Elecciones catalanas: ¿Qué camino seguir para continuar la lucha?

Por tercera vez en poco más de cinco años, el pasado domingo 14 de febrero hemos tenido elecciones en Catalunya. Se convocaron después de que el Estado español destituyera, una vez más, al presidente electo de la Generalitat como parte de su persecución al movimiento independentista.

Escrito por Socialisme Revolucionari, ASI en Catalunya.

Esta implacable represión socava incluso los escasos derechos democráticos del régimen posfranquista. Pero no habrá descanso para el “establishment” después de estas últimas elecciones, ya que la profunda crisis del capitalismo en Catalunya y el Estado español no hará más que continuar, agravada por la mala gestión de la pandemia del COVID-19 y la aguda realidad económica relacionada con ella.

Mayoría para “la izquierda” y la independencia

Tras estas elecciones destacan dos resultados positivos principales. En primer lugar, el porcentaje de votos para lo que los medios de comunicación de masas describen como “la izquierda” (es decir, PSC-PSOE – 23%; ERC – 21,4%; En Comú Podem – liderado por Podemos – 6,9%; y CUP – 6,7%) fue de casi el 58%, el más alto desde la década de 1930. Especialmente alentador fue el resultado de la CUP (la fuerza más a la izquierda de estas cuatro), que aumentó su porcentaje de votos más de un 50% desde 2017, aunque todavía por debajo del 8% obtenido en 2015.

El mayor crecimiento lo obtuvo el PSC, que casi duplicó su resultado de 2017. Esto proviene principalmente de la vuelta de su base tradicional en el cinturón industrial de Barcelona, pero también del ala liberal-centrista y “pro-europea” del derrumbado Ciudadanos (Cs). El electorado de este último parece haberse fracturado entre el PSC y la ultraderecha de Vox, un reflejo de la polarización política que ya se vio en las elecciones estatales españolas de 2019, así como una señal de la inestabilidad de las nuevas formaciones, de la que quizás Podemos debería tomar nota.

Fundamentalmente, el PSC quedó en primer lugar en estas elecciones sobre todo porque fue visto como la apuesta más segura por parte de los votantes unionistas moderados, que quizás sienten que Vox, Cs y el PP son demasiado de derechas y antagónicos para la situación actual. Al margen de la retórica de la campaña electoral, ERC y PSOE han estado gestionando un proceso de desescalada como parte de sus acuerdos en el parlamento estatal, incluyendo cierta suavización por ambas partes en la cuestión de los presos políticos. Pero es probable que las contradicciones del proceso resulten infranqueables, sobre todo el papel independiente del aparato del Estado español y su carácter represivo. Así, un llamado “gobierno de izquierdas” sería posible matemáticamente, aunque no probable políticamente, por cómo se han dividido las bases electorales de estos partidos en la cuestión dominante de la política catalana en los últimos años: la lucha por la independencia. Mientras ERC y la CUP la apoyan, el PSC-PSOE y En Comú Podem (ECP) abogan por una “vía constitucional” hacia, en un futuro lejano, un sistema federal en todo el Estado español. De hecho, ERC se ha comprometido antes de las elecciones a no formar una coalición de gobierno con ninguno de los partidos no independentistas.

El escenario mucho más probable -aparte de unas nuevas elecciones- es ver una coalición de gobierno de los partidos independentistas, que por primera vez han obtenido más del 51% de los votos. Esto supone un hito de legitimidad para la reivindicación independentista, ya que la falta de mayoría ha sido utilizada continuamente contra el movimiento en los últimos años. También refleja el continuo apoyo de las masas a la independencia, a pesar del retroceso del movimiento en 2017 y la posterior falta de liderazgo político.

Al mismo tiempo, este resultado se produce tras una participación históricamente baja de solo el 53%. Esto se debió en parte, por supuesto, al miedo a la pandemia, por lo que todos los partidos, excepto el PSC, quisieron posponer las elecciones debido a su potencial mayor fortuna en las encuestas. La segunda razón, sin embargo, fue una cierta apatía hacia una oferta electoral poco estimulante, tanto en relación con la lucha por la independencia como con las propuestas para combatir el terrible impacto socioeconómico de la pandemia. Ello contrasta con la mayor participación electoral de la historia, del 79%, allá por diciembre de 2017, cuando el movimiento aún estaba en pleno apogeo.

Por lo tanto, es probable que el nuevo gobierno esté formado por ERC, la CUP y también por la derecha de JxCat (20%). Aparte de la CUP, será efectivamente una continuación del actual gobierno, pero ahora con ERC como socio principal. Es el mismo gobierno que desde el movimiento de masas de 2017 no ha aportado ninguna visión clara ni estrategia de lucha para la búsqueda de la independencia. Es el mismo gobierno que ha gestionado mal la pandemia y sus repercusiones económicas, con poco apoyo a los trabajadores de a pie que han perdido sus empleos.

Más fundamentalmente, tanto ERC como, aún más, JxCat defienden un tipo de independencia muy diferente al que la CUP y el resto de la izquierda anticapitalista reclaman, o deberían reclamar. A pesar de la imagen “radical” o “de izquierdas” que pueda ofrecer en el momento álgido de la lucha, ERC ha demostrado en el pasado, sobre todo en los últimos años de participación en el gobierno, que su lealtad se sitúa fundamentalmente del lado del capital. Durante la huelga de Nissan del año pasado, por ejemplo, los dirigentes de ERC no dieron ningún apoyo a la petición de nacionalización de los trabajadores. La república catalana prevista por partidos como ERC sigue siendo una república capitalista.

Si bien la CUP está planteando reivindicaciones ampliamente correctas de medidas de izquierdas para combatir los efectos de la pandemia y una estrategia de lucha para la autodeterminación, debería hacerlo desde la oposición en lugar de unirse a un gobierno con partidos pro-capitalistas. Fue un error, en la antesala de los acontecimientos de 2017, que la CUP fuera a remolque de estos partidos, en un momento en el que había una importante fusión entre la cuestión social y la nacional, como reflejó el buen resultado de la CUP en las elecciones de 2015. En ese momento, una izquierda unida con un programa para una Catalunya socialista, junto con el apoyo a un referéndum de independencia, podría haber sido un polo de atracción para los trabajadores de todo el país y más allá. En cambio, tras largas negociaciones, la CUP ató su suerte a la coalición entre ERC y la derecha catalana. Esto los aisló de los trabajadores españoles, mientras que el alineamiento de ECP con PSC, Cs y PP contra la independencia los aisló de los trabajadores catalanes. Tras las elecciones de 2017, la CUP siguió prestando apoyo parlamentario a la coalición ERC-JxCat.

Pero sería un error mucho más grave unirse a ellos en el gobierno. Significaría una grave pérdida de credibilidad para la principal organización partidista de la izquierda anticapitalista en Catalunya hoy en día. Los partidos de izquierda no deben tratar de gestionar el capitalismo sólo para demostrar que están “preparados para gobernar”, sino proporcionar una voz independiente para las clases populares y sus intereses. Precisamente por eso nos opusimos a que Unidos Podemos entrara oficialmente en el gobierno estatal del PSOE, ya que a largo plazo corre el riesgo de atar a Podemos cada vez más al “establishment” y debilitar sus vínculos con las luchas en la calle.

Al mismo tiempo, los portavoces de Podemos han cuestionado anteriormente la calidad de la “democracia” española y se han enfrentado a fuertes críticas de sus socios de coalición y a la histeria de la derecha y de su prensa. Más recientemente, Podemos se ha negado correctamente a condenar el movimiento de masas que se está desarrollando entre los jóvenes en apoyo de Pablo Hasél. Esto es una muestra de cómo los movimientos en la calle pueden presionar a Podemos.

La alcaldesa de Barcelona de ECP, Ada Colau, también es un ejemplo. Líder del poderoso movimiento antidesahucios PAH durante la última crisis, Colau no ha sido capaz de detener la continuación de los desahucios y de la crisis de la vivienda de manera más amplia desde que se convirtió en alcaldesa en 2015. Este tipo de compromiso de los principales representantes políticos de la generación de los Indignados ya ha provocado un creciente cinismo hacia la idea de la organización del partido entre la nueva generación de activistas.

Por lo tanto, aunque apoyamos cualquier intento de ganar reformas para las clases trabajadoras, la izquierda anticapitalista debe tener como objetivo fundamental la transformación de la sociedad. Si no se aprende esta lección básica, entonces la izquierda anticapitalista termina, en el mejor de los casos, alimentando el estado de ánimo antipartidista entre la juventud y, en el peor, dejando la puerta abierta para que la extrema derecha capitalice la ira antisistema y crezca aún más. Por lo tanto, como desarrollamos a continuación, la CUP debería construir una alternativa de izquierda de masas sobre el terreno y utilizar sus cargos electos para ser una voz de la lucha en las calles y luchar por las políticas socialistas.

Colapso de la derecha ‘mainstream’ y ascenso de Vox

Otro rasgo positivo de estas elecciones ha sido el hundimiento de los partidos ‘mainstream’ de la derecha española, PP (3,8%) y Cs (5,6%), pero también del partido histórico de la burguesía catalana, PdCAT (antigua Convergencia), que ni siquiera llegó al parlamento. Los dos primeros han visto cómo muchos de sus votantes se han radicalizado y han emigrado al partido de extrema derecha Vox (7,7%), que ha entrado por primera vez en el Parlamento catalán, el resultado más preocupante de estas elecciones.

Tercera fuerza política en el Estado español y cuarta en Catalunya, Vox emplea un discurso nacionalista, xenófobo, antiizquierdista y populista para atraer a personas desilusionadas con los partidos mayoritarios de la derecha. Como la mayoría de los partidos de este carácter, su principal base social se nutre de las clases medias descontentas, así como de los elementos reaccionarios del aparato estatal. Dado que las pequeñas empresas están cerrando o apenas sobreviviendo debido a las restricciones relacionadas con la pandemia, con poco apoyo del gobierno central o regional, existe por tanto un potencial para que Vox crezca si la izquierda no consigue construir una alternativa creíble.

Para evitar ese crecimiento, la izquierda debe plantear demandas que también apelen a esta categoría social. Al mismo tiempo, necesita construir un enfoque de frente unido en las calles, en los lugares de trabajo, en las escuelas y en las universidades para contrarrestar a Vox y a los diversos grupos fascistas que se aprovechan de su éxito electoral y se envalentonan con él.

Podríamos ver un aumento de los ataques a los objetivos habituales de la extrema derecha: inmigrantes, sindicatos, organizaciones de izquierda, activistas antifascistas, etc. Pero se puede hacer frente a ellos si las ricas tradiciones antifascitas de Catalunya se movilizan al máximo para enfrentarse a ellos, no sólo en la calle sino con una clara alternativa socialista que aborde las condiciones socioeconómicas que están gestando el crecimiento de la extrema derecha. Aunque Vox ha crecido y su entrada en el Parlament es un hecho negativo, la correlación de fuerzas sigue estando de nuestro lado.

La radicalización de una parte del electorado de derechas también se observa en la derecha catalana. Su principal partido, JxCat, ha mostrado crecientes tendencias populistas de derecha en el último período, en particular redoblando su chovinismo antiespañol. Esto es, por supuesto, un sustituto de un programa que proporcione un camino efectivo hacia la independencia real, a pesar de sus afirmaciones rimbombantes al contrario. El principal peligro que hay que combatir aquí es la división que este tipo de retórica chovinista puede sembrar entre el pueblo trabajador catalán y el español.

El camino de la izquierda: construir un polo de atracción anticapitalista

Estas elecciones no traerán el período de calma y estabilidad que el “establishment” capitalista espera. La pandemia y la crisis socioeconómica ligada a ella continuarán. Después de haber alcanzado por primera vez el hito simbólico del 51%, las aspiraciones de las masas a la autodeterminación no desaparecerán. Tampoco lo hará la represión del Estado español y sus aliados en el aparato catalán, como se ha visto estos días con el caso del rapero Pablo Hasél y la brutalidad policial contra los jóvenes que protestaban por su injusto encarcelamiento.

El nuevo gobierno seguirá siendo parte de estos problemas y no la solución a los mismos. La solución sólo puede venir desde abajo y la CUP está bien posicionada para ayudar a organizar la resistencia, tanto en las instituciones como en las calles. Aunque parte de su dirección parece estar dispuesta a participar en el gobierno junto a los partidos pro-capitalistas, las bases deberían resistirse a ese tipo de compromiso y construir la unidad en la acción con los activistas del ECP y otras organizaciones de izquierda.

En lugar de perseguir un gobierno de frente popular, la CUP debería proporcionar una oposición real desde la izquierda sobre la base de un programa de demandas concretas para un salario decente, una vivienda asequible para todos (incluyendo el fin de los desahucios), servicios públicos bien financiados (sanidad y educación en particular), amnistía para todos los presos políticos, derechos para los trabajadores “ilegales”, etc. En este sentido, la CUP debería utilizar sus numerosos cargos públicos no sólo para criticar al “establishment”, sino para ayudar a organizar y construir movimientos de masas con el fin de ganar esas demandas. El próximo período probablemente traerá importantes agitaciones y movimientos sociales, con nuevas capas entrando en la lucha a medida que las contradicciones de la sociedad sigan desarrollándose. Habrá muchas oportunidades así como complicaciones y una clara izquierda anticapitalista unida es necesaria para enfrentarse a ambas. La CUP debería aspirar a construir un polo de atracción revolucionario unido que atraiga a sindicatos, movimientos sociales, organizaciones juveniles, redes de activistas y otros grupos de izquierda, que podría desarrollarse en un movimiento para romper con el capitalismo y luchar por una república socialista catalana.