José Carlos Mariátegui, un marxista revolucionario.

José Carlos Mariátegui fue uno de los más grandes marxistas de América Latina, no sólo por sus clarividentes trabajos teóricos, sino también por su papel en la construcción del movimiento obrero peruano. Para comprender plenamente la importancia de sus contribuciones y su relevancia en la actualidad, es necesario dar cuenta exacta tanto de sus ideas como de sus acciones, de cómo trató no sólo de interpretar el mundo, sino de cambiarlo.

Escrito por Mauro Espínola y Darragh O’Dwyer, Alternativa Socialista Internacional. 

Cuando la revuelta de masas arrasó Perú a principios de este año, el legado perdurable de José Carlos Mariátegui resonó en todo momento. La Central General de Trabajadores de Perú, CGTP, que convocó una huelga general exigiendo la dimisión de la presidenta golpista Dina Boluarte fue fundada por Mariátegui en 1929; Perú Libre, la organización reformista por la que  el depuesto Pedro Castillo fue elegido presidente en 2022, afirma ser un partido “mariateguista”; y las brillantes ideas de Mariátegui de que “la cuestión indígena” sería fundamental en la dinámica de clase de la revolución latinoamericana se confirmaron una vez más cuando los quechuas y aymaras se situaron en primera línea del levantamiento.

Pero, como ocurre con todos los líderes revolucionarios que dejan una huella indeleble en la conciencia de las masas, a menudo se distorsiona la verdadera trayectoria de Mariátegui. Algunos lo tachan de romántico pequeñoburgués, poco más que un crítico cultural. Otros celebran sus ideas “heterodoxas”, dándolas como prueba de que el marxismo “ortodoxo” es inherentemente eurocéntrico e inaplicable al contexto tan diferente de América Latina. Algunos más, desconociendo la obra y los combates del marxista peruano, lo tachan de “intelectual” sin comprender y reivindicar su legado.

De hecho, no faltan tendencias que utilizan a Mariátegui para justificar todo tipo de políticas reformistas, oportunistas e incluso abiertamente reaccionarias. Sin duda, el más conocido de los que fraudulentamente pretenden seguir sus pasos es Sendero Luminoso: el desprestigiado grupo terrorista peruano de “izquierdas” que causó estragos entre las mismas comunidades indígenas y campesinas, arrasando comunidades indígenas acusandolas de contrarrevolucionarias, que decían defender. Su nombre es un homenaje a un adagio de Mariátegui. 

En realidad, José Carlos Mariátegui fue uno de los más grandes marxistas de América Latina, no sólo por sus clarividentes trabajos teóricos, sino también por su papel en la construcción del movimiento obrero peruano. Para comprender plenamente la importancia de sus contribuciones y su relevancia en la actualidad, es necesario dar cuenta exacta tanto de sus ideas como de sus acciones, de cómo trató no sólo de interpretar el mundo, sino de cambiarlo.

Primeros años en Perú 

En cierto modo, José Carlos personificaba las contradicciones de la sociedad peruana. Nacido en 1894, su padre descendía de las altas esferas de la élite peruana, mientras que su madre era mestiza con ascendencia indígena. “En él se fundían la sangre de los conquistadores y la de los habitantes originarios del antiguo Perú”, escribe la poetisa peruana María Weiss. Sin embargo, la familia quedó sumida en la pobreza tras la marcha del padre, que dejó a la madre al cuidado de un joven José Carlos y sus dos hermanos. 

Mariátegui sufrió una lesión en la pierna que le cambió la vida, requirió atención médica constante y le afectó el resto de su vida. A los 14 años abandonó la educación formal y empezó a trabajar como ayudante de imprenta en La Prensa de Perú. En este entorno, Mariátegui prosperó, leyendo vorazmente todo lo que caía en sus manos y no tardó en especializarse en periodismo. Completamente autodidacta, a los 17 años ya era columnista habitual de El Tiempo, el principal periódico de Perú, y se centraba en el arte y la cultura de vanguardia. 

Las luchas de clases que convulsionaron Perú en la década de 1910 empujaron a Mariátegui a sacar conclusiones políticas más radicales. Una huelga general por la jornada de 8 horas en 1911, una serie de levantamientos indígenas en el campo y el desarrollo de un ferviente movimiento estudiantil tuvieron un impacto en el joven Mariátegui. Como él mismo recordaría más tarde, a partir de 1918 se orientó “resueltamente hacia el socialismo”. Al año siguiente lanzó La Razón, un periódico socialista que ganó autoridad dentro de una clase obrera peruana cada vez más combativa. Cuando las masas estallaron en las calles en 1919 en respuesta a una grave crisis del coste de la vida, las capas más avanzadas reconocieron al propio Mariátegui como a uno de sus dirigentes.

Sin embargo, el naciente movimiento socialista peruano fue eclipsado por el ex presidente Augusto Leguía. Leguía, que se montó en la ola de descontento con un programa populista de reformas, no tardó en revelar su verdadera cara tras tomar el poder reprimiendo a los activistas y organizaciones de izquierda. Como era de esperar, La Razón y Mariátegui fueron los objetivos prioritarios. El nuevo gobierno (que acertó al considerarlo una amenaza) ofreció a Mariátegui un ultimátum: quedarse en Perú e ir a la cárcel, o exiliarse a Europa. José Carlos y su coeditor, César Falcón, optaron por lo segundo.

Revolución y contrarrevolución en Europa

Mariátegui llegó a una Europa desgarrada por la inestabilidad económica y política, donde la clase dominante temía por la futura existencia del capitalismo, y la revolución bolchevique ofrecía un faro de inspiración para los trabajadores de todo el continente. Esto dejó una profunda impresión en Mariátegui, que llegó a estar convencido por las ideas del marxismo, y  la acertada conclusión de que un partido revolucionario leninista era un ingrediente esencial para que la clase trabajadora tomara el poder. 

Su desarrollo político continuó a buen ritmo durante su estancia en Italia, donde pasó la mayor parte del tiempo. Mariátegui llegó con el biennio rosso en marcha, un periodo que supuso una experiencia intensamente educativa para el joven revolucionario. En 1921 asistió a la histórica Conferencia de Livorno, en la que el Partido Socialista Italiano se escindió. Mariátegui simpatizaba con los revolucionarios que formaron entonces el Partido Comunista Italiano y se afiliaron a la III Internacional, dirigidos entre otros por el revolucionario italiano Antonio Gramsci. 

La estancia en Italia fue fundamental para el desarrollo político de Mariátegui, quien se afianzó en el programa marxismo para comprender y transformar la realidad del Perú y de América Latina. A partir de entonces el nombre de José Carlos Mariátegui está asociado al del marxismo revolucionario.

De vuelta a Perú: Amauta y la formación del Partido Socialista Peruano

Mariátegui volvió a Perú en 1923, tras cinco años de exilio, comenzando su actividad política en el país andino. Entró en contacto con el entonces dirigente estudiantil Víctor Raúl Haya de la Torre, quién un año más tarde formó la Alianza Popular Revolucionaria Americana en 1924. 

Al igual que otros marxistas revolucionarios, como el cubano Julio Antonio Mella, Mariátegui simpatizo en sus inicios con el APRA pues esta organización se presentaba como un frente antiimperialista. Sin embargo, para 1928 y 1929 tanto Mariátegui, como Mella, tomaron distancia del APRA y de Haya de la Torre al señalar que el antiimperialismo en América Latina sólo era posible en el marco de una lucha revolucionaria del proletariado mundial contra el capitalismo. Es decir que el antiimperialismo no era posible en los marcos exclusivamente nacionales o regionales, como pensaba Haya de la Torre, sino que la única lucha posible del antiimperialismo pasaba necesariamente por la lucha revolución del proletariado a nivel mundial. 

En 1926, Mariátegui impulsó el lanzamiento de la revista Amauta, que se convirtió en una revista de referencia regional. Al respecto resulta interesante una apreciación de Amauta aparecida en la revista Clave, la revista dirigida por Trotsky en México, que ayudan a dimensionar la importancia de la labor del marxista peruano y el papel de su revista

Hay revistas que valen por la calidad de sus colaboradores o la inteligente disposición de sus materiales, y revistas cuyo más alto mérito está en el trabajo asiduo de su director. No tenemos por qué repetir que Amauta era de estas últimas, puesto que ya aseguramos que valía sobre todo por el aporte personal de Mariátegui. 

Enrique Espinoza, En el décimo aniversario de la muerte de José Carlos Mariátegui, Clave, num. 8-9, abril-mayo 1940

Amauta será un punto crucial en el desarrollo de Mariátegui, pues en ella expondrá buena parte de su elaboración teórica marxista. Amauta fue, en palabras de su director “una revista de definición ideológica”. De ese modo, en 1927 Mariátegui fue detenido y encarcelado junto con otros socialistas por sus críticas al gobierno de Leguía. En ese contexto, Mariátegui desarrolló aún más su crítica a Haya de la Torre y al APRA con los que romperá en 1928, impulsando para finales de ese mismo año la formación del Partido Socialista Peruano, vinculado a la Internacional Comunista. Y un año después, en 1929, fue impulsor y organizador de la Confederación General de Trabajadores del Perú. 

Precisamente los vínculos con la Tercera Internacional, especialmente a partir del debate en el VI Congreso de a Internacional, jugarán un papel en los últimos años de vida del marxista peruano. Resulta relevante señalar que pese al proceso de consolidación del estalinismo en la Unión Soviética y en la Internacional Comunista, incipiente apenas en los Partidos Comunistas de América Latina, Mariátegui no puede ser señalado de estalinista. Sus críticas a la política de la IC, especialmente respecto a la cuestión campesina e indigena, son muy claras al respecto. Aunque no se unió a la Oposición de Izquierda, en varios textos expresa una clara admiración por León Trotsky. Sin embargo, es probable que Mariátegui subestimara el alcance de la contrarrevolución burocrática. Si analizamos con más detalle sus ideas y su coincidencia con las de Trotsky, podemos imaginar que sus tensiones con Moscú se habrían agudizado si no hubiera muerto el 16 de abril de 1930 a la edad de 36 años. El movimiento obrero peruano había perdido a un gigante

Mariátegui y la revolución permanente

Una de las contribuciones políticas más significativas de Mariátegui es su obra “Siete ensayos de interpretación sobre la realidad peruana”, en la que analizaba la estructura de clases de la sociedad peruana. Mariátegui se remontó a los tiempos de la conquista y la colonización, en los que la civilización inca fue conquistada, su pueblo sometido y las tierras saqueadas en busca de recursos naturales, sobre todo metales preciosos como el oro y la plata. 

A pesar de lograr la independencia formal del imperio español en 1824, Perú siguió subordinado a un imperialismo británico en ascenso. El capitalismo inglés tenía un interés material en frenar el desarrollo económico de Perú para que siguiera siendo una fuente de materias primas baratas, combustible esencial para la revolución industrial británica. Como explicó Mariátegui “España nos quería y nos guardaba como país productor de metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como país productor de guano y salitre. Pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil diverso. Lo que cambiaba no era el móvil, sino la época” (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana) . 

A pesar del auge del guano, la mayor parte de la riqueza siguió fluyendo hacia Europa. La excesiva dependencia de la exportación de materias primas dejó a la economía particularmente vulnerable a las fluctuaciones de precios en el mercado mundial. Cuando una recesión en la década de 1870 paralizó grandes extensiones de la industria norteamericana y europea, la demanda de guano se evaporó. Del mismo modo, en 1912, la floreciente industria del caucho en Perú se derrumbó repentinamente tras el establecimiento de plantaciones rivales en el sudeste asiático, lo que provocó una brusca caída del precio del caucho. Esta industria, basada en la bárbara esclavitud de los indígenas, condenó a cientos de miles de personas a una pobreza aún mayor.

Mariátegui comprendió que estas crisis no eran el resultado de políticas económicas desacertadas, sino que estaban arraigadas en la propia estructura del capitalismo peruano. Nacida en un sistema mundial ya dominado por las grandes potencias, la burguesía peruana se contentaba con jugar un papel secundario, limitándose a facilitar el saqueo de los recursos de Perú y la superexplotación de sus masas trabajadoras. Como explicó en un texto presentado a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana en junio de 1929: “las burguesías nacionales que ven en la cooperación con el imperialismo la mejor fuente de provechos, se sienten lo bastante dueñas del poder político para no preocuparse seriamente de la soberanía nacional”. De modo que para Mariátegui la única forma de romper con el atraso y la dependencia de Perú, de América Latina y los países atrasados en su conjunto, no pasaba por apoyar a las burguesías nacionales, como plantearía más tarde la política frentepopulista del estalinismo, sino en la lucha revolucionaria de trabajadores y campesinos en Perú como parte de la lucha de clase de los trabajadores a nivel mundial. 

Trotsky y Mariátegui 

En uno de sus últimos escritos en 1940, Trotsky también caracterizó a la “atrasada” burguesía sudamericana como una “agencia totalmente venal del imperialismo extranjero”. De hecho, Mariátegui había llegado independientemente a conclusiones muy similares a las de Trotsky, elaboradas y destiladas en la teoría de la revolución permanente. La perspectiva de Trotsky contrastaba con la opinión dominante en el movimiento socialista organizado en la II Internacional de que, en países atrasados como Rusia, habría que llevar a cabo una revolución “democrático-burguesa” como etapa necesaria en la lucha por el socialismo. Tal avance derrumbaría, según esa opinión, los restos feudales que impedían el pleno desarrollo de la producción capitalista e instalaría un sistema parlamentario de gobierno en lugar de la autocracia zarista. En otras palabras, Rusia tendría que pasar primero por las mismas “etapas” que naciones como Inglaterra y Francia antes de que el cambio socialista fuera realizable. 

Mariátegui, al igual que Trotsky, comprendió que esa visión chocaba con la realidad de que los países coloniales y semicoloniales no existían aislados, sino que cumplían un papel específico en un mercado mundial dominado por el imperialismo. Elementos feudales que aparentemente pertenecían a otra época histórica fueron remodelados para encajar en una economía capitalista supeditada a los intereses imperialistas. En el caso de Perú, la producción agrícola en los brutales gamonales que se basaban en condiciones de semiesclavitud y peonaje por deudas. Sin embargo, como explicó Mariátegui, los grandes terratenientes estaban entrelazados con los patrones industriales: “La minería, el comercio, los transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los latifundistas se han contentado con servir de intermediarios a éste, en la producción de algodón y azúcar.”

Junto a estos vestigios feudales existían formas modernas de industria que utilizaban la tecnología más avanzada. Una vez más, las ideas de Mariátegui coincidían con el concepto de Trotsky de “desarrollo desigual y combinado”. Como escribió este último sobre el desarrollo económico de Rusia 

Casi sin rutas nacionales, Rusia se vio obligada a construir ferrocarriles. Sin haber pasado por el artesanado europeo y la manufactura, Rusia pasó directamente a la producción mecanizada. Saltar las etapas intermedias, tal es el destino de los países atrasados.

Procesos similares en Perú dieron origen a un proletariado industrial que, aunque numéricamente pequeño, ejercía un enorme peso social. Dado que la servil burguesía peruana se oponía a cualquier movimiento que amenazara su poder y sus beneficios, la tarea de hacer avanzar la sociedad recayó sobre los hombros de la clase obrera. Y, como las múltiples miserias a las que se enfrentaban las masas peruanas no podían acabarse sobre la base del capitalismo, la revolución tendría que avanzar en la dirección del socialismo o estaría condenada al fracaso. 

Internacionalismo

Es importante destacar que para Trotsky la revolución es permanente -o ininterrumpida- en otro sentido. Tras llegar al poder, un estado obrero se vería amenazado inmediatamente por las fuerzas de la contrarrevolución, tanto a nivel nacional como internacional. Tal fue el caso de Rusia de 1917 a 1922, cuando las potencias occidentales proporcionaron apoyo militar al reaccionario ejército blanco con la esperanza de “estrangular al bolchevismo en su cuna”.  El siglo XX latinoamericano también rebosa de ejemplos de movimientos de masas revolucionarios que se enfrentaron a la ira del imperialismo estadounidense.

Para sobrevivir, consolidarse y finalmente triunfar, una revolución en los países semicoloniales y coloniales tendría que extenderse más allá de las fronteras a las naciones industrialmente avanzadas, llamando a la clase obrera de los centros metropolitanos a arrebatar el poder a los capitalistas y sentar las bases de un plan de producción internacional. De hecho, este era el punto de vista de Lenin, que contrastaba fuertemente con la teoría del “socialismo en un solo país”, que anteponía los estrechos intereses de la burocracia soviética a los de la clase trabajadora internacional. 

Una vez más, Mariátegui se hace eco de las conclusiones extraídas por Trotsky. Aunque la Comintern había adoptado el socialismo en un solo país como su política oficial en 1926, los escritos posteriores de Mariátegui muestran su decidido compromiso con el internacionalismo, no sólo como un ideal elevado, sino como una necesidad estratégica en la lucha por el socialismo: 

La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista.

Carta colectiva del grupo de Lima, junio de 1929. 

Mariategui, la cuestión indígena en América Latina

Sin lugar a dudas el análisis de Mariátegui sobre la cuestión indigena es el mayor aporte del marxista que lo coloca como uno de los clásicos del marxismo en América Latina. Pues en el caso de Perú y de América Latina en general, el entrelazamiento de la explotación de clase y la opresión racial presentaba problemas específicos para el movimiento socialista.  Lo anterior era resultado del propio desarrollo del capitalismo y la forma en que América Latina fue incorporada desde los albores del mismo al mercado mundial como proveedora de materias primas, y con ellas los indígenas esclavizados y obligados a ser mano de obra al servicio de la acumulación capitalista. Mariátegui entendió correctamente que la opresión de los indígenas estaba completamente imbricada en el sistema económico:

Para el imperialismo yanqui o inglés, el valor económico de estas tierras sería mucho menor si con sus riquezas naturales no poseyeran una población indígena atrasada y miserable a la que, con el concurso de las burguesías nacionales, es posible explotar extremadamente.

El problema de las razas en América Latina

Mariátegui no era el único que se oponía a las injusticias a las que se enfrentaban los indígenas pero adoptó un enfoque marcadamente diferente al de los reformistas liberales. Estos últimos veían la cuestión indígena como un asunto moral, una cuestión de proporcionar mejores leyes o una educación adecuada para sacar a los indígenas de su miseria. Mariátegui, en cambio, argumentaba que “el problema indígena no puede encontrar su solución en una fórmula abstractamente humanitaria, en un movimiento meramente filantrópico”. (El problema de las razas)

Para Mariátegui la cuestión indigena no era un tema cultural, no se trataba ni se trata del idioma o las costumbres indígenas las causantes de la opresión que sufren. Porque las nociones racistas de que los indígenas eran intrínsecamente inferiores no eran en modo alguno naturales, sino que se desarrollaron como justificación de la conquista y el despojo. Una burguesía predominantemente blanca de ascendencia europea se basó en tales nociones para mantener su dominio, a pesar de la existencia de leyes que concedían formalmente derechos y protecciones a los pueblos originarios.

A partir del análisis de lo anterior, Mariátegui comprendió que son las condiciones económicas de atraso, propiciadas por el mismo capitalismo, las que oprimen a las y los campesinos y pueblos indígenas. En ese sentido, para Mariátegui los campesinos son en gran medida parte de la clase trabajadora, por lo que la lucha indigena contra la opresión y la miseria es parte de la lucha de nuestra clase. “La vanguardia obrera dispone de aquellos elementos militantes de la raza india que en las minas o en los centros urbanos, particularmente en los últimos, entran en contacto con el movimiento sindical, se asimilan a sus principios y se capacitan para jugar un rol en la emancipación de su raza”, escribió Mariátegui en un comunicado a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de junio de 1929. 

Mariátegui se esforzó por comprender los problemas específicos de los indígenas, estudiando sus tradiciones, su cultura y sus luchas. Lo hizo con el deseo de ganarlos para el movimiento socialista, en el que tenían un papel esencial que desempeñar. Hacerlo significaría superar la comprensible desconfianza que muchos indígenas sentían hacia los trabajadores mestizos. Mariátegui comprendió la importancia de reclutar y formar cuadros indígenas que pudieran agitar en quechua y aymara, y ganarse la confianza de los explotados y oprimidos. También era fundamental dar una batalla consciente contra las ideas racistas dentro del movimiento obrero. “No es raro”, señaló Mariátegui, “encontrar en los propios elementos de la ciudad que se proclaman revolucionarios, el prejuicio de la inferioridad del indio, y la resistencia a reconocer este prejuicio como una simple herencia o contagio mental del ambiente.”

Todo ello guiado por la convicción de que los propios indios tendrían que ser los agentes de su emancipación: “La solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios”.

La candente actualidad

Por lo anterior, recuperar a Mariátegui es central para los marxistas en América Latina, para reconocer y reivindicar su legado, así como sus aportes al pensamiento revolucionario en la región. Lejos de sucumbir a alguna forma de relativismo cultural, Mariátegui era un socialista científico dinámico que se veía a sí mismo ante todo como militante de un movimiento global por un mundo mejor. Se le puede considerar “heterodoxo” sólo en la medida en que se vea el marxismo como un dogma, un conjunto rígido de fórmulas en las que una realidad debe encajar limpiamente. Pero Mariátegui tenía una visión correcta del marxismo genuino como un cuerpo de pensamiento desarrollado sobre la experiencia histórica acumulada de la clase trabajadora internacional, que debe aplicarse creativa y concretamente a un mundo en constante cambio, para ofrecer un análisis, un programa y una estrategia que faciliten al proletariado su misión histórica de derrocar al capitalismo y construir de nuevo la sociedad. Los marxistas de hoy también deberían tratar de aplicar las ideas clave de Mariátegui a una situación muy diferente. 

Su conclusión de que la burguesía en América Latina es incapaz de desempeñar un papel progresista ha quedado inequívocamente demostrada. A pesar de la industrialización parcial y la aceleración de la urbanización a lo largo de los siglos XX y XXI, América Latina sigue subyugada al imperialismo estadounidense y chino, incapaz de superar la plétora de crisis sociales engendradas por unas economías débiles y dependientes. Y, el torbellino de crisis desatado por la nueva era del desorden no ha hecho sino agravar estas tendencias, condenando a millones de personas a la pobreza, la miseria y el hambre.

Sin embargo, la idea de que algún tipo de capitalismo democrático o progresista es una etapa necesaria en la lucha por el socialismo sigue acosando al movimiento. Ya sea el capitalismo andino-amazónico promovido por el gobierno boliviano del MAS o la insistencia del presidente colombiano Gustavo Petro en la necesidad de “desarrollar el capitalismo”, tales puntos de vista sirven de justificación para alianzas y negociaciones con sectores supuestamente progresistas de una burguesía nacional. Pero al atar a la clase trabajadora y a los oprimidos a sus explotadores, estas políticas al estilo del Frente Popular acaban inevitablemente en tragedia. Una nueva oleada de gobiernos de centro-izquierda que han llegado al poder en el período reciente han optado tristemente por este camino. El peligroso crecimiento de la extrema derecha y el golpe contra Pedro Castillo son ejemplos de un reformismo que se conforma con operar dentro de los confines del capitalismo decadente.

Los indígenas se enfrentan a una catástrofe social especialmente aguda. Los derechos limitados que se han ganado tras décadas de lucha militante de masas están siendo atacados. Las políticas genocidas de Bolsonaro, que han desmantelado muchas protecciones de la tierra, allanan el camino para que los mineros ilegales se inmiscuyan en territorios de grupos como los yanomami, causando un sufrimiento indecible. Del mismo modo, Jorge Alberto Morante Figari, del partido Fujimorista Fuerza Popular, aprovechó el caos político de Perú en diciembre para aprobar una ley que eliminaba la protección de los indígenas no contactados en la Amazonia, una bendición para las grandes empresas deseosas de eliminar cualquier barrera a la explotación de las personas y el planeta.

Pero al igual que en la época de Mariátegui, estas mismas comunidades han respondido a la pobreza sistémica y a la discriminación con una resistencia heroica. Como era de esperar, se han situado en primera línea de los levantamientos masivos que han sacudido la región desde 2019. Si bien estos representaron terremotos políticos que sacudieron regímenes enteros hasta sus cimientos, se vieron obstaculizados por la falta de organización, liderazgo y programa político consciente de la necesidad de romper con el capitalismo. A medida que las nuevas generaciones extraigan lecciones vitales de estas experiencias, las ideas de Mariátegui y la teoría de la revolución permanente cobrarán una renovada relevancia para las explosivas batallas que se avecinan en América Latina. La lucha de los pueblos indígenas, de los campesinos, las mujeres y los trabajadores puede nutrirse y enriquecerse si recupera el legado del marxista peruano para sus batallas actuales por la transformación socialista de América Latina.