Colombia: Un año de la victoria electoral de Petro
Las elecciones presidenciales del año pasado fueron verdaderamente históricas. Por primera vez en toda una generación Colombia tendría un presidente de izquierdas, poniendo fin al ciclo de gobiernos neoliberales de derechas que sometían a las masas colombianas a una pobreza, opresión y violencia sin fin. Una victoria significativa para la clase trabajadora y las masas oprimidas en un bastión tradicional del imperialismo estadounidense representó una expresión del cambio en la correlación de fuerzas de clase tras la histórica rebelión social que sacudió los cimientos del capitalismo colombiano en 2021, el Paro Nacional.
Escrito por Celeste, ASI en Colombia.
Sin embargo, las condiciones de miseria que alimentaron la revuelta no se habían resuelto y a pesar de su enorme impopularidad, Iván Duque seguía en el poder. En la figura de Gustavo Petro, Francia Márquez y El Pacto Histórico, los trabajadores y la juventud vieron el mejor medio para echar definitivamente al podrido régimen de Duque y trazar una salida del infierno uribista.
Aunque reconocemos la importancia de dar un golpe contra la oligarquía colombiana, aunque compartimos el entusiasmo de las masas trabajadoras; también advertimos de los graves peligros inherentes a la política de conciliación de clases de Petro. Formando una coalición al estilo del frente popular con los partidos tradicionales – Partido Liberal, Partido de la U, Partido Conservador – Petro recompensó su apoyo con importantes puestos en el gabinete y significativas concesiones programáticas.
Pero, como era de esperar, estas alianzas con partidos procapitalistas han desorientado a las masas que llevaron a Petro al poder. Al sacar al movimiento de las calles y llevarlo a los canales institucionales, le ha dado a la derecha el espacio adecuado para respirar y reagruparse. Ahora, en el primer aniversario del triunfo electoral de Petro, vemos que las contradicciones en el corazón de El Pacto Histórico empiezan a desvelarse, planteando aún más agudamente la necesidad de una alternativa revolucionaria.
Crisis económica y social
La economía colombiana registró un impresionante crecimiento del 8% el año pasado, y su industria petrolera y del carbón (que representan el 55% de sus exportaciones) se benefició de la subida mundial de los precios tras las interrupciones de la cadena de suministro a raíz de la invasión de Ucrania. Sin embargo, los principales beneficiados fueron las grandes empresas energéticas: El Grupo Energía Bogotá, por ejemplo, obtuvo unos beneficios récord de 6.800 millones de dólares, un 23,7% más que el año anterior. Pero estas fortunas no han llegado a los trabajadores y a los pobres, sino todo lo contrario. En diciembre del año pasado, la inflación se disparó hasta el 13,1%, y cuando se trata de productos alimenticios básicos es aún mayor: el arroz, alimento básico de la dieta colombiana, aumentó un 54% con respecto al año anterior.
Todo esto se suma al impacto catastrófico de la pandemia que sumió a millones de personas en la pobreza y ha dejado a 15,5 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria. Las medidas económicas para hacer frente a los peores efectos de la crisis no han hecho sino agravar el problema de la deuda de Colombia que, en el contexto de la crisis capitalista mundial, resulta más complicado de gestionar. Como explicó el economista Eduardo Sarmiento “Cada vez va a ser más difícil para Colombia buscar recursos en los mercados internacionales para cubrir nuestras deudas. Además, porque los países industrializados también tienen sus propios problemas, como la quiebra de entidades financieras, y atraviesan tiempos de poco crecimiento”. Ello demuestra, precisamente, la imposibilidad de una alternativa dentro del capitalismo: pareciera, incluso, que cualquier intento por ‘corregir’ o ‘subsanar’ los problemas del mercado terminan por empeorar la situación de otro modo, a corto o largo plazo, a escala nacional o internacional. El panorama no le es favorable a Petro, y su rango de acción se disminuye más y más a medida que la crisis se profundiza.
Paz Total
Este es el terreno económico y social profundamente inestable en el que Petro intenta aplicar su limitado programa reformista. Un pilar fundamental de su proyecto, y el primero que convirtió en ley, fue “La Paz Total”, el esfuerzo por poner fin al conflicto en un país asolado por una guerra civil de décadas que ha causado la muerte de más de 460.000 personas, con la ayuda y la instigación del imperialismo estadounidense.
Aunque los anuncios de cese el fuego con varios grupos armados inspiraron inicialmente esperanza, las treguas con el ELN, el EMC y el cártel del Clan del Golfo se han roto desde entonces, en medio de un recrudecimiento de la violencia; lo que ha provocado un aumento de los desplazamientos en ciertas regiones. Sin embargo, si no se atacan las raíces del conflicto -los lazos inextricables entre las grandes empresas, los megapropietarios y los paramilitares-, cualquier solución sólo puede ser temporal y la situación corre el riesgo de sumirse en el caos.
Las reformas se topan con la resistencia de los partidos tradicionales
Del mismo modo, hay que hacer frente a la pobreza endémica que empuja a la gente hacia las bandas u otras actividades ilegales. Sin embargo, Petro se ha enfrentado a importantes obstáculos para aprobar sus reformas de salud, pensional y laboral que, aunque limitadas y ya descafeinadas contienen elementos que mejorarían las condiciones de los trabajadores en Colombia a costa de los empresarios. No es sorprendente que la oposición de derechas se haya resistido. Pero también lo hicieron miembros del propio gabinete de Petro -los enemigos internos-, que paralizaron las reformas en el Congreso.
Al reflexionar sobre los retos a los que se enfrenta su gobierno, Petro admitió que: “El cambio es más difícil de lo que pensábamos”. Pero, ¿deberíamos realmente sorprendernos? ASI advirtió previamente que incluso las reformas más básicas serían diluidas o directamente resistidas por los partidos tradicionales del capitalismo colombiano dentro del ‘gobierno del cambio’, los que que representan intereses diametralmente opuestos a los de las masas oprimidas que buscaban un cambio real en El Pacto Histórico. Por eso llamamos a mantener la movilización independiente de la clase trabajadora y a profundizar y ampliar la organización popular, explicando que las maniobras parlamentarias no sustituyen a la lucha de masas.
En respuesta a la oposición interna, Petro ha llevado a cabo dos remodelaciones del gabinete; en febrero destituyó a tres de los ministros más centristas y en abril echó a otros siete, incluido el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, del Partido Liberal, el más “responsable fiscalmente”, nombrado inicialmente como un par de manos seguras para el capitalismo colombiano con el fin de calmar los temores de las grandes empresas. En una manifestación del Primero de Mayo en apoyo de las reformas, Petro señaló que “El cambio no es posible sin el pueblo”. Estamos de acuerdo. Pero Petro está muy lejos de pasar de las palabras a los hechos, ya que mantiene alianzas con políticos capitalistas y antepone las negociaciones parlamentarias a la organización del tipo de lucha de masas necesaria para conseguir reformas clave. Hasta ahora las movilizaciones, bienvenidos sean, han sido limitadas, obstaculizadas por el deseo de la burocracia sindical de domesticar el proceso con la esperanza de que no se salga de su control.
La ficción del “capitalismo democrático”
La condenada estrategia de colaboración de clases de Petro se justificó a menudo con la falsa idea de que un sector de la burguesía colombiana podía desempeñar un papel progresista para deshacerse de los vestigios feudales del país y desarrollar un “capitalismo democrático” más justo, una ficción que a estas alturas debería estar completamente hecha añicos. Mientras la derecha tradicional sufría una crisis existencial y la campaña de Petro cobraba impulso, algunos sectores de la clase dominante se acomodaron a regañadientes con el Pacto Histórico. Calcularon correctamente que la oposición directa a Petro sería políticamente desastrosa, y optaron por negociar con él a cambio de suavizar las propuestas más radicales.
Incluso las alas más truculentas de la clase dirigente colombiana se vieron temporalmente abatidas tras recibir un duro golpe en las elecciones. Pero esta victoria de la izquierda no se consolidó. Además de las divisiones abiertas en El Pacto Histórico, un aluvión de escándalos políticos e intrigas en las que está implicado el círculo íntimo de Petro lo han puesto en el punto de mira de la clase dominante y de sus portavoces mediáticos, que ven un momento más oportuno para pasar a la ofensiva.
El cambio no es para “todos”, y la experiencia política de Petro así lo ha demostrado. No es posible incluir a los victimarios del pueblo en el proceso que busca despojarlos del mismo modelo que les permitía explotar y asesinar impunemente. Las posibilidades de un programa de clase se resuelven en la actitud combativa del movimiento transformador, no en su capacidad de conservar la “estabilidad” que ha venido sometiendo a la clase trabajadora. Esperando no asustar a la clase dominante colombiana, Petro prometió no llevar a cabo ninguna expropiación pero, en realidad, sacar de las manos de los capitalistas los ricos recursos del país y los sectores clave de la economía, y desarrollar un sistema de democracia obrera basado en la propiedad pública y el control democrático, es la única forma de derrotar a la derecha de una vez por todas.
Escándalo y crisis en El Pacto Histórico
Aunque muchos de los extraños detalles siguen sin estar claros, la disputa política entre Armando Beneddetti y Laura Sarbia refleja las contradicciones de clase encarnadas en el Pacto Histórico. Benedetti, antiguo miembro del Partido Liberal y del Partido de la U, fue uno de los muchos oportunistas que, como ratas que saltan de un barco que se hunde, entraron en el Pacto. En lugar de oponerse principalmente a su participación (como hicieron gran parte de las bases), Petro se apoyó en Benedetti y en sus conexiones políticas para forjar alianzas con los partidos tradicionales.
Petro se ha referido a estas y otras maniobras como un golpe blando, acusando a sus enemigos de convertir el país en una dictadura. Previsiblemente, el presidente ha respondido con apelaciones a los tribunales internacionales, manteniendo la ilusión de que las instituciones del Estado pueden reformarse. Pero éstas no son armas adecuadas para enfrentarse a la clase dominante y a su maquinaria estatal. Los marxistas entienden que el Estado no es un árbitro neutral del conflicto de clases, sino un instrumento para mantener el dominio del capital. Respaldado por el imperialismo estadounidense, el débil Estado colombiano ha actuado históricamente en connivencia con los paramilitares asesinos como auxiliar para defender los intereses de los terratenientes y las multinacionales, algo que los testimonios del ex segundo al mando de las AUC Salvatore Mancuso dejan escandalosamente claro.
Pero aunque algunos sectores de la derecha, como el uribista Centro Democrático, apoyarían un golpe de Estado, la mayoría de la burguesía prefiere en este momento socavar a Petro por otros medios. A medida que se agrava la crisis económica de Colombia y se acumula la miseria social, el descontento con el gobierno de Petro va en aumento y su índice de aprobación ya ha caído al 36%. Recordando el meteórico ascenso del candidato de extrema derecha “antisistema” Rodolfo Hernández en las elecciones del año pasado, no debemos subestimar el potencial de una extrema derecha aún más desagradable para reagruparse y beneficiarse de la desilusión con el gobierno actual.
Por una alternativa socialista revolucionaria
Por eso, al mismo tiempo que se orienta a las bases del El Pacto Histórico, hay que construir una izquierda enraizada en las luchas de la clase trabajadora y los oprimidos, en las calles, en las comunidades y en los lugares de trabajo, que luche por todas las reformas que no nos permite la clase dominante pero que lo haga independientemente del gobierno actual, mediante la movilización de masas y con una perspectiva anticapitalista y socialista. Este es el único medio para hacer frente a las crisis económicas, sociales y políticas superpuestas que envuelven a Colombia en la Era del Desorden, una tarea que no sólo es necesaria sino que, como demostró el inspirador levantamiento de 2021, es realmente posible. Sin embargo, como también reveló El Paro Nacional, la heroica determinación de las masas colombianas no fue acompañada de un programa, una estrategia y una organización revolucionarios para derrocar al capitalismo y al imperialismo. Esta es la tarea histórica que se ha impuesto la ASI.