La revolución mexicana, una revolución descarrilada. Primer Parte.
Este 20 de noviembre se cumplen 110 años del inicio de la revolución mexicana de 1910, en el que miles de campesinos y trabajadores, hombres y mujeres, lucharon para transformar su realidad. Demostrando así la capacidad de transformación de la lucha de los oprimidos. El ejemplo y profundidad de la revolución mexicana fue tal, que incluso sus ecos llegaron a la Rusia revolucionaria de Lenin y Trotsky.
Escrito por Mauro Espínola, Alternativa Socialista (ASI en México).
Sin embargo, los regímenes que surgieron una vez concluido el periodo armado, 1910-1917, usaron la revolución mexicana como una forma de legitimarse. Construyendo una retórica revolucionaria que estaba alejada del cumplimiento de las demandas y las causas por las que miles dieron sus vidas en el frente de batalla. Generando una enorme confusión sobre lo que fue la revolución mexicana, y que este artículo pretende clarificar y esbozar a grandes rasgos desde un punto de vista de clase. De ese modo queremos remediar en parte las confusiones ideológicas, políticas e históricas con miras a esclarecer y reivindicar el legado de la lucha de miles de campesinos y obreros en la lucha por su emancipación.
De la Independencia a la Reforma
La demanda de la tierra fue central en la lucha revolucionaria siendo la causa central por la que miles de campesinos, el componente mayoritario de los batallones revolucionarios, se unieron a “la bola” como le llamaban entonces a la lucha revolucionaria. Su importancia es tal, que precisamente será la causa fundamental por la que, en 1911, el Ejercito Libertador del Sur encabezado por Emiliano Zapata romperá con el gobierno provisional de Madero mediante el Plan de Ayala señalando el incumplimiento de la demanda del reparto agrario como consigna central de la revolución del 20 de noviembre de 1910. La insatisfacción de esta demanda será en buena medida la causa de la prolongación de la lucha armada durante más de siete años. Incluso será la causa de distintos levantamientos campesinos durante la década de los veinte y treinta, y solo comenzará a ser parcialmente resuelta con el gobierno de Lázaro Cárdenas en la segunda mitad de la década de los años treinta.
Esta demanda surgió producto del carácter agrario del capitalismo mexicano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en el que miles de seres humanos fueron convertidos en peones acasillados en latifundios. Un capitalismo agrario que se orientó fundamentalmente a proveer de materias primas a Estados Unidos, Francia e Inglaterra, los países industriales de la época. Las haciendas, fueron la unidad productiva central del capitalismo mexicano durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Estas se caracterizaron sobre todo por su producción extensiva, es decir por una producción agrícola a partir de grandes propiedades de tierra y poca inversión tecnológica o de capital. Por lo que estas unidades productivas, requerían para obtener beneficio una enorme extracción de trabajo no remunerado a los trabajadores de estas: los peones acasillados. Obligados a trabajar de sol a sombra en condiciones de semiesclavitud por medio de la tienda de raya, que consistía en pagar bajos salarios por medio de monedas o cheques solo intercambiables por productos de sobrevivencia en las tiendas de las haciendas donde trabajaban los peones. Por supuesto los precios de los productos eran excesivos con lo cual los peones eran obligados a contraer deudas con los hacendados dueños de los latifundios donde trabajaban, que eran también dueños de las tiendas de raya, y de esa forma eran enganchados. Es decir, eran obligados a vivir endeudados con los latifundistas, y por tanto eran semi esclavos de las haciendas. Por esa razón, serán también el objetivo principal del odio de los ejércitos revolucionarios, que miraban en ellas la representación de la opresión del campesinado, por lo que serán saqueadas y destruidas durante las batallas revolucionarias.
El desarrollo de las haciendas como unidad productiva central del capitalismo mexicano en el siglo XIX, fue resultado de una doble situación. Por una parte, consecuencia de la división internacional del trabajo que produjo la revolución industrial, en la que América Latina y África fundamentalmente se convirtieron en proveedores de materias primas. Y por otra parte como consecuencia de las relaciones de clases que resultaron de la revolución de Independencia. Aunque parece extraño plantear los resultados de la Independencia como una de las raíces de la revolución mexicana, por la aparente lejanía temporal entre ambos procesos, en realidad la proximidad histórica es más cercana de lo que parece precisamente por las relaciones de propiedad de la tierra que emergieron de la Independencia, y que serán precisamente las que serán enfrentadas en la revolución de 1910.
La Conquista y la Colonia instauraron en Nueva España, entonces México y parte de Centroamérica, un régimen de propiedad dominado por los criollos con características más o menos semejantes a las de las haciendas en términos productivos, aunque sin su expresión más brutal de las tiendas de raya. Así la revolución de Independencia, cuya dirección política fueron especialmente los criollos hijos de españoles nacidos en Nueva España, fue un intento por recuperar los privilegios perdidos tras las Reformas Borbónicas que buscaron incrementar la recaudación de impuestos para beneficio de la corona española.
Sin embargo, al terminar la revolución de Independencia, las relaciones de propiedad habían quedado intocadas. Por lo que los criollos siguieron siendo dueños de las grandes propiedades de tierra acumuladas durante la Colonia. Junto a ellos, la otra gran propietaria de tierras fue la Iglesia consecuencia del pago de sus servicios religiosos y la apropiación de bienes intestados. Precisamente el conflicto, una vez terminada la revolución de Independencia, entre liberales y conservadores se explica por lo anterior. Mientras los conservadores, era la vieja oligarquía criolla que había logrado quitarse de encima el peso de la corona, pero si modificar sustancialmente la situación social y económica de las masas, los liberales eran sectores populares ilustrados que habían participado o heredado la lucha de la revolución de Independencia y adoptado el programa liberal como medio para, desde su perspectiva, realizar los cambios necesarios para satisfacer las necesidades de los sectores populares. Es por esto por lo que el liberalismo mexicano del siglo XIX adquirió características sociales muy diferentes a las del liberalismo europeo o norteamericano caracterizados por ser claramente el programa de las elites económicas surgidas de la industrialización de la económica.
La Guerra de Reforma, entre 1857 y 1861, y la restauración de la República en 1867, después de la Intervención Francesa, son precisamente el triunfo de los liberales frente a las viejas oligarquías criollas para instaurar un programa económico y político que favoreciera a las masas populares mediante una serie de medidas de apertura económica y social planteadas en las Leyes de Reforma. Estas reformas liberales, democrático burguesas en cierto modo, si bien fracturaron el régimen oligárquico criollo no plantearon cambios sustanciales en las relaciones de propiedad. Lo que acentuó la acumulación de grandes propiedades de tierra, que, en el contexto del desarrollo del imperialismo en la segunda mitad del siglo XIX, agravo la situación de los más pobres.
El Porfiriato: El capitalismo agroexportador.
La consolidación del proyecto liberal, y la llegada de Porfirio Díaz al poder, en 1876, son los años en los que se ha extendido y consolidado el ferrocarril en Europa y Estados Unidos, y comienza a construirse en México. Este se convirtió en un medio de transporte de mercancías, tendiéndose vías hacia el norte para la exportación de materias primas como carbón, mineral de hierro, algodón, café, azúcar entre otros a Estados Unidos y hacía el puerto de Veracruz para la exportación ultramarina hacia Inglaterra y Francia, fundamentalmente. Es precisamente el contexto en el que aparece la hacienda, y la tienda de raya, como unidad productiva acorde con el atraso tecnológico de la economía mexicana pero que arroja grandes dividendos a la burguesía terrateniente. Los Madero, los Creel o los Terrazas, son ejemplos de esas familias terratenientes que se verán beneficiados por la explotación agraria extensiva de baja inversión y con enormes beneficios. De hecho, los Maderos, pasaron de ser una familia puramente terrateniente con grandes propiedades de tierra dedicadas sobre todo al cultivo del algodón a convertirse en una familia industrial capitalista. El propio Francisco Ignacio Madero era conocido antes de a revolución de 1910 como “el rey de la mezclilla” por ser dueño de algunas fábricas de este textil que exportaba fundamentalmente a Estados Unidos.
Por supuesto esta creciente inversión de capital, sobre todo a partir de la instalación del ferrocarril, fue modificando la composición del capitalismo mexicano a finales del siglo XIX. Esto se hizo por medio de la creciente inversión, o exportación de capital de los países más desarrollados a México: Estados Unidos, Francia e Inglaterra. El propio Porfirio Díaz, pese a su clara inclinación por Francia, utilizó esta pugna imperialista mediante la concesión parcial o porcentual a inversiones de estos países para mantenerse en el poder durante tanto tiempo.
Estas inversiones, aunque orientados a diversos sectores productivos como el agrícola o el minero, fueron también propiciando una paulatina y dispersa industrialización del país, sobre todo en el sector textil, minero-metalúrgico y químico, especialmente el ramo petroquímico. Así fue creciendo y fortaleciéndose una clase trabajadora en distintos estados del país como Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Tamaulipas o la Ciudad de México, aunque esta no logro sobrepasar a los trabajadores agrícolas y campesinos sino hasta bien entrado el siglo XX. Es decir, pese al desarrollo y fortalecimiento de la clase trabajadora mexicana para principios del siglo XX esta sería minoritaria frente al campesinado. Pero sería también una de las primeras protagonistas de las luchas que anunciaban la irrupción venidera de las masas en las huelgas de la mina de Cananea en 1905 y en las fábricas textiles de Río Blanco en 1907.
La importancia de ambas huelgas no es anecdótica, por el contrario ambas contribuirían en la influencia del Partido Liberal Mexicano entre los trabajadores y campesinos de México, y en la elaboración de sus demandas, que más tarde se expresarían parcialmente en la Constitución de 1917. El caso de la huelga de Río Blanco es claro al respecto, pues en ella además de las largas y extenuantes jornadas de trabajo eran obligados a trabajar niños y mujeres en los procesos químicos de teñido de los textiles sin ninguna medida de protección, por lo que decenas de ellos morían como consecuencia de la intoxicación química de los tintes. Al estallar la huelga en 1907, el hartazgo contra esta situación se expresaría entre la demanda de prohibición del trabajo infantil junto a la reducción de la jornada laboral para los adultos. Estas demandas como hemos señalado, serian revindicadas junto con el reparto de la tierra durante el conflicto armado y se expresarían en diversos momentos, entre ellos el Constituyente de Querétaro de febrero de 1917.
En ambas huelgas, la participación del Partido Liberal Mexicano encabezado por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, Juan Sarabia y Práxedis Guerrero fue fundamental. El PLM, fundado en 1905, había logrado influir en diversos círculos obreros, especialmente en los restos del Gran Circulo de Obreros de México cuya historia databa de 1871, que convirtieron a este Partido y a su periódico Regeneración en verdaderos instrumentos de la clase trabajadora mexicana. Precisamente ambas huelgas, la de Cananea y Río Blanco, son organizadas y propagandizadas por medio del Regeneración y sus delegados se convertirán en los dirigentes de ambas huelgas. Ambas serán reprimidas brutalmente por el régimen de Porfirio Díaz, con decenas de muertos. Pero a partir de entonces el nombre de Regeneración y de los hermanos Flores Magón, Juan Sarabia Práxedis Guerrero y otros militantes todos del PLM, se convertirían en un símbolo apreciado de los oprimidos y de los revolucionarios en todo el mundo.