable que la administración de Biden intente parecer menos agresiva y provocadora a favor del régimen israelí, y que reabra las líneas de comunicación con los dirigentes palestinos, que se habían roto con Trump. Sin embargo, no parece que la quimera de un acuerdo de paz respaldado por el imperialismo entre Israel y los palestinos vaya a ser una prioridad para Biden en cualquier caso.

La victoria de Biden es muy bienvenida por los líderes de los principales países de la UE, aunque no por los gobiernos de Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia, y definitivamente adoptará una postura más adversa hacia Rusia. Se opone al Brexit, pero reconoce que es básicamente un acuerdo cerrado.

La polarización política se profundiza

La austeridad implacable, la creciente desigualdad y la competencia entre los pobres por los servicios sociales, que ya han socavado la aceptación social del neoliberalismo, son características clave de la crisis actual. Los representantes políticos, la izquierda y la derecha, las instituciones, todos pasaron a ser vistos por capas crecientes como parte de las fuerzas que trabajan a favor de un statu quo que favorece a las élites. Además, el prestigio de las principales direcciones sindicales ha disminuido significativamente en el último período, en distintos grados en diferentes países y dentro de los mismos. Las guerras que pretendían hacer el mundo más seguro y expandir la “democracia” produjeron, en cambio, más inseguridad, dictaduras brutales y terrorismo a una escala nunca vista. Las “revelaciones” y los rumores sobre el “Estado profundo” y la influencia de los servicios secretos de las potencias extranjeras socavan aún más la ya debilitada credibilidad de las instituciones capitalistas..

La lucha por los recursos y la riqueza aumentó aún más las tensiones entre los bloques comerciales, los países e incluso las regiones dentro de los países, alimentando las cuestiones nacionales y abriendo grietas entre las autoridades locales, regionales y nacionales. La escalada de las catástrofes medioambientales impulsa la sensación de urgencia para hacer frente al cambio climático, pero también asusta a quienes dependen de las industrias contaminantes para vivir. Este crisol de contradicciones alimenta la decepción, la inseguridad, la desconfianza y la ansiedad, enormemente agravadas por el fracaso sistémico a la hora de abordar la crisis sanitaria, así como la depresión económica.

En octubre de 2020, en un sondeo de opinión en Francia, el 79% indicó que consideraría emitir un voto antisistema. Esto forma parte de una tendencia internacional, reflejada en los movimientos sociales del último año. Los partidos políticos o las figuras dispuestas a aprovechar audazmente este estado de ánimo podrían avanzar.

Desgraciadamente, a nivel internacional, ninguna figura de la izquierda ni ninguna nueva formación de la izquierda parece estar dispuesta, en este momento, a afrontar el reto, sino que pretenden ser constructivos y respetables. Las figuras de la izquierda en el Partido Laborista británico y en el Partido Demócrata estadounidense reflejaron una creciente tendencia a la izquierda en la sociedad, pero han capitulado en mayor o menor medida ante el “establishment”. En el caso del llamado “Squad” en los EEUU pueden ser empujados hacia la izquierda bajo la presión de su base en una etapa posterior. En otros casos, la “nueva izquierda” ha fracasado en cuanto a cohesionar una fuerza política organizada capaz de consolidar las ganancias electorales, participar en la lucha y permitir que las luchas se reflejen dentro de sus filas, y comenzar a construir un fuerte arraigo en los lugares de trabajo y en las comunidades obreras. De diferentes maneras, las limitaciones de la France Insoumise de Melenchon y la estructura política de AMLO reflejan ambas este estancamiento a medio camino hacia un nuevo partido de izquierda, por parte de líderes que han dado un paso a medias en esa dirección.

La mayoría de los dirigentes sindicales también temen las consecuencias de lo que podría desatarse si tradujeran esta ira y frustración masivas en demandas y acciones concretas. La izquierda sindical en este momento es mucho más débil de lo que era hace décadas y sólo está empezando a reconstruirse en algunos países, y no está en condiciones de superar y sortear el aparato burocrático en la mayoría de los casos.

Populismo de derechas y extrema derecha

Esto ofrece a los populistas de derecha e incluso a la extrema derecha la oportunidad de presentarse como la principal, si no la única, fuerza antisistema. Incluso después de cuatro años de presidencia, con todos sus insultos racistas y misóginos, después de manejar mal la crisis sanitaria, Trump consiguió seguir posando como “antisistema”, el defensor de la clase trabajadora blanca, además de atraer a una importante capa de latinos e incluso negros. Trump y la ultraderecha explotaron el miedo a las privaciones, a quedarse sin trabajo por los cierres del COVID-19, para posar como los defensores de la “libertad”. La desconfianza en el “establishment” tras años de desilusiones, traiciones y mentiras descaradas es aprovechada para alimentar teorías conspirativas. Se azuza un sentimiento de patriotismo para restaurar la ley y el orden con el fin de proteger “nuestro modo de vida” contra la supuesta anarquía promovida por “la izquierda”, avivada por la “mafia sindical y del Partido Demócrata”, así como por “el Estado profundo”, para sumir a Estados Unidos en la decadencia.

Los populistas de derecha y la extrema derecha en Europa tocan temas similares. El fomento del racismo, la promoción de la ley y el orden y la defensa de “los valores cristianos” se complementan ahora con la explotación del miedo de los pequeños empresarios que se verán obligados a cerrar, aprovechando la frustración por las medidas antidemocráticas que se están aplicando a la gente de a pie mientras las grandes empresas siguen funcionando y utilizando la ira y la falta de confianza en los políticos convencionales, la prensa y las instituciones burocráticas.

Sin embargo, hay serios límites, con elementos de la extrema derecha que se salen de la línea y provocan una contra-reacción mucho más importante. La izquierda antifascista griega hizo retroceder a Amanecer Dorado hasta el punto de que la clase dirigente se sintió obligada a dejarlos caer. Aunque se trata de una victoria importante, no podemos excluir que el neofascismo vuelva en una etapa posterior con un nuevo nombre. Las pequeñas pero crecientes agrupaciones de combate neofascistas son herramientas útiles para los partidos de extrema derecha, pero su presencia también provoca conflictos internos y escisiones que pueden hacer retroceder electoralmente a la extrema derecha. Las alianzas entre conservadores de derechas y criptofascistas bajo el techo del populismo de derechas siguen siendo inestables. El crecimiento y el éxito de la AfD alemana se ve paralizado una y otra vez por la lucha interna entre las dos alas de la derecha. El grupo radical antisistema en torno al fascista Björn Höcke quiere una conexión más estrecha con los movimientos, desde el racista Pegida hasta el negacionista del Covid Querdenken, y tiene un programa nacionalista-social, mientras que el grupo patriótico-conservador en torno a Jörg Meuthen quiere hacer que el partido esté listo para participar en el gobierno bajo un programa proteccionista y neoliberal. Los conservadores nacionales se benefician de la imagen antisistema que tiene el partido, y los criptofascistas necesitan a los conservadores nacionales como hoja de parra de buen comportamiento. Ambas alas se necesitan mutuamente para sobrevivir, pero tampoco pueden convivir. Su disputa podría intensificarse en una etapa posterior y conducir a otra escisión.

Popularizar ideas reaccionarias mientras se está en la oposición, que luego son asumidas y adoptadas por los partidos más tradicionales, es una cosa, pero crear una política gubernamental coherente a partir de ella requeriría una interferencia tan profunda en la toma de decisiones económicas que los llevaría directamente a colisionar con las clases dominantes a cuyos intereses pretenden servir. Cuando se dejan de lado los motivos ideológicos, el arribismo y la avaricia se imponen, como bien ilustra el ex vicecanciller austriaco Strache. Aunque no hay garantía de que los populistas de derechas y la extrema derecha sufran automáticamente una derrota electoral al participar en el gobierno mientras no desaparezca el caldo de cultivo sobre el que pueden construir, no deja de ser llamativo que tanto el FPÖ en Austria como la Lega en Italia estén a la baja en las encuestas. Una parte de la base social de la Lega está siendo captada por los aún más ultraderechistas Fratelli d’Italia.

Sin embargo, su obstáculo fundamental, sobre la que tenemos que construir, es la reducción de su base social histórica, las clases medias, en favor de una clase obrera en expansión numérica. La posible relación de fuerzas entre las clases, incluso allí donde la clase obrera es organizativamente débil y políticamente confusa, es el principal obstáculo para las políticas decisivas de la derecha populista y de la extrema derecha. Incluso cuando los populistas de derecha autoritarios se apoyan en una burguesía interna naciente, en la mayor parte de Europa Central y Oriental, esto limita enormemente su capacidad de imponer su política.

Esto se demostró en el movimiento masivo sobre la nueva ley del aborto en Polonia. El llamamiento de Kaczyński a unirse a las milicias fascistas para proteger las iglesias y la amenaza de procesar a los organizadores con hasta ocho años de prisión y multar a los participantes, todo ello fue dejado de lado por la avalancha masiva de manifestantes, muchos de ellos mujeres y hombres de la clase trabajadora.

El hombre fuerte de la India, Modi, al frente de un gobierno nacionalista de derecha hindú, se enfrentó en enero de 2020 a una huelga general de 250 millones de personas y, sobre todo, a protestas masivas contra su ley de ciudadanía de 2019. Otros hombres fuertes populistas de derecha como Orban o Bolsonaro podrían enfrentar una resistencia similar. La derrota de Trump, aunque sea tras una votación récord, aumentará aún más sus limitaciones.

Es comprensible que algunos identifiquen instintivamente a personajes como Trump, Modi o Lukashenko con el fascismo. Las corrientes neoestalinistas y anarquistas, las figuras del “establishment” y los burócratas sindicales promueven esta falsa idea que justifica la unidad entre clases contra “el enemigo principal”, dejando de lado las cuestiones sociales que están en la raíz del atractivo más amplio de los populistas de derecha y la extrema derecha. La ausencia de una alternativa de izquierda real o de un movimiento obrero combativo que haga un claro llamamiento de clase permite a los populistas de derecha tener un mayor atractivo para sectores de la clase trabajadora sobre la base de que están luchando contra las “élites liberales urbanas” A menos que se les cuestione, el peligro es que el populismo de derecha puede abrir la puerta a la extrema derecha y hundir raíces más profundas tanto en la clase media como en los sectores más alienados de la clase trabajadora. Pero en la mayoría de los países las verdaderas fuerzas organizadas de la extrema derecha y ciertamente del fascismo siguen siendo en esta etapa objetivamente muy débiles.

El fascismo real es un movimiento de masas con el objetivo de destruir cualquier organización de la clase obrera y atomizarla. Requiere una derrota decisiva de la clase obrera. Aunque en algunas ocasiones, la clase dominante hará uso de agrupaciones fascistas o paramilitares como fuerza auxiliar para sembrar el terror y la división entre la clase obrera y las capas oprimidas (como hace el RSS en la India, por ejemplo), el peligro de que las fuerzas fascistas tomen el poder del Estado para aplastar al movimiento obrero no está a la orden del día.

Más allá del cambio objetivo en el equilibrio de fuerzas de clase que hace que esa opción sea más impracticable, las clases dominantes de hoy no sienten la misma necesidad de seguir ese camino como lo hicieron en los años 30 en Alemania, Italia y España, cuando tenían un miedo visceral e inmediato a la revolución socialista. Señalar esto no significa en absoluto una subestimación de los peligros. Si la clase obrera se mantiene débilmente organizada y políticamente confundida, no se pueden excluir grandes derrotas que podrían dar paso a una represión más brutal y a un mayor crecimiento, aún más peligroso, de la extrema derecha. La cuestión clave es la resistencia de la clase obrera, su fuerza organizativa, su programa, estrategia y táctica y el liderazgo forjado a partir de sus experiencias.

Nuevas formaciones de izquierda

Cuando planteamos por primera vez la necesidad de “nuevos partidos obreros” a mediados de los noventa, fue discutido en la izquierda. Nuestro análisis de que el colapso del estalinismo hacía muy probable la “aburguesamiento” de las organizaciones políticas de masas fue confirmado por los acontecimientos. Nuestra perspectiva y la base de nuestro llamamiento programático a favor de nuevos partidos obreros también se han confirmado en el sentido de que hubo muchos intentos en el transcurso de las dos décadas siguientes de establecer nuevas entidades a la izquierda de la socialdemocracia, que en algunos países se convirtieron rápidamente en factores importantes. En algunos países, este proceso recibió un impulso especial en el periodo posterior a la Gran Recesión. Sin embargo, también es cierto que nuestra expectativa de que se construyeran en general nuevos partidos de masas no se hizo realidad.

Algunas de las formaciones creadas desaparecieron rápidamente, otras fueron suplantadas por otras nuevas, algunas siguen existiendo y podrían seguir desempeñando un papel importante en el futuro. El nuevo partido más significativo que se desarrolló antes de la Gran Recesión, la Rifundazione Comunista italiana (fundada en 1991), que contaba con la participación activa de decenas de miles de activistas obreros, fue destruida cuando entró en el segundo gobierno de austeridad de Prodi (2006-8). El reformismo prioriza la aritmética y las maniobras parlamentarias sobre la creencia en el poder de la organización, la movilización y la lucha de la clase obrera como fuerza motriz del cambio. Desgraciadamente, la errónea política de “coalición” con los partidos pro-capitalistas, en sí misma una clara expresión del enfoque en bancarrota del reformismo actual, fue repetida hasta la saciedad por las direcciones de muchas nuevas formaciones en el período siguiente, a menudo con consecuencias devastadoras.

Tras el colapso de PRC, los efectos de su traición y la desmoralización que provocó perduran hasta hoy. Sin embargo, en aquel momento la globalización estaba en pleno apogeo y, aunque existían los movimientos antiglobalización y antiguerra durante ese periodo, la lucha de clases global estaba en un nivel diferente al que llegó a tener tras la gran recesión y en el periodo previo a la crisis actual.

Las nuevas formaciones de izquierda se formaron en un período de ataques permanentes contra las condiciones de trabajo y de vida. A diferencia de los antiguos partidos socialdemócratas y comunistas, que cimentaron una base de masas y tuvieron una íntima conexión con la clase obrera durante un largo periodo de estabilidad capitalista caracterizado por las ganancias de la clase obrera, especialmente en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial, las nuevas formaciones de izquierda fueron puestas a prueba inmediatamente por las exigencias de la época del neoliberalismo. Su existencia era, por tanto, intrínsecamente más inestable. Aunque ganaron una considerable representación electoral en varios países, siguieron siendo principalmente “partidos de presión” hasta la Gran Recesión de 2008-9, y los despiadados ataques contra los trabajadores que la siguieron. Entonces, tras un periodo inicial de parálisis, algunos se convirtieron rápidamente en aspirantes al poder.

En Grecia, la intervención de la Troika provocó una resistencia y revuelta masiva. Se convocaron no menos de 40 huelgas generales entre la primavera de 2010, el inicio del primer memorándum y la decisiva victoria electoral de Syriza. El hecho de que Syriza fuera catapultada por la crisis y el vacío político para convertirse en el núcleo de este nuevo proyecto, es un recordatorio útil de la necesidad de flexibilidad en nuestras perspectivas para la emergencia de nuevas fuerzas políticas de masas de la izquierda en el próximo período.

Una vez en el poder, Tsipras subestimó la resistencia a la que se enfrentaría. Tras las elecciones, cientos de millones de euros salían del país a diario. El BCE congeló la liquidez a los bancos y los obligó a cerrar. Tsipras podía aceptar las condiciones de la Troika o pasar a la ofensiva: imponer controles de capital, rechazar el pago de la deuda, nacionalizar los bancos, introducir una moneda nacional, iniciar grandes obras públicas, nacionalizar los sectores clave de la economía, planificar la economía, imponer un monopolio estatal del comercio exterior, el control y la gestión de los trabajadores y apelar al apoyo de los trabajadores en otros lugares de Europa. En cambio, Tsipras convocó un referéndum el 5 de julio de 2015. Una tremenda mayoría del 61,5% rechazó un nuevo memorándum y le dio el mandato de pasar a la ofensiva y negarse a pagar la deuda, pero una semana después capituló. Esto condujo a una gigantesca desmoralización, ningún sector importante de Syriza o de la izquierda en general fue capaz de movilizar una respuesta masiva de la clase trabajadora del tipo que sería necesario, y, fue por el contrario la derecha de ND la que volvió a arañar el poder.

El movimiento de los Indignados o 15M (2011) en el Estado español, en su momento álgido, involucró a más de ocho millones de personas, principalmente jóvenes de clase trabajadora y media, en manifestaciones y ocupaciones. Los jóvenes se apartaron de los partidos oficiales y de los sindicatos, incluida Izquierda Unida, liderada por el PC, que había experimentado un importante crecimiento en las encuestas y apoyaba públicamente el movimiento, pero no era capaz de conectar adecuadamente con él. Entonces, un grupo de intelectuales, figuras de la izquierda y de los medios de comunicación en torno a Pablo Iglesias lanzaron Podemos en 2014. Sus ataques a “la casta” de políticos corruptos y oligarcas, combinados con un programa reformista de izquierda radical, calaron en el ambiente. En las elecciones parlamentarias de 2015 obtuvo más del 20%, quitando cinco millones de votos a la socialdemocracia.

En los años siguientes se produjeron varias huelgas generales y múltiples oleadas de luchas contra las privatizaciones, por los derechos de las mujeres, por el medio ambiente y contra los bajos salarios y, sobre todo, por la cuestión nacional. Estas luchas se caracterizaron a menudo por el hecho de que los trabajadores y los jóvenes se rebelaron contra la dirección oficial del movimiento obrero e impusieron una vía de lucha militante desde abajo. En lugar de basarse en esta dinámica para lanzar una lucha decidida por el poder, la dirección de Podemos (ahora aliada con la antigua Izquierda Unida) se centró en las maniobras institucionales, diluyendo su programa político, y presentándose como un partido comprometido con la estabilidad capitalista “constitucional”.

La COVID-19 cambió el escenario. Después de cuatro elecciones en cuatro años se formó el gobierno de “izquierda” PSOE-Unidas Podemos. Se enfrenta a una enorme presión desde abajo para revertir los recortes impuestos en los últimos años. En junio introdujo lo que llama erróneamente una renta básica universal, que en realidad es una ayuda pública a los pobres similar a la que existe en otros países europeos. No obstante, beneficiará a 850.000 familias con un coste de más de 3.000 millones de euros al año. Después, las huelgas, manifestaciones y otras acciones sobre la sanidad hicieron que el Gobierno concediera un aumento del 151% en su presupuesto sanitario para 2021 y prometiera otro aumento del 10% en lo que llama inversión social. No es, como presume Iglesias, “el inicio de una nueva época que deja atrás definitivamente el neoliberalismo y que restaurará los derechos laborales y sociales y los servicios públicos”. El aumento del presupuesto sanitario, por ejemplo, incluye la compra de vacunas. Pero después de años de interminables recortes será visto como un indicio de cambio y estimulará nuevas demandas de los trabajadores, incluso de nacionalizaciones.

En la escala económica europea, España en 2020 pesa más que Grecia en 2010, su deuda pública en relación con el PIB es menor y su acceso a los mercados monetarios aún no es un problema. Pero también refleja el proceso puesto en marcha por la pandemia y la depresión, el alejamiento del neoliberalismo, con espacio, al menos por ahora, para salir de la depresión gastando, incluso en Europa. Pero la política del gobierno también muestra sus límites políticos. Sólo 2.000 millones de euros del dinero necesario se prevén a través de una subida de impuestos del 2% a las rentas altas (más de 300.000 euros), del 3% a las rentas del capital y de una pequeña reducción de las exenciones fiscales a los dividendos extranjeros. El grueso se pagará con un “anticipo” de 27.000 millones de euros del fondo de recuperación de la UE. Con una economía que se prevé que se contraiga un 11,2% en 2020 y una tasa de paro del 16,3% en el tercer trimestre de 2020, el gobierno acabará atrapado entre las demandas de los trabajadores de ir mucho más allá y la resistencia del “establishment”, ayudado por la UE y el BCE, que utilizarán las subvenciones del fondo de recuperación de la UE como palanca para trasladar la carga a los trabajadores.

Los ejemplos de Grecia y España contienen muchas lecciones para hoy. En el lado positivo, ilustran cómo los grandes acontecimientos y los movimientos sociales importantes, incluso después de agotarse o ser expulsados de las calles, pueden transformar pequeñas formaciones de izquierda o de nueva creación en cuestión de pocos años en instrumentos importantes, siempre que sean capaces de articular algunos de los principales sentimientos como hizo Syriza en Grecia al pedir un gobierno de izquierdas o Podemos en España cuando criticó a ‘la Casta’. La traición del PRC en Italia y luego de Syriza en Grecia sin duda complica los desarrollos futuros. Pero no todas las derrotas son iguales, ni se producen en el mismo contexto o periodo.

La capitulación de Sanders, aun siendo un importante revés, no ha impedido en absoluto el desarrollo del BLM, ni reduce el atractivo de un nuevo partido de izquierdas, que va a crecer tras un periodo inicial durante la presidencia de Biden. En periodos de politización de masas y de crisis, el impacto de las derrotas también puede ser diferente entre las distintas capas. Las capas importantes pueden sacar conclusiones más avanzadas de las derrotas y acercarse a la comprensión de la bancarrota del reformismo. En Gran Bretaña, lo que parece ser la derrota definitiva del corbynismo ha visto una capa importante de nuevos activistas buscar alternativas más a la izquierda, incluyendo un número importante que se ha acercado a nuestra sección, muchos de los cuales se han unido.

Las complicaciones son muchas. Sin embargo, lo que está claro es que los procesos que dieron lugar a las revueltas sociales de la última parte de 2019 continúan tras una breve interrupción, incluso mientras la pandemia sigue en pleno apogeo. Bolivia y Chile son sólo las principales expresiones de cómo esos movimientos también pueden traducirse en votaciones abrumadoramente mayoritarias, ya sea en elecciones o referendos. Es importante para la determinación de cualquier movimiento sentir que representa la opinión mayoritaria. Tales movimientos en Brasil o Argentina podrían transformar al PSOL y al FIT en fuerzas importantes que luego estimularían la formación de fuerzas similares en toda América Latina. Incluso en Nigeria, tras la revuelta de los jóvenes, o en Sudáfrica, con la participación de la juventud y de parte del todavía gigantesco movimiento obrero, podría plantearse la cuestión de nuevas formaciones de izquierda en un futuro próximo. En Sudáfrica, sin embargo, la existencia de EFF será un factor de complicación adicional.

¿El enorme abismo entre la madurez de las condiciones objetivas, la voluntad de luchar con determinación por un cambio radical, la perspectiva internacionalista, por un lado, y la falta de organización y liderazgo, por otro, sólo puede conducir a derrotas y a la inevitable reacción? ¿O el movimiento, en cambio, debido a su fuerza potencial, vendrá en oleadas, a veces a la ofensiva, luego retrocediendo de nuevo, y aprenderá de sus derrotas mientras forja los instrumentos organizativos y un liderazgo más acorde con los desafíos, en el curso de la acción? No hay una respuesta a priori a estas preguntas.

Aunque la serie de crisis irresolubles a las que se enfrenta el capitalismo mundial tenderá a empujar a una capa creciente, especialmente entre los jóvenes, hacia la comprensión básica de que es necesaria una ruptura con el sistema, muchos trabajadores y jóvenes todavía tendrán que probar en la práctica los límites del reformismo antes de adoptar una perspectiva revolucionaria. Esto no significa un proceso lento. De hecho, estos cambios suelen producirse de forma rápida y dramática. No podemos tener una visión rígida de cómo se vivirá exactamente esa experiencia, incluyendo que debe tener lugar en todos los casos a través de nuevos partidos de masas. Tampoco debemos tener la visión de que, a menos que esos nuevos partidos de masas se establezcan pronto, existe una barrera insuperable para el desarrollo de la conciencia de la clase obrera y de los jóvenes.

Una de las principales tareas de los partidos revolucionarios es generalizar e integrar las lecciones del pasado en su programa e intervención. Mientras que elementos importantes del análisis y la perspectiva del CIT para las nuevas formaciones de izquierda fueron confirmados por los acontecimientos, el hecho de que aspectos importantes de nuestra perspectiva no se desarrollaron como anticipamos significa que también es necesaria una revisión crítica. Hasta cierto punto, había una tendencia a esperar que las nuevas formaciones se parecieran a los “partidos obreros de masas” del pasado en mayor medida de lo que fue el caso. Debemos tener en cuenta el hecho de que, al igual que los partidos del pasado se basaban en circunstancias históricas únicas, lo que ocurra en el presente y en el futuro se verá afectado por las circunstancias que se han desarrollado desde entonces. Antes de juzgar las perspectivas políticas futuras, hay que tener en cuenta muchos factores más nuevos, como los movimientos independientes de la clase trabajadora, la incorporación de los movimientos de mujeres y de género, las luchas medioambientales y, en particular, la radicalización de los jóvenes. Los jóvenes radicalizados pueden ser un elemento importante en las perspectivas de los nuevos partidos. Así pues, los nuevos partidos que se desarrollen y crezcan en la década de 2020 llevarán el sello de nuestra época.

Hemos descrito las débiles raíces obreras de las nuevas formaciones de izquierda, a menudo dominadas por capas pequeñoburguesas especialmente en la dirección. Su “reinvención de la democracia” a menudo encubre la ausencia de estructuras democráticas reales y un enfoque jerarquizado. Sabemos que se centran principalmente en las elecciones y en las coaliciones, con poco registro de movilizaciones, desperdiciando así un potencial crucial. Hemos visto los límites de su programa reformista, su falta de preparación y determinación que en momentos clave les lleva a la capitulación.

Pero tenemos que aplicar esas lecciones en la situación actual. Hoy en día, obligadas por las circunstancias, las clases dominantes conceden más margen de maniobra, al menos por ahora, en un grado variable que depende de la riqueza presente en un país y de la relación de fuerzas entre las clases. No cabe duda de que los políticos de todo tipo, incluidos los de la talla de Iglesias, lo aprovecharán. Muchos lo considerarán un alivio bienvenido, un cambio real y aspirarán a más. Negar el cambio de circunstancias simplemente nos dejaría sin preparación y nos apartaría de capas importantes. Por el contrario, debemos compartir el entusiasmo por luchar por más, pero no las ilusiones y advertir sobre los límites del enfoque reformista y de lo que es posible en el marco del capitalismo.

La perspectiva y el llamamiento a la formación de nuevos partidos obreros amplios o incluso de partidos de izquierda amplios sin un claro carácter de clase sigue siendo de crucial importancia como instrumentos para la experiencia común en la acción. Nuestra experiencia hasta la fecha muestra que la necesidad o la base de tales partidos puede plantearse de forma objetiva -como ha sido el caso en los EEUU, por ejemplo- durante períodos a veces largos, pero que pueden requerir tiempo y acontecimientos importantes si han de surgir, en ausencia de una dirección combativa de la clase obrera con la confianza necesaria para tomar la iniciativa. Por otra parte, la experiencia también apunta a que los vacíos tienen tendencia a llenarse, en formas a veces complejas e imprevistas.

Será necesario que la clase obrera libre feroces batallas para que los nuevos partidos de masas se pongan en marcha. Si se establecen, exigirá otra batalla más para garantizar una composición social sana, estructuras democráticas y una orientación hacia la acción y los movimientos concretos. Y de nuevo habrá una lucha continua por el programa contra el oportunismo y el ultraizquierdismo. A menos que haya una batalla, con secciones significativas de tales partidos que se muevan en una dirección socialista, revolucionaria y marxista, no hay garantía de que eviten el destino de los que han venido antes. Sin embargo, para muchos partidos y formaciones obreras y juveniles, los nuevos partidos y formaciones serán la apertura de una nueva vida política, que podría hacerles perder de vista deficiencias cruciales.

También podemos esperar que una capa comparativamente más pequeña, pero sin embargo mucho más grande que en las décadas pasadas, se salte la etapa de las ilusiones en los partidos reformistas de masas y alcance inmediatamente un partido revolucionario. Tenemos que ganarlos e integrarlos, formarlos en nuestro método principista pero transitorio para que formen parte de la columna vertebral de nuestras intervenciones en los movimientos, en los partidos más amplios, cuando se enfrenten a la represión y a las derrotas parciales y nos ayuden a construir el núcleo de una futura internacional obrera de masas revolucionaria.

En el pasado, a menudo hablábamos de la “doble tarea” de ayudar a reconstruir un movimiento obrero combativo y al mismo tiempo construir fuerzas revolucionarias. Esto sigue siendo un concepto clave, aunque quizás deberíamos reformular el concepto, ya que en el pasado llevó a cierta confusión. No significa una ecuación igualmente equilibrada entre la construcción del movimiento obrero amplio y la construcción del partido revolucionario. Mientras que la construcción del movimiento obrero y las nuevas formaciones/partidos pueden ganar o perder urgencia relativa dependiendo de los desafíos concretos, nuestra tarea primaria y estratégica sigue siendo la construcción de un núcleo revolucionario. Esto se ha confirmado a través de nuestras experiencias de los últimos treinta años con las nuevas formaciones de izquierda. Sin embargo, para llegar al grueso de las masas seguirá siendo necesaria una aplicación hábil y educativa de la táctica del frente único.

Por supuesto, formaremos parte de cualquier movimiento decisivo hacia la independencia política de la clase obrera, luchando siempre por un programa revolucionario claro. Pero no hay un enfoque táctico que pueda elaborarse de antemano y que se aplique en todas las circunstancias.

La represión estatal y la lucha por los derechos democráticos

Aunque este nuevo periodo estará marcado por luchas de clase más explosivas, los socialistas también deben estar preparados para formas más agresivas de reacción estatal.

La aparición de la pandemia del COVID-19 ha ido acompañada de una oleada global de ataques a los derechos democráticos: la “ley de seguridad nacional” de Hong Kong es la pieza de legislación represiva más exhaustiva impuesta hasta ahora desde el comienzo de esta nueva crisis. Un estudio de la ONG “Freedom House” ha identificado 80 países donde “la democracia ha sufrido un golpe durante la pandemia”. Las clases dirigentes han aprovechado el virus para intensificar la represión estatal y justificar una legislación draconiana que habría sido mucho menos fácil de aplicar en tiempos “normales”.

Una vez que la pandemia remita, sin duda tratarán de mantener estas nuevas restricciones a los derechos democráticos en la medida de lo posible, a pesar de que en varios lugares los brotes de lucha han “desbloqueado” la situación y han obligado a la clase dominante a reducir sus ambiciones. En octubre, el primer ministro tailandés, por ejemplo, se vio obligado a levantar el estado de emergencia impuesto una semana antes porque fue “cancelado” de facto por la escalada de protestas en las calles.

Los gobiernos del Occidente imperialista se han apresurado a señalar con el dedo a los “regímenes autoritarios” que se aprovechan de la crisis para intensificar la represión. Con esto, por supuesto, sólo se refieren a los que no están en línea con sus intereses geopolíticos. De hecho, las “democracias liberales” del mundo capitalista avanzado han sido ellas mismas el escenario de una forma de autoritarismo que se arrastra y de la transgresión de las normas tradicionales del gobierno democrático burgués. Esta tendencia no es nueva, pero se ha visto reforzada por la pandemia y la recesión económica masiva.

La crisis del capitalismo está socavando y enfureciendo a las clases medias, y creando un fermento generalizado entre la clase trabajadora; los partidos burgueses tradicionales han sido despojados de importantes porciones de su base de apoyo tras muchos años de embestida neoliberal. Por lo tanto, el capitalismo está arrastrando cada vez más su maquinaria estatal a la primera línea para contener el creciente nivel de contradicciones sociales que ha generado. Como explicó una vez Trotsky, bajo la violenta presión de los antagonismos de clase e internacionales, los interruptores de la democracia se funden o revientan.

En Francia, Macron planea impulsar un proyecto de ley “antiseparatista” que será la apertura de una batería de medidas de mano dura dirigidas muy especialmente a la comunidad musulmana, pero también, como declaró el ministro del Interior, a “partes de la ultraizquierda”. El régimen israelí, que a menudo se alaba a sí mismo como la “única democracia de Oriente Medio”, ha estado aplicando algunas de las medidas antidemocráticas más extremas en el contexto de la pandemia, incluida la concesión de poderes ilimitados de vigilancia a la policía secreta.

El endurecimiento de la política y la práctica racista por parte del Estado forma parte del nacionalismo político que interactúa con el nacionalismo en el ámbito económico. Una arista particular de la represión estatal agudizada se dirige a los refugiados. La Unión Europea lanzó en septiembre una propuesta de nuevo “pacto migratorio” que, en una jerga orwelliana, habla de “solidaridad”: la solidaridad de los Estados miembros que se ayudan mutuamente con las deportaciones forzadas y un proceso acelerado de evaluación (léase: denegación) de las solicitudes de asilo. La sustitución del incendiado campo de Moria, en Lesbos, por un campo aún más carcelario es reveladora, al igual que las revelaciones sobre la práctica de la UE de las “devoluciones” en el Mediterráneo (obligando a los barcos de refugiados a entrar en aguas internacionales donde no hay obligación legal de rescatarlos).

Mientras la UE ha enmarcado brutalmente la “crisis de los refugiados de 2015” en tiempo pasado, la crisis real de los refugiados no ha hecho más que crecer. Según la ONU, a finales de 2019 habrá al menos 79,5 millones de personas refugiadas, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, números que aumentarán a medida que se intensifique la inestabilidad política y ecológica. La nueva guerra civil en Etiopía podría obligar a huir a unos 200.000 civiles. Según el Instituto para la Ecología y la Paz (IEP), unos 24 millones de personas se han visto desplazadas por catástrofes ecológicas anualmente en los últimos años. El IEP estima que hasta 1.200 millones podrían ser “refugiados climáticos” en 2050.

En otras palabras, la cuestión de los refugiados va a ser mucho más acuciante. Con la mayoría de los refugiados desplazados dentro de sus propios países y regiones en dificultades, las élites gobernantes intentarán azuzar los sentimientos xenófobos y la violencia (como se vio, por ejemplo, en Sudáfrica en octubre) para desviar la culpa de sus propios fracasos. Mientras los gobiernos, los populistas y la extrema derecha intentan excluir, criminalizar, culpar y castigar a las víctimas, y en estos esfuerzos utilizan y alimentan las opiniones racistas y reaccionarias, el tema también contiene un potencial explosivo para la solidaridad y la protesta de la clase trabajadora.

La respuesta inicial en toda Europa en 2015 fue de solidaridad masiva. Ahora, el papel que han desempeñado los trabajadores inmigrantes en el bloqueo de los servicios sanitarios y de atención a la tercera edad en los países ricos se ha registrado entre sus compañeros de trabajo y de forma más amplia. Las protestas provocadas por el desalojo masivo de refugiados en Francia en París y contra la nueva “ley de seguridad” así lo indican.

En el mundo neocolonial, la situación es aún más grave. La crisis ha puesto en primer plano la desnuda brutalidad del Estado indio, junto con sus rasgos de casta y comunalismo. En octubre, el Parlamento de Sri Lanka aprobó una enmienda constitucional que prevé una amplia ampliación de los poderes del presidente Gotabaya Rajapaksa, otorgándole un control ilimitado sobre las instituciones clave y eliminando los controles parlamentarios, una medida que santifica el deslizamiento del país hacia una dictadura bonapartista en toda regla. Según el Proyecto de Datos sobre Localización y Sucesos de Conflictos Armados (ACLED), que ha supervisado los cambios en los patrones de protesta en todo el mundo a través del Rastreador de Desórdenes COVID-19 (CDT), la represión estatal ha aumentado un 30% en África, con cerca de 1.800 incidentes en los que las fuerzas del Estado han atacado a civiles. El reciente golpe militar en Malí es, en ese sentido, indicativo de una tendencia más amplia en el continente, en la que el ejército o secciones del mismo están llamados a desempeñar un papel más destacado.

Esto no sólo está motivado por el hecho de que las clases dirigentes afilen sus cuchillas en preparación de explosiones sociales más graves. Los escenarios de colapso económico también pueden aumentar el descontento en los rangos inferiores y medios del aparato estatal. Cuando el pastel a saquear se reduce, las luchas internas entre las distintas alas de las élites gobernantes locales y en la cúpula del Estado también pueden intensificarse. El descontento de las masas de la sociedad puede entonces convertirse en una palanca para hacerse con el poder, destituyendo a líderes impopulares y presentando esas tomas de posesión militares como acordes con la voluntad de las calles.

Tales golpes pueden contar con cierto apoyo en sus primeras etapas. Al igual que en Sudán el año pasado, el golpe de Estado en Malí fue inicialmente acogido por sectores de la población, ya que destituyó al presidente Keita contra el que las masas habían protestado durante meses. Pero el mismo hecho de que los golpistas se vieran obligados a presentar su movimiento como una continuación de la lucha de las masas implica que el equilibrio de fuerzas no ha cambiado decisivamente a favor de la junta contrarrevolucionaria, y que es probable que el movimiento resurja en una reacción contra los militares recién llegados, ya que no consiguen poner fin a la insurgencia yihadista, a la amplia corrupción del Estado y a la pobreza y los problemas sociales generalizados.

En Bolivia, menos de un año después del golpe de Estado de la derecha contra Evo Morales, las masas volvieron a resurgir de forma espectacular, mediante dos semanas de movilizaciones masivas en agosto, seguidas de la rotunda victoria electoral del MAS en las elecciones de octubre. También en este caso, el golpe no consiguió imponer un golpe duradero al movimiento de la clase obrera, los indígenas y los campesinos pobres.

Esto, por supuesto, no significa que tales golpes aplastantes no puedan o no vayan a ocurrir en el futuro. Sin embargo, en general, los movimientos de este período tenderán a recuperarse más rápidamente de las derrotas que en el pasado. El mayor peso social de la clase obrera en comparación con períodos históricos anteriores y el correspondiente agotamiento y proletarización de las filas de la pequeña burguesía -la base social tradicional de la reacción- significa que la burguesía no tiene la misma reserva a la que recurrir para consolidar dictaduras militares absolutas, y mucho menos regímenes fascistas.

La trayectoria del gobierno de Sisi en Egipto ilustra el hecho de que sostener regímenes dictatoriales abiertos durante un largo período de tiempo se está convirtiendo en un reto para las clases dominantes. El golpe de estado militar de Sisi en 2013 abrió la puerta a una feroz contrarrevolución, purgando físicamente a la “vanguardia” de la revolución de 2011 mediante asesinatos masivos y encarcelamientos, torturas y exilios forzados. Sin embargo, seis años después, “Egipto vuelve a estar en el punto de partida, en una situación muy similar a la de antes de la revolución de 2011: estable en la superficie, pero con profundos problemas estructurales y agravios sociales latentes, y los amortiguadores disponibles para mitigarlos se están agotando”, como comentaba recientemente un artículo de la Arab Research Initiative. El mismo artículo seguía advirtiendo que una explosión social era probable más adelante “por la ausencia de amortiguadores”.

La ASI debe dar un énfasis crítico y renovado a las aspiraciones y demandas democráticas en este periodo, ya que la erosión de estos derechos se está convirtiendo en un foco de ira, especialmente entre los jóvenes, alimentando la radicalización contra el sistema y desencadenando estallidos masivos. Las protestas contra la brutalidad policial han sido un rasgo definitorio e internacional de las luchas en 2020, incluso en Estados Unidos, Colombia, Túnez, Nigeria y otros lugares, lo que demuestra que el giro de las clases capitalistas hacia una mayor violencia estatal y formas de gobierno más autoritarias no se producirá sin que se produzcan serias luchas.

Especialmente en los países con dictaduras, semidictaduras, restos de dictaduras anteriores, gobierno extranjero o formas incompletas de gobierno democrático burgués, las demandas democráticas contienen un alto potencial revolucionario y serán una parte crucial de un programa ofensivo de movilización contra el sistema. Esto se ha puesto de manifiesto de nuevo con la experiencia de la votación de la Asamblea Constituyente en Chile. Esta fue el resultado directo de la revuelta de los trabajadores y la juventud en 2019, que fue más allá en escala e intensidad que muchos de los movimientos que estallaron en 2019. El resultado de la votación en el propio plebiscito de octubre fue una bofetada para Piñera y el “establishment”, y una inyección de confianza para las masas chilenas. El “proceso constituyente” que vendrá después representa un intento táctico de la clase dominante para desbaratar el potencial revolucionario de la lucha y buscar un “reseteo” superficial que deje intactos los fundamentos del sistema. Por otro lado, también provocará un amplio debate en la sociedad sobre la necesidad de cambios estructurales, en el que los marxistas deben intervenir, explicando las limitaciones de una mera “revolución política” que retoque la superestructura del sistema y la necesidad de una revolución social para construir una sociedad socialista fundamentalmente diferente.

En general, los marxistas no pueden permitirse el lujo de dejar estas cuestiones en manos de las alas “liberales” de la clase dominante; en su lugar, deben luchar como los “demócratas” más consecuentes, al tiempo que conectan las demandas democráticas con la necesidad de una lucha revolucionaria por el cambio socialista.

Si bien existe un sentimiento generalizado de defensa de los derechos democráticos, también se combina con una crisis de legitimidad cada vez más profunda de las instituciones oficiales de la democracia burguesa, consideradas corruptas y sesgadas a favor de los ricos y poderosos. Las investigaciones del Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge muestran un aumento del descontento mundial con la “democracia”, un sentimiento que se ha disparado tras la Gran Recesión de 2008. La evidente incapacidad de las clases dirigentes para hacer frente a la pandemia ha aumentado aún más esta desconfianza. Varias fuerzas populistas y de extrema derecha se están alimentando de esto, tratando de deslegitimar las instituciones centrales de la democracia burguesa, tipificado por la campaña de Trump alegando infundadamente fraude electoral en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Al mismo tiempo que nos oponemos a cualquier ataque a los derechos democráticos, los socialistas debemos dejar siempre claro que no luchamos por preservar las instituciones decadentes de la democracia capitalista, sino que defendemos un programa de democracia real que incluya los derechos democráticos en los lugares de trabajo, las escuelas, los barrios y el conjunto de la sociedad – haciendo hincapié en el papel central y activo que la clase trabajadora y los jóvenes deben desempeñar en la lucha y el logro de un cambio genuino.

Vale la pena recordar que la supresión de la expresión democrática en China desempeñó un papel fundamental en la transformación del COVID-19 en una pandemia mundial. Del mismo modo, la ausencia de control y verificación democrática de los trabajadores en todos los aspectos de la vida bajo el capitalismo aumentará el cuestionamiento del sistema por parte de las crecientes capas de trabajadores y jóvenes, y debe ser asumido con valentía en el programa de todas nuestras secciones.

Conclusión

La pandemia y la crisis económica son características de un impasse más profundo al que se enfrenta el capitalismo: su incapacidad para seguir desarrollando las fuerzas productivas o la economía mundial sobre una base armoniosa. Y aunque la atención se ha centrado en estas crisis gemelas, la catástrofe climática que se avecina representa una amenaza aún más fundamental para nuestro futuro si no ponemos fin a este sistema cada vez más parasitario.

La clase dirigente se ha visto obligada a apartarse del manual neoliberal para evitar una caída económica aún más profunda. Tampoco puede utilizar las mismas justificaciones ideológicas para su gobierno que durante la era neoliberal. Cada vez más recurrirá al nacionalismo y al racismo para mantener a los trabajadores divididos. Pero el látigo de la contrarrevolución que vemos en un país tras otro también impulsará a la clase obrera y a los oprimidos a organizarse económica y políticamente.

Los movimientos de masas han demostrado su capacidad para hacer retroceder a la clase dominante y los reveses y derrotas que hemos visto en algunos casos no han sido decisivos. Seguimos en un momento de auge de la lucha de masas. Por supuesto, si las debilidades subjetivas y la desorganización del movimiento obrero no se superan en el próximo período, podríamos enfrentarnos a la perspectiva de derrotas más graves.

Nuestras tareas como organización revolucionaria son más urgentes que nunca. El aspecto más favorable de la situación actual para nosotros es la radicalización de los jóvenes, especialmente de las mujeres jóvenes, y el internacionalismo instintivo que hemos visto en las revueltas de 2019 y 2020. Creemos firmemente que habrá importantes oportunidades para construir nuestras fuerzas en los meses y años venideros.