Karl Marx de Rosa Luxemburgo
Hay que reconocer que a la sociedad actual le queda un consuelo. Mientras lucha en vano por encontrar un medio de superar la enseñanza de Marx, no se da cuenta de que la única herramienta real para hacerlo está oculta en esa misma doctrina. Histórica hasta la médula, sólo reivindica una validez temporalmente limitada. Dialéctica hasta la médula, lleva en sí misma el germen seguro de su caída.
Escrito Rosa Luxemburgo, publicado originalmente en la edición N°62 de Vorwärts, periódico del Partido Socialdemócrata Alemán, el 14 de marzo de 1903, con motivo del 20 aniversario del fallecimiento de Karl Marx.
Los filósofos solo han interpretado de distintas maneras el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach.
Hace veinte años que Marx dejó reposar su enorme cabeza, y sin embargo hace solo unos años que vivimos lo que en el lenguaje de los profesores alemanes se ha llamado “la crisis del marxismo”; basta echar un vistazo al número masivo de seguidores del socialismo sólo en Alemania, a su importancia en la vida pública de todos los países llamados cultos, para abarcar la obra del pensamiento de Marx en sus dimensiones gigantescas.
Si se tratara de formular en pocas palabras lo que Marx ha hecho por el movimiento obrero actual, se podría decir: Marx, por así decirlo, descubrió a la clase obrera moderna como categoría histórica, es decir, como clase con determinadas condiciones históricas de existencia y leyes de movimiento. Antes de Marx, existía en los países capitalistas una masa de trabajadores asalariados que, llevados a la solidaridad por lo uniforme de su existencia social dentro de la sociedad burguesa, buscaban a tientas una salida a su situación y, en parte, un puente hacia la tierra prometida del socialismo. Marx fue el primero que los elevó a la categoría de clase uniéndolos por medio de una tarea histórica particular: la de conquistar el poder político hacia la revolución socialista.
El puente que tendió Marx entre, por un lado, el movimiento proletario tal y como brota en forma elemental desde el suelo de la sociedad contemporánea y, por el otro, el socialismo fue, por consiguiente, la lucha de clases para la conquista del poder político.
La burguesía siempre ha mostrado un instinto seguro al perseguir con odio y miedo especialmente las aspiraciones políticas del proletariado. Ya en 1831, cuando Casimir Perier informaba en noviembre en la Cámara de Diputados francesa sobre los primeros movimientos de la clase obrera en el continente, sobre la revuelta de los tejedores de seda en Lyon, decía: “¡Señores, podemos estar tranquilos! Nada de política ha aparecido en el movimiento de los obreros de Lyon”. En efecto, cada agitación política del proletariado era para las clases dominantes un presagio de la proximidad de la emancipación de los trabajadores de su tutela política por la burguesía.
Pero sólo Marx consiguió situar la política de la clase trabajadora en el terreno de la lucha de clases consciente y convertirla así en un arma mortífera contra el orden social existente. La base de la política obrera socialdemócrata actual, a saber, es la concepción materialista de la historia en general y la teoría de Marx del desarrollo capitalista en particular. Solo para quien la esencia de la política socialdemócrata y la esencia del marxismo son igualmente un misterio puede concebirse la socialdemocracia, y en general una política obrera inspirada en la consciencia de clase, al margen de la enseñanza de Marx.
En su Feuerbach, Friedrich Engels formuló la esencia de la filosofía como la eterna cuestión de la relación entre el pensar y el ser, de la conciencia humana en el mundo material objetivo. Si trasladamos los conceptos de ser y pensar desde el mundo abstracto de la naturaleza y de la especulación individual, en el que los filósofos profesionales se mueven a oscuras, al campo de la vida social, lo mismo puede decirse en cierto sentido del socialismo. Siempre ha habido tanteos y búsquedas de caminos y medios para armonizar el ser con el pensar, es decir, para armonizar las formas históricas de la existencia con la conciencia social.
Correspondió a Marx y a su amigo Engels encontrar la solución a la tarea en la que otros se han empeñado durante siglos. Al descubrir que la historia de todas las sociedades hasta ahora es, en última instancia, la historia de sus relaciones de producción e intercambio, y que el desarrollo de estas bajo el dominio de la propiedad privada se desenvuelve en las instituciones políticas y sociales como lucha de clases, Marx expuso el resorte principal más importante de la historia. Fue la primera explicación de la necesaria desproporción entre la conciencia y el ser, entre la voluntad humana y el hacer social, entre las intenciones y los resultados en las formas de sociedad que ha habido hasta el momento.
Fue a través del pensamiento de Marx que la humanidad descubrió por primera vez el secreto de su propio proceso social. Pero al revelar las leyes del desarrollo capitalista, se mostró también el camino que recorre la sociedad desde su estadio natural, inconsciente, en el que hacía su historia como las abejas hacen sus panales de cera, hasta el estadio de la historia consciente, voluntaria, verdaderamente humana, en la que la voluntad de la sociedad y su hacer por primera vez se armonizarán, en la que, por primera vez en milenios, el hombre social hará justamente aquello que quiera.
Esto, que será el definitivo “salto desde el reino animal hacia la libertad humana”, para decirlo con palabras de Engels, que solo la revolución socialista realizará para toda la sociedad, ya está teniendo lugar en el orden actual: en la política socialdemócrata. Con el hilo de Ariadna de la doctrina de Marx en la mano, el partido obrero es hoy el único que sabe desde el punto de vista histórico lo que hace y, por lo tanto, hace lo que quiere. Ahí reside todo el secreto de la potencia socialdemócrata.
El mundo burgués lleva mucho tiempo atónito ante la asombrosa resistencia y el progreso constante de la socialdemocracia. De vez en cuando nos encontramos con almas, a la vez pueriles y seniles que, deslumbradas por ciertos éxitos morales de nuestra política, aconsejan a la burguesía que nos tome como “ejemplo”, que beba de la misteriosa sabiduría e idealismo de la socialdemocracia. No comprenden que lo que es una fuente de vida y juventud para la política de la clase obrera en ascenso es un veneno mortal para los partidos burgueses.
Porque, ¿qué es, en realidad, lo que nos da sobre todo esa fuerza moral interior para soportar y vencer las mayores opresiones, como los doce años de vigencia de la Ley Anti-socialista, con coraje pero al mismo tiempo con jovialidad? ¿Es la tenacidad de los desheredados en la búsqueda de pequeñas mejoras materiales de su condición? El proletariado moderno no es el filisteo, no es el pequeñoburgués, no quiere convertirse en héroe en aras de su bienestar cotidiano. La poca altura moral que la mera perspectiva de las pequeñas ventajas materiales es capaz de producir en la clase obrera lo demuestra la llana y desapasionada estrechez de miras del mundo sindical inglés.
¿Hay que buscar esa fuerza moral, como en el caso de los primeros cristianos, en el estoicismo ascético de una secta cuya llama se atiza cada vez más en proporción a las persecuciones que sufre? El proletario moderno, como heredero y educando de la sociedad burguesa, es por demás materialista nato, sus instintos terrenales son demasiado sanos como para extraer el amor y la fuerza de sus ideas solo de los tormentos, a tono con la moral de los esclavos.
¿Será entonces lo “justo” de la causa que llevamos adelante lo que nos hace tan invencibles? La causa de los cartistas y de los seguidores de Weitling, la causa de las corrientes socialistas utópicas no era menos “justa”, y sin embargo todas sucumbieron pronto ante las murallas de la sociedad existente.
Si el movimiento obrero de hoy, desafiando todos los golpes del campo enemigo, consigue hacer caso omiso de las reprimendas, se debe sobre todo a la serena comprensión de la ley del desarrollo histórico objetivo, la comprensión de que “la producción capitalista… con la necesidad de un proceso natural [genera] su propia expropiación” –a saber: la expropiación de los expropiadores, la revolución socialista–, es debido a esta comprensión que obtiene la firme garantía de la victoria final y de la que extrae no solo los bríos, sino también la paciencia, la fuerza para actuar y el valor para perseverar.
La primera condición para el éxito de una política de combate es la comprensión de los movimientos del enemigo. Pero, ¿de dónde obtenemos la clave para comprender la política burguesa hasta sus más pequeñas ramificaciones, hasta los entresijos de la política cotidiana, una comprensión que nos proteja por igual frente a las sorpresas y las ilusiones? Solo la comprensión de que hay que explicar todas las formas de conciencia social, en su discordias interna, a partir de los intereses de clase y de grupos sociales, de las contradicciones de la vida material y, en última instancia, “del conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción”.
¿Y qué nos da la capacidad de adaptar nuestra política a los nuevos fenómenos de la vida política, como el imperialismo y, sobre todo, de evaluarlos, aún sin poseer un talento y una profundidad especiales, con una valoración que llega hasta el núcleo mismo del fenómeno, mientras que los críticos más capacitados de la burguesía solo tantean su superficie o se enredan en contradicciones desesperadas cada vez que quieren ver en profundidad? De nuevo, se trata simplemente de una visión general del curso histórico del desarrollo sobre la base de la ley de que es “el modo de producción de la vida material” el que “condiciona el proceso social, político y espiritual de la vida”.
Pero, sobre todo, ¿qué es lo que nos da un criterio para elegir las vías y los medios particulares de la lucha, para evitar la experimentación al azar y las aventuras utópicas que llevan a derrochar energías? Es la dirección del proceso económico y político en la sociedad actual, una vez reconocida, con la que podemos medir no solo nuestro plan de combate en sus líneas generales, sino también cada detalle de nuestra lucha política. Gracias a esta guía, la clase trabajadora ha logrado por primera vez convertir la gran idea del objetivo final socialista en la moneda de la política cotidiana y elevar el trabajo político cotidiano hasta convertirlo en instrumento ejecutor de la gran idea. Antes de Marx existía, por un lado, una política burguesa llevada a cabo por trabajadores y, por el otro, el socialismo revolucionario. Solo desde Marx y mediando Marx existe una política obrera socialista, que es al mismo tiempo, y en el sentido más pleno de ambas palabras, realpolitik revolucionaria.
Si entendemos como realpolitik una política que solo se fija objetivos alcanzables y sabe cómo ir por ellos con los medios más eficaces y por el camino más corto, entonces la política proletaria de clase, en el espíritu de Marx, se diferencia de la política burguesa en lo siguiente: la política burguesa es real desde el punto de vista de la política material del día a día, mientras que la política socialista es real desde el punto de vista de la tendencia histórica del desarrollo. Es precisamente la misma diferencia que existe entre una teoría económica vulgar del valor, que considera el valor como un fenómeno cosificado desde el punto de vista del mercado, y la teoría de Marx, que lo considera como una relación social de una época histórica determinada.
Pero la realpolitik proletaria es también revolucionaria en el sentido de que, a través de todas sus aspiraciones parciales, va en su totalidad más allá del marco del orden existente en el que opera, en el sentido de que se considera conscientemente a sí misma sólo como la etapa preliminar del acto que la volverá la política del proletariado dominante y subversivo.
Todo se explica de la manera siguiente: la fuerza moral con la que superamos los peligros, nuestra táctica en la lucha hasta en cada detalle, la crítica a nuestros enemigos, nuestra agitación diaria que hace que nos ganemos a las masas, toda nuestra actividad hasta en lo más mínimo, están impregnadas e iluminadas por la doctrina que Marx creó. Y si de vez en cuando nos dejamos llevar por la ilusión de que nuestra política actual, con toda su fuerza interior, es independiente de la teoría de Marx, esto solo demuestra que, en nuestra práctica, hablamos en la lengua de Marx de la misma manera que el burgués gentilhombre de la obra de Molière hablaba en prosa, es decir, sin ser consciente de ello.
Basta considerar el logro de Marx para comprender que este debía transformar a la sociedad burguesa en su enemiga mortal, por la conmoción que provocó tanto en el socialismo como en la política obrera. Para las clases dominantes estaba claro: vencer al movimiento obrero moderno es vencer a Marx. Los 20 años transcurridos desde la muerte de Marx son una serie ininterrumpida de intentos de destruir teórica y prácticamente el espíritu de Marx en el movimiento obrero.
La historia del movimiento obrero se debate desde el principio entre el socialismo utópico revolucionario y la realpolitik burguesa. El terreno histórico del primero era la sociedad preburguesa absolutista o semiabsolutista. La etapa utópico-revolucionaria del socialismo en Europa Occidental concluyó, a grandes rasgos, a partir de la extensión del dominio burgués de clase, aunque observamos algunas recaídas particulares hasta el período más reciente. El otro peligro –el de hundirse en la chapucería de la realpolitik burguesa– toma forma con el fortalecimiento del movimiento obrero sobre la base del parlamentarismo.
Sobre el terreno del parlamentarismo burgués debían surgir también las armas para la superación práctica de la política revolucionaria del proletariado; la unión democrática de las clases y la paz social de las reformas debían sustituir a la lucha de clases.
¿Y qué se consiguió con eso? La ilusión puede haber durado algún tiempo aquí y allá, pero lo inadecuado de los métodos burgueses de la realpolitik para la clase obrera es algo que se demostró inmediatamente. El fiasco del ministerialismo en Francia, la traición del liberalismo en Bélgica, el colapso del parlamentarismo en Alemania. Golpe a golpe el breve sueño de un “desarrollo pacífico” naufragó. La ley de Marx que habla de la tendencia a la intensificación de los antagonismos sociales como base de la lucha de clases se abrió paso victoriosamente, y cada día da nuevas pruebas de su existencia y realiza prodigios. En Holanda, como un terremoto, las 24 horas de la huelga ferroviaria abrieron de la noche a la mañana una enorme brecha en la sociedad, la lucha de clases estalló a partir de ella, y el país está en llamas.
Así, en un país tras otro, el suelo de la democracia burguesa, de la legalidad burguesa, se resquebraja como una fina capa de hielo bajo el “paso masivo de los batallones obreros”, para concientizar a la clase obrera cada vez más de que sus aspiraciones finales no pueden llevarse a cabo en este terreno. Este es el resultado de los numerosos intentos de superar “prácticamente” a Marx.
Cientos de ambiciosos apologistas de la burguesía han hecho de la superación teórica del marxismo el trabajo de su vida, el trampolín de sus carreras. ¿Qué han conseguido? Han logrado crear en los círculos de una intelectualidad cándida la convicción de la “unilateralidad” y las “exageraciones” de Marx. Pero incluso los más serios de los ideólogos burgueses, como Stammler, se han dado cuenta de que “ante una doctrina tan profunda” no se puede hacer nada con “esas medias tintas, con ‘algo más o algo menos’”. Pero, ¿qué puede oponer la ciencia burguesa al conjunto de la enseñanza de Marx?
Desde que Marx ha hecho valer el punto de vista histórico de la clase obrera en los campos de la filosofía, la historia y la economía, se ha cortado el hilo de la indagación burguesa en estos terrenos. La filosofía natural en el sentido clásico ha llegado a su fin. La filosofía burguesa de la historia ha llegado a su fin. La economía política científica ha llegado a su fin. En la investigación histórica, donde no prevalece el materialismo inconsciente o inconsistente, el lugar de una teoría unitaria ha sido ocupado por un eclecticismo colorido, es decir, se renuncia a una explicación unitaria del proceso histórico, o lo que es lo mismo, a una filosofía de la historia en general. La economía vacila entre dos escuelas, la “histórica” y la “subjetiva”, una de las cuales protesta contra la otra, ambas protestan contra Marx, de manera que una, para negar a Marx, niega en principio la teoría económica, es decir, el conocimiento en este campo, pero la otra niega el único método –objetivo– de investigación que hizo de la economía política una ciencia en primera instancia.
Es cierto que las ferias de libros científico-sociales siguen produciendo cada mes montañas enteras de productos de burguesa laboriosidad, y que los volúmenes más gruesos son lanzados al mercado por ambiciosos profesores modernos con una velocidad maquinal propia de un gran capitalista. Pero o bien son aplicadas monografías, donde la investigación, como un avestruz, entierra la cabeza en la tierra de los pequeños fenómenos atomizados para no tener que dar cuenta de relaciones más amplias y trabajar solo para las necesidades del día a día, o bien, donde hay algo así como una simulación de pensamientos y “teorías sociales”, al final terminan siendo solo un reflejo del pensamiento de Marx, oculto bajo sobrecargados oropeles al gusto de las mercancías “modernas” de bazar. En ninguna parte encontramos el vuelo de un pensamiento independiente, una mirada audaz hacia un territorio más amplio, alguna conclusión vivificante.
Y si el progreso social ha vuelto a plantear una serie de nuevos problemas científicos que aún esperan ser resueltos, otra vez es únicamente el método de Marx el que ofrece algún asidero para desentrañarlos.
Así pues, lo que la ciencia social burguesa es capaz de oponer a la teoría de Marx en todas partes es nada más que una carencia de teoría, y al conocimiento de Marx sólo es capaz de oponer un escepticismo del conocimiento. La teoría de Marx es hija de la ciencia burguesa, pero el nacimiento de este hijo le ha costado la vida a la madre.
Así, tanto en la teoría como en la práctica, el auge del movimiento obrero ha arrancado de las manos de la sociedad burguesa las armas con las que esta quería luchar contra el socialismo de Marx. Y hoy, 20 años después de la muerte de Marx, se encuentra tanto más impotente frente a él, en la misma medida en que Marx está más vivo que nunca.
Hay que reconocer que a la sociedad actual le queda un consuelo. Mientras lucha en vano por encontrar un medio de superar la enseñanza de Marx, no se da cuenta de que la única herramienta real para hacerlo está oculta en esa misma doctrina. Histórica hasta la médula, sólo reivindica una validez temporalmente limitada. Dialéctica hasta la médula, lleva en sí misma el germen seguro de su caída.
La enseñanza de Marx en su esquema más general, si prescindimos de su parte imperecedera, a saber, el método histórico de investigación, consiste en el reconocimiento del camino histórico que conduce de la última forma “antagónica” de sociedad, basada en las contradicciones de clase, hacia la sociedad comunista construida sobre la solidaridad de intereses de todos sus miembros.
Es ante todo, como la teoría clásica previa de la economía política, el reflejo intelectual de un determinado período de desarrollo económico y político, a saber, la transición de la fase capitalista a la socialista de la historia. Pero es más que un reflejo. Pues la transición histórica reconocida por Marx no puede implementarse en absoluto sin que este reconocimiento se vuelva social, sin que se vuelva el conocimiento de una clase social determinada, el proletariado moderno. La revolución histórica formulada por la teoría de Marx tiene como condición previa que dicha teoría se convierta en la forma de conciencia de la clase obrera y, como tal, en elemento de la propia historia.
Así, la doctrina de Marx se demuestra verdadera progresivamente con cada nuevo proletario que se convierte en sostén de la lucha de clases. Así pues, la doctrina de Marx es al mismo tiempo una parte del proceso histórico, por lo tanto, es ella misma un proceso, y la revolución social será el capítulo final del Manifiesto Comunista.
La doctrina de Marx, en su parte más peligrosa para el orden social existente, será así “superada” tarde o temprano. Pero únicamente junto con el orden social existente.