¡Latinoamérica se pone en pie de nuevo!

Latinoamérica ha entrado en una nueva etapa histórica marcada por profundas crisis, luchas de masas y extrema polarización política y social. 

Escrito por André Ferrari, Liberdade Socialismo e Revolução (Alternativa Socialista Internacional en Brasil). Este artículo fue publicado en el primer número de América Latina Socialista, revista latinoamericana en portugués y español de Alternativa Socialista Internacional.

Elementos de revolución y contrarrevolución surgen en varios países de la acción de las masas y de la respuesta violenta y desesperada de las clases dominantes. Esta nueva relación de fuerzas también se refleja, aunque de forma distorsionada, en los procesos electorales de varios países.

Aunque con ritmos y profundidades desiguales, la tendencia es que este proceso se desarrolle de manera relativamente sincronizada, como históricamente ocurre en la región. Además de los factores comunes en diferentes países, como la gravedad de la crisis económica, social, sanitaria y de las instituciones políticas, vemos cómo el ejemplo de lucha y resistencia en un país sirve de ejemplo a otros y provoca temor en las clases dominantes.

Una nueva etapa

En el período anterior, especialmente a partir de 2015, vimos cómo la incapacidad de los gobiernos ‘progresistas’ para ofrecer soluciones a la crisis del capitalismo permitió que la derecha y el imperialismo retomarán capacidad de iniciativa en la región. Esto incluyó victorias electorales de la derecha neoliberal (Argentina, Chile, Asamblea Nacional de Venezuela, Ecuador, Uruguay, etc.) e iniciativas golpistas (Brasil, Bolivia y algunos años antes en Honduras y Paraguay). 

Pero la derecha que avanzó en la región no pudo sostener su posición y sólo agravó el escenario de crisis y ataques para las masas latinoamericanas. La respuesta de las masas no se hizo esperar.

El hito principal de la fase actual de la lucha de clases en la región se manifestó de manera más explícita en 2019, cuando estallaron convulsiones sociales con características revolucionarias en Ecuador y Chile, junto con otros importantes procesos de lucha de masas en varios países, con énfasis en Colombia. 

La reacción de las clases dominantes locales y del imperialismo se produjo a través de una intensa represión en Chile, Ecuador y Colombia y aún más explícitamente a través del violento golpe preventivo en Bolivia. 

La falta de una estrategia y una dirección coherentes para el movimiento de masas también ha impedido que muchas de estas luchas lleguen hasta las últimas consecuencias. Estas direcciones terminaron negociando y firmando acuerdos con los gobiernos. Ni Piñera (Chile) ni Lenín Moreno (Ecuador) fueron derrocados, a pesar de la enorme fuerza de los movimientos de masas. 

Epicentro de la pandemia

El nuevo escenario creado por la pandemia a partir de marzo de 2020 también creó grandes dificultades para la resistencia y la lucha de masas. Durante meses, América Latina se convirtió en el epicentro de la pandemia, con un altísimo número de contagios y muertes, afectando principalmente a los más pobres y sectores ya estructuralmente discriminados, como negros y negras, indígenas, etc. 

A principios de junio de 2021, el 31% de las muertes por Covid-19 en todo el mundo se produjeron en América Latina, que tiene solo el 8,4% de la población mundial. El número de muertos en la región ha superado los 1.2 millones de personas y, a diferencia de otras regiones del mundo, mantiene una dinámica ascendente. 

Esto se debe a la precariedad de los sistemas de salud bombardeados durante años por las políticas neoliberales, los efectos de la terrible desigualdad social, la falta de vacunas, el impacto de nuevas cepas del virus y la ausencia de una adecuada gestión sanitaria por parte de los gobiernos.

La pandemia ha agravado enormemente las contradicciones sociales, políticas y económicas que ya se habían acumulado antes. El desempleo, la pobreza, el hambre y el deterioro de las condiciones de vida comenzaron a afectar a una parte aún mayor de la población. 

Según un informe de la CEPAL, durante 2020, cuando el PIB de América Latina cayó un 7.7%, la región registró los indicadores más altos de pobreza extrema en 20 años. Agravada por el impacto de la pandemia, la pobreza extrema alcanzó a 78 millones de personas (12.5% de la población de la región) y la pobreza en general a 209 millones de personas (33.7%). 

El Covid no paró la lucha

A pesar del escenario pandémico, la intensa represión y el papel de freno de muchos liderazgos sindicales y políticos, ninguno de estos factores impidió que la lucha se retomará en 2020 y, en algunos casos, con mayor fuerza que en 2019.

Las expresiones de enojo e indignación que fueron amortiguadas por la pandemia se volvieron aún más furiosas cuando estallaron. Al poner al descubierto y agravar la injusticia social estructural y los efectos de las políticas neoliberales en la región, la pandemia terminó por profundizar la radicalización en la conciencia y acción de amplios sectores de la clase trabajadora y los oprimidos en general. 

A finales de 2020 y principios de 2021 volvieron a producirse nuevas movilizaciones masivas en varios países a pesar de la pandemia. El sello de esta reanudación de luchas fue la huelga general con manifestaciones masivas y cientos de cortes de carreteras promovidos por organizaciones obreras, campesinas e indígenas bolivianas en agosto de 2020.

Fue esta lucha la que derrotó al gobierno golpista y asesino de Jeanine Áñez y logró asegurar la celebración de elecciones en el país. A partir de este proceso, el MAS volvió al poder con Luis Arce Catacora en la presidencia con un voto expresivo.

En Guatemala, en noviembre, una turba tomó las calles portando guillotinas como símbolo de su revuelta. Los manifestantes incluso prendieron fuego al parlamento que días antes había votado un presupuesto con recortes en el gasto en educación y salud y un aumento en las concesiones al sector privado y en los privilegios para la casta política. El gobierno y el parlamento se vieron obligados a recular.

En Perú, en el mismo período, un movimiento de masas en las calles, liderado por la juventud, logró derrocar al presidente Manuel Merino, quien había tomado posesión ha unos días en medio de una larga y profunda crisis política en el país. Fue esta lucha de masas y la profunda crisis del sistema político lo que allanó el camino para la sorprendente victoria electoral de Pedro Castillo, líder sindical de huelga docente identificado con la izquierda, el 6 de junio. 

En varios otros países también hubo protestas masivas. En Paraguay, también, la pandemia dejó de ser un factor limitante para las luchas sociales y se convirtió en un detonante de estas luchas. En marzo, se realizaron manifestaciones masivas de protesta contra el colapso del sistema hospitalario, la falta de vacunas y la gestión de la pandemia por parte del gobierno de derecha de Mario Abdo Benítez. 

Pese a la gravísima situación de la pandemia en Brasil, también en ese país, se aprecian claros indicios de la posibilidad de un reinicio de la lucha de masas en las calles contra Bolsonaro, principalmente a partir de las manifestaciones del 29 de mayo y 19 de junio en todo el país.

En medio del proceso constituyente chileno, también vimos cómo la fuerza del levantamiento de octubre de 2019 sigue viva. Esto se reflejó tanto en los resultados del plebiscito y elecciones como en la huelga general sanitaria del 30 de abril convocado por la CUT y otros movimientos. 

Colombia

Sin embargo, fue en Colombia donde las movilizaciones alcanzaron su nivel más amplio y radicalizado. Las movilizaciones masivas en el país en 2019 no lograron derrotar a Ivan Duque. En septiembre de 2020, se produjeron nuevas protestas como reacción al asesinato del abogado Javier Ordoñez a manos de la policía. Pero, fue a partir de abril de 2021 cuando el proceso de luchas se profundizó y se radicalizó.

El paro nacional convocado por las centrales sindicales para el 28 de abril finalizó, contra las expectativas de los propios dirigentes sindicales, transformándose en una verdadera rebelión popular. Miles de bloqueos permanentes de carreteras se han extendido por todo el país, se han levantado barricadas en varias ciudades, las multitudes han tomado las calles.

La respuesta extremadamente violenta y asesina del gobierno y de los grupos paramilitares auxiliares en la represión solo sirvió para generar más odio e inflamar las movilizaciones. Como en Chile y Ecuador, el gobierno del derechista Iván Duque tuvo que ceder y hacer concesiones al pueblo movilizado. También comenzó a combinar la represión con los llamados a la negociación. Todo con el objetivo de evitar que continúen las movilizaciones en las calles.

El movimiento de masas obligó a Duque (uno de los presidentes más identificados con el neoliberalismo y la derecha truculenta en América Latina) a retirar su proyecto de reforma tributaria, lo que provocó la caída del ministro de Hacienda. También cayeron otros ministros, así como otras contrarreformas neoliberales, como la del sistema de salud. 

Pero la mesa de diálogo montada por el gobierno junto con el ‘Comité Nacional de Paro’ y otros movimientos no fue más que una gran farsa. Solo sirvió para debilitar el movimiento con los líderes sindicales pidiendo la eliminación de los bloqueos de carreteras como señal de buena voluntad. 

El gobierno de Duque sigue apostando por la represión, esta vez alegando estar dirigida únicamente a “vándalos” y manifestantes violentos, verdaderos “terroristas urbanos”, en palabras de Duque y su padrino Uribe. También apuesta por el desgaste del movimiento en las calles y busca direccionar la rabia hacia canales institucionales más susceptibles de control. Eso es exactamente lo que hicieron Piñera y Lenin Moreno. 

Debates necesarios

Ante esto, es fundamental que la izquierda y los movimientos sociales latinoamericanos discutan cuál es la estrategia necesaria para que los levantamientos de masas resulten en transformaciones profundas y radicales y no “mueran en la playa”.  

El caso de Ecuador es emblemático. Los protagonistas del levantamiento de masas de 2019 fueron el movimiento indígena, organizado en la CONAIE, jóvenes y trabajadores urbanos que impulsaron la huelga general en medio de la toma de Quito que obligó al presidente Lenin Moreno a huir a Guayaquil. El movimiento derrotó el paquete neoliberal del gobierno, pero a partir de entonces sus líderes acordaron negociar con el gobierno en lugar de luchar para derrocarlo y sentar las bases de un nuevo gobierno basado en las fuerzas sociales que se levantaron. Terminaron apostando por un cambio de gobierno a través de la institucionalidad regular a través de las elecciones que tuvieron lugar en febrero (1ª vuelta) y abril (2ª vuelta) de 2021.

De hecho, la fuerza del levantamiento de 2019 se reflejó en las elecciones, aunque de una manera distorsionada. El candidato “progresista” ecuatoriano, André Arauz, apoyado por el expresidente Rafael Correa, llegó a la segunda vuelta. El candidato del movimiento indígena Pachakutik, Yaku Pérez, tuvo una excelente y sorprendente votación y casi logró asegurar su puesto en la segunda vuelta. 

Yaku recibió el apoyo del movimiento indígena y de amplios sectores de la juventud por su postura crítica sobre el modelo agroextractivista exportador, nocivo para el medio ambiente, que mantenían los gobiernos “progresistas” de Rafael Correa. Esto lo colocó como un crítico del “correísmo” por la izquierda, pero Yaku también tenía mucha confusión política y no se diferenciaba lo suficiente de la propia oposición de derecha al “correísmo”. El resultado oficial, acertadamente cuestionado por Yaku Pérez, otorgó una ventaja de apenas el 0.3 por ciento de los votos al banquero neoliberal Guillermo Lasso. 

Arauz y el “correísmo” pensaron que sería más fácil vencer a Lasso que a Yaku en la segunda ronda. Pero eso no es lo que pasó. El nivel de abstenciones y votos nulos creció en la segunda vuelta y la erosión del “correísmo”, resultado de su política de concesiones a la derecha y colaboración de clases durante más de una década en el gobierno, terminó permitiendo a Lasso ganar las elecciones.

Es evidente que Guillermo Lasso no podrá liderar un gobierno estable con la fuerza para adoptar medidas neoliberales. La resistencia popular, indígena, campesina y obrera sigue viva. Aun así, su victoria representó una derrota de la estrategia de negociaciones y disputas puramente institucionales. 

Esta es una lección fundamental para la izquierda y el movimiento obrero en muchos otros países. En Brasil, el PT y Lula no jugaron peso en las movilizaciones “Fora Bolsonaro” porque prefieren evitar nuevas turbulencias, pensando que de esta manera será capaz de ganar las elecciones de octubre de 2022 con más calma.

El PT tenía la misma ilusión en la normalidad democrática en 2018 y el resultado fue la detención ilegítima de Lula, la imposibilidad de impugnar las elecciones y la consecuente victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro.

El ejemplo boliviano de 2020 muestra que solo con la lucha y movilización de los trabajadores y otros sectores oprimidos se puede frenar a la derecha y su postura golpista y garantizar unas elecciones mínimamente democráticas.

En Perú, la victoria de Pedro Castillo sobre Keiko Fujimori se produjo contra una colosal campaña de desprestigio en su contra que unió a toda la burguesía, el imperialismo, los medios de comunicación, los intelectuales, etc. Ocurrió porque se impuso en el país una correlación de fuerzas construida a partir de las luchas desde fines del año pasado. Pero será necesario intensificar el nivel de luchas en el próximo período. 

En Colombia sería un error apostar hoy por la desmovilización con la expectativa de que en mayo de 2022 se pueda finalmente elegir a un candidato del campo llamado “progresista”, como es el caso de Gustavo Petro. Colombia es un bastión del imperialismo estadounidense en América del Sur y juega un papel geopolítico importante, particularmente frente al conflicto con Venezuela. 

Como sucedió en Chile a partir de 2019, la fuerza del movimiento de masas colombiano dio lugar a varias iniciativas de organización de base en los barrios y territorios, un poder popular embrionario que puede desarrollarse una vez se unifique democráticamente y adopte un programa de carácter anticapitalista y socialista.

En Chile, la aprobación por plebiscito de la apertura de un proceso constituyente con una Convención elegida exclusivamente, más aún con paridad de género y representación indígena garantizada, representó una victoria histórica para el movimiento de masas. 

Pero un acuerdo aún en 2019 que involucró a partidos tradicionales (derecha y centro izquierda) estableció límites claros a esta Convención Constitucional, tales como: no poder legislar sobre tratados internacionales, la necesidad de dos tercios para aprobar nada, el mantenimiento de Piñera en gobierno, etc. Además, el propio sistema electoral trabajó para favorecer a los partidos tradicionales a la hora de elegir representantes para la Convención Constitucional.

Aún así, la fuerza de las luchas desde 2019 se expresó en la votación del 15 y 16 de mayo. La derecha fue derrotada y los partidos tradicionales de la ex Concertación (que gobernó el país durante dos décadas después de la caída de la dictadura) también se debilitaron. La importante votación de listas con candidatos independientes, como la Lista del Pueblo, fue el sello distintivo del proceso electoral. 

Pero incluso en este caso, para que el proceso constituyente garantice avances efectivos en el cambio radical del sistema político, económico y social de Chile en una dirección anticapitalista y socialista, será necesario invertir en la organización de base en los barrios y lugares de trabajo y estudio, en la movilización popular que impone sus demandas.

No es posible establecer una nueva constitución que refleje los intereses de los trabajadores y del pueblo mientras el asesino Piñera permanezca en el poder y miles de presos políticos del levantamiento social sigan en la cárcel.

Los militantes de la Alternativa Internacional Socialista (ASI) se organizan en América Latina para defender una estrategia y programa anticapitalista y socialista para todos estos movimientos, luchas y disputas políticas.

Nuestra revista “América Latina Socialista” será un instrumento más en esta lucha. Si estás de acuerdo con estas ideas, colabora con nosotros y únete a nosotros en esta lucha.