Françafrique: la descolonización incompleta en África Occidental
La Françafrique debe quedar enterrada en el basurero de la historia como uno de los mayores crímenes cometidos contra el proletariado africano. Sin embargo, deben ser los trabajadores por sí mismos quienes lleven a cabo este proceso.
Escrito por Josafat Arrieta, Alternativa Socialista (ASI en México).
Durante la década de los años sesenta Francia optó por otorgarle la independencia a sus colonias en África. Esta decisión se dio a raíz del surgimiento de movimientos insurgentes y nacionalistas en Madagascar, Argelia e Indochina y el temor de que estos contagiaran a las fuerzas insurgentes que comenzaban a cobrar fuerza en el resto de sus posesiones africanas. Sin embargo, esta independencia no fue total, pues Francia estableció una relación de dominio político y económico con los países de África Occidental.
Thomas Sankara, revolucionario socialista y expresidente de Burkina Faso, describe muy bien esta situación en un discurso pronunciado el 2 de octubre de 1983 en Uagadugú, capital de este país africano. En este menciona que «el temor a que la lucha de las masas populares se radicalizara y desembocara en una solución verdaderamente revolucionaria sirvió de base para que el imperialismo decidiera cómo actuar, lo que consistió […] en ejercer su dominio sobre nuestro país y perpetuar la explotación de nuestro pueblo mediante intermediarios nacionales». Sankara describe con este fragmento la situación del Alto Volta – hoy Burkina Faso -, pero sirve para explicar la esencia de la descolonización de las posesiones francesas en África.
Este fenómeno es conocido como Françafrique o Francáfrica, un término usado por primera vez por el ex presidente de Cote d’Ivoire, Félix Houphouët-Boigny, para hacer referencia a la relación de “amistad” entre Francia y los países del África Occidental o mejor dicho, con las élites políticas que gobernaban esos países serviles a Francia. Sin embargo, sería François-Xavier Verschave quien en su libro La Françafrique, le plus long scandale de la République comenzó a usar este término con el objetivo de denunciar los nexos del gobierno francés con los dictadores de la región y las prácticas para seguir controlando la extracción de recursos en estos países.
Del colonialismo al colapso de la IV República
La presencia de Francia en suelo africano se remonta a 1830, cuando comenzaría la colonización de Argelia. Durante el resto del siglo XIX la expansión francesa por el continente continuaría, primero con el establecimiento del Protectorado de Túnez en 1881 y posteriormente con las negociaciones en la Conferencia de Berlín en 1884, en la cual las potencias europeas se repartirían, a su gusto, los territorios africanos, mismos que serían ocupados durante el último cuarto de ese siglo y los primeros años del siglo XX. A las posiciones originales del Imperio Colonial Francés en África se le sumarían los territorios de Togo y casi la totalidad de Camerún, los cuales le serían arrebatados al Imperio Alemán después de la Primera Guerra Mundial. Así, para 1919 las fronteras coloniales de Francia en África quedarían plenamente definidas, dando paso a una segunda etapa, la cual duraría hasta que comenzara el proceso de descolonización en 1956.
La situación se mantendría estable en el continente durante el periodo de entreguerras. En estos años Francia se encargaría de construir instituciones moldeadas a semejanza de las que estaban establecidas en la metrópoli. Al mismo tiempo comenzaría a formar a varios jóvenes africanos intelectuales, quienes tendrían un rol activo en los primeros años de la vida independiente de sus países.
La situación cambiaría con el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando el reconocimiento de la “libre determinación de los pueblos” en la Carta de las Naciones Unidas sentaría el fundamento legal para el impulso de las luchas anticoloniales. En el caso de Francia, otro incentivo sería el establecimiento en 1946 de la Unión Francesa por la IV República Francesa, la cual tenía por objetivo avanzar en los esfuerzos por la autonomía y la democratización de los territorios en África. Sin embargo, el esfuerzo de la Unión Francesa lejos de avanzar en sus objetivos, mostró muchas deficiencias al momento de trabajar sobre ellos. Estas carencias y el inicio de la lucha insurgente en 1946 en Indochina dieron pie al comienzo en los territorios africanos de movimientos nacionalistas, los cuales defendían la salida armada como solución al tema de la independencia.
La primera rebelión armada estallaría en 1947 en Madagascar, la cual, a pesar de ser derrotada por las tropas coloniales francesas, sentaría un precedente importante para las luchas por la liberación en África. A esta le seguirían los estallidos en Argelia y en Camerún, en 1954 y 1955 respectivamente. Ambas rebeliones pondrían al gobierno de París al borde de una crisis política importante, misma que desembocaría en un intento de golpe militar en Argelia el 13 mayo de 1958 –dando inicio a la llamada Crisis de Mayo– y el ascenso de Charles De Gaulle al poder en junio de ese año, eventos que marcarían el final de la IV República Francesa y el surgimiento de la V República.
¿Independencias?
Con la caída de la IV República vendría también la sustitución de la Unión Francesa por la Comunidad Francesa, misma que dio la libertad a los territorios africanos de optar por su integración y obtener el estatus de territorios autónomos. Únicamente Guinea decidiría no integrarse a este esfuerzo, ganando así su independencia en 1958. Sin embargo, durante los dos años siguientes la Comunidad Francesa mostraría que era un proyecto sin un rumbo claro. Por ello, las viejas colonias comenzarían a reclamar la independencia total, misma que les fue concedida a mediados de 1960. A cambio de ella, los nacientes Estados africanos fueron obligados a aceptar, bajo presiones de Francia, el ceder el control de su política monetaria y la dependencia del Ejército Francés para la defensa de su territorio.
En la parte económica, los países africanos serían obligados a tomar como moneda el Franco CFA –cuyo valor se encontraba ligado al del franco y, porteriormente al del Euro–, la cual es emitida por dos Bancos Centrales –uno en donde están representados los países del África Occidental y otro en donde lo hacen los del África Central–, en donde Francia tiene poder de veto en la toma de decisiones. Así mismo, Francia obliga a ambos bancos a resguardar el 50% de sus reservas en el Tesoro Público Francés.
Mientras que, manteniendo las posiciones del Ejército Francés en el territorio africano, le ha permitido a París asegurar sus intereses económicos y geopolíticos en la región. Ejemplos de ello son la participación de Francia en la Guerra de los Toyota entre 1986 y 1987, cuando el país galo logró frenar la invasión libia al territorio de Chad, salvaguardando así una posición estratégica para su presencia militar e intereses geopolíticos en el continente, o la activa participación de las tropas francesas en la lucha contra grupos como Boko Haram en África Occidental.
Por poner un ejemplo, el caso de Níger, país de donde la empresa francesa Areva extrae casi un 30% del uranio que alimentan las plantas nucleares francesas, las cuales producen el 80% de la energía eléctrica que consume el país. Por ello, la defensa del territorio –en especial la zona fronteriza con Mali– resulta de vital importancia para Francia, sobre todo a raíz del surgimiento de grupos islamistas y Tuaregs insurgentes en la zona del Sahel. Ante esta amenaza Francia llevó a cabo una incursión en el país africano motivado más por la posible pérdida de este recurso fundamental para el desarrollo de su economía, que por un genuino interés en la estabilidad de la región.
En su carácter político, la Françafrique tiene quizá su rostro más visible. Como se mencionaba en los primeros párrafos, la descolonización no significó una plena libertad y soberanía política para los nacientes países africanos. El poder político fue traspasado de las autoridades coloniales a una élite africana que serviría a sus intereses particulares en la región. Estas élites responderían a Francia, que jugó un rol clave en detener o promover golpes de estado en estos países, dependiendo de lo que le resultara más conveniente en el momento. Ejemplos tenemos varios, probablemente los más evidentes sean los que quitaron del poder al socialista Thomas Sankara (Burkina Faso) en 1987 y a Bokassa (República Centroafricana) en 1979.
El control indirecto de índole político, económico y militar de Francia en la región, le permitió fomentar la incursión de empresas francesas para la extracción de recursos. Ello ha generado una red de corrupción entre los políticos franceses, las élites africanas y los empresarios europeos, misma que se ve caricaturizada en el cómic L’Argent fou de la Françafrique: L’Affaire des biens mal-acquis de Xavier Harel. Esta red se explica sintéticamente en que las élites africanas financian a la clase política francesa y permiten el acceso a los recursos a las empresas francesas. Por su parte la élite política francesa mantiene a los líderes africanos en el poder y hace caso omiso a las acusaciones de su población contra las compañías francesas. Mientras que las compañías francesas dan sobornos a los Jefes de Estado en África y financian a la clase política francesa.
¿El fin de la Françafrique?
Desde la llegada al poder de Nicolas Sarkozy el gobierno francés ha manejado un discurso que plantea que la Françafrique es cosa del pasado. La realidad es que el desarrollo de la política exterior francesa respecto a África durante los últimos tres gobiernos refleja otra cosa. Durante el periodo de Sarkozy, Francia continuó adoptando una postura paternalista e intervencionista en África, cuyo momento más álgido fue la incursión en Libia, territorio que si bien no forma parte de la Françafrique, sí se encuentra en territorio africano. Su sucesor, François Hollande, seguiría con las intervenciones “antiterroristas” en suelo africano, destacando las llevadas a cabo en Mali (2013) y República Centroafricana (2014).
La llegada de Emmanuel Macron en 2016 a la presidencia francesa significó un cambio de estrategia. La fuerte incursión de China en los países del oeste y centro de África, sumada a los recientes vínculos militares de algunos gobiernos de estos países con Rusia, ha obligado a Francia, que sabe que poco puede competir con el capital chino o con las compañías mercenarias rusas, a recurrir a lo que en las Relaciones Internacionales se conoce como Soft Power. Esta estrategia implica explotar los nexos culturales que unen a Francia con sus viejas colonias, principalmente el tema del idioma en común, impulsando la identidad francófona –que paradójicamente fuera fomentada por Sankara entre 1983 y 1987 para terminar con el dominio neocolonial– como medio para mantener vivos y justificar la presencia de Francia en el continente.
Francia es consciente de la amenaza que representan los imperialismos chino y ruso en África para sus intereses políticos, militares y económicos. Por ello ha optado por explotar los “lazos culturales e históricos”, una forma elegante de llamarle a un pasado de explotación y dominio colonial en la región. Al mismo tiempo, el gobierno francés ha realizado un exhaustivo esfuerzo por limpiar la imagen del colonialismo, apelando a “los efectos positivos” del mismo. Una actitud francamente sinvergüenza, pues pisotea la memoria de millones de africanos que murieron a causa de un proceso violento, como el colonialismo.
¿Qué le queda a África?
Francia, en palabras del analista Fernando Arancón, «a regañadientes, tuvo que aceptar la independencia de una veintena de colonias […] sin embargo […] consiguió salvar una superestructura política, económica y cultural que medio siglo después todavía mantiene», a pesar de lo que desde el Palacio del Elíseo se diga. La situación de la Françafrique no ha cambiado independientemente del partido que gobierne desde París. Todos los mandatarios franceses posteriores a la Segunda Guerra Mundial han adoptado una actitud paternalista y perpetuado estructuras y prácticas neocoloniales respecto a África. Desde el nacionalista conservador De Gaulle, hasta el socialdemócrata Mitterrand, pasando por el centrista neoliberal Macron. Esto ha dejado claro a la clase trabajadora en África que la liberación del yugo neocolonial no vendrá por la buena voluntad desde Francia, sino que deben de luchar por ella, pues como decía el ya nombrado expresidente de Burkina Faso, sólo la lucha libera.
A inicios de 2022 pudimos observar un importante movimiento popular en Malí que exigía el fin de la presencia militar francesa en el país. La movilización popular y la presión de la junta militar que gobierna Mali, obligaron a Francia a anunciar el 17 de febrero la salida de sus tropas del país. La salida de Francia de Mali es una victoria a medias, pues si bien se debilita el poder de Francia en la región, el vacío de poder será ocupado por los grupos islamistas del Sahel o por Rusia, a través de la compañía de mercenarios. Sin embargo, demuestra algo muy importante para las y los trabajadores del Este y Centro de África, el dominio francés en la región puede ser derrotado a través de la movilización y la lucha de las y los trabajadores y oprimidos.
Esta es la lección más importante que los eventos recientes deben dejar en la conciencia de la clase trabajadora de estos países. Las y los trabajadores deben tener en claro que sólo a través de su organización y lucha de manera independiente y con un programa clasista y revolucionario, es que pueden lograr romper el yugo francés.
En esta lucha, ni China, ni Rusia, ni las reaccionarias juntas militares, pueden ser aliadas del proletariado. En el fondo, el interés de estos tres actores son contrarios a los de la clase trabajadora. Su “confrontación” con el imperialismo francés emana de sus propios intereses y no por una preocupación genuina por las vidas de millones de personas que habitan en esta zona de África. China y Rusia buscan desplazar a Francia para ser ellos quienes se beneficien del sometimiento y la explotación de los pueblos africanos. Mientras que las cúpulas militares únicamente buscan ser ellos quienes administren y reciban los ingresos por permitir la infiltración imperialista en la región.
En los próximos meses es muy posible que veamos el desarrollo de movimientos de masas en África , especialmente en África Occidental. En palabras de camaradas del Workers and Socialists Party (WASP), sección de ASI en Sudáfrica, “África está lleno de decenas de posibles Sri Lanka”. El papel de las y los socialistas es el intervenir en estos procesos y orientarse a construir una fuerza que pueda dotar de un carácter revolucionario a estos movimientos.
Las y los socialistas reivindicamos la resistencia antiimperialista de los pueblos de estos países. Sin embargo somos claros al explicar que, el antiimperialismo por sí mismo es un cascarón vacío de contenido, por lo que se necesita levantar y agitar un programa socialista y revolucionario alrededor del cual las masas trabajadoras puedan organizarse y luchar en contra de los intereses de las potencias imperialistas y de fuerzas reaccionarias como Boko Haram y otros grupos islamistas de la región. La Françafrique debe quedar enterrada en el basurero de la historia como uno de los mayores crímenes cometidos contra el proletariado africano. Sin embargo, deben ser los trabajadores por sí mismos quienes lleven a cabo este proceso.