Masacres en Pahalgam: mientras Cachemira vuelve a sangrar India y Pakistán avivan las llamas de la guerra

El subcontinente indio se encuentra una vez más al borde de la catástrofe. Con el ejército paquistaní alegando tener “inteligencia creíble” sobre inminentes ataques aéreos indios, la posibilidad de que el atentado terrorista de la semana pasada en Cachemira ocupada por India se convierta en la chispa de un nuevo conflicto militar entre dos Estados con armas nucleares ya no es lejana: es una amenaza real e inminente. A continuación, presentamos nuestro análisis y respuesta a los acontecimientos que han sacudido a la región durante la última semana.
Escrito por Socialist Struggle, PRIM en India.
El 22 de abril, veintiséis civiles fueron masacrados en un atentado terrorista en Pahalgam, una estación turística en la región montañosa del valle de Baisaran, en Cachemira ocupada por India. Todas las víctimas, salvo una, eran hindúes y, según testigos presenciales, fueron seleccionadas y atacadas específicamente por su religión. Veinticuatro eran turistas indios y uno era ciudadano nepalí. Ademas Un musulmán cachemir y un joven guía local, también fue asesinado mientras intentaba proteger a los turistas de los disparos.
Las masacres sacudieron profundamente a la región. En respuesta, se desataron protestas y vigilias en Jammu, Cachemira y Ladakh para denunciar la masacre y expresar solidaridad con las víctimas. El miércoles se llevó a cabo un paro total —Es la primera vez en 35 años de la región hindu de Cachemira que quedá completamente paralizada.
Las consecuencias inmediatas no se limitan a la trágica pérdida de vidas y a los muchos heridos. Para los cientos de miles de cachemires que dependen del turismo para subsistir, la situación es desesperada. Con la huida de los turistas, zonas antes llenas de vida como Pahalgam han quedado abandonadas justo cuando la temporada alta estaba por comenzar, lo que agrava aún más la carga sobre las comunidades locales.
Sin embargo, el turismo en Cachemira no es solo una actividad económica; para el régimen de Narendra Modi, también es un instrumento propagandístico utilizado para encubrir y normalizar la ocupación. El gobierno indio ha instrumentalizado sistemáticamente el flujo de turistas para proyectar una imagen de ‘integración’ bajo el dominio indio y presentar la región como un destino tranquilo, mientras continúa la brutal represión en segundo plano. Campañas turísticas de alto perfil y cifras récord de visitantes se han usado para reforzar la narrativa de que la región se ha estabilizado, aunque sigue bajo un estricto control militar y a los propios cachemires se les niegan los derechos democráticos más básicos. Como subrayó trágicamente el reciente ataque, este intento de usar a los turistas como símbolo de éxito no solo es engañoso: también es peligroso.
Explotando el derramamiento de sangre con fines chovinistas
La identidad exacta de los perpetradores sigue sin estar clara. Los primeros informes vincularon a los atacantes con “The Resistance Front” (TRF), una organización sombría y rama del grupo pakistaní Lashkar-e-Taiba. Sin embargo, tras haber presuntamente reivindicado el atentado en un principio, el grupo luego negó cualquier implicación, emitiendo un comunicado en el que afirmaba que “cualquier atribución de este acto a TRF es falsa, apresurada y parte de una campaña orquestada para desprestigiar a la resistencia cachemir”.
Independientemente de la verdad, el régimen hinduista supremacista de Modi no tardó en explotar políticamente el atentado, tratando de convertir la comprensible indignación por los asesinatos en algo más siniestro. El propio Modi se ausentó de una reunión multipartidista el jueves para discutir el ataque en Pahalgam, y en su lugar participó en un mitin electoral en Bihar donde prometió perseguir a los responsables “hasta los confines de la Tierra”.
Los medios corporativos y representantes del gobierno lanzaron una ola de chauvinismo y nacionalismo extremo. El ministro de Comercio, Piyush Goyal, declaró: “Hasta que los 140 millones de indios no hagan del nacionalismo y el patriotismo su deber supremo, estos tipos de incidentes seguirán afectando al país”, equiparando la eliminación del terrorismo con la del naxalismo —un término que, bajo el gobierno del BJP, se ha utilizado para tachar no solo a insurgentes armados, sino también a cualquier persona crítica del Estado.
Culpar del atentado a la supuesta falta de patriotismo de los ciudadanos comunes también es un intento cínico de desviar la atención de los fracasos del propio gobierno. La revocación del Artículo 370 en 2019 —que despojó unilateralmente a Cachemira de su autonomía constitucional— fue vendida por el gobierno de Modi como una vía para llevar desarrollo, paz y estabilidad a la región. Durante cinco años, el gobierno difundió una narrativa de “normalidad”, fingiendo que sus políticas estaban transformando a Cachemira en un paraíso libre de terrorismo para turistas. Los acontecimientos del martes pasado —el ataque más letal contra turistas en un cuarto de siglo— han dejado al descubierto la absoluta falsedad de esa narrativa.
La ocupación y la falta de alternativas generan desesperación
Para entender verdaderamente la tragedia de Pahalgam, hay que enfrentar la cuestión nacional no resuelta en Cachemira, una región cuyos habitantes han sido privados de su derecho democrático básico a la autodeterminación durante 78 años.
En 1947, el estado principesco de Jammu y Cachemira fue absorbido a la fuerza por la India, después de que una invasión armada tribal respaldada por Pakistán llevara al maharajá a firmar el Instrumento de Adhesión a la India. Esta decisión se tomó sin ninguna consulta democrática al pueblo cachemir: fue un acuerdo entre élites, alcanzado en medio de una partición violenta. El gobierno indio prometió que se celebraría un plebiscito para permitir al pueblo de Cachemira decidir libremente su futuro. Esa votación nunca se llevó a cabo.
En su lugar, los sucesivos gobiernos indios han afianzado su dominio mediante el control militar y la represión. En los últimos 35 años —desde el estallido de una insurgencia masiva en 1989—, esto se ha caracterizado por un régimen implacable de ocupación militar, leyes de emergencia y violencia estatal sistemática. Los cachemires han soportado décadas de arrestos arbitrarios, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones, violencia sexual por parte de las fuerzas de seguridad, elecciones manipuladas y promesas incumplidas. La revocación del Artículo 370 intensificó aún más el sentimiento de sometimiento, cerrando incluso el espacio limitado que existía para la expresión política.
Las afirmaciones de que, gracias a la eliminación del estatus especial de Jammu y Cachemira, la región estaba en una nueva senda hacia la prosperidad económica, también son fraudulentas. Antes de 2019, su tasa de desempleo era inferior al promedio nacional; desde entonces, ha sido consistentemente más alta. Todos los demás indicadores económicos (niveles de deuda, tasas de crecimiento, inflación, etc.) también han empeorado.
Si bien el asesinato de civiles desarmados es absolutamente condenable, no ocurrió en el vacío. La brutal ocupación por parte del Estado indio, la negativa de todos los partidos tradicionales a reconocer la legitimidad de las demandas históricas de los cachemires por justicia y libertad —incluidos los partidos de izquierda como el CPI y el CPI(M), que han complacido durante años al nacionalismo indio—, las décadas de traición y humillación, y los alarmantes niveles de desempleo juvenil han creado un cóctel de condiciones en las que pueden arraigar la desesperación, la alienación y las corrientes violentas.
Sin embargo, el ataque a civiles hindúes —especialmente bajo un gobierno impregnado de ideología hindutva— no desafía estas condiciones de ninguna manera; por el contrario, alimenta ataques comunitarios vengativos contra musulmanes en toda la India y juega directamente en manos del régimen de Modi, dándole un pretexto para intensificar la represión y acercar al subcontinente a una guerra catastrófica.
Represión en Cachemira
Desde el ataque, se ha desatado una amplia represión estatal en la Cachemira ocupada por India. El ejército indio ha ampliado su presencia en lo que ya es la región más militarizada del planeta. Se han realizado redadas en más de 600 lugares del valle en menos de una semana, y más de 1,500 cachemires han sido arrestados. Sin ningún proceso legal, al menos nueve casas de presuntos militantes implicados en el ataque han sido demolidas con explosivos, dañando muchas viviendas aledañas en el proceso y haciendo que familias enteras sufran por las acciones de unos pocos.
El gobierno también ha emitido una advertencia instando a los canales de medios a abstenerse de transmitir en vivo las operaciones de ‘defensa’, una forma apenas disimulada de censura que otorga al régimen de Modi mayor margen para controlar el relato y encubrir abusos a los derechos humanos, en una región donde el ejército indio tiene una larga y arraigada trayectoria de violaciones.
La respuesta del gobierno a las matanzas de Pahalgam está agravando precisamente las condiciones que dieron origen a ese tipo de violencia terrorista. La represión violenta de las fuerzas armadas indias no es simplemente el telón de fondo de estos ataques: es un factor que contribuye directamente. Cada redada militar, cada detención arbitraria, cada acto de impunidad alimenta un clima de desesperanza y rabia. Para incontables jóvenes que crecen bajo un asedio constante, sin empleos, sin libertad ni futuro político, la resistencia violenta —por desesperada y destructiva que sea— puede parecer, y a menudo es, la única forma de agencia que les queda.
Las tensiones con Pakistán escalan
El Ministro del Interior de la Unión, Amit Shah —el mismo Shah que solo unas semanas antes, se jactó en Srinagar de que “todo el ecosistema terrorista” en Jammu y Cachemira había sido “destruido”— viajó inmediatamente a Pahalgam para visitar el lugar del ataque. Tras ello, instruyó a los jefes de gobierno de todos los estados indios para que identificaran a todos los ciudadanos pakistaníes en sus respectivas jurisdicciones, cancelaran sus visados y los enviaran de regreso.
Aunque la participación transfronteriza tiene una larga historia, el régimen de Modi fue rápido en culpar a Pakistán por el ataque sin presentar hasta ahora ninguna prueba, lanzando una serie de medidas represivas que no solo están dirigidas a los funcionarios pakistaníes, sino también a los ciudadanos pakistaníes comunes. Incluso a los nacionales pakistaníes con visados médicos se les ha pedido que abandonen el país en pocos días.
India también ha decidido suspender el Tratado de Aguas del Indo, firmado en 1960, el cual es crucial para la agricultura y la generación de energía hidroeléctrica de Pakistán. Se han lanzado amenazas abiertas de que “no pasará ni una gota de agua” a Pakistán. Aunque la noción de que India podría bloquear todos los flujos de agua a Pakistán es poco realista, las ramificaciones de tales amenazas tienen consecuencias reales y peligrosas, ya que este tratado ha resistido varias guerras a gran escala y crisis entre los dos países. De hecho, el gobierno pakistaní dijo que consideraba tal medida como un “acto de guerra” y suspendió todos los acuerdos bilaterales, incluido el Acuerdo de Shimla de 1972 (un tratado que compromete a ambas partes a resolver sus disputas mediante medios pacíficos) en respuesta.
En los últimos días, se han producido intercambios repetidos de disparos y artillería entre los dos lados a lo largo de la Línea de Control, que separa la parte de Cachemira controlada por India de la parte controlada por Pakistán, en un contexto de declaraciones cada vez más belicosas y contradeclaraciones, incluida la amenaza del Ministro de Ferrocarriles pakistaní, Hanif Abassi, de que Pakistán respondería a India con represalias nucleares, afirmando que 130 misiles nucleares están dirigidos a India. Ambos países también han suspendido el comercio transfronterizo y han llevado a cabo expulsiones recíprocas de diplomáticos y agregados militares, y Pakistán ha cerrado su espacio aéreo para los aviones indios.
Ambos países están flexionando sus músculos militares; por ejemplo, ambas marinas han realizado ejercicios de tiro en el mar Arábigo en los últimos días. India parece estar sentando las bases para posibles ataques aéreos militares en Pakistán y/o incursiones en la Cachemira ocupada por Pakistán, lo que podría desencadenar una peligrosa reacción en cadena con consecuencias impredecibles, incluida la posibilidad de una guerra abierta.
En esta era de tensiones globales interimperialistas —con la administración de Trump expresando un fuerte respaldo a la “lucha de India contra el terrorismo” y reforzando la postura agresiva de Modi, mientras que China respalda firmemente a su “amigo de todos los climas”, Pakistán— la situación se ha vuelto aún más volátil, exacerbando el precario equilibrio entre las dos potencias nucleares y antiguos enemigos. Incluso el más pequeño de los ataques transfronterizos o una mala interpretación podría desencadenar un conflicto más amplio que podría envolver rápidamente al subcontinente, poniendo en peligro a millones de personas.
La oleada islamófoba y anti-cachemirí
Mientras tanto, alentados por el partido gobernante y sus fuerzas aliadas, el islamofobia ha alcanzado niveles extremos en India, con atrocidades, acosos y amenazas contra cachemires y musulmanes en general reportadas en todo el país. A pesar de no tener ninguna relación con las matanzas terroristas en Pahalgam, miles de estudiantes y trabajadores cachemires, así como sus familias en casa, viven con miedo, ya que ha descendido sobre ellos una lógica de castigo colectivo.
Un ministro del gobierno estatal de Maharashtra incluso dijo que, dado que los atacantes de Pahalgam supuestamente pidieron a los turistas que recitaran la Kalima (declaración islámica de fe), los hindúes ahora solo deberían hacer negocios con aquellos que puedan recitar el Hanuman Chalisa (versos devocionales hindúes), lo que es un llamado efectivo a un apartheid económico basado en el fanatismo religioso. Los medios asociados al Hindutva y las páginas de redes sociales han estado difundiendo odio, con muchas referencias a las similitudes con el trato del régimen israelí a los palestinos, menciones de “el 7 de octubre de India” y llamados abiertos al genocidio. Ya se han reportado asesinatos de musulmanes en Uttar Pradesh y Karnataka. Las autoridades indias también han atacado a los nacionales bangladesíes después del ataque; más de 1,000 bangladesíes han sido arrestados y amenazados con deportación en una operación de inmigración a nivel nacional iniciada por el Ministerio del Interior.
Esta escalada inmediata no proviene simplemente de una reacción al ataque de Pahalgam; es la continuación de años de políticas que han profundizado la división entre el estado y la población musulmana, especialmente en Cachemira. La demonización de los musulmanes y la polarización religiosa impulsada por el gobierno de Modi y las fuerzas asociadas al Hindutva han fomentado un clima de alienación entre los jóvenes musulmanes cachemires, empujando a muchos hacia la identidad religiosa como una forma de desafío contra un estado que los trata como enemigos simplemente por ser musulmanes. Esta alienación alimenta directamente las fuerzas islamistas de extrema derecha, cuyos relatos sectarios ganan terreno en un contexto de represión patrocinada por el estado y la menguante influencia de la izquierda. Aquí también, las políticas del gobierno solo intensifican las mismas dinámicas que dice oponerse.
Capitulación de la oposición
En cuanto a la oposición, en gran medida ha cedido. A pesar de algunas críticas tímidas, ha abandonado efectivamente su rol de mantener al gobierno bajo control, y se ha unido al coro jingoísta pidiendo una respuesta contundente contra Pakistán.
El líder de la oposición en la Lok Sabha, Rahul Gandhi, salió de la reunión multipartidaria diciendo que la oposición daría “total apoyo a cualquier acción” tomada por el gobierno. El exministro de la Unión y líder del Congreso, Saifuddin Soz, dijo que “cada indio debería adoptar la línea que ha adoptado el primer ministro”. Altaf Kaloo, miembro de la Asamblea Legislativa de la Conferencia Nacional de Jammu y Cachemira por la circunscripción de Pahalgam, dijo que el [gobierno de Jammu y Cachemira, en gran parte impotente] está “unido con cualquier decisión que tome el gobierno de la Unión”. Un miembro musulmán del Partido del Congreso incluso pidió que la ciudad pakistaní de Rawalpindi fuera “aniquilada”. En contraste, cualquier voz política que cuestione el enfoque belicista del gobierno, o incluso la interrupción del flujo de agua fluvial a los agricultores pakistaníes, es tratada como traidora para la nación y como “hablando la voz de Pakistán”.
Un camino socialista hacia adelante
El BJP, como los gobiernos liderados por el Congreso antes que él, explota Cachemira como un laboratorio de represión, un baluarte estratégico contra sus rivales regionales, un sitio de inmensa riqueza natural y un punto de concentración del nacionalismo chauvinista. Su agenda no es la paz, sino la sumisión permanente impuesta a punta de pistola, donde incluso la autonomía formal ha sido eliminada.
La clase trabajadora en todo el subcontinente no tiene interés en el ciclo interminable de derramamiento de sangre orquestado por las clases gobernantes que compiten entre sí. Son los pobres y los oprimidos quienes siempre sufren, ya sea en forma de ataques terroristas, pogromos comunales, represión militar o guerra regional. Los gobiernos de India y Pakistán, por otro lado, avivan las tensiones para obtener ganancias electorales, ventajas internacionales, distracción de las crisis internas o legitimidad y prestigio nacionalistas, todo mientras venden las necesidades básicas de sus propios pueblos. En caso de guerra, ni los multimillonarios de India ni los generales de Pakistán enviarán a sus hijos a las líneas del frente. Serán los pobres, los campesinos, los trabajadores y la juventud quienes pagarán con su sangre.
La hipocresía de clase de las élites gobernantes se pone al descubierto con las recientes revelaciones sobre la relajación de las reglas de defensa por parte de los gobiernos liderados por el BJP para permitir que el oligarca corrupto y confidente de Modi, Gautam Adani, lleve a cabo un gigantesco proyecto de energía renovable en Gujarat, a menos de un kilómetro de la frontera entre India y Pakistán. Mientras el Estado indio justifica su represión en Cachemira y su postura militarizada hacia Pakistán invocando la “seguridad nacional”, esa misma seguridad es flexible cuando se trata de los intereses corporativos vinculados a la clase gobernante. El régimen de Modi está dispuesto a modificar protocolos militares de larga data en una de las fronteras más sensibles del mundo para favorecer al Grupo Adani. Esta contradicción —hipermilitarización para el pueblo, militarismo desregulado para el capital— expone las verdaderas prioridades detrás de la agenda del BJP.
La ocupación y militarización intensificada de Cachemira no se trata de proteger a la gente, sino de salvaguardar los intereses geopolíticos, el orgullo nacional y las ganancias económicas de las élites gobernantes de ambos lados. El jefe del ejército pakistaní llama a Cachemira la “vena yugular” de su país, mientras que el ministro de Defensa de la India la llama “la joya de la corona de la India”. Esto solo subraya cómo ambos estados ven a Cachemira no como una tierra de personas con voces y derechos, sino como un trofeo imperialista en un juego de suma cero. Si debe haber paz y justicia en Cachemira, debe comenzar con el reconocimiento del derecho básico del pueblo cachemir, incluidas todas las comunidades y minorías que viven en la región, a determinar democráticamente su propio futuro, libre de ocupación y dominación externa. Esto significa la retirada inmediata e incondicional de todas las tropas de la región, el desmantelamiento de la arquitectura represiva de seguridad y las leyes draconianas que imponen la ocupación, y la solidaridad internacional con la lucha por la autodeterminación de Cachemira.
Pero mientras nos oponemos a la represión estatal, los socialistas también debemos rechazar el terror sectario —que solo sirve para dividir a los oprimidos y fortalecer la mano de las clases gobernantes— y luchar por un camino independiente tanto hacia la política de los gobiernos capitalistas como contra todas las formas de violencia contra los civiles: una resistencia masiva desde abajo, que vincule la lucha por la libertad de Cachemira con las luchas de los trabajadores y los pueblos oprimidos por un futuro mejor en toda la región.
El fin de la violencia terrorista no se obtendrá mediante represión militar, sino abordando las condiciones de privación, desesperanza y exclusión que permiten que ideologías reaccionarias echen raíces. Esto requiere un programa que combine las demandas de liberación política con demandas de transformación social y económica — por trabajos, educación, atención médica, contra el expolio corporativo y por la propiedad pública y el control democrático sobre la tierra y los recursos. Un movimiento unido de la clase trabajadora luchando por una Cachemira libre y socialista, así como por el socialismo en India y Pakistán, ofrece la única alternativa real tanto a la represión estatal como a la violencia extremista.
El “bandh” observado el miércoles pasado ofrece un vistazo del tipo de acción masiva desde las bases que debe profundizarse: un movimiento arraigado en el poder colectivo del pueblo cachemir. Los innumerables actos de solidaridad — desde los cachemiros que ofrecieron comidas gratuitas o viajes en taxi a turistas varados, hasta los indios comunes que se adelantaron para dar refugio a los cachemiros de represalias violentas en diferentes partes del país— revelan que, detrás de la tormenta fabricada de reacción nacionalista, las semillas de la solidaridad de la clase trabajadora y la lucha común están vivas, y deben ser cultivadas conscientemente.
A medida que India y Pakistán se acercan a un nuevo conflicto, debe construirse urgentemente un fuerte movimiento anti-guerra a través de las fronteras para detener el deslizamiento hacia otro capítulo sangriento en la historia de la región. Esto significa rechazar toda forma de nacionalismo reaccionario, resistir todos los intentos de enfrentar a los oprimidos entre sí, y movilizar el poder de los trabajadores y las personas comunes contra la guerra, la ocupación y el terror comunal, y contra los beneficiarios de la guerra y los belicistas de todos los lados.
La paz real no puede ser impuesta por regímenes pro-capitalistas que prosperan con la división, la ocupación y el miedo. Solo puede ser luchada y ganada mediante una lucha organizada de los trabajadores, los jóvenes y los oprimidos de toda Asia del Sur, uniendo contra todas las formas de opresión nacional, odio comunal, explotación capitalista y guerra, y luchando por una alternativa socialista basada en la solidaridad, la autodeterminación y la igualdad para todos.