Líbano: La rebelión de los hambrientos
Crisis económica, pandemia y lucha contra la austeridad
Escrito por Christian Pistor, Partido Socialista de Lucha (ASI en Bélgica).
La cuarentena en el Líbano, la cual comenzó a mediados de marzo, puso fin a una ola de protestas masivas que comenzó el 17 de octubre de 2019. Dirigido inicialmente contra una serie de nuevos impuestos, parte de un programa de austeridad sin precedentes, el movimiento de protesta creció exponencialmente. En un momento cerca de dos millones de personas estaban en las calles, aproximadamente un tercio de la población del país, lo que demuestra su enojo por años de políticas neoliberales.
A medida que avanzaba, las demandas de los manifestantes se volvieron más radicales, exigiendo la renuncia del gobierno y el fin del sistema político sectario del país, por lo que el primer ministro se vio obligado a renunciar. Las demandas sociales incluían un sistema tributario progresivo, seguridad social e inversiones masivas en las redes de agua y electricidad. Los jóvenes, incluidas muchas mujeres, desempeñaron un papel fundamental para mantener el impulso de las protestas. Sin embargo, el movimiento fue socavado por la falta de estructuras democráticas y liderazgo, y la ausencia de organizaciones independientes de la clase trabajadora.
El contexto económico
El Líbano depende en gran medida de las importaciones, el ochenta por ciento del suministro de alimentos y casi el noventa por ciento de los bienes de consumo se compran en el extranjero. El modelo económico del país se basa en el consumo más que en la producción. Para 2017, el sector de servicios representaba cuatro quintas partes de su PIB. Las remesas de los libaneses que trabajan en el extranjero son cruciales para la economía, ya que representan el 12,7 por ciento del PIB, la décimo octava cifra más alta en el mundo. Dado que la mayoría de las transferencias de efectivo de los migrantes se originan en los Estados del Golfo, dependen en gran medida de los petrodólares, y como los precios del petróleo han estado cayendo desde la crisis de 2008, las remesas se han estancado. Por ello se especula que el reciente colapso de los precios del petróleo se traducirá en que las remesas se secarán aún más.
Además del sistema político profundamente corrupto y sectario del Líbano, los factores geopolíticos, entre ellos la guerra civil de ocho años en la vecina Siria, un distanciamiento con Arabia Saudita en 2017 y las sanciones de Estados Unidos contra Irán, empeoraron la situación de la economía del país que ha tenido una tasa de crecimiento promedio del 0,3% en la última década. Aunque, por supuesto, esta última cifra debe verse en el contexto del lento crecimiento mundial desde la crisis de 2008-09.
La crisis económica se agudiza
Ya en noviembre de 2019 el Banco Mundial pronosticaba que el número de personas que viven en la pobreza en El Líbano aumentaría del 30% al 50% en 2020. A principios de año, la tasa de desempleo era del 46%, según el presidente del país asiático. En general, dos tercios de los que estaban empleados ganaban salarios bajos. Esto fue antes de que la pandemia del coronavirus agravara aún más la situación.
El Líbano tiene la mayor proporción de refugiados per cápita en el mundo. Entre estos grupos se encuentran los refugiados sirios, quienes representan una cuarta parte de los 5,9 millones de habitantes del país. Un increíble 97% de los refugiados trabajan en el sector informal, el cual representa el 55% de la economía libanesa. Esto los pone en mayor peligro de cara al virus y el hambre.
A pesar de las restricciones a los retiros, los depósitos bancarios se desplomaron 5,7 mil millones de dólares solo en los primeros dos meses de este año, según el Primer Ministro libanés. Es probable que gran parte de este dinero haya salido del país, con una proporción mucho menor reservada en los hogares libaneses. Y aunque en marzo el gobierno bloqueó más retiros de dólares y se prohibieron las transferencias al extranjero, las autoridades aún se quejan de que la fuga de capitales continúa. Los pequeños ahorradores prácticamente han perdido el acceso a cualquier dinero que tenían resguardado en dólares, mientras que las sumas de Lira se evaporan debido a la inflación, pero los ricos aún pueden transferir sus fortunas al extranjero. Son estos controles de capital y la sensación de injusticia inherente a la situación lo que ha alimentado la ira hacia los bancos.
Con el aumento de la deuda nacional, la cual actualmente es equivalente al 170% del PIB, una de los más altos del mundo, el 9 de marzo el gobierno de El Líbano incumplió con un Eurobono por 1.200 millones de dólares. Este fue el primer “incumplimiento soberano” del país. Actualmente el FMI predice que la economía libanesa se contraerá en un 12% en 2020, luego de una grave contracción del 6,5% en 2019. La pandemia y el confinamiento que la acompaña solo han agravado una situación ya muy grave.
En los últimos meses la Lira perdió efectivamente dos tercios de su valor, el cual oficialmente está vinculado al dólar estadounidense en una tasa de 1,507 a uno. Sin embargo, en el mercado de cambio paralelo la moneda ahora se negocia, en el momento en que este texto se escribe, en 4.300 a uno. Esto ha llevado a una explosión en los precios en un momento en que grandes sectores de la población, especialmente aquellos en el trabajo informal y estacional, se han visto privados de un ingreso debido a la cuarentena.
El confinamiento
El gobierno declaró el encierro nacional el 15 de marzo. Se enviaron fuerzas de seguridad para patrullar las calles y se impuso el toque de queda nocturno. Se prohibieron las reuniones en grupos y se cerraron establecimientos comerciales no esenciales. La promesa del gobierno de ayudar a las familias más pobres no fue cumplida. Tampoco se tomaron medidas para proteger a los inquilinos del desalojo, la única medida que el gobierno logró fue extender la fecha de vencimiento de impuestos y facturas de servicios públicos. Por otro lado, la entrega de ayudas se dejó en manos de las organizaciones de la sociedad civil, las cuales dependen de donaciones.
Aunque el número oficial de casos de Covid-19 sigue siendo relativamente bajo, con 845 personas infectadas y 26 muertos al 10 de mayo, es probable que la verdadera propagación del virus sea considerablemente mayor debido a la escasez de pruebas, especialmente entre los refugiados.
Las señales de desesperación se hicieron evidentes al principio del confinamiento. A fines de marzo, la imagen de un trabajador de la construcción desempleado que ofrecía vender su riñón para evitar que su familia terminara en la calle se hizo viral en las redes sociales, también se han informado varios intentos de autoinmolaciones. Para la última semana de abril, el gobierno estimó que el 75 por ciento de la población necesitaba ayuda, incluida la ayuda alimentaria. Entre los refugiados la cifra se estima en un 90 por ciento, aunque las medidas de distanciamiento social se han aliviado con la reapertura de varias tiendas el 23 de abril, la orden de quedarse en casa se extendió hasta el 10 de mayo.
La rebelión resurge
Las primeras señales sobre el resurgimiento del movimiento de protesta se sintieron el 21 de abril con manifestantes en todo el país que viajaban en grandes convoyes de automóviles cubiertos con la bandera libanesa. Una de esas protestas en Beirut tuvo como objetivo sabotear una reunión de parlamentarios. Las movilizaciones han tendido a ser bastante grandes e incluso han contado con la participación de familias enteras, incluidos los niños. A veces de carácter festivo, estas protestas han incluido carteles y la bandera nacional.
Estas protestas, que respetaron las reglas de distanciamiento social, fueron bastante mansas en comparación con las que estallaron en Trípoli, la segunda ciudad más grande del Líbano, la noche del domingo 26 de abril. Esta ciudad fue la primera en desafiar verdaderamente el toque de queda impuesto bajo el cierre. Aunque, por el momento estas han sido comparativamente pequeñas.
Esto es comprensible en medio de una pandemia y un bloqueo. Hay que entender que los que están en la calle son principalmente los que están lo suficientemente desesperados y / o radicalizados como para correr el riesgo de infección y represión estatal. Los participantes son principalmente hombres y mujeres jóvenes que luchan con piedras y cócteles molotov los gases lacrimógenos, balas de goma y, en algunos casos también, municiones vivas de las fuerzas de seguridad, herramientas que le han quitado la vida a un hombre de 26 años. En algunos casos el apoyo de las capas más amplias de la población a los disturbios se expresó desde sus hogares al golpear sartenes. El hambre es un tema recurrente entre los manifestantes, quienes también continúan exigiendo la renuncia del gobierno.
Además del sistema político corrupto y sectario, los bancos son considerados responsables de la crisis. ‘L’Orient le Jour’, el diario francófono ampliamente leído en El Líbano citó a un manifestante: “Nuestra protesta no es sectaria, es una lucha de clases que se opone al pueblo libanés aplastado por el peso de la pobreza en el sistema bancario, responsable del deterioro de la situación económica”. No es casualidad que a medida que las manifestaciones se extienden por otras ciudades en la segunda noche consecutiva de protestas, quince bancos libaneses fueron blanco de incendios provocados y vandalismo.
En medio de todo esto, el primer ministro Hassan Diab y el jefe del Banco Central, que ocupa el cargo desde 1993, han intercambiado acusaciones sobre quién es responsable de la crisis económica. A los ojos de amplios sectores de la población, sin duda, tanto el gobierno como los bancos han perdido toda credibilidad. Mientras tanto, el comando del ejército ha culpado a los “infiltrados” de ser agitadores e incitar a la violencia.
Después de cuatro días de enfrentamientos violentos entre manifestantes y fuerzas de seguridad, el gobierno se vio obligado a adoptar un plan de rescate económico. Esperan obtener un préstamo de $ 10 mil millones del FMI, además de la liberación de $ 11 mil millones prometidos en 2018. Sin embargo, esto no sucederá antes de que se implementen importantes reformas políticas y económicas, así como medidas anticorrupción. Se estima que el Líbano necesita al menos $ 80 mil millones para salir de esta situación. Dichos fondos no se encontrarán fácilmente, especialmente durante una profunda crisis económica mundial.
Las reformas exigidas por el FMI, por supuesto, no favorecerán a la clase trabajadora y a los oprimidos. Un solo ejemplo es que los planes de rescate prevén la devaluación de la lira a una tasa de 3.500 por dólar, lo que reflejará más de cerca su valor real, pero también establecerá aumentos recientes en los precios. Precisamente estos aumentos de precios son para gran parte de la población una cuestión de vida o muerte. Esta incapacidad del sistema político y económico para asegurar las necesidades más básicas a corto plazo de las masas es una receta para la continuación y el crecimiento de las protestas.
¿Una muestra de lo que vendrá?
Aunque el caso libanés podría ser especial, debido a que su economía ya experimentó una grave crisis el año pasado, es probable que haya eventos que indiquen lo que vendrá en otros lugares. De hecho, se esperaba que se desarrollara una grave crisis económica mundial antes de la pandemia. Como tal el desarrollo de los eventos en el Líbano podrían estar adelantándose a la tendencia general, como lo demuestra la irrupción de cientos de manifestantes ya han aparecido en las calles del vecino Iraq.
En el Líbano, como en otros lugares, la pandemia y las medidas adoptadas para contenerla ponen al descubierto todas las contradicciones existentes. El mundo sorteo la crisis de 2008-2009 a costa de un aumento masivo del endeudamiento. Las deudas se dispararán aún más con la crisis actual. Del mismo modo, el tema de la fuga de capitales, un ingrediente prominente en el drama libanés, también se plantea con dureza en todo el mundo neocolonial. Hasta ahora la fuga de capital de las “economías emergentes” ya es cuatro veces mayor que en la crisis de 2008-09. Además, el estado libanés está lejos de estar solo ante una posible quiebra en el período venidero.
Si bien la tendencia global general en el próximo período es la deflación, debido a la caída de la demanda, particularmente en sectores como el turismo y los servicios en países como el Líbano, como resultado de las devaluaciones de la moneda, la inflación y la hiperinflación pueden por períodos servir como combustible para el descontento.
Además de El Líbano, es probable que las economías de países como Jordania y Egipto sufran una caída en las remesas de los Estados del Golfo debido a la caída en los precios del petróleo. El problema va mucho más allá de la disponibilidad de petrodólares, dado que los trabajadores migrantes tienden a ser más vulnerables a la pérdida de empleo o salarios, la caída de las remesas será un problema mundial. El Banco Mundial pronostica una caída del 19,7 por ciento en las remesas a los países de ingresos bajos y medianos en 2020, el mayor descenso en la historia reciente.
El Líbano también está lejos de ser un caso excepcional cuando se trata de la vulnerabilidad económica de su población a las medidas de distanciamiento social. La Organización Internacional del Trabajo en 2018 informó que dos mil millones de personas, o el 61 por ciento de la población empleada en todo el mundo, trabajan en la economía informal. E incluso en la economía formal, los empleos a menudo son inseguros y los beneficios de desempleo están lejos de estar garantizados. Con las Naciones Unidas pronosticando hambrunas de “proporciones bíblicas”, cientos de millones pronto podrían ser empujados a rebelarse por el espectro del hambre.
Tareas Políticas
Hay una necesidad urgente de construir organizaciones independientes de la clase trabajadora, incluidos sindicatos independientes y combativos para que la clase trabajadora pueda tomar el papel principal en el movimiento. Esto es crucial para evitar el resurgimiento de las divisiones sectarias entre las masas. La clase trabajadora también necesita su propia organización política, con una perspectiva socialista revolucionaria. La grave situación que se observa en el Líbano demuestra claramente que reformar el sistema actual no es una opción. No queda espacio para avances sociales limitados.
Los trabajadores y las masas oprimidas necesitan organizarse en sus lugares de trabajo y en sus vecindarios. Se necesitan comités elegidos democráticamente formados sobre esta base para asegurar que se satisfagan las necesidades básicas de las personas, como alimentos y salud, así como para controlar los precios. Los recursos y el trabajo deben organizarse para este fin. La vinculación de estos comités podría formar la base de una asamblea constituyente revolucionaria para reemplazar el actual sistema político sectario y corrupto y hacerse cargo de los bancos, los recursos naturales y los medios de producción como parte de una economía planificada gestionada democráticamente, una economía socialista, para que se satisfagan las necesidades de la gente común.
Tanto la crisis económica como la pandemia son globales, requieren una respuesta internacional. El movimiento de la clase trabajadora y los oprimidos en el Líbano recibiría una solidaridad increíble si se hiciera un llamamiento a sus hermanos y hermanas en todo el Medio Oriente e internacionalmente. Sin embargo, más que esto, la resolución de los problemas económicos no será posible sin una economía planificada, no sólo en El Líbano, por lo tanto, es crucial que se forjen vínculos con los movimientos de trabajadores en otras áreas para que un Líbano socialista pueda ser parte de una federación socialista democrática más amplia en el Medio Oriente.