“La vergüenza debe cambiar de bando”, el ejemplo de Gisèle Pelicot
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En una decisión sorprendente, Gisèle Pelicot se enfrentó a la cultura de la violación que exige que las supervivientes de abusos lleven la carga de la vergüenza y el secreto. Rechazó un juicio a puerta cerrada, exigiendo que el público se uniera a ella para afrontar la verdad sobre los abusos que sufrió a manos de más de 70 hombres, con uno de los cuales compartió su vida.
Escrito por el Socialist Party, PRIM en Irlanda.
Advertencia: el artículo contiene angustiosos detalles de violación y de abusos.
Gisèle fue drogada y violada repetidamente por su marido durante casi una década. Invitó a decenas de hombres a su casa y los filmó mientras también violaban su cuerpo inconsciente, provocándole varias infecciones de transmisión sexual. Luchó para que los videos de sus abusos se mostraran ante los tribunales, obligando al mundo a reconocer la verdad de la violencia de los hombres contra las mujeres, incluidas aquellas a las que dicen amar.
Hombres normales
Los hombres eran de todas las profesiones y condiciones sociales: camioneros, soldados, bomberos, guardias de seguridad, trabajadores agrícolas, empleados de supermercado, periodistas y desempleados. El más joven de los sospechosos tenía 22 años cuando entró en la habitación de la Sra. Pelicot, mientras que el de más edad rondaba los 70 años. Muchos tenían hijos y mantenían relaciones. La mayoría vivía en un radio de 50 km de Mazan, el pueblo de los Pelicot.
A diferencia de muchas víctimas de abusos, Gisèle tenía “pruebas contundentes” que demostraban claramente que había sido violada según la definición legal de este crimen en Francia. Estaba tan sedada que en los videos se la oía roncar. Esto no impidió que la defensa legal de muchos de los agresores utilizara tropos misóginos para intentar alegar que no se trataba de una violación.
Renunciar valientemente al anonimato
Hay muchas razones válidas por las que los supervivientes de abusos necesitan el anonimato y no quieren que las pruebas o los detalles de su caso se compartan con el público. Los maltratadores suelen ser miembros de la familia. Los supervivientes a menudo tienen hijos a su cargo. Los maltratadores pueden ser personas poderosas capaces de emprender campañas de odio en las redes sociales y los medios de comunicación contra su víctima. El estigma puede movilizarse en cualquier momento para causar más destrucción en la vida de los supervivientes, obligándoles a guardar silencio y a avergonzarse en una sociedad que somete rutinariamente a los supervivientes y protege a los maltratadores.
De hecho, las víctimas de abusos son rechazadas por la sociedad de muchas maneras. El costo de ello puede conducir a problemas de salud física y mental que hacen la vida aún más difícil.
Una cultura profundamente misógina
Gisèle hizo “todo bien”. Se estableció en un matrimonio monógamo con un “buen hombre” al que describió como “perfecto”. Y, sin embargo, fue este hombre quien la maltrató de la forma más inhumana. ¿Cómo podemos entenderlo? ¿Cómo podemos entender que fuera posible encontrar tantos hombres en una zona de captación tan pequeña que hicieran esto?
Nos gustaría creer que hay algún lugar en este sistema injusto, cruel y lucrativo que es seguro, cálido y amoroso. Un lugar al que solemos llamar “hogar”. Por desgracia, la cultura que emana de las estructuras económicas y políticas del capitalismo se filtra incluso en nuestros entornos y relaciones personales más íntimas. Los hombres más corrientes no son inmunes al impacto tóxico de la misoginia y la cultura de la violación. Y, sin embargo, necesitamos que los hombres corrientes se opongan a la misoginia y a la violencia contra las mujeres si queremos luchar colectivamente por una sociedad libre de explotación y opresión.
Un símbolo heroico
Gisèle Pelicot (72) se ha convertido en un símbolo de coraje y poder, admirada por supervivientes de todo el mundo. Es esencial que los hombres de a pie también vean que tienen un papel vital que desempeñar en la lucha contra la violencia de género a nivel individual, en las relaciones cercanas, en los movimientos, en la organización política de izquierdas y en los lugares de trabajo. El odio, la violencia, la misoginia, la exclusión, el racismo y la transfobia necesarios para que este sistema gobierne y se beneficie nos encadenarán a nuestra propia derrota en la lucha por una vida mejor si no lo rechazamos todo.