Brasil 2024: entre la barbarie y el desaliento, la conciliación y el golpismo
El año de 2024 fue aprensivo y desalentador para las personas de izquierda y progresistas de Brasil. En medio de tantas crisis, como la medioambiental, y de la necesidad de transformación social, los conservadores y la derecha fueron los grandes vencedores de las elecciones municipales. A esto se sumó la aplastante victoria electoral de Trump en Estados Unidos, alertando el regreso de la extrema derecha, la misma que intentó un golpe de Estado en nuestro país. A pesar de todo, la esperanza de cambio sigue viva y la izquierda y la clase trabajadora continúan analizando estos acontecimientos, pero con la condición de que estos análisis puedan convertirse en acciones para transformar radicalmente nuestra sociedad.
Escrito por Projeto por uma Internacional Marxista Revolucionária, Brasil.
Los últimos 15 años en Brasil han sido intensos, con grandes luchas de la clase trabajadora, muchos giros, acciones y reacciones. Después de tanta lucha, es descorazonador ver la victoria electoral de la derecha en las alcaldías y el avance de los proyectos conservadores, como las privatizaciones, incluso de escuelas, como en São Paulo, el PEC de violación, que prohíbe el aborto en cualquier caso, los ajustes fiscales como recortes presupuestarios a los derechos y la presión de la gran burguesía para ellos, entre muchos otros. Pero ¿por qué estamos en esta situación? ¿Brasil está siendo gobernado por Lula y nada parece avanzar? Lo que se necesita es un análisis concreto que evite algunas de las observaciones simplistas que se encuentran en algunos análisis que tanto se repiten, especialmente en las redes sociales –por ejemplo, sobre los “pobres de derecha”, “gente sin educación”, “los brasileños son realmente conservadores”, “perdimos porque la izquierda es identitaria”, etc.
Gobierno Lula: “alianza amplia” en la que sólo ganan los poderosos
Después de los años de pesadilla del gobierno golpista de Michel Temer y de los ataques ultraderechistas y genocidas de Bolsonaro contra el pueblo trabajador, había esperanzas de que el regreso de Lula significara un gran cambio, especialmente para los sectores que más sufrieron durante este periodo. Sin embargo, aunque la derrota de la extrema derecha en las urnas fue fundamental, Lula no está cumpliendo las promesas de mejora que fueron el sello distintivo de su campaña.
El principal logro del gobierno de Lula, a mitad de su mandato, es la instalación del nuevo marco fiscal, o el nuevo Techo de Gasto, es decir, una dura política de ajuste fiscal que quita presupuesto a derechos sociales, como educación, sanidad, seguridad social, vivienda, etc. Esta medida ha sido históricamente criticada por la izquierda y la clase trabajadora organizada en movimientos y sindicatos, pero ha sido exigida por toda la burguesía, desde los multimillonarios extranjeros hasta el empresario medio del país, desde Faria Lima hasta los grandes medios de comunicación, como algo naturalmente esencial para la economía, y se ha convertido en la principal bandera del ministro Fernando Haddad.
Nada diferencia al gobierno del PT en términos económicos de cualquier otro gobierno neoliberal: quitará dinero a la educación y a la salud, eliminando el actual piso de inversión, alterará el BPC, la exigua ayuda a los ancianos vulnerables, el aumento real del salario mínimo, entre otros gastos obligatorios. El proyecto de ley, a pesar de alterar la pensión de los militares y elevar el umbral de ingresos para pagar el impuesto sobre la renta de 5,000 reales, sigue teniendo una esencia innegable: quitar presupuesto de los servicios públicos y a los derechos de la población más pobre para que quede dinero para el mercado financiero. Aún así, “el mercado” sigue insatisfecho y presiona al gobierno para que dé marcha atrás en medidas modestas que podrían beneficiar a la población y siga avanzando en la austeridad. Al final, el PEC aprobado en el Congreso es mucho peor que el proyecto original.
Los pocos proyectos y acciones progresistas del gobierno, especialmente a principios de 2023, se ven ahora bloqueados por el Congreso, como la imposición de impuestos a las grandes fortunas. Mientras, los proyectos pro-mercado de consenso y de extrema derecha están siendo aprobados con celeridad. Con estos resultados, queda la pregunta: ¿qué sentido tienen los numerosos acuerdos y alianzas del gobierno del PT con la derecha tradicional?
La narrativa del PT está cantada en muchos medios y por muchas voces: hay que hacer alianzas para derrotar al bolsonarismo. Por no hablar de la cantidad de sectores de derecha y ultraderecha que forman parte del ejecutivo y dirigen ministerios (União Brasil, Republicanos, PSD, etc.). Lo cierto es que estos sectores se han fortalecido en los últimos dos años. Sólo en enmiendas parlamentarias hubo casi 63,000 millones de reales, la mayoría de los cuales fueron a parar a los diputados y senadores de los partidos de derecha que forman parte de la alianza amplia. Estas enmiendas son utilizadas a su antojo por estos parlamentarios, reforzando sus corrales electorales locales, privatizando las políticas públicas, ya que ahora no pertenecen al gobierno, sino a particulares con “buenas intenciones”, comprando ambulancias para pequeñas ciudades y completando los presupuestos de los servicios públicos, cuando no se utilizan para favores personales y quizás para reforzar milicias y comprar armas para eliminar a indígenas y trabajadores rurales. Esta forma de hacer política deja poco margen para sorprenderse por los resultados electorales en los municipios.
A pesar de todo, la economía ha dado buenas señales: ha habido crecimiento económico, en torno al 4% en 2024, uno de los más altos del mundo, la inflación está bajo control (aunque se aceleró a finales de año y superó el objetivo, situándose en el 4.7%) y el desempleo está en su nivel más bajo de la historia, en el 6.1% en el trimestre hasta noviembre. El gobierno se pregunta: ¿es que la gente no está mirando? Para las masas que sufren el embate cotidiano del trabajo informal y mal remunerado, los transportes caros, abarrotados y lentos, la salud mental destrozada, la creciente violencia social, especialmente de la policía, el machismo, el racismo, la lgbtfobia, entre otros sufrimientos cotidianos, los bonitos índices de los analistas económicos no van a conmover a nadie. Y, de hecho, lo que hemos visto es que estos índices parecen tener poco o ningún impacto en la vida de cualquier trabajador. En cualquier caso, no hay genio que pueda detener la tendencia: con la política económica de ajuste fiscal y una crisis estructural global, Lula y Haddad no mantendrán estos índices por mucho tiempo.
Otra narrativa del lulismo sirve para pasar la pelota: Lula es rehén de un Congreso conservador, tiene las manos atadas. Que un Congreso de mayoría derechista y el capital avancen contra los derechos, y por más represión y explotación, no debería sorprender. Si bien es cierto que el Congreso nacional está infestado de los peores representantes del agronegocio, las milicias y los fundamentalistas religiosos, lo que no se explica es que se combata a estos sectores fortaleciéndolos con presupuesto, palmaditas en la espalda y una postura de rehén voluntario, condición básica para una alianza tan amplia que prácticamente sólo deja afuera al propio Bolsonaro.
El plan estratégico del PT y el lulismo
Ahora, en el quinto mandato presidencial del partido, el plan del PT para Brasil y sus resultados son claros. No se pueden negar las conquistas en términos de garantía de derechos y creación de políticas públicas que finalmente fueron posibles precisamente durante estos gobiernos: aumento real del salario mínimo, Mi Casa Mi Vida, Bolsa Familia, cuotas para negros e indígenas en las universidades, implementación de la Política Nacional de Asistencia Social, entre otras, toras ellas fruto de luchas históricas de la clase trabajadora y de los movimientos sociales. Sin embargo, la implementación de estas políticas siempre vino con la contrapartida, abiertamente discursada por los líderes del PT, de un gran acuerdo nacional entre todas las clases y grupos políticos – sólo la “oposición de derecha” y ahora “el fascismo” quedarían fuera.
La negación de los intereses opuestos de las clases sociales, de las luchas de clases y de la dimensión de la crisis del sistema, incluida la economía, forma parte de estas narrativas, pero no las hace desaparecer. Los levantamientos populares, el golpe de 2016, el ascenso de la extrema derecha, el crecimiento de la represión y la violencia en toda la sociedad brasileña son lo “normal” de este periodo de aplicación de la estrategia del Pt, y no la excepción, como nos quieren hacer creer.
Desde el primer mandato de Lula, iniciado en 2003, hasta ahora, ¿cuál es el balance? En la narrativa lulista, ha habido avances, sólo paralizados por el golpe y el gobierno de Bolsonaro. Pero en los últimos veinte años, el balance de los gobiernos del PT con una amplia alianza ha sido de profundización de la política de ajuste fiscal y reducción del Estado para los derechos sociales, avances en la privatización de activos estatales, principalmente a través de Asociaciones Público-Privadas (APP) y el uso de Organizaciones Sociales (OSs), pérdida de salarios y derechos de los funcionarios públicos, avances en la desregulación del trabajo, incluyendo la liberación de la tercerización bajo el gobierno de Dilma, un fuerte retroceso en la reforma agraria, especialmente en las expropiaciones, el fortalecimiento del agronegocio, del latifundio, de los transgénicos y de la financiarización del campo, la destrucción de la Amazonia y del Cerrado, incluyendo las grandes presas hidroeléctricas de los gobiernos del PT, la desindustrialización y el fortalecimiento del carácter de productores de materias primas agrícolas y mineras, la creciente militarización de la política, el aumento de la violencia racista, especialmente por parte de la policía en las favelas con medidas como la ley antidroga introducida por los gobiernos del PT (la PM de Bahía, gobernada por el PT, es la que más mata) y en el campo contra los indígenas, etc.
En otras palabras, en el intento del PT de parecer más “digno de confianza y responsable” ante la burguesía, fortalecieron el sistema de la clase dominante impulsando políticas liberales de reforma estructural exigidas por la clase alta. Cuando los tiempos eran buenos, como el auge de las materias primas de la década de 2000, había espacio para la aplicación de algunas políticas sociales, que efectuaron la conciliación de clases, pero esto cambió después de las crisis económicas a partir de 2014. Esto abrió espacio para el golpe de 2016 y para que Temer y luego Bolsonaro avanzaran con una agenda mucho más agresiva y bárbara destinada a quitar los pocos derechos que el pueblo había conquistado.
Pero lo que más ha abierto este espacio, y que forma parte del plan de apaciguamiento social y consenso nacional buscado en la conciliación de clases del lulismo, es garantizar a los “partidarios del gobierno” de la burguesía y la derecha que no habrá grandes movilizaciones de la clase obrera. Pero si hay movilizaciones, no deben tener un programa o reivindicaciones que puedan perturbar el plan de conciliación. El PT y Lula surgieron directamente de la lucha de clases, de la lucha de los trabajadores principalmente en las décadas de 1970 y 1980 y, con el éxito de la lucha contra la dictadura de toda la clase obrera, este sector se convirtió en la principal dirección de clase durante más de 40 años. La CUT sigue siendo la central que más sindicatos dirige en Brasil, a los que se suman la CTB, y la UNE para los estudiantes, con la misma política. En el campo, el MST, aunque no esté vinculado orgánicamente al PT, también refleja la misma política de conciliación.
La narrativa del lulismo sobre las grandes protestas de 2013/2014, pintándolas como una conspiración de la derecha, tiene este objetivo: desmotivar la movilización popular independiente. En 2017, cuando las masas empezaban a participar en una lucha decisiva para derrocar a Temer, la CUT boicoteó deliberadamente la segunda huelga general, después de la victoriosa huelga de abril y de Ocupa Brasilia de mayo, que habían impedido que la reforma de las pensiones saliera adelante en aquel momento, con la promesa de que Lula ganaría en 2018. La lucha por deshacerse de Bolsonaro siempre se ha llevado al terreno institucional de las protestas callejeras protocolarias y, cuando Bolsonaro empezó a cerrar carreteras tras la victoria electoral de Lula, la orientación del lulismo fue quedarse en casa porque el nuevo gobierno resolvería todo. En la base de los sindicatos y movimientos, la estrategia fue similar, con las burocracias locales haciendo discursos incendiarios contra el bolsonarismo, pero dificultando la organización de base y el uso de las herramientas históricas de lucha de la clase trabajadora, como la huelga, ya que el proyecto del lulismo es el centro del poder.
Ahora, son dos años sin grandes luchas, bajo un gobierno de Lula pero con el fortalecimiento de la extrema derecha, con la clase trabajadora desmotivada para la acción por la dirección mayoritaria de los sindicatos y movimientos. Este proyecto del lulismo de frenar las luchas y movilizaciones populares independientes sigue mostrando una cara irónica y autofágica: la incapacidad de estas direcciones de movilizar a sus bases cuando los necesita, por ejemplo en las campañas electorales. Después de años de desmovilización y de acciones callejeras “para inglês ver” (es decir, “para aparentar”), la clase trabajadora no reconoce estas convocatorias como propias, no se identifica con ellas y no se implica. En diciembre, las direcciones lulistas llamaron a nuevas protestas para la detención de Bolsonaro, y después sectores del movimiento incluyeron las demandas por el fin del horario de trabajo 6×1 y por un presupuesto para derechos. A pesar de que estas agendas fueron incluidas en la convocatoria de movilizaciones, la poca difusión y la no organización de movilizaciones a nivel sindical, estudiantil y barrial, muestran una vez más la estrategia del lulismo: convocar a movilizaciones, pero con el freno de mano puesto.
Ante las múltiples crisis estructurales que atraviesa el capitalismo, con una desconfianza cada vez mayor en las instituciones, los políticos y el sistema, la gente está muy descontenta y busca alternativas o algo que señale una salida. Pero la continuación de la política de frentes amplios con los representantes del sistema, junto con una defensa abstracta de las instituciones de la democracia burguesa, mientras las luchas quedan en suspenso, son tan repetidamente frustrantes y desmovilizadoras que no parece en absoluto sorprendente que esta clase cansada y desmotivada ya no vote al PT.
Las elecciones municipales lo pusieron de manifiesto, ya que el PT sólo ganó una alcaldía en una capital, Fortaleza, por un margen ínfimo. En el resto del país, la izquierda institucional fue derrotada, incluso en São Paulo, donde la candidatura del PSOL de Guilherme Boulos siguió repitiendo los mismos métodos ya criticados. El único lugar donde el campo “progresista” (utilizando la definición más amplia posible de la palabra) ganó con comodidad fue en Recife, con João Campos, del PSB, vencedor en la primera vuelta. El espacio dejado por la falta de alternativa en la izquierda abrió paso a nuevos fanáticos de extrema derecha como Pablo Marçal que, aunque no ganó, influyó en la situación.
Tras los resultados, los comentaristas se apresuraron a declarar que estas elecciones eran victorias de centro. Pero en realidad, muchas de estas supuestas figuras de centro ganaron o mantuvieron sus mandatos con políticas de extrema derecha, como Ricardo Nunes en São Paulo, Eduardo Pimentel en Curitiba y Bruno Reis en Salvador, así como los cuatro candidatos del PL que arrasaron en las capitales.
¿Bolsonaro será arrestado?
Ahora que los informes de la investigación de la PF han comenzado a salir a la luz, toda la conspiración de Bolsonaro y un sector de las Fuerzas Armadas para intentar un golpe de Estado a finales de 2022 y principios de 2023 está cada vez más clara. Todo el mundo ya sabía que esa era la estrategia de Bolsonaro si perdía las elecciones, pero ahora se hace público cómo idearon la acción al detalle. Sólo no funcionó porque no tuvieron suficiente apoyo entre la burguesía, el imperialismo e incluso en las Fuerzas Armadas.
Toda esta historia demuestra que la propaganda sobre la fuerza de la democracia es una mera ilusión. En realidad, la correlación de fuerzas entre clases, incluso dentro de la burguesía, determina lo que sucederá. Cuando la burguesía sintió que la crisis económica se agudizaba en 2015 y reaccionó a las grandes luchas de 2013/2014, unió fuerzas para dar un golpe de Estado contra Dilma y apoyar a Bolsonaro en las elecciones de 2018 y finalmente aprobar la reforma de las pensiones en 2019. Cuando Bolsonaro no fue suficiente como herramienta para implementar sus políticas y se mostró más como un bufón despistado, una parte de ella retiró su apoyo y se embarcó nuevamente en la amplia alianza de Lula en 2022. Con el intento de golpe, es fácil para la burguesía apoyar la detención de algunos cientos de bolsonaristas pobres y de clase media el 8 de enero y acusar a Bolsonaro y a algunos militares. Incluso con la detención de Braga Netto en diciembre, las lagunas en el sistema judicial hacen que los peces gordos escapan al castigo. Alexandre de Moraes y todo el poder judicial son sólo herramientas de esta estrategia de la gran burguesía que busca el mejor contexto para maximizar sus ganancias.
Lo que falta en este cálculo de correlación de fuerzas es la mayor fuerza social capaz de cambiar todo este panorama: la lucha de la clase obrera organizada. Precisamente en un periodo histórico de crisis generalizada y en el que la burguesía se muestra dividida y fuera de control, demostrado por la extrema derecha disruptiva que crece y tiene su propio programa, la movilización social de la población trabajadora puede hacer toda la diferencia para cambiar la historia,
En este contexto, ¿Bolsonaro será detenido? En lo que respecta al poder judicial de los ricos, podría pasar mucho tiempo. Después de su acusación y posible condena, podrían pasar años. Habrá apelaciones, y sin una sentencia, todavía no puede ser arrestado. Después de una sentencia definitiva (¿cuántos años en el futuro?), entonces puede cumplir una condena que todavía puede ser revertida con arresto domiciliario o algo similar. Por supuesto, todas estas reglas sólo se aplican a los ricos, ya que los pobres, y especialmente los negros, son encarcelados sin pruebas ni juicio. ¿Podría Bolsonaro ser detenido en prisión preventiva? Después de todas las escenas que hemos visto, si no ha habido ya una solicitud, parece poco probable que esto ocurra en los próximos meses, incluso después de la detención de Braga Netto. Pero si la burguesía de repente piensa que su encarcelamiento servirá a sus intereses, las cosas podrían cambiar rápidamente, como ocurrió con el propio Lula. Lo que realmente parece es que la burguesía todavía puede contar con él como una carta en la manga, que puede ser utilizado en una posible nueva gran crisis política en el país e incluso una posible detención preventiva puede ser utilizada políticamente.
La justicia, pero sobre todo el Tribunal Supremo, nunca ha sido imparcial y está inmersa en la política. Figuras como Moraes están actuando, al menos por el momento, más en sintonía con el Ejecutivo en relación con las cuestiones de democracia burguesa que les interesan y para contener a un enemigo común que es el bolsonarismo que amenaza sus posiciones. Esto crea la imagen de que el Tribunal Supremo está en el “lado correcto de la historia”, pero esto no es más que una ilusión. No hay que olvidar, por ejemplo, que Moraes fue nombrado por el golpista Temer.
La realidad es que el poder judicial, como las demás instituciones del Estado, tiene la función de garantizar la dominación de clase en nuestra sociedad y no de hacer justicia, mucho menos justicia social, ni de defender la democracia. Sólo las clases oprimidas en su lucha colectiva pueden hacerlo, como ha sido el caso a lo largo de la historia de la sociedad humana.
2026
Como ya se ha mencionado, hubo intentos de adelantar las elecciones municipales de 2026. Ahora, tras los resultados, muchos ya miran al próximo periodo con esta idea en mente. Tanto la amenaza de detenciones bolsonaristas como de militares, la inelegibilidad de Bolsonaro y otros, y las dificultades del PT, plantean incertidumbres sobre cómo será el escenario para entonces.
Incluso con todos los intentos de complacer al “mercado” y a la clase dominante, el PT está lejos de una posición cómoda. Todo sigue girando en torno a la figura de Lula. Una encuesta de Quest en diciembre mostró que si la segunda vuelta se celebrará ahora, Lula ganaría en todos los escenarios, incluso contra el entonces elegible Bolsonaro. Pero esto es sólo una fotografía del momento y aún pueden pasar muchas cosas de aquí a entonces. Hay dudas sobre si Lula podrá presentarse a las elecciones, con problemas de salud y la edad afectándole. En este escenario, el PT tendría que enfrentarse al problema histórico de no contar con suficientes cuadros a la altura de Lula para presentarse a las elecciones presidenciales. Haddad sigue siendo la figura más probable y en las encuestas de Quest sigue estando por delante, pero en un nivel inferior (recordando que esto también fue así en 2018). Mientras tanto, el mercado revela sus deseos morbosos cuando, justo en el momento que Lula regresa para una nueva cirugía de cabeza, la bolsa se dispara y el dólar cae.
Lo que la burguesía realmente quiere es que uno de ellos vuelva a estar al mando. Quieren un representante que sea más predecible para ellos y que pueda garantizar su agenda. Figuras como Tarcísio de Freitas, gobernador de São Paulo, y Rolando Caiado, gobernador de Goiás, son posibles alternativas. Ambos son partidarios de Bolsonaro, pero son vistos como “más serios” o más “técnicos”, es decir, más confiables para garantizar la agenda de la burguesía. Pero cualquiera que siga las noticias sobre la violencia policial o la agenda de privatizaciones en São Paulo puede imaginar quién se beneficiaría y quién perdería con una presidencia de Tarcísio.
Otros como Romeu Zema o incluso los hijos de Bolsonaro podrían intentar presentarse. Pero también existe el peligro de que surjan ahora nuevas figuras ante las dificultades del bolsonarismo, como Pablo Marçal, que se ha convertido rápidamente en una figura nacional y representa una nueva extrema derecha no vinculada a las vacilaciones del bolsonarismo y que compite por su base.
La lucha de masas de la clase obrera es la única forma de cambiar el rumbo del abismo
A pesar de toda la represión, la propaganda ideológica, los medios de distracción usados por la burguesía y el trabajo cotidiano de las burocracias lulistas para bloquear la lucha de clase obrera, ésta siempre resurge, incluso de las cenizas. Las contradicciones del sistema, la explotación, la opresión y la vida cotidiana de la población son más que razones y causas para las grandes revueltas que protagonizan las masas oprimidas. Aunque muchos de los efectos de las elecciones vividas en 2024 intentan anticipar la contienda electoral de 2026, además del polarizante debate que se centra en los posibles candidatos presidenciales, la única garantía de tener una izquierda victoriosa en las elecciones presidenciales es si logramos una jornada de luchas que comience con la victoria en las calles y que pueda construir una forma alternativa de poder que descarte definitivamente el proyecto de conciliación de clases.
En los últimos meses, la agenda de acabar con la semana laboral 6×1 y reducir la jornada de trabajo ha resonado ampliamente en toda la sociedad gracias al esfuerzo militante del movimiento VAT y su fundador, el joven trabajador negro LGBT+ Rick Azevedo, e impulsado por Erika Hilton en el Congreso con un proyecto de ley para acabar con la jornada laboral actual. Es increíble cómo una cosa tan simple hizo temblar de miedo a la burguesía, silenció al gobierno y puso contra la pared a la extrema derecha en su burda hipocresía. Demostró que una agenda para mejorar la vida de millones puede impulsar luchas de masas – y la burguesía y bolsonaristas lo saben muy bien.
Las mujeres también han estado construyendo grandes luchas en todo el mundo, rebelándose contra la violencia sexista y conquistando derechos, como el aborto. Esta conciencia feminista está creciendo estructuralmente y en las bases de la clase trabajadora, especialmente entre los jóvenes, quienes son el futuro. Los intentos de la extrema derecha de atacar derechos, como el PEC de los violadores, que elimina cualquier derecho al aborto en Brasil, podrían generar una acción masiva de las mujeres jóvenes, como ya ocurrió a principios de año con el PL 1904, que les obligó a dar marcha atrás.
Además de estas amenazas orquestadas por la extrema derecha y el sector fundamentalista del parlamento, la práctica de los gobiernos municipales y estatales han sido desmantelar los servicios del aborto ya legalizados, demostrando que el desmonte de la sanidad también sirve a una política derechista de privatización y control de nuestros cuerpos. Crece el descontento por la violencia de género, las personas transgénero han visto vulnerados sus derechos en el ataque a sus documentos de identidad. Los índices de violencia machista y lgtbfobia siguen siendo altos, y los feminicidios han aumentado incluso durante el gobierno de Lula.
De la misma forma, la conciencia antirracista crece y obliga a la burguesía a hacer concesiones y propagandizar esta lucha – están perdiendo los dedos para no perder los brazos. La gran burguesía entiende que esta lucha puede ser explosiva, más aún como revuelta contra la violencia de la policía militar, cada vez más denunciada en las redes sociales con videos y todo tipo de pruebas. La burguesía y la extrema derecha lo saben, más aún después del levantamiento de Black Lives Matter en 2020, que dejó lecciones y avances en la conciencia que se acumulan en la experiencia histórica de nuestra clase.
Los y las trabajadoras de los servicios públicos también vienen dando una fuerte lucha, ya que gran parte de las políticas de ajuste fiscal apuntan a quitarles derechos y con una estrategia de acabar con esta categoría a través de planes de privatización. La huelga en las universidades e institutos federales en el primer semestre, la huelga del INSS y diversos movimientos, huelgas y paros especialmente en la educación municipal y estatal, como los movimientos como la Nueva Escuela Secundaria, muestran el camino.
Vivimos también los años en que las catástrofes climáticas y la crisis ambiental se agravan y arrojan a la humanidad a un abismo sin retorno. El año que comenzó con las catástrofes en Rio Grande do Sul puso al descubierto que el capitalismo no tiene control ni plan para los efectos del cambio climático. El año continuó con nuevos acontecimientos en todos los rincones del país de proporciones continentales. En todos ellos, los más pobres de la clase trabajadora pagaron la factura más alta. Estos efectos han tenido un mayor impacto en las regiones con mayor desigualdad económica, como el norte y el noroeste del país.
En estos momentos de absoluta alarma y calamidad social, la mayor solidaridad se da entre la clase trabajadora, que utiliza todos los métodos a su alcance para apagar incendios, movilizar la distribución de alimentos y víveres, organizar donaciones y apoyo a las víctimas de la pérdida de sus viviendas, de las graves intoxicaciones por el humo de los incendios, y de todas las formas que pueden. Mientras tanto, hemos asistido a unas elecciones municipales que no han sido capaces de aportar soluciones contra este nefasto sistema que siempre provoca la siguiente gran crisis, incluso ante uno de los mayores apagones experimentados en la capital más rica de América Latina, São Paulo, en medio de unas elecciones.
La salida de la crisis generalizada y mundial del sistema, de la humanidad y del planeta Tierra sólo puede venir de la movilización y lucha colectiva de las masas oprimidas. Mientras el capitalismo continúe su marcha, el camino hacia el abismo es seguro. No es uno u otro gobierno de izquierda o Lula, con todo el respeto debido a su gran importancia histórica, los que pueden cambiar esta marcha, ya que se propusieron mantenerla. La humanidad puede revertir este camino, siempre que construya colectivamente, a través de la lucha, un proyecto de sociedad anticapitalista, de convivencia con la naturaleza y los recursos naturales, de justicia y armonía social, de libertad, igualdad y fraternidad, un proyecto socialista para el futuro.