¡Luchemos por un feminismo para la clase trabajadora!
En los últimos años, el término feminismo ha estado en boca de todos y todas, apareciendo en los medios de comunicación, en las instituciones, en el mercado, en las calles y en los espacios privados. En 2020, el paro general de mujeres en México, en el que miles de mujeres participamos, constató no solo el respaldo y alcance que tenía el movimiento en el país, sino también dejó clara una verdad ineludible: “sin nosotras el país (y las ganancias de los grandes capitalistas) también se detiene”. Esto visibilizó que la desigualdad y la violencia que padecemos las mujeres en la cotidianidad deben ser combatidas de manera urgente, y si el Estado no toma cartas en el asunto, entonces las mujeres trabajadoras lo haremos.
Escrito por Rosa México
A partir de esto, empresas, instituciones, y ¿por qué no?, los partidos políticos comenzaron a vestir de verde y morado. Por ejemplo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) recordó que con ellos se consiguió el derecho al voto femenino, mientras que el Partido Acción Nacional (PAN) reivindicaba a las mujeres de su partido, con sus rostros sonrientes y la imagen impecable. Pero dentro del discurso, ¿dónde estamos nosotras?, las de a pie, las trabajadoras del hogar, las obreras, las estudiantes… ¿Realmente gracias al PRI y al PAN, las mujeres podemos participar en la vida política del país? La respuesta es un rotundo “No”. El PAN nació como un partido confesional que se ha opuesto históricamente a los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTQ+. El PRI, por su parte no dista mucho de ello. Si bien, este partido gobernaba cuando las mujeres conquistamos el derecho al voto en 1953, este partido ha sido fundamentalmente dominado por hombres que se han opuesto a los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTQ+, como el derecho al aborto o al matrimonio igualitario. Estas acciones solo son muestra de la constante búsqueda por arrebatarnos nuestros logros y borrarnos de la historia, con el fin de instrumentalizarnos a su favor.
Por su parte, MORENA también adoptó una narrativa de apoyo a las mujeres al presentar a la Dra. Claudia Sheinbaum como la primera mujer presidenta de México, una mujer de la que consta su militancia contra el neoliberalismo, universitaria y que continúa con el legado del expresidente López Obrador. La llegada de MORENA al poder fue producto de un movimiento popular de las masas trabajadoras, cansadas de los ataques y la miseria de los gobiernos del PRIAN. Sin embargo, con el triunfo electoral de la Dra. Sheinbaum, también surgieron críticas desde diferentes frentes. Por un lado, la derecha desplegó una campaña de violencia política y de género en su contra; pero, por otra parte, tenemos las críticas de la población que la impulsaba, principalmente de agrupaciones feministas, que señalaban el hecho de que evitara enunciar la palabra “aborto” o las críticas a los enfrentamientos entre las manifestantes y fuerzas policiacas en las marchas conmemorativas del 8M y el 28S durante su mandato en la Ciudad de México.
Aunque el gobierno de la Dra. Sheinbaum implementó medidas de prevención y contra la violencia sexista, como apoyos económicos para mujeres mayores (doble pensión), su posicionamiento frente al movimiento feminista y sus demandas seguía siendo ambiguo para algunos sectores de la izquierda. No muy diferente a la actitud que el propio López Obrador adoptó frente al movimiento feminista durante su sexenio. Si bien es cierto fue el primer gobierno con paridad de género, también lo fueron sus constantes erratas al por ejemplo menospreciar el movimiento feminista como un movimiento de derecha al mismo tiempo que apoyaba abiertamente candidaturas fuertemente cuestionadas como la de Felix Salgado Macedonio, señalado como un agresor sexual.
Constantemente se repite que con Claudia llegamos todas, ¿pero realmente lo hicimos? Muchas veces se da por sentado que todas las mujeres comparten las mismas opresiones y que, por ende, existe una agenda y un programa único para todas. Usualmente se dice que aquellas que han logrado “romper el techo de cristal” nos representan a todas y, por lo tanto, ya no existen los límites para que las demás podamos llegar. Sin embargo, el hecho de tener mujeres en el poder no implica automáticamente una mejora en las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras que no vivimos en las mismas condiciones que las Altagracia Gómez, heredera del Grupo Minsa, En ese sentido, vale preguntarse si ¿tener una Margaret Thatcher, una Kamala Harris o una Michelle Obama ha impulsado una vida digna para las mujeres de sus respectivos países y del mundo? La respuesta es clara: no es suficiente.
Y no cabe duda de que la representación importa, el hecho de que hace menos de ochenta años no pudiéramos votar y ahora tenemos nuestra primera presidenta de izquierda nos permite entender que somos las mujeres de la clase trabajadora con nuestra clase quienes mediante la lucha conquistamos, ampliamos y defendemos los derechos alcanzados. No obstante, el triunfo de Claudia plantea esta disyuntiva: ¿quiénes nos representan y qué intereses defienden? ¿Habríamos podido afirmar lo mismo si Xóchitl Gálvez hubiese ganado? ¿con Claudia llegamos todas? ¿En qué sí y en qué no?
Ante esto, debemos retomar algunas bases de análisis en el movimiento feminista socialista, que resulta una herramienta para discutir las condiciones de vida y violencia a las que nos enfrentamos cotidianamente las mujeres de la clase trabajadora. En México, según datos del CONEVAL, en 2020 al menos 29.1 millones de mujeres vivían en la pobreza, un 44.4% de la población femenina, lo que según esta misma comisión significó 2.5 millones de personas más en comparación con la población masculina en estas condiciones (INMUJERES, 2021). En 2024 la cifra disminuyó parcialmente pues según el Centro de Investigación en Política Pública (IMCO) para abril de este año al menos un 37% de las mexicanas continúan en la pobreza. Un porcentaje que no deja de ser alarmante, pues esto representa que el 33% de ellas tiene rezago educativo, que un 91% no tiene seguridad social, el 88% no cuenta con una vivienda propia y, por último, el 36% vive con inseguridad alimentaria (IMCO, 2024).
Estas cifras reflejan que las narrativas meritocráticas, que destacan los casos de éxito individual, no representan a la mayoría de las mujeres trabajadoras. Por el contrario, perpetúan la idea de que si una minoría logra “romper el techo de cristal”, como es el caso de Michelle Obama, J.K. Rowling o el propio caso de Xóchitl Gálvez —que su equipo quiso vendernos durante su campaña—, todas podríamos lograrlo. Estos ejemplos son resultado de la instrumentalización del “sesgo del sobreviviente”, el cual busca anular cualquier crítica hacia las vivencias de la población de México y el mundo, de una historia de clase trabajadora que ha sido persistente en su lucha por la mejora de sus condiciones de vida. Y, especialmente las que tienen que ver con nosotras, las trabajadoras.
Por otra parte, desde el feminismo socialista, hacemos énfasis en que el sistema capitalista es responsable de las opresiones que enfrentamos las mujeres, especialmente las trabajadoras y campesinas pobres. A lo largo de la historia, los cambios en los modos de producción han afectado directamente nuestras vidas. Durante las revoluciones industriales, muchas comenzaron a emplearse en fábricas, pero al terminar su jornada laboral debían encargarse del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, una doble o triple jornada.
El trabajo doméstico ha sido históricamente invisibilizado y despreciado por las clases dominantes que lo han visto como despreciable. Esta dinámica se consolidó con el surgimiento de la sociedad burguesa, que no sólo desplazó a las mujeres de sus oficios y actividades que beneficiaban a la economía familiar, sino que también las encerró en sus casas para que realizaran el trabajo doméstico. Así, el capitalismo no solo explota el trabajo productivo de las mujeres, sino que también perpetúa la idea de que nuestra principal función es atender a la familia, garantizando la reproducción de la fuerza laboral.
Con la finalidad de perpetuar su ideología, el capitalismo busca convencer a la clase trabajadora de que su condición de explotación es normal.. Y por consiguiente, el sometimiento de la mujer al hombre en el hogar, y de los trabajadores al patrón en los centros de trabajo. Y para mantener esta subordinación, la mujer es sometida a todo tipo de violencia, ya sea a través de la pareja, la familia, el Estado, la iglesia, las escuelas, etc., pues todo lo que contradiga el rol establecido de la mujer bajo la sociedad capitalista tiene que ser eliminado. Un claro ejemplo de esto es la prohibición del aborto, pues la generación de capital depende de la reproducción de nuevas generaciones de trabajadores. Pero ello también aplica en el caso de las diversidades sexogenericas, pues la burguesía por medio de la extrema derecha refuerzan los estereotipos de género con el objetivo de favorecer las condiciones que permiten la reproducción del sistema capitalista: la familia tradicional.
Para lograr la emancipación de las mujeres y la comunidad LGBTQ+, desde el feminismo socialista proponemos la socialización del trabajo doméstico a través de la creación de espacios colectivos como guarderías, cocinas centrales y lavanderías públicas. Donde las actividades individuales pasarán al plano colectivo, permitiendo que las mujeres tengan tiempo libre para descansar o ocupar su tiempo en lecturas, pasatiempos e incluso la formación política. Incluso nos liberarán de la dependencia económica y de la visión del hombre como proveedor. Ejemplos actuales que se podrían ver como un paso hacia la socialización del trabajo doméstico podrían ser las Utopías de Clara Brugada en Ciudad de México y los Centros de Felicidad en Bogotá, que han beneficiado a sectores vulnerables. Asi como la lucha contra la homofobia, la transfobia y el sexismo impulsando una campaña en los medios de comunicación, en las escuelas, en los centros de trabajo para combatir la violencia de género. Ampliando el derecho a la vivienda, el matrimonio igualitario, la seguridad social a toda la comunidad LGBTQ+.
Sin embargo, estas medidas son el primer paso, pues necesitamos la eliminación del capitalismo para erradicar de raíz la explotación y la desigualdad a las que estamos sometidas las mujeres y los trabajadores. Si bien la emancipación total de las mujeres trabajadoras se logrará hasta que se elimine el capitalismo, no significa que debamos esperar a que esto suceda. La historia nos ha enseñado que las mujeres trabajadoras organizadas hemos logrado conquistar algunas demandas mediante la lucha. Ejemplos claros son: el divorcio legal, el derecho al voto, el derecho al aborto legal, el derecho a la educación, la prohibición a la reducción salarial, el salario igualitario, la lucha contra la violencia de género, la tipificación del feminicidio, entre otros.
Desafortunadamente, mientras el capitalismo exista, nuestros logros están en peligro y las mujeres y la comunidad LGBTQ+ seguiremos siendo perseguidas y amenazadas. Con la llegada de personajes de la extrema derecha al poder, nuestros derechos están en peligro. Ejemplo de ello es la ilegalización del aborto en Estados Unidos durante 2022 o la amenaza de Donald Trump al querer restablecer políticas que recortarían fondos a la salud reproductiva tanto en Estados Unidos como a nivel mundial. Con esta victoria, la derecha y ultraderecha ven una nueva oportunidad para fortalecer la violencia contra nosotras y utilizan los recursos mediáticos para replicar discursos de odio.
La solución definitiva para asegurar nuestros derechos y la emancipación total de las mujeres y las personas LGBTQ+ es la expropiación de la burguesía y la erradicación total del capitalismo. Tenemos que desmantelar las bases de la opresión. Solo así podremos librarnos del exhausto modelo de familia, del trabajo doméstico y de la visión de la mujer como principal productora de fuerza de trabajo. Tenemos que dar la lucha por nuestra emancipación, por nuestros derechos, por el fin de la violencia sexista, por el fin del patriarcado y el capitalismo.