¡Detengan el ataque de venganza y el baño de sangre en Gaza!

Nota del editor: Un borrador de informe político en nombre del Secretariado Nacional de Lucha Socialista después de que se presentara una versión anterior como contribución al debate en el Comité Nacional del 10 de noviembre. Esta versión se presenta ahora para su posterior debate, elaboración y aprobación en una Asamblea Nacional del Movimiento de Lucha Socialista que se reúne con la crisis de la guerra como telón de fondo. La versión final se actualizará en el sitio web.

Informe político para la Asamblea Nacional de אבק סוציאליסטי • نضال اشتراكي (Movimiento de Lucha Socialista), ASI en Israel-Palestina.

El Movimiento de Lucha Socialista inclina la cabeza en señal de dolor y rabia, y se solidariza con la gente común de todas las comunidades nacionales a ambos lados de la valla que se enfrentan a dimensiones sin precedentes de dolor y destrucción. Un número insondable de bebés y niños han muerto, familias han sido aniquiladas, comunidades han sido destruidas. Nos solidarizamos ante la preocupación y la resistencia ante las atrocidades que siguen produciéndose, en cuyo epicentro se encuentran las sangrientas escenas de horror en la Franja de Gaza, y ante el temor por la seguridad de los secuestrados.

Al mismo tiempo, llamamos una y otra vez, como hemos hecho desde el primer momento, a luchar con determinación, en todos los escenarios, por un alto el fuego inmediato, por el fin del ataque de venganza, por la liberación de “todos por todos”, contra el gobierno de Netanyahu, responsable directo de la crisis, contra las élites dirigentes que han perpetuado el statu quo, y por una solución de base. Desde el comienzo de la guerra de venganza dirigida por el gobierno Netanyahu-Ganz-Ben Gvir bajo falsos pretextos de “seguridad”, se ha estado aprovechando de la conmoción causada por la masacre de Hamás y alimentando una ola de reacción nacionalista-racista en la sociedad israelí. No se pretendía ni se conseguirá un futuro más seguro para los israelíes y judíos de a pie, y menos como resultado de la matanza masiva de palestinos.

La crisis bélica estalló el 7 de octubre. Es la guerra más mortífera entre el Estado de Israel y los palestinos desde 1948. Representa una acusación histórica contra todo un sistema. Expone de manera espantosa las contradicciones subyacentes a los mitos de la “normalización”, la “gestión de conflictos” y la “seguridad” cultivados por la clase dominante israelí. La raíz de la sangrienta crisis es el asedio, la ocupación y la extrema opresión nacional impuesta por el capitalismo israelí, que es la potencia militar más fuerte de la región con el respaldo fundamental del imperialismo estadounidense y occidental, y con la cooperación de los regímenes de la región. Es necesaria una lucha dirigida a la raíz del problema.

Una oleada de protestas internacionales

La sangrienta crisis causó conmoción en todo el mundo. Manifestaciones masivas de ira, algunas de ellas con cientos de miles de manifestantes, se organizaron en una serie de países, desde Jordania, pasando por Irak, Turquía y Marruecos, hasta el Reino Unido, con el objetivo de detener el baño de sangre en la Franja de Gaza. La movilización masiva es una fuente de esperanza y un factor vital que ejerce una presión real para detener el fuego. Esta es precisamente la razón por la que algunos gobiernos capitalistas han recurrido a medidas de persecución y represión contra las acciones de protesta, que ponen un freno a la campaña de apoyo “occidental” al ataque contra Gaza.

Sindicatos y asociaciones profesionales palestinas salieron en los primeros días llamando al movimiento obrero internacional a posicionarse contra el ataque e incluso a intervenir activamente para detener el flujo de armas a Israel y a tomar medidas contra las corporaciones implicadas de alguna manera en permitir la agresión y el bloqueo contra Gaza (el llamamiento se publicó originalmente el 16 de octubre). Socialist Struggle Movement apoya el llamamiento de los sindicatos y convoca manifestaciones, también en la sociedad israelí, por un alto el fuego inmediato, para detener el ataque de venganza, para promover la objeción de conciencia contra la guerra y también para promover el debate y la toma de posición de los sindicatos israelíes, expresando solidaridad con las víctimas, que son personas corrientes de todas las comunidades nacionales a ambos lados de la valla, y exigiendo un alto el fuego.

Al mismo tiempo, la debilidad de las fuerzas de izquierda en todo el mundo, la gran mayoría de las cuales no presentan un punto de vista de solidaridad de clase internacional, deja una mayor apertura para el auge global de los fenómenos reaccionarios de islamofobia, antisemitismo, agresión nacionalista hacia los árabes o hacia los israelíes dondequiera que se encuentren e incluso actos individuales de terrorismo. La propaganda del gobierno israelí crea una cortina de humo de incitación tóxica contra la oleada internacional de protestas, presentándolas como antisemitas, es decir, como una expresión de racismo contra los judíos, con el fin de deslegitimar la solidaridad masiva con millones de palestinos sometidos a los ataques y bombardeos israelíes. Esto sucede mientras el gobierno israelí “totalmente de derechas” afirma representar los intereses de los judíos de todo el mundo, pero en realidad sólo alimenta políticamente a los elementos antisemitas. El mismo gobierno se esfuerza cada vez más por silenciar y perseguir violentamente las voces que se oponen “desde dentro” a la guerra y la ocupación entre los árabes-palestinos y los ciudadanos de Israel en general.

Una catástrofe histórica

La relación de fuerzas y las bajas ilustran ya por sí mismas la aguda asimetría de la guerra entre una potencia imperialista regional, reforzada económica y militarmente por la nación más poderosa del mundo, y las facciones, independientemente de sus características políticas, del movimiento de liberación nacional palestino, que se desarrolla frente a una opresión sistemática, en particular entre los millones de pobres cuya supervivencia cotidiana está también sometida a una agresión militar organizada. Esto muestra nuevos récords de barbarie. Al mismo tiempo, la guerra también se está desarrollando en un contexto regional, a escala limitada hasta ahora, pero con un importante potencial de estallido. La agitación está aún en pleno apogeo, por lo que es imposible evaluar todas sus consecuencias, pero los acontecimientos marcan una nueva etapa en el histórico conflicto nacional y en la inestabilidad del capitalismo israelí, mientras la dinámica de la “Nueva Guerra Fría” -consecuencia a su vez de una crisis capitalista sistémica que empujó al mundo a una era de desorden- enciende e intensifica la catástrofe. El gobierno ampliado de Netanyahu y los generales israelíes han dejado claro que tienen la intención de dirigir una embestida militar continúa por etapas a lo largo de muchos meses e incluso más tiempo.

La maquinaria bélica del capitalismo israelí, intoxicada por el poder que le otorga la agresiva campaña de apoyo de Washington y el campo del imperialismo occidental, está ejecutando un horrible baño de sangre a una escala sin precedentes en la Franja de Gaza, que está sitiada, y amenaza con arrastrar a la región a una guerra aún más extensa. Los portavoces del gobierno israelí que defienden el ataque como expresión del “derecho a la autodefensa” pretenden dar la vuelta a la realidad y borrar las relaciones de opresión y la agresión sistemática masiva contra millones de palestinos, y de paso hacer invisibles a las masas de víctimas palestinas.

Como resultado de la política del gobierno israelí, que continúa un proceso histórico de opresión y agresión sistemática, éstas son las semanas más mortíferas de la historia para la población palestina. El número de muertos se estima en más de 11.400 personas (15 de noviembre), alrededor del 28% mujeres, alrededor del 41% menores de 18 años – con miles de niños y bebés entre los muertos. Un “alto funcionario de seguridad” israelí llegó a estimar, de forma espeluznante, que la cifra real ya es el doble (5 de noviembre). Miles de personas están sepultadas bajo los escombros. Para finales de mes, la cifra oficial de muertos podría dispararse a más de 20.000. El número de heridos se estima en unos 30.000, sin contar los traumas psicológicos. Las imágenes de miembros mutilados entre las ruinas de las casas, pies de niños pequeños amputados por los bombardeos israelíes y residentes que intentan rescatar con sus propias manos a sus familiares que gritan desde debajo de los montones de hormigón roto son sólo la punta del infierno en el que están aprisionadas, hacinadas y pisoteadas las masas de la franja de Gaza. Muchos de los muertos son enterrados en fosas comunes, sin posibilidad de ceremonias conmemorativas.

El ataque israelí contra los palestinos de Gaza, que supuestamente tiene como objetivo “eliminar a Hamás” o “derrumbar el gobierno de Hamás”, va acompañado de una explotación criminalmente cínica de la abominable masacre dirigida por las fuerzas reaccionarias de Hamás. El ataque sorpresa de Hamás se llevó a cabo bajo el falso pretexto de una operación de “resistencia”. Es cierto que la documentación de la ruptura organizada de la valla del asedio en varios puntos ha permitido a Hamás presentar todo el ataque bajo una luz diferente para la opinión pública palestina, como un acto de resistencia partidista contra un poder que ha impuesto el asedio a la población, y la enorme destrucción. El duelo creado por el ataque israelí incluso ha reforzado de momento esa impresión entre muchos. Sin embargo, el núcleo del ataque fue la masacre planificada en la que perecieron casi mil civiles de las comunidades de clase media y trabajadora de Israel, incluidos bebés y niños, la mayoría de ellos judíos, pero también árabes palestinos y trabajadores migrantes. Fue el día más sangriento para la población israelí.

La masacre se llevó a cabo en el marco de incursiones en docenas de comunidades israelíes, incluidas las “ciudades en desarrollo” pobres de Sderot y Ofakim. No perdonó a los judíos y árabes que trabajaron o se ofrecieron voluntarios como parte de los equipos médicos y de rescate que dieron una respuesta inicial, mientras que en un segundo plano hubo una movilización generalizada, especialmente entre la oprimida y empobrecida comunidad beduina del Negev occidental, que se vio afectada tanto por la masacre como por el lanzamiento de cohetes (mientras que los asentamientos beduinos ni siquiera tienen refugios antiaéreos en primer lugar). A la sombra de la masacre, el ataque incluyó el mayor secuestro de ciudadanos israelíes de la historia. Entre los secuestrados había judíos, árabes e inmigrantes; también había bebés, niños y ancianos. La matanza masiva en las distintas zonas tuvo un carácter extremadamente sádico e incluyó, según se desprende de los registros y las autopsias forenses, un patrón de actos de tortura, quema de personas vivas, masacre de bebés y niños, degollamiento, decapitaciones, amputación de miembros, violencia sexual y violaciones, además de la ejecución masiva en el festival [Nova, TN].

La “Hasbara” [propaganda, TN] del régimen israelí trata de aprovechar la conmoción provocada por este crimen -cuya gravedad no puede excusarse ni minimizarse por el contexto del asedio y la brutal represión- y el miedo causado por el lanzamiento indiscriminado de cohetes para recabar apoyo internacional y público a los falsos eslóganes de “seguridad” en torno al ataque israelí, y, de hecho, para la decisión política de causar matanzas y destrucción a gran escala dentro de los confines del mayor campo de prisioneros del mundo, que Netanyahu expresó prometiendo convertir Gaza en escombros (7 de octubre). Netanyahu aprovechó el hecho de que la masacre perpetrada por las fuerzas de Hamás fue un horrible acto terrorista del tipo ISIS para reciclar la vieja falacia de que Hamás es ISIS, una reducción demagógica cuyo propósito es borrar el contexto de la brutal opresión nacional de los palestinos para facilitar la promoción de un brutal y enfermizo baño de sangre de proporciones históricas contra los palestinos.

Los horrores del ataque de venganza en Gaza y los elementos genocidas

El ministro Amichai Eliyahu (‘Otzma Yehudit’) jugó con la idea de que su gobierno lanzaría una bomba atómica sobre los residentes de la Franja de Gaza (5 de noviembre). Netanyahu y otros miembros de su gobierno se distanciaron hipócritamente de esas palabras. Pero además de un recordatorio del peligro que suponen las armas nucleares en manos de cualquier país, ya en las 3 primeras semanas se lanzaron sobre la Franja bombas (principalmente MK80 fabricadas en EE.UU.) con una potencia acumulada de unas 18.000 toneladas de TNT (Al Jazeera, 3 de noviembre), tan potentes como la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima, y el doble en comparación con el ataque sobre Gaza en 2014, que duró 50 días y ascendió a una cifra similar. Además, se ha documentado el uso de bombas de fósforo blanco por parte de Israel, que causan graves heridas a la población (12 de octubre).

La invasión terrestre, que comenzó el 27 de octubre, continúa a gran escala, ya que, por primera vez desde 1982, toda una división de reserva del ejército israelí se encuentra en la Franja de Gaza, junto a las fuerzas regulares (8 de noviembre). La zona norte de la Franja de Gaza, que albergaba a más de un millón de personas, ha quedado convertida en escombros y sigue siendo objeto de intensos bombardeos, ya que es el foco de la actual fase de la invasión terrestre de las fuerzas militares israelíes.

El traslado masivo de cerca de un millón de residentes del norte de la Franja al sur es una maniobra estratégica central del régimen israelí. Según los informes, hasta ahora alrededor de un tercio de los residentes del norte de la Franja de Gaza permanecen en la zona, en el corazón del infierno. Alrededor de 1,5 millones de personas, la mayoría de la población de la Franja de Gaza, han sido desplazadas de sus hogares. Alrededor de un cuarto de millón de viviendas resultaron dañadas, de las cuales unas 50 mil fueron destruidas. Sólo la destrucción en el norte de la Franja de Gaza, que incluye barrios enteros, requerirá años de reconstrucción masiva para que quizá todos los supervivientes puedan regresar a su zona residencial. Existe el temor de que el gobierno israelí actúe para impedir que los residentes regresen a sus hogares durante un largo periodo de tiempo, incluso después de la guerra.

Los residentes se hacinan en una densidad abrumadora y agobiante en tiendas de campaña, edificios públicos y centros de la UNRA en el sur de la Franja de Gaza, que ha sido bombardeada desde el comienzo de la guerra a gran escala, aunque con menor intensidad. Los habitantes de Jan Yunis Este, en el sur, ya han recibido anuncios del ejército israelí amenazándoles con evacuar (16 de noviembre), y decenas de ellos murieron en los bombardeos de la ciudad (18 de noviembre).

La bárbara y medieval política de “asedio total”, como medida complementaria a los bombardeos y la invasión, asfixia a 2,4 millones de personas, al tiempo que adopta medidas para retener el agua, los alimentos, los medicamentos, los equipos médicos y el combustible. En las dos primeras semanas, se impidió por completo la entrada de camiones de suministros en la Franja de Gaza a través del paso fronterizo de Rafah, que también fue bombardeado, y siguen entrando en pequeñas cantidades. La escasez de electricidad y agua que sufre la Franja de Gaza desde hace años debido al bloqueo militar ha alcanzado niveles récord. Los residentes se ven obligados a beber agua salada y contaminada en muchos casos para sobrevivir.

Los graves daños sufridos por los hospitales se han visto agravados por la invasión terrestre y la incursión del ejército israelí en los hospitales infantiles Al-Shifa y Al-Rantisi. Los hospitales se están derrumbando bajo los bombardeos. Aumentan las bajas, falta combustible, equipos y personal médico. Los pacientes suelen resultar heridos y a veces mueren. Los graves daños sufridos por los hospitales se han visto agravados por la invasión terrestre. Sólo 9 de los 35 hospitales de la Franja de Gaza siguen funcionando, y sólo parcialmente. Según el informe de la Organización Mundial de la Salud, en la Franja de Gaza hay unas 50.000 mujeres embarazadas y aproximadamente 180 partos al día, con probabilidades de que surjan complicaciones que requieran intervención médica en aproximadamente el 15% de los casos. Pero se ven obligadas a dar a luz entre las ruinas en condiciones sanitarias precarias, con el peligro de desarrollar infecciones y complicaciones. El ataque israelí es una sentencia de muerte para muchas pacientes que de alguna manera consiguen recibir tratamiento médico en las salas de urgencias y hospitalización. Según el Ministerio de Sanidad palestino, en el hospital Al-Shifa murieron entre el 11 y el 16 de noviembre 40 pacientes, entre ellos tres bebés prematuros, debido a la falta de combustible mientras las fuerzas de ocupación rodeaban el hospital.

La basura se amontona. Los residentes hacen cola durante horas sólo para conseguir pan de pita. Internet y las comunicaciones celulares también se interrumpieron el 27 de octubre durante un día y medio, al comienzo de la fase de invasión terrestre en el norte de la Franja de Gaza, y de nuevo durante el bombardeo de edificios residenciales cerca de la ciudad de Gaza (1 de noviembre). Los residentes bajo el ataque estaban completamente indefensos, incapaces de recibir información sobre lo que estaba ocurriendo, de comunicarse con sus familiares o de pedir ayuda a los alrededores y a los servicios de emergencia.

La campaña “Hasbra” para legitimar el baño de sangre no tiene reparos en deshumanizar a la población. Trivializa la matanza masiva como “daños incidentales” y fabrica una narrativa similar a la “guerra contra el nazismo” de Putin. Los funcionarios del gobierno israelí utilizan vilmente el recuerdo del Holocausto judío, con escandalosas analogías por parte de demagogos que han llegado al extremo de que la delegación israelí ante la ONU lleve un parche amarillo. Esto no sólo minimiza el Holocausto, sino que raya repugnantemente en su negación, el exterminio genocida más industrial y sistemático de la historia a manos del histórico régimen de terror nazi del capitalismo alemán. Se utiliza manipuladoramente para justificar el baño de sangre en Gaza y para eludir los crecientes gritos en las manifestaciones de todo el mundo para detener el crimen de genocidio contra los palestinos.

Los llamamientos del ejército israelí a los residentes palestinos para que huyan para salvar sus vidas hacia el sur y, en general, representan fundamentalmente, como ya se ha mencionado, un movimiento estratégico calculado de traslado masivo, que pretende continuar durante un período de tiempo significativo, y ello junto al miedo político a las consecuencias políticas y geoestratégicas de escenarios que revelarían más descaradamente asesinatos masivos deliberados. Sin embargo, causar destrucción y matanzas a una escala sin precedentes no es un accidente, sino, como se ha mencionado, una clara decisión política de convertir Gaza en una ciudad en ruinas, incluso mediante el arrasamiento de barrios y el derribo de edificios, acciones que no son otra cosa que terrorismo de Estado. La doctrina Dahiya está diseñada para demostrar poder y cauterizar la conciencia, para transmitir que “¡El jefe se ha vuelto loco!”.

Las palabras del ministro Eliyahu sobre la bomba atómica fueron reforzadas por un miembro de la Knesset [MK] de su partido, Yitzhak Kreuzer, que dijo: “Hay que arrasar la Franja de Gaza y todos tienen una condena, que es la muerte… No hay inocentes en la Franja de Gaza” (5 de noviembre). No sólo el partido “Otzma Yehudit” [Partido del Poder Judío, TN] planteó una posición política clara de exterminio de un pueblo. MK Distal, del partido Likud, que dimitió al comienzo de la guerra de su cargo de ministra de Información, pidió “borrar Gaza de la faz de la tierra” (1 de noviembre ), y otras voces de su partido, como MK Gottlieb y MK Vaturi pidieron “borrar Gaza” y “quemar Gaza hasta los cimientos” (17 de noviembre ). Aunque estos elementos no lideran la gestión de los militares en el actual ataque a Gaza, ponen de relieve que entre los partidos que se sientan en el gobierno israelí existe un debate abierto que incluye un ala con retórica genocida e incluso ambiciones. Sin embargo, el ala más “institucional” también utiliza una retórica que pinta a los residentes de Gaza y a los palestinos en general como mínimo como objetivo de un castigo colectivo. Así, según el Presidente del Estado de Israel Herzog, “hay toda una nación allí que tiene la responsabilidad, la retórica relativa a los ciudadanos que no son conscientes y no están implicados es errónea, completamente errónea” (16 de octubre). Cuando el ministro de Defensa Galant anunció un “bloqueo total” y dejó claro que la intención era privar a los residentes de electricidad, alimentos y combustible, lo justificó afirmando que “estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia” (9 de octubre).

La izquierda marxista es cuidadosa en el uso de los términos políticos en un esfuerzo por referirse con precisión a los fenómenos políticos históricos a medida que se desarrollan. Participamos sin reservas en una lucha activa para detener el histórico baño de sangre en Gaza. Cada día que pasa, a medida que continúan la invasión y los bombardeos en la Franja, se intensifica la magnitud de la catástrofe. Funcionarios de la ONU hicieron un llamamiento para detener la espiral de la crisis y convertirla en genocidio (16 de noviembre).

El gobierno de Netanyahu, que dirige el baño de sangre en constante expansión en la Franja de Gaza, no ha adoptado un proyecto cuyo propósito político sea “resolver” el conflicto nacional directamente mediante asesinatos en masa y la destrucción física sistemática de una nación o de grandes partes de ella, y en este momento tal idea en sí misma no cuenta con una base de apoyo masivo en la sociedad israelí a pesar de la oleada de reacción nacionalista. Sin embargo, el mismo gobierno sigue matando y destruyendo las condiciones de vida más básicas de los residentes de Gaza a pesar de todas las mínimas medidas “humanitarias”. El daño extremo generalizado y sin precedentes a la población de Gaza forma parte de un plan que perpetúa a sabiendas una masacre nacional de proporciones históricas. En este sentido, es similar a la barbarie de muchas guerras imperialistas a lo largo de la historia contra naciones oprimidas. El ataque contra Gaza también incluye descaradamente elementos genocidas, que están cobrando fuerza. En las próximas semanas, el número de muertos puede alcanzar el 1% de la población de la Franja de Gaza, e incluso más allá con la expansión de la invasión terrestre hacia el sur, agravada por la continua destrucción, matanza y el peligro de propagación de enfermedades y fenómenos de hambre y sed masivas. Los elementos evolutivos del genocidio son en sí mismos una señal de advertencia contra fenómenos de reacción aún más catastrófica en el futuro, mientras el contexto de las fauces del capitalismo, el imperialismo y la opresión nacional permanezca intacto.

El MK Ariel Kellner (‘Likud’) pidió una “Nakba que eclipse la Nakba del 48” (8 de octubre). Se trata de una continuación del giro que han dado en los últimos años los elementos de la derecha ultranacionalista israelí, que han pasado de negar la Nakba histórica palestina a promover abiertamente una política en su espíritu, es decir, la limpieza étnica de una zona masiva. La extrema derecha, como el ministro Eliyahu, pide abiertamente el retorno de la ocupación israelí directa permanente en la Franja de Gaza y el proyecto de asentamientos coloniales, que en sí mismo persigue una limpieza étnica sigilosa. Un oficial subalterno fue grabado expresando la agenda fanática de la extrema derecha en un discurso a los soldados cuando dijo que si “aparta a las víctimas israelíes de la pantalla”, el primer mes de la guerra fue “el mes más feliz de mi vida”, de hecho porque la guerra proporciona un margen para una visión reaccionaria de la supremacía judía, como dio a entender, y la expansión territorial del Estado de Israel, a “toda la tierra, toda, incluida Gaza, incluido Líbano, toda la tierra prometida” (4 de noviembre). El MK Ze’ev Elkin (partido “Unidad nacional”) ofrece aparentemente una línea estratégica más pragmática para el régimen israelí, al afirmar que “No sé hasta qué punto es realista hablar de volver a Gush Katif y hasta qué punto esta idea ganará mayoría en la sociedad israelí”, pero repitió el llamamiento de su compañero de grupo parlamentario, el ministro Gideon Sa’ar, a reducir la asediada Franja de Gaza -que sufre una de las mayores densidades de población del planeta-: “Cuando les quitas su territorio, éste es el lenguaje que entienden” (26 de octubre).

El Ministerio de Inteligencia del ministro Gila Gamliel (‘Likud’) ya formuló un documento el 13 de octubre en el que proponía un traslado masivo permanente de la población de la Franja de Gaza al norte del Sinaí como alternativa preferida por el régimen israelí. Aunque se trata de una recomendación de un ministerio menor, el propio Netanyahu, según los informes, promovió el cabildeo internacional para presionar al régimen egipcio, incluso mediante una propuesta de acuerdo que incluiría la condonación de la deuda egipcia con el Banco Mundial (31 de octubre) para permitir el traslado de un gran número de refugiados palestinos al Sinaí. Se trata de una amenaza especialmente cínica de una segunda Nakba hacia una población cuyo principal origen son los refugiados de la Nakba de 1948. Dada la magnitud de la devastación en el norte de la Franja de Gaza y en la ciudad de Gaza, la presión para un traslado masivo que reduzca la población de la Franja de Gaza continuará durante un tiempo, incluso después de una fase de alto el fuego.

El ataque de venganza en Cisjordania

Mientras el ataque de venganza se centra en la Franja de Gaza, se ha producido una fuerte escalada en el alcance de las incursiones mortales de las fuerzas militares contra las comunidades palestinas de Cisjordania. El número de víctimas como consecuencia de la agresión combinada de las fuerzas militares y las bandas armadas de los colonos de extrema derecha va en aumento. Desde el 7 de octubre, unos 200 palestinos han muerto por el fuego de las fuerzas militares y los colonos, entre ellos decenas de niños, así como mujeres con necesidades especiales. Esto supone duplicar el número de muertes registradas hasta entonces desde principios de 2023, y acumular el mayor número de muertes en Cisjordania desde 2002 (base de datos Betzelem).

El gobierno de Netanyahu-Ganz-Ben Gvir ha enviado miles de armas a las “fuerzas de defensa territorial” de los asentamientos (fuerzas armadas de los colonos, que supuestamente no deben abandonar los asentamientos). En el Área C, los colonos de extrema derecha están aprovechando la niebla de la guerra para establecer hechos sobre el terreno con el fin de acelerar la progresiva limpieza étnica. A finales de octubre, más de 13 comunidades palestinas habían sido expulsadas y 5 parcialmente desplazadas: unas 850 personas. En los dos años anteriores a la guerra, 6 comunidades fueron desplazadas, con unas 450 personas.

Bajo la presión del gobierno de Biden para que actuara de boquilla, Netanyahu fue instado a condenar a “un puñado que se toma la justicia por su mano” en una reunión con los jefes de las autoridades de los asentamientos, y supuestamente prometió actuar contra ese puñado, pero el mismo día se aseguró de hacer pública una declaración en la que afirmaba haber dicho a Biden que “las acusaciones contra los asentamientos carecen de fundamento” (8 de noviembre). Más allá del intento de Netanyahu de apaciguar a parte de su base, existe esencialmente una división del trabajo de facto entre las fuerzas del Estado y las fuerzas de los colonos, en la que la política del gobierno israelí conduce decisivamente a la desposesión y opresión de los residentes, y nutre a las bandas de extrema derecha, mientras que estas últimas reciben a menudo ayuda directa de las fuerzas militares. Esto permite al Estado eximirse de responsabilidad oficial.

Las redadas militares en toda Cisjordania incluyen detenciones masivas, con cerca de 1.700 residentes detenidos hasta el momento (14 de noviembre). No es imposible que las detenciones masivas tuvieran también por objeto ser utilizadas como “moneda de cambio” en las negociaciones sobre acuerdos para la liberación de rehenes israelíes. Vídeos y testimonios espeluznantes revelaron los malos tratos infligidos a los detenidos palestinos por soldados y colonos (a veces como soldados ellos mismos). Uno de los casos incluía lesiones con cigarrillos encendidos y agresiones sexuales (19 de octubre). Haaretz citó a una “alta fuente gubernamental” que afirmaba que, desde el comienzo de la guerra, las autoridades locales de los asentamientos de Cisjordania también dirigen las acciones del ejército.

Al mismo tiempo, en las últimas semanas se han organizado manifestaciones de solidaridad con los habitantes de Gaza en ciudades de los territorios de la Autoridad Palestina en toda Cisjordania. Se enfrentan a una fuerte represión policial por parte del gobierno de la Autoridad Palestina, que incluye fuego real contra los manifestantes. La oleada de protestas a escala mundial y regional pone de manifiesto la posibilidad de que se produzca un levantamiento a mayor escala, sobre todo en Cisjordania, para poner fin al ataque militar contra los palestinos, al baño de sangre en Gaza y contra la ocupación. Esta tendencia, que en sí misma debería ganarse la solidaridad internacional, es motivo de preocupación para la clase dominante israelí y para sus aliados en toda la región y en el mundo.

Presiones internacionales

El primer ministro jordano, Bisher Hassouna, advirtió de que el desplazamiento de la población palestina de Gaza o Cisjordania sería considerado una “declaración de guerra” por parte de la monarquía y que “todas las opciones están sobre la mesa” tras la retirada del embajador jordano (11 de noviembre). Paralelamente, el presidente egipcio Sisi teme las repercusiones de aceptar a los refugiados palestinos y no se ha sometido a las firmes presiones para que lo haga. El régimen egipcio ha sido durante años un socio de pleno derecho en la imposición del bloqueo militar a la Franja de Gaza. Incluso ahora no interviene activamente y ni siquiera amenaza con cancelar el acuerdo de paz con Israel, pero teme los efectos de la cuestión palestina. Tiene claro que las manifestaciones de solidaridad con los habitantes de Gaza que se han organizado en todo Egipto pueden volverse en su contra e incluso desencadenar un nuevo levantamiento de masas, sobre todo si se le percibe como un contribuyente activo a la agresión israelí.

Los regímenes de la región que mantienen lazos estratégicos con Israel bajo el ala del imperialismo estadounidense, oficial o extraoficialmente, se encuentran ahora bajo la creciente presión de una marea de sentimiento de rabia de las masas contra Israel y Estados Unidos. Están ansiosos ante la posibilidad de que queden expuestos como cómplices del crimen a la vista de las horribles imágenes procedentes de Gaza. Por eso la monarquía saudí se vio empujada a anunciar la congelación de las conversaciones de normalización con Israel. Jordania, Bahréin y los Emiratos retiraron a sus embajadores, y en Jordania se canceló la cumbre que debía celebrarse con la participación de Biden, por temor a una indignación masiva.

En la reunión de emergencia de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica celebrada el 11 de noviembre en Riad, a la que también asistieron el presidente iraní Raisi, el presidente turco Erdogan, el carnicero de Damasco Assad y, como invitado simbólico, el presidente de la Autoridad Palestina Abbas, quedó patente que los gobernantes de la región están bajo presión y temen las consecuencias de la continuación de la crisis y su expansión. No tienen prisa por “arrancar los puntos” y esperan que las potencias mundiales lleguen a un acuerdo en el “Consejo de Seguridad” de la ONU sobre el llamamiento a un alto el fuego. La mayoría de ellos tienen miedo de las masas que les respiran en la nuca y también del daño a sus intereses económicos y geoestratégicos. En particular, los regímenes estratégicamente próximos al imperialismo estadounidense tienen algo que perder y, según los informes, también torpedearon un acuerdo sobre medidas simbólicas como la congelación de los lazos con Israel y el uso del petróleo como arma (11 de noviembre). El hecho de que la cumbre no desembocara en ninguna medida concreta provocó el resentimiento de Osama Hamdan, miembro del buró político de Hamás, destinado en Líbano (12 de noviembre).

Sin embargo, el régimen ayatolá de Irán también es muy consciente de que un escenario de guerra regional a gran escala no sólo volverá y exacerbará las tensiones entre él y su homólogo saudí, sino que añadirá presiones militares, económicas y políticas más complicadas a su propia inestabilidad. El secretario general de Hezbolá, Nasralá, habló el mismo día a la misma hora que la cumbre y pidió que ésta “adopte una postura unificada que exija a los estadounidenses que pongan fin a este ataque y a estos crímenes y tomen medidas…. Toda la presión debe centrarse primero en el gobierno estadounidense” (11 de noviembre), demostrando así cómo la estrategia de su propio partido para frenar la sangrienta crisis de Gaza depende en última instancia de las decisiones de las potencias imperialistas mundiales, y está completamente desvinculada de confiar en la lucha de las masas de la región.

La cumbre de los gobernantes árabes-islámicos se presentó como una maniobra publicitaria para retrasar y presionar, a la espera de la voluntad de la administración Biden de ponerse del lado de un alto el fuego. En los últimos meses que precedieron a la guerra, la administración Biden trabajó para construir en la región un movimiento contrario a la creciente influencia del imperialismo chino en forma del proyecto de corredor de infraestructuras y de un acuerdo de “seguridad” con Riad, que también pretendía incluir una formalización de las cada vez más estrechas relaciones estratégicas entre la monarquía y el capitalismo israelí. La guerra interrumpió estos planes y amenaza su futuro mientras continúe. Sin duda, los estrategas del imperialismo estadounidense no están satisfechos con la identificación de Washington con el apoyo a la matanza masiva en Gaza, que no hace sino aumentar la aversión de las masas a Estados Unidos en la región. A nivel mundial, se está socavando la imagen que el imperialismo estadounidense cultivó en torno a la guerra de Ucrania como “defensor de la democracia” y como fuerza que “lucha contra los crímenes de guerra”.

Sin embargo, la trama de intereses geoestratégicos y políticos exige que la administración Biden intervenga asertivamente para respaldar el ataque militar israelí, para borrar cualquier idea de que el Estado de Israel -el punto de apoyo más estable para la estrategia del imperialismo estadounidense en la región- ha mostrado debilidad o está perdiendo el control de los acontecimientos. Se esfuerzan por proyectar poder a fin de reforzar la influencia regional y disuadir la injerencia de partes rivales, empezando por el régimen iraní y sus aliados, y de paso enviar a los regímenes árabes, y en última instancia a China y Rusia, el mensaje de que la crisis se decidirá en Washington. Pretenden convertir la crisis en un punto de inflexión histórico para volver a tensar la relajada influencia regional y, de paso, advertir también al régimen israelí de que no se exceda y demuestre una mayor flexibilidad en la búsqueda de volver a meter en la botella, en la medida en que lo permitan las geocircunstancias, al genio de la cuestión palestina, que incita a las masas a la acción. Esto también lo insinúan Sisi y Abdullah en sus repetidos llamamientos a una “solución de dos Estados”, mientras que en realidad están cooperando con la perpetuación de la ocupación y no tienen ningún interés en un Estado palestino verdaderamente independiente, que estaría libre del control del capitalismo israelí, de los regímenes de la región y de las potencias imperialistas mundiales.

Para el imperialismo chino y ruso, la crisis entraña factores complicados. Por un lado, distrae la atención de la guerra en Ucrania, se suma a la presión sobre los EE.UU. para priorizar los recursos a favor del ataque israelí a corto plazo, y provoca una ola de indignación mundial contra el imperialismo estadounidense. Por otro lado, la asertiva intervención estadounidense señala a los regímenes árabes -a pesar de la presión popular que suscita contra el imperialismo estadounidense- que, contrariamente a la tendencia de la última década, Washington y no Pekín es el patrón de la “seguridad” en la región frente al régimen iraní y sus aliados. En particular, una expansión significativa de la crisis agudizará de nuevo los conflictos de intereses entre Riad y Teherán, y socavará la distensión que se ha formado bajo los auspicios de China en la dirección de aumentar su implicación regional a expensas de EEUU. Pekín y Moscú trabajan en plena coordinación en torno a la crisis, a pesar de las diferencias en intereses secundarios. Ambos promueven la tradicional línea retórica de luchar por la “paz” y una “solución de dos Estados”, mientras señalan con dedo acusador la responsabilidad de Washington en la crisis. A esto se añade el esfuerzo por aprovechar la crisis para reforzar la falsa reputación de China y Rusia en la región y en todo el mundo neocolonial como alternativa al imperialismo occidental, razón por la cual sus eslóganes tienden a evitar las críticas a Hamás y hacen hincapié en las críticas al ataque israelí. Erdogan, en Turquía, aunque en los últimos tiempos ha tendido a calentar las relaciones con Israel, se ha alineado con esta campaña frente a la solidaridad masiva con los residentes de Gaza.

El Kremlin organizó una reunión de alto nivel entre los representantes de los gobiernos ruso e iraní y el representante del buró político de Hamás, el multimillonario Musa Abu Marzouk, supuestamente para ayudar a liberar a 8 rehenes con ciudadanía rusa, pero en la práctica también para subrayar que, contrariamente a la intervención estadounidense, el patrón ruso no está del lado de la matanza de los palestinos y supuestamente se esfuerza por resolver la crisis “pacíficamente”. Putin intenta presentarse de manera hipócrita -y mientras continúa la brutal guerra en Ucrania, en la que ya han muerto unos 10.000 ciudadanos ucranianos- como el defensor de los palestinos en el contexto de la lucha de poder mundial. Así, según Putin, “sólo se puede ayudar a los palestinos luchando contra quienes están detrás de este conflicto -y nosotros estamos luchando contra ellos en Ucrania”, y “las élites gobernantes de Estados Unidos son el principal factor que se beneficia de la inestabilidad mundial”. Ellos y sus emisarios están detrás de la masacre de los palestinos y detrás de los acontecimientos en Oriente Próximo, Ucrania, Irak y Siria” (30 de octubre). En respuesta a la postura del Kremlin sobre la crisis, la Fuerza Aérea israelí se abstuvo de informar a Moscú, a través del mecanismo de coordinación entre los países, sobre al menos algunos de los ataques en territorio sirio contra las fuerzas iraníes y sus aliados (3 de noviembre), y dio luz verde a la visita prevista de Zelensky a Israel. Durante la visita de Putin a Pekín, el 17 de octubre, el gobierno ruso anunció que, a diferencia de la Unión Europea, ya no prometería abstenerse de exportar tecnología de misiles a Irán tras la expiración de las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU al respecto (18 de octubre). Sin embargo, el Kremlin no tiene ningún interés en una escalada significativa del conflicto en la región, que, de extenderse, se cobraría un peaje económico y podría incluso complicar militarmente a Rusia y sus aliados.

Como parte de la campaña para apoyar al imperialismo occidental en el ataque israelí, se organizó la cadena de visitas de “solidaridad” bien publicitadas de Biden y representantes de países capitalistas de “Occidente”, y el gobierno de Biden envió dos portaaviones, un submarino nuclear, buques de guerra, una fuerza de 2.000 marines a la región – y ya durante los primeros días, se enviaron por avión cargamentos de armas de EE.UU. a Israel, incluyendo armamento para aviones de ataque. Mientras tanto, se aprobó en la Cámara de Representantes de EEUU (y está pendiente de aprobación en el Senado) una subvención de 14.300 millones de dólares para las necesidades militares del Estado de Israel. Esto forma parte de la promesa de Biden de un enorme paquete combinado de 106.000 millones de dólares para financiar diversas necesidades de “seguridad”, incluido el armamento continuado de Ucrania y Taiwán, con la mitad de la cantidad destinada en realidad a subvencionar la industria militar estadounidense (20 de octubre).

El peligro de que el conflicto se extienda

Sin embargo, Washington tiene intereses contrapuestos en la crisis en desarrollo, lo que se traduce en políticas contradictorias. Mientras que la campaña de apoyo de la administración Biden y del campo del imperialismo occidental al régimen israelí alimentará el ataque militar contra las masas palestinas, va acompañada de lágrimas de cocodrilo por la situación de los civiles en la Franja de Gaza y de un aumento gradual de la presión sobre el régimen israelí para que frene parcialmente la campaña militar. Al imperialismo occidental no le interesa una expansión drástica del conflicto militar en la región, que implicaría una intervención militar activa directa de EEUU e intensificaría la ola de protestas masivas en el mundo. Para Biden y el Partido Demócrata, mantenerse al lado del ataque israelí significa perder apoyo en la carrera presidencial contra Trump.

Biden participó en una reunión del “Gabinete de Guerra” israelí el 18 de octubre durante su visita a Israel con un claro doble mensaje, de apoyo con ligeras presiones a una cierta moderación militar. En su discurso, repitió el paralelismo entre el ataque sorpresa de Hamás y los atentados del 11 de septiembre de 2001, y pasó por encima de Netanyahu para advertir a Israel contra el aventurerismo militar del tipo al que recurrió el imperialismo estadounidense en su momento con las catastróficas ocupaciones sangrientas de Afganistán e Irak, que supusieron un revés histórico para las fuerzas de ocupación. La influencia regional de Washington se debilitó junto con el debilitamiento del orden regional. El régimen talibán que se derrumbó durante la invasión de Afganistán en 2001 ha vuelto. Netanyahu fue una de las voces del régimen israelí que originalmente apoyó las ocupaciones y la “guerra global contra el terror” dirigida por la administración Bush Jr. y se hace eco de la retórica contra el “eje del mal” en la vil denominación demagógica de la ciudad de Gaza como la “ciudad del mal”, como justificación ideológica del baño de sangre entre sus residentes.

Es cierto que la intensidad de las tensiones entre los bloques imperialistas del mundo en torno a la crisis sigue siendo moderada en comparación con la guerra de 1973, cuyos resultados regionales fueron moldeados por el imperialismo estadounidense a su voluntad, incluso mediante el envío de armas y el lanzamiento de alertas nucleares para disuadir a la Unión Soviética en aquel momento. Sin embargo, una expansión drástica del conflicto militar en la región pondrá más en juego los intereses geoestratégicos de las potencias mundiales. Aumentará las posibles tensiones y fricciones y puede implicar a cada una de las partes en una campaña militar a largo plazo, similar a la guerra de Ucrania. Ninguna potencia mundial o regional tiene interés en un escenario así, y cada una de las partes está tomando medidas de contención que intentan mantener un equilibrio, pero un claro proceso de expansión regional, por muy contenido que sea por el momento, ha acompañado a la crisis desde el principio, y tiene una lógica interna de espiral obstinada que aún podría llevar a una escalada importante en la zona.

Las milicias pro iraníes han atacado a las fuerzas militares estadounidenses en Siria e Irak con fuerza mínima pero con frecuencia desde el comienzo de la crisis, cortando un alto el fuego de facto entre las fuerzas durante meses, mientras Washington mantenía negociaciones indirectas aisladas con Teherán. La Fuerza Aérea estadounidense tomó represalias bombardeando almacenes de municiones de los guardias del régimen iraní (Pashdran) en el este de Siria. En el Mar Rojo, las fuerzas de la Marina estadounidense interceptaron misiles de crucero y vehículos aéreos no tripulados lanzados por las fuerzas Houthi desde Yemen supuestamente hacia buques israelíes. Más tarde, el 31 de octubre, los Houthis llevaron a cabo un lanzamiento sin precedentes de un misil balístico de fabricación iraní desde Yemen hacia el sur de Israel -probablemente el lanzamiento terrestre operativo de mayor alcance de la historia-, que fue interceptado por el sistema israelí “Arrow”. A pesar de la limitada capacidad militar de los Houthis, algunos de cuyos lanzamientos alcanzaron Taba y el sur de Jordania, esto supuso un paso más hacia un escenario de escalada regional generalizada.

El régimen de los ayatolás iraníes es el principal patrocinador de Hamás, y en particular de su ala militar, con apoyo financiero, tecnológico y asistencia en entrenamiento militar. La delegación iraní ante la ONU desmintió el informe del Wall Street Journal sobre su participación activa en la planificación del ataque sorpresa de Hamás, incluida una serie de reuniones en Beirut durante los dos meses anteriores al suceso, con la participación de Nasralá y del comandante de la “Fuerza Quds” de la Guardia Revolucionaria iraní (8 de octubre). Es decir, Teherán prefiere evitar implicarse en una guerra total contra Estados Unidos e Israel en estos momentos, como también dejó entrever la visita de Raisi a Riad. De hecho, tanto la administración de Biden como incluso el gobierno de Netanyahu sienten la necesidad de afirmar que no tienen pruebas de la implicación directa de Teherán en la planificación del atentado, lo que es una señal de que Washington y el régimen israelí no tienen interés en este momento en un “pretexto para la guerra” directa contra Irán, aunque la dinámica de la crisis puede cambiar esto desde el punto de vista del gobierno de Netanyahu y finalmente atraer también a EE.UU.

El primer discurso de Nasrallahon, el 3 de noviembre, tras un silencio de cerca de un mes, se produjo en un contexto de crecientes tensiones en la frontera entre Israel y Líbano. Reflejaba la reticencia de Hezbolá y su patrocinio en Teherán a entrar en un conflicto militar a gran escala con Israel, a pesar del interés político en presentarse como la supuesta fuerza interventora para la defensa de Gaza y los palestinos contra la agresión israelí. Entre la opinión pública libanesa, de forma intercomunitaria, la idea no es especialmente popular: según una encuesta de “Al-Akhbar”, mientras que cerca de la mitad está de acuerdo con los combates limitados a lo largo de la frontera con Israel, sólo el 32% apoya la apertura de un frente completo con Israel (30 de octubre). A pesar de ello, los combates en la frontera entre Israel y Líbano, hasta ahora de escasa intensidad, en la pauta de una guerra de desgaste entre las fuerzas de Hezbolá y las milicias palestinas en territorio libanés y las fuerzas militares israelíes, y aunque perjudican a la población civil, son ya los más encarnizados desde la segunda guerra del Líbano en 2006. Murieron decenas de personas, entre ellas varios civiles (incluidos niños) en territorio libanés y dos civiles trabajadores en territorio israelí. Miles de civiles fueron evacuados o huyeron a ambos lados de la frontera.

Después de que las diferencias entre Estados Unidos y China y Rusia en el “Consejo de Seguridad” de la ONU bloquearan una resolución conjunta, en particular debido a la oposición de Estados Unidos al llamamiento al alto el fuego, Estados Unidos e Israel permanecieron casi completamente aislados en la votación de la Asamblea General de la ONU del 27 de octubre, que adoptó la resolución propuesta bajo el patrocinio de Jordania y Turquía, en la que se pedía un alto el fuego inmediato y duradero al tiempo que se condenaba “la violencia dirigida contra ciudadanos palestinos e israelíes, incluidos todos los actos de terrorismo y los ataques indiscriminados”. Por supuesto, Pekín, Moscú y Ankara trabajan para proteger sus propios intereses y poder. Aunque el gobierno de Biden se opone a un alto el fuego y se contenta con exigir “pausas” para las llamadas necesidades “humanitarias” (una fórmula lavada de apoyo y suministro de armas para continuar el baño de sangre), entre Washington y el gobierno ampliado de Netanyahu existe una ligera pero creciente tensión en torno a la gestión de la ofensiva militar israelí. Bajo la creciente presión de las protestas masivas, el impulso de la campaña de apoyo del imperialismo occidental a la masacre de Gaza se está erosionando. Pero el régimen israelí se esfuerza por dar una “imagen de victoria” militar contra Hamás.

La centralidad de la cuestión Palestina en la región

La cuestión palestina ha vuelto con toda su fuerza a la agenda a nivel mundial, como punto central para que las masas desafíen la opresión y contra el imperialismo, y espolea la acción e incluso impulsa la radicalización de las conclusiones políticas. Este hecho representa una amenaza para la agenda de las clases dominantes, a la que se responde en algunos casos con deslegitimación y medidas represivas contra las manifestaciones de solidaridad. En Alemania, por ejemplo, en algunas ciudades la policía impidió manifestaciones bajo títulos como “Paz en Oriente Próximo”, “Solidaridad con los ciudadanos de Gaza”, y las autoridades impusieron la prohibición de ondear la bandera nacional palestina, así como el uso de palabras y lemas como “masacre”, “Israel” y “Palestina libre”; en un caso en Berlín, influenciado por las directrices del Ministerio de Educación, un profesor agredió físicamente a un alumno que ondeaba una bandera palestina durante el recreo.

El proceso de normalización entre el capitalismo israelí y las oligarquías árabes bajo la cobertura del imperialismo estadounidense fue promovido con la clara ambición de las clases dominantes de arrinconar la cuestión palestina y permitir en términos generales la normalización de la ocupación israelí. Su premisa básica era que, bajo la continua presión de crisis tambaleantes, la solidaridad de las masas de la región con las aspiraciones de los palestinos a liberarse de la opresión nacional ha disminuido, y que estas aspiraciones en sí mismas se desvanecerán con el tiempo bajo presiones desalentadoras ante una región que parece abrazar el régimen de opresión nacional. Hicieron hincapié en la centralidad de la cuestión palestina en la conciencia de las masas de la región, y en que es el principal obstáculo para el proceso de normalización, al igual que hicieron hincapié en el potencial de las propias masas palestinas para luchar contra las numerosas medidas opresivas del régimen de ocupación.

Durante años, el régimen israelí se ha movido en una dirección cada vez más arrogante e intransigente con respecto a la posibilidad de cualquier concesión sustancial a los palestinos, desde luego territorial, y ha seguido esforzándose por desesperar y subyugar al movimiento de liberación nacional frente a un hambre creciente de fortalecer el proyecto de asentamientos hasta el punto de amenazas oficiales de anexión, y de profundizar la legislación discriminatoria incluso dentro de los territorios del 48. Entre la clase dirigente israelí y en la cúpula del aparato estatal y militar se ha desarrollado la preocupación, que también ha sido la base de algunos de los enfrentamientos con Netanyahu, de que si el régimen israelí no muestra más flexibilidad en relación con el mantenimiento de la ocupación, el bloqueo y el control sobre millones de palestinos, caerá en crisis estratégicas.

El viento de cola recibido por Netanyahu y los perpetuadores de la ocupación durante la administración Trump, mientras el ejército israelí dispara letalmente a manifestantes desarmados frente a la valla en Gaza, llevó a promover durante mucho tiempo los planes de anexión en Cisjordania hasta una congelación no oficial a cambio de los “Acuerdos de Abraham”, que Netanyahu presentó como un paso más en la realización de la estrategia del “Muro de Hierro” de Jabotinsky hacia un imaginario sometimiento de los palestinos. Durante el proceso de normalización también avanzó la construcción en los asentamientos, al igual que los ataques perpetrados por escuadrones de colonos de extrema derecha contra palestinos en toda Cisjordania, y se mantuvo el asedio a la Franja.

Sin embargo, la frecuencia de las “rondas” de crisis de escalada militar entre el régimen israelí y Hamás y la Yihad Islámica Palestina siguió aumentando. Hamás, con el control del gobierno local en la asediada Gaza, se recuperaba de cada golpe militar táctico que recibía, y su brazo militar, las Brigadas Az ad-Din al-Qassam, se convirtió en un factor que el régimen israelí tenía que tener en cuenta como un importante factor de complicación en la ecuación en cualquier escenario de escalada militar, a pesar de una inferioridad militar por una diferencia astronómica. Al mismo tiempo, los acuerdos de normalización siguen siendo impopulares, y los acuerdos históricos de Egipto y Jordania suscitan aún más desagrado interno que sus nuevos homólogos.

Durante los sucesos del 21 de mayo, la agresión del régimen israelí contra los palestinos fue recibida con una tendencia de levantamiento popular entre los palestinos. Hamás tomó la iniciativa e intervino militarmente en los acontecimientos con el lanzamiento indiscriminado de cohetes para presentarse como una aparente fuerza protectora de los palestinos en todos los ámbitos y de la mezquita de Al-Aqsa como símbolo religioso y nacional. De manera típica, Hamás desvió la lucha hacia una vía de conflicto militar, que es la preferida por el régimen israelí debido a las relaciones de fuerza militar. Además, la naturaleza política reaccionaria de Hamás, incluidas sus posiciones políticas, su propaganda y sus métodos de actuación, es una ayuda política en sí misma para que el capitalismo israelí movilice apoyos a favor de ataques brutales contra los palestinos. Sin embargo, la intervención cogió por sorpresa al régimen israelí. Lanzó un ataque militar en Gaza. El comentarista militar Ron Ben-Yshai se preguntaba: “¿Por qué evaluaron en Israel todo el tiempo que Hamás no quiere una escalada […] Esta es una pregunta que está siendo examinada por toda la comunidad de inteligencia”, después de discutir los objetivos rimbombantes del quinto gobierno de Netanyahu durante la campaña militar en ese momento, incluyendo: “Un golpe devastador a su capacidad para rehabilitar las formaciones militares, dañando así su capacidad y motivación para enfrentarse a Israel durante años” (11 de mayo de 2021).

La escalada militar fue acompañada entonces de violentos ataques asesinos y enfrentamientos en las calles de las ciudades de Israel -y las fuerzas de extrema derecha judías en las calles ya están demostrando un peligro similar en la crisis actual-, pero también con iniciativas de solidaridad contra la división nacional en los lugares de trabajo y las escuelas. Al mismo tiempo, la tendencia del levantamiento palestino alcanzó su punto álgido con la huelga general palestina a ambos lados de la Línea Verde (la “huelga de honor”). El mensaje a los gobernantes de la región fue que la cuestión palestina no va a ninguna parte. El proceso de normalización se ralentizó, pero continuó, bajo los auspicios de Washington, con exploraciones mutuas entre Arabia Saudí e Israel.

Entonces, Hamás pudo recuperar ligeramente su apoyo político durante cierto tiempo tras el enfrentamiento con Israel, porque se le presentaba como una fuerza que, a diferencia de la Autoridad Palestina, se atreve a desafiar al régimen de ocupación. Poco después, parece que comenzaron los preparativos para el ataque sorpresa, incluso antes de que el gobierno israelí de “plena derecha” iniciara un periodo de niveles récord de descalificaciones oficiales y arrogancia provocadora hacia las aspiraciones nacionales palestinas, junto con una galopada en la tendencia de los ataques contra los palestinos.

“Hemos conseguido volver a poner sobre la mesa la cuestión palestina”

Incluso en la enorme crisis actual, Hamás ha conseguido reforzar y recabar el apoyo político de amplios estratos en esta etapa, a pesar de las voces críticas que surgieron entre muchos palestinos y en toda la región en respuesta a la masacre de civiles israelíes. Entre la comunidad árabe-palestina de Israel, el índice de oposición a la masacre se estimaba en un 80% (“Instituto Agam”, 12 de octubre). A diferencia de la masacre, que fue una acción completamente reaccionaria y la dominante en el ataque sorpresa, la ruptura de la valla del asedio, por un lado, y la fuerza del ataque israelí, por otro, facilitaron a Hamás cultivar una impresión, o más bien una tergiversación, como si la estrategia de Hamás mostrara un camino a seguir para la realización de las aspiraciones de liberación del asedio y de liberación nacional y social. Principalmente, mientras que la acción de Hamás encenderá a su vez la reacción nacionalista en la sociedad israelí, que crea una base de apoyo de masas para el ataque de venganza israelí en Gaza, el baño de sangre en la Franja de Gaza está reforzando la imagen de Hamás como supuesta fuerza protectora a corto plazo a los ojos de amplios sectores de la población palestina.

En una encuesta realizada en el sur de Gaza y Cisjordania en las últimas semanas, el 47% de los encuestados en Gaza y el 68% en Cisjordania se muestran “muy partidarios” de lo que se presentó como “la operación militar llevada a cabo por la resistencia palestina dirigida por Hamás el 7 de octubre” (AWRAD, 14 de noviembre). Mientras que la oleada global de protestas inspira esperanza en el futuro de la humanidad a dos tercios de los residentes de la Franja de Gaza, cerca del 90% ha disminuido su confianza en la idea de la coexistencia entre palestinos e israelíes, y de una solución pacífica. El 29% y el 31% en Gaza ven el papel de Hamás como “muy positivo” o “moderadamente positivo” respectivamente, mientras que en Cisjordania las cifras son del 62% y el 26%. Del mismo modo, el 80% son “muy partidarios” de la idea de un alto el fuego total, y sólo unos pocos preferirían que volviera el gobierno de Hamás al día siguiente de la guerra, mientras que la mayoría están interesados en un “gobierno de unidad nacional”.

Una encuesta realizada en Gaza en los días previos a la guerra y publicada recientemente reflejaba la continua tendencia a la crítica de gran parte de la población de la Franja de Gaza hacia el gobierno local de Hamás bajo el asedio (Barómetro Árabe, 25 de octubre), donde el 67% afirmaba no tener ninguna o mucha confianza en el gobierno, el 72% identificaba la corrupción en las instituciones gubernamentales en un grado significativo, sólo el 27% se identificaba partidariamente con Hamás (frente al 34% en 2021), y los más pobres apoyaban menos. La grave pobreza de la Franja de Gaza, bajo el asedio impuesto por Israel en estrecha colaboración con Egipto, ha empeorado a un ritmo acelerado en los dos últimos años. El porcentaje de encuestados que afirmaron haberse quedado sin comida durante el mes anterior a la entrevista sin tener dinero para comprar más pasó del 51% en 2021 al 75%. Un porcentaje similar redujo el número de comidas. En vísperas del ataque sorpresa de Hamás, sólo el 20% apoyaba la idea de una “solución militar” y el 54% apoyaba la idea de una solución que incluyera dos Estados (de hecho, haciendo hincapié en la independencia nacional y rechazando las ideas de una confederación israelo-palestina o de un Estado binacional). Ahora, a la sombra del ataque israelí, el apoyo a la idea de “Dos Estados para dos pueblos” desciende al 23% en Gaza y la idea de “Un Estado para dos pueblos” al 2%, mientras que el 70% apoya la idea de un único Estado-nación palestino desde el Jordán hasta el mar (encuesta de AWRAD).

A lo largo de los años, Hamás, con un programa de derecha islamista, cuyo gobierno local es una forma embrionaria de Estado capitalista autoritario, no ha sido capaz de ofrecer ninguna estrategia eficaz para superar el asedio y la ocupación, ni la crisis económica, mientras que sus altos cargos, de forma similar a los altos cargos de la Autoridad Palestina, han amasado una riqueza considerable. Los dirigentes de Hamás sabían que el régimen israelí respondería a la masacre abriendo las puertas del infierno y sembrando el caos y el dolor entre los residentes de la Franja. Sin embargo, Hamás decidió por su cuenta que este precio merecía la pena desde el punto de vista político. El dirigente adjunto de Hamás en Gaza, Khalil al-Hiya, lo dijo claramente en una entrevista concedida al New York Times en Qatar: “Lo que podía cambiar la ecuación era un gran acto, y sin duda se sabía que la reacción a este gran acto sería grande”, y según él, “conseguimos volver a poner la cuestión palestina sobre la mesa, y ahora nadie en la región experimenta calma ….”. El objetivo de Hamás no es dirigir Gaza y llevarle agua y electricidad y cosas así, no pretendía mejorar la situación de Gaza. Esta batalla no fue porque quisiéramos combustible o trabajadores… despertamos al mundo de su profundo sueño” (8 de noviembre). Con ello, el representante de Hamás admite que su organización, dirigida por una camarilla procapitalista privilegiada, no ofrece ningún horizonte para una revolución palestina y no confía en el poder de las masas palestinas en la lucha, sino que venera las masacres, al precio de una disposición a un baño de sangre catastrófico en Gaza, con el objetivo político de “despertar al mundo” y, de hecho, de empujar a las potencias mundiales capitalistas a resolver supuestamente el problema.

Aunque políticamente la mayoría de la población no se identifica con la totalidad de la agenda de Hamás, como se ha mencionado, entretanto consigue aprovechar la crisis para recuperar el apoyo a la misma. Sin embargo, Hamás, como fuerza islamista de derechas, ofrece un callejón sin salida a la lucha. La lucha contra la agresión militar forma parte de la lucha por la liberación nacional y social, y como tal es ante todo una lucha en el plano político. La estrategia y la táctica de autodefensa deben derivarse de los objetivos y el plan de cambio político. La izquierda socialista que se orienta hacia la lucha de clases insiste en que los residentes de la Franja de Gaza tienen un derecho legítimo a la autodefensa, incluso mediante organizaciones de vigilancia comunitaria, “equipos de respuesta rápida” palestinos y la guerra partisana, como parte de la lucha de toda la población, y dicha lucha debe organizarse sobre una base democrática, a través de comités populares elegidos, que puedan tanto garantizar el control democrático de cualquier operación de defensa, como ayudar a liderar una respuesta a otros aspectos de la gestión y organización bajo la catastrófica situación en la Franja de Gaza, mientras se hace un esfuerzo para movilizar fuerzas desde dentro de la comunidad y la solidaridad internacional, para responder a las necesidades de emergencia, y para aumentar la presión contra el baño de sangre y contra el asedio.

En el punto álgido de la ola revolucionaria en la región en 2011, el margen de maniobra del capitalismo israelí para un ataque a la Franja de Gaza se redujo fuertemente. Ahora, junto con la continua expansión de las manifestaciones en todo el mundo, y la intervención de grupos de trabajadores con medidas para aumentar la presión, las manifestaciones y acciones de masas en la región, incluso en las fronteras con Israel son potencialmente capaces de influir dramáticamente en la dinámica de la guerra. Entre otras cosas, podrían conseguir forzar la transferencia de medidas de ayuda a la población, presionar a los regímenes de la región que mantienen relaciones con Israel para que cesen su cooperación, acelerar drásticamente el alto el fuego e incluso forzar la transferencia de todos los recursos de las manos de las oligarquías de la región y de Israel para la restauración de la Franja y la protección de su población.

Al mismo tiempo, contrariamente a la dirección sugerida por la estrategia y los métodos de Hamás, la ola de protesta mundial contra el baño de sangre puede proporcionar un viento de cola para la construcción de una lucha de masas palestina para poner fin al ataque, el asedio y la ocupación, que también puede inspirarse en las tradiciones de la lucha de la primera intifada -que nació en Gaza- de lucha de masas, que incluyó manifestaciones y huelgas, y de comités populares electos. Este desarrollo en sí mismo, incluido el desarrollo de la “huelga de honor” de todos los palestinos el 21 de mayo, cambiará la relación de fuerzas y pondrá claramente en el orden del día las reivindicaciones de liberación nacional. Los socialistas apoyamos el camino de lucha de una intifada democrática y amplia por la liberación nacional y social, y la construcción de la solidaridad internacional en el movimiento obrero, incluyendo el llamamiento a los trabajadores israelíes de a pie para que unan sus fuerzas y luchen por una solución radical basada en la opresión cero y la plena igualdad, y en particular el derecho a existir, a la autodeterminación y a vivir con dignidad, en bienestar y con seguridad personal.

Esta lucha forma parte fundamentalmente de la lucha por el cambio socialista a nivel regional y en general. Es vital para sentar las bases de una existencia con igualdad para millones de palestinos y millones de israelíes, para desarraigar las relaciones de opresión y hostilidad, y también para una solución justa a la cuestión de los refugiados palestinos mediante un acuerdo que incluya el reconocimiento de la injusticia histórica y el derecho de los que deseen regresar, al tiempo que garantice una vida de bienestar e igualdad para todos los residentes.

Objetivos y limitaciones de la potencia ocupante

El régimen israelí se encuentra en una trampa estratégica. Políticamente se esfuerza por reforzar su control y reestabilizar su control sobre la Franja de Gaza, la población palestina y la dinámica del conflicto israelo-palestino por medios militares. Pero al provocar el derramamiento de sangre, refuerza su control sobre la inestabilidad y socava la base de los acuerdos del “día después”, que en este momento no son más que especulaciones para él. El único objetivo declarado que repiten Netanyahu y sus socios es, en distintas fórmulas, la “eliminación de Hamás” o su eliminación como fuerza militar y como fuerza de gobierno local bajo control israelí.

El régimen israelí ya ha intentado eliminar el movimiento Hamás en el pasado, incluso mediante rondas de escalada militar y asesinatos de dirigentes políticos y militares clave, pero Hamás se ha hecho más fuerte en la mayoría de los casos, sobre todo militarmente. Los estrategas más sobrios al servicio de la clase dominante israelí saben que no tiene capacidad para desarraigar un movimiento con una importante base de apoyo, y actualmente la milicia palestina más fuerte. Incluso el “colapso del dominio de Hamás” en la Franja de Gaza, que fue la promesa electoral de Netanyahu allá por 2009, no se consideraba un objetivo estratégico serio entre la cúpula del sistema de seguridad militar israelí hasta el 7 de octubre. Y sin embargo, la dialéctica de la crisis del régimen de ocupación les llevó a dar marcha atrás. El objetivo es exactamente convocar la batalla ahora. Hasta el 7 de octubre, el gobierno de Hamás en la Franja de Gaza era considerado “el mal menor” para el régimen israelí, como se definió oficialmente incluso en el propósito del ataque a Gaza en 2014: “Establecer la paz, la estabilidad de la seguridad en el escenario palestino a lo largo del tiempo, y sobre la base de Hamás como una fuerza responsable militarmente debilitada, contenida y moderada en Gaza” (julio de 2014).

Según la información disponible entretanto, la organización operativa del ataque sorpresa de Hamás comenzó poco después de los sucesos del 21 de mayo (9 de octubre) con un alto nivel de compartimentación, e incluía una fuerza de unos 3.000 hombres, del tamaño de una pequeña brigada militar. La incursión se ejecutó por tierra y en parte por mar y aire (1 de noviembre). Asestó un duro golpe al prestigio del ejército más fuerte de la región y de las agencias de inteligencia israelíes, y en un solo momento derribó la doctrina de la “regulación”, que promovía acuerdos temporales, modus vivendi, y una estabilización del orden del régimen de asedio con la ayuda de Egipto y Qatar entre las rondas militares (“cortar la hierba”) .

Como ya explicamos anteriormente en relación con un posible intento del régimen israelí de derrocar militarmente el gobierno de Hamás en la Franja de Gaza: “A diferencia de la derrota militar de los ‘Tigres Tamiles’ [LTTE] por el régimen de Rajapaksa en los territorios tamiles de Sri Lanka al final de una larga guerra en 2009, el interés del régimen israelí está en la ‘retirada’ y no en el control directo de la Franja, debido a la consideración demográfica. Por lo tanto, planteará una y otra vez la cuestión relativa a la naturaleza de las fuerzas políticas que controlarán el territorio tras su eventual retirada” (Documento de perspectivas, Conferencia de Lucha Socialista, 2017). En 2014, el ejército israelí advirtió al gabinete político-seguridad que estima que tal movimiento militar implicaría “Una ocupación completa de la Franja durante un período de al menos cinco años, con miles de palestinos muertos, cientos de soldados israelíes muertos, un coste económico directo de diez mil millones de shekels, el aislamiento internacional de Israel y la posible cancelación de los acuerdos de paz entre Israel, Egipto y Jordania”.

La rendición de los Tigres de Liberación de Eelam Tamil en mayo de 2009 -que eran una fuerza militar comparable en tamaño al ala militar de Hamás en la actualidad- se produjo tras meses en los que el gobierno de Sri Lanka intensificó una ofensiva militar con elementos genocidas que incluyó bombardeos y bombardeos masivos. Se cobró la vida de entre 40.000 y 150.000 civiles, en su mayoría tamiles, en una población menos densa que la de la Franja de Gaza. A ello hay que añadir un cuarto de millón de residentes que huyeron del infierno y fueron internados en campos de detención. Incluso en un escenario horroroso similar, es poco probable que Hamás y su ala militar anuncien la rendición aunque sufran importantes golpes organizativos mientras mantengan una importante base de apoyo, sigan operando en Cisjordania y Líbano, y mientras continúe la oleada de protestas masivas en la región y en todo el mundo contra el ataque israelí. Además, no sólo las fuerzas de Hamás participan en la lucha contra la invasión terrestre, sino todas las milicias palestinas, que en este contexto cuentan con el apoyo popular de la población asediada contra la agresión de la fuerza invasora.

El régimen israelí intenta regular la presión internacional aplicada hasta ahora mediante treguas tácticas (“humanitarias”), como recomienda la Casa Blanca. Así, después de un mes se ha informado de que acepta treguas diarias de sólo 4 horas en el norte de la Franja de Gaza, y hasta un primer acuerdo de “tregua” entre secuestrados y prisioneros (22 de noviembre) que supuestamente incluye la liberación de niños y jóvenes palestinos de las cárceles israelíes, de mujeres y niños de Hamás, y una “Pausa” de varios días.

En una fase posterior, podría producirse una transición hacia el intento de volver a desplegar una presencia militar permanente en partes de la Franja, al tiempo que continuarían las operaciones militares de intensidad variable durante meses y posiblemente incluso años. Netanyahu afirmó en una entrevista con ABC y en una reunión con jefes de las autoridades locales, que tras la “eliminación de Hamás”, supuestamente habría “un control total de la seguridad israelí sobre la Franja de Gaza, incluida la desmilitarización total para garantizar que ya no habría una amenaza desde Gaza para los ciudadanos israelíes” (10 de noviembre). El régimen de ocupación israelí no puso en práctica la idea de la “desmilitarización total” ni siquiera bajo la ocupación directa de Cisjordania. Hasta ahora, incluso según los informes del ejército israelí, la gran mayoría de los muertos no pertenecen al ala militar de Hamás, que entretanto también ha conseguido mantener a salvo a su cúpula. Además, a las cuatro semanas de la invasión terrestre, ya habían muerto decenas de soldados israelíes. A medida que pase el tiempo, el intento de la ocupación israelí de aplastar el poder militar y organizativo de Hamás, sobre todo en el sur de la Franja, se revelará como un arma de doble filo.

El movimiento de protesta israelí que estalló contra la ocupación israelí del Líbano y la manifestación masiva en respuesta a la masacre de Sabra y Shatila en 1982 muestra el potencial para el desarrollo de las manifestaciones de “Mekhdal 23” [Escándalo ’23, TN] y las manifestaciones por la liberación de los secuestrados israelíes, contra un gobierno impopular que, hasta la guerra, se enfrentó a un movimiento de masas sin precedentes desde el principio. Otro factor que complica los planes de ocupación a largo plazo es la movilización de masas de soldados de reserva que ascienden a un número sin precedentes de 360.000 -cuatro veces más que durante la segunda guerra del Líbano-, que ya está paralizando partes de la economía israelí y que, al igual que en la guerra de 1973, lo más probable es que no dure más que unos meses. Ya ahora, un proceso de crisis económica está exacerbando los sentimientos de impotencia y rabia hacia el gobierno y los capitalistas.

Una amplia encuesta realizada entre la población judía de Israel (“Instituto Agam”, 22 de octubre) en las tres primeras semanas de la guerra mostró un claro descenso del apoyo a la idea de devolver la ocupación israelí directa a la Franja de Gaza durante los próximos años, de alrededor del 63% a cerca del 47%, lo que equivale aproximadamente al 34% del público en general. Es probable que entre la clase dirigente israelí exista la esperanza de que al final consigan salir de la crisis en el seno de un acuerdo político entre Israel y Arabia Saudí sobre el césped de la Casa Blanca. Mientras tanto, no parece que tengan una estrategia de salida ordenada de la etapa de arruinar la vida de los residentes de la Franja de Gaza en nombre de la “lucha contra Hamás”.

Sin embargo, mientras que el camino para desplazar a la población de la Franja parece seguir bloqueado para ellos, otras ideas centrales que han surgido mientras tanto de diversos elementos del establishment israelí incluían la transferencia de la administración en la Franja a una fuerza de ocupación multinacional, por ejemplo de países árabes, como un paso en el camino para devolver a la Autoridad Palestina bajo las bayonetas israelíes. Esta idea también parece gustar a la administración de Biden, que también regañó al gobierno de Netanyahu por la decisión de recortar (robar) el dinero de los impuestos que debía ir a la Autoridad Palestina tras un retraso (4 de noviembre). En protesta por la separación entre Cisjordania y la Franja de Gaza, el gobierno de la AP se negó a aceptar la transferencia. Al mismo tiempo, el hecho de que se intentara transferir los fondos, a pesar de la oposición de algunos ministros, refleja las presiones ejercidas sobre el gobierno desde la clase dirigente y el estamento militar y de seguridad, así como desde Washington, debido a su preocupación por el debilitamiento en curso de la Autoridad Palestina.

La Autoridad Palestina y el presidente Abbas, que sufren una aguda crisis de legitimidad entre las masas palestinas, entienden muy bien que una cooperación tan descarada con el régimen de ocupación tras una matanza masiva en Gaza sería una sentencia de muerte política para ellos. Como dijo el primer ministro de la AP, Mohammad Shtayyeh, en una entrevista con The Guardian, se verá “como si esta Autoridad Palestina llegara encima de un avión F-16 o de un tanque israelí”, a menos que Israel reconozca supuestamente un Estado palestino (29 de octubre). Shtayyeh también se refirió al papel de la AP bajo la ocupación en Cisjordania, con el telón de fondo de la creciente ira entre los palestinos de los enclaves de la AP, y afirmó que la AP está “atrapada entre la espada y la pared”, entre la población y el gobierno israelí. La represión de las protestas palestinas por parte de las fuerzas de la AP pone de relieve su papel fundamental: al fin y al cabo es un subcontratista de la ocupación israelí y una forma embrionaria de Estado policial capitalista.

El escenario de llevar una fuerza multinacional de ocupación a Gaza para ayudar al régimen de ocupación a estabilizar la situación en el territorio “el día después” provocará resistencia y conflictos en sí mismo, y ciertamente no ofrecerá un futuro para las masas en Gaza y a ambos lados de la valla. Incluso entonces, ¿podrá permitirse la monarquía saudí caminar abiertamente de la mano del capitalismo israelí justo después de un histórico baño de sangre en Gaza? Esto dependerá también del desarrollo ulterior de la ola de protestas regional y mundial, de la posibilidad de que se desarrolle una tendencia de levantamiento popular palestino y también de la cuestión de la composición del gobierno israelí posterior a Netanyahu.

El escenario más probable para Netanyahu es que la guerra conduzca a su desaparición política: incluso más de la mitad de los votantes del Likud en las últimas elecciones apoyan la idea de su dimisión al final de la guerra (“Instituto Agam”, 22 de octubre). Precisamente por ello, se encuentra en una posición magullada y desesperada. Le gustaría presentar “logros”, por lo que ahora puede convertirse en uno de los elementos más belicistas del régimen israelí, que puede buscar oportunidades para iniciar nuevos movimientos de escalada, incluso contra Hezbolá e Irán. En un discurso con motivo del primer mes desde el comienzo de la guerra, Netanyahu declaró que el ataque israelí “[eliminará] las capacidades militares y gubernamentales de Hamás. Gaza ya no supondrá una amenaza para Israel” (7 de noviembre). La demagogia de la seguridad presenta el histórico baño de sangre que el régimen de asedio organiza contra los residentes de Gaza como una acción supuestamente destinada a mejorar la seguridad personal de los israelíes de a pie -después de todo, las promesas demagógicas regurgitadas que acompañaron al derramamiento de sangre en Gaza durante años se hicieron y se seguirán haciendo añicos debido a las limitaciones del poder del Estado ocupante.

Ya tras el baño de sangre de 2014, empequeñecido por el actual, advertimos que el régimen israelí busca perpetuar el asedio y la ocupación, y en sus ataques a los palestinos seguirá escalando el sangriento conflicto nacional hacia nuevos abismos. Se estima que el statu quo puede desembocar en una crisis sangrienta que incluirá un intento de reconquistar la Franja para “restablecer el orden”. La ocupación y el baño de sangre en la Franja de Gaza se esfuerzan por hacer retroceder el grado de desarrollo organizativo-militar de Hamás más profundamente que en rondas anteriores, bajo la pretensión de que no podrá volver a desarrollarse, pero por supuesto Netanyahu no ofrece un horizonte de paz en Gaza, sino de un infierno aún más terrible con el objetivo de proteger la continuación de la opresión nacional de los palestinos y el control colonial del Estado de Israel sobre las vidas de los residentes de la Franja de Gaza.

Como resultado, la catástrofe que creó también incitará trágicamente los ataques de venganza contra los israelíes de a pie, y allanará inevitablemente el camino tarde o temprano para las próximas crisis sangrientas, que tendrán un precio insoportablemente alto también para las masas israelíes. La expansión y la escalada de la ola de protestas globales contra el ataque israelí también son necesarias desde una perspectiva general de la paz regional.

“Todos para Todo”

La salvaje incitación nacionalista por parte de todos los partidos del establishment israelí que glorifica de forma generalizada el ataque israelí y el baño de sangre en la Franja de Gaza consigue seguir alimentando la explosión de la reacción nacionalista en la sociedad israelí, por tanto, con una ceguera nacionalista del tipo que las clases dominantes del mundo consiguen inflamar en las primeras fases de las guerras. Cerca del 84% de la población judía (alrededor del 6% de la población árabe) cree que el ataque israelí “no necesita en absoluto” o “necesita en una medida bastante pequeña” tener en cuenta el sufrimiento de los residentes de la Franja de Gaza (‘Instituto Israelí para la Democracia’, 23 de octubre). Casi la mitad de la población judía (alrededor del 15% de la población árabe) está a favor de la idea de una escalada proactiva israelí contra Hezbolá. Entre el público general de Israel, sólo en torno al 17%-18% apoya la idea de negociaciones inmediatas sobre un acuerdo con alto el fuego. Según la encuesta de “Maariv”, a principios de noviembre, sólo el 3% del público en general apoya “Un alto el fuego humanitario independientemente de los secuestrados”, el 30% se opone en cualquier situación (el 6% entre los encuestados árabes), el 39% apoya a cambio de la devolución de todos los secuestrados, y de forma similar a la encuesta mencionada anteriormente, el 16% a cambio de la devolución de algunos de ellos (10 de noviembre).

Sin embargo, la contradicción entre la demagogia del régimen en materia de seguridad y el sentimiento de inseguridad entre las masas israelíes es especialmente aguda y, a diferencia de anteriores períodos de crisis bélicas que iban acompañadas de conmoción y miedo, el nivel de confianza en el gobierno israelí se encuentra en un mínimo dramático: sólo el 18% de la población general de Israel (20,5% en la población judía, 7,5% en la población árabe) manifiesta confianza en el gobierno. Es la cifra más baja medida en las encuestas de confianza pública del “Instituto de la Democracia Israelí” desde que comenzaron hace veinte años (ibid.). El Likud se desploma a unos 18 escaños y la coalición de Netanyahu, tal como era en vísperas de la guerra, se ha reducido a 42 escaños (“Maariv”, 3 de noviembre). El auge en las encuestas del partido “Unidad Nacional”, bajo el liderazgo de los bien alimentados generales Gantz y Eisenkot, no se ha visto mermado a pesar de su entrada en el Gobierno. Parece haber sido percibido a los ojos de las capas inclinadas al “centro-derecha” como un factor razonable que interviene en el gobierno, que es visto como un “default” temporal y más fiable. A pesar de que en el pasado reciente se vio relegado a un segundo plano, está en condiciones de sacar provecho político rechazando al Likud y a otros partidos. El fenómeno de los ministros del bloque de Netanyahu expulsados por la gente enfadada refleja la punta del iceberg de la ira masiva que amenaza con estallar “el día después”.

El gobierno Netanyahu-Ganz-Ben Gvir se niega a un alto el fuego, exigiendo supuestamente la liberación de los secuestrados. En la práctica, no es descabellado que algunos de ellos perecieran en los bombardeos, lo que también podría haber perjudicado a los secuestrados que están retenidos en túneles subterráneos. La cuestión de los secuestrados es una espina clavada en el costado del régimen israelí como fuente especial de críticas públicas sobre la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad personal de los ciudadanos de a pie. Mientras tanto, la liberación de 4 de los cerca de 240 secuestrados no ha hecho sino aumentar la presión sobre el gobierno israelí. Los primeros fueron liberados gracias a la intervención de la administración Biden a través del canal qatarí, ya que poseían la ciudadanía estadounidense. Esto ocurrió sin la participación activa de Israel y confirmó el potencial efectivo de promover acuerdos. Después, la liberación de Yochaved Lifshitz, de 85 años, avergonzó a quienes tocan los tambores de guerra porque criticó al gobierno israelí por “abandono” y describió en directo por televisión el trato razonable que recibió de los secuestradores.

Esto, en un momento en que la Knesset aprobó el empeoramiento de las condiciones carcelarias de los presos palestinos. Los documentos revelan una avalancha de casos de malos tratos a detenidos y presos palestinos a manos de soldados, policías y guardias de prisiones israelíes (29 de octubre), así como a 4.500 trabajadores palestinos de Gaza que trabajaban en Israel al comienzo de la crisis y fueron encarcelados durante mucho tiempo en duras condiciones. Algunos de ellos revelaron signos de palizas y se quejaron de malos tratos. Alrededor de 3.000 de ellos fueron devueltos un mes después al territorio de la Franja en un viaje de 6 km a pie hasta el paso fronterizo de Kerem Shalom, para sobrevivir bajo los bombardeos israelíes. “Chicos de la edad de mis hijos nos desnudaron y orinaron sobre nosotros”, dijo uno de los trabajadores a “Al Jazeera”, “Nadie habló de nosotros, los trabajadores retenidos en Israel, ni la Cruz Roja; la Autoridad Palestina nos traicionó, el mundo entero nos traicionó” (3 de noviembre). El regreso de los trabajadores se produjo tras una decisión gubernamental que incluía la pérdida de los medios de subsistencia de 18.500 gazatíes que tenían permiso de trabajo en Israel, con el anuncio de que ya no se permitiría la entrada de trabajadores de la Franja de Gaza (4 de noviembre). En las últimas semanas, el gobierno israelí ha prohibido la entrada de 130.000 trabajadores de Cisjordania, principalmente en los sectores de la construcción y la agricultura. El multimillonario ministro de Economía, Nir Barkat, exige al gobierno que recurra en su lugar a trabajadores inmigrantes (30 de octubre). Así, con el pretexto de la guerra, el capitalismo israelí profundiza el estrangulamiento económico de miles de la clase obrera palestina.

El gobierno se jactó de la liberación por medios militares -y con un coste humano catastrófico- de una soldado retenida en Gaza, en un esfuerzo por eludir la presión para que se llegue a acuerdos que liberen a los secuestrados israelíes. Netanyahu, el gobierno y el régimen israelí en general, no tienen ni la voluntad política ni un interés real en adoptar la demanda “todos para todos” presentada por la “sede de las familias de los secuestrados y desaparecidos”, a pesar de que el organismo -que representa a algunas de las familias y está dirigido por estrategas “profesionales” con una agenda de instituciones nacionalistas- promueve una línea política reaccionaria de castigo colectivo y de oposición a cualquier alto el fuego y a cualquier elemento de alivio en la situación de los residentes de la Franja. Es cierto que un hipotético escenario de vaciado de las abarrotadas instalaciones penitenciarias israelíes de miles de presos palestinos no criminales en el contexto del asedio, la ocupación y el conflicto nacional, no impedirá una rápida inversión del panorama mediante detenciones masivas. Sin embargo, en términos de consecuencias políticas, presentará a la propia institución de las prisiones israelíes como más quebradiza que nunca y servirá también como imagen de victoria para Hamás. Sin embargo, ni siquiera Hamás, que supuestamente presenta la misma demanda, tiene interés en un acuerdo tan amplio fuera del contexto de un alto el fuego con garantías. En este momento, ambas partes tienen interés en dar patadas a la lata y prefieren transacciones puntuales que se examinarán cada vez en función de sus méritos. Mientras tanto, según los informes, el gobierno israelí ha rechazado varias propuestas de acuerdos específicos que han surgido a través del canal de mediación qatarí.

Para acceder a la exigencia de un acuerdo “todos para todos” será necesario ejercer una gran presión sobre el gobierno israelí mediante una amplia lucha y, en contra de las propuestas de los estrategas derechistas de la “Central de la Familia”, también es necesario plantear la exigencia de un alto el fuego inmediato y permanente. Entre la población judía, el apoyo al mencionado alto el fuego sigue siendo escaso, aunque si los grandes recursos de esa central se hubieran dirigido a la propaganda a favor de un alto el fuego en primer lugar, probablemente habrían podido influir significativamente en el índice de apoyo a la idea en este momento. Pero eso no es suficiente. Hay que mencionar que la política de encarcelamiento masivo de palestinos, con el fin de mantener el bloqueo y la ocupación y la opresión nacional de millones de personas, es lo que subyace en la motivación política del secuestro de rehenes. En particular, hay que oponerse a la detención administrativa y dejar claro que no puede haber un procedimiento justo en el contexto de la ocupación y el encarcelamiento masivo, sin juicio o con un juicio militar, incluso de niños. En cambio, en el contexto del fin de la opresión y del conflicto nacional, será posible celebrar un juicio justo, en un procedimiento específico, bajo la supervisión de organizaciones independientes de trabajadores y de derechos humanos de todas las comunidades, para israelíes y palestinos sospechosos de ser responsables de atrocidades relacionadas con el conflicto nacional.

El gobierno de guerra aumenta la persecución

El gobierno israelí cuenta con un apoyo extremadamente contradictorio, quizá sin precedentes, entre las masas israelíes. Ya desde su etapa fundacional, antes de la guerra, se enfrentó a un movimiento de protesta de masas en la sociedad israelí. Aunque el movimiento de masas se vio truncado por la guerra, el gobierno se encuentra en una aguda crisis de legitimidad, de la que está completamente excluida la derecha del “establishment”, dirigida por los generales. Sólo recibe un amplio apoyo en relación con el funcionamiento de la maquinaria de guerra. Incluso en este aspecto, existen claras capas de desconfianza. Sólo alrededor del 9% del público en general dice: “Estamos seguros de que el Gobierno tiene un plan de acción claro” (‘Instituto Israelí para la Democracia’, 23 de octubre). Incluso en relación con Gantz, que tiene el mayor nivel de confianza en el Gobierno, sólo la mitad de la población judía confía en él para gestionar la guerra “en gran medida o muy en gran medida” (‘Instituto Agam’, 22 de octubre).

Los ministros Smotrich y Ben Gvir se sitúan a la cola en este aspecto, ya que más de la mitad de la población judía afirma que “no confía en absoluto” en ellos en el contexto de la guerra. De hecho, a pesar de la agresiva reacción nacionalista, los partidos de extrema derecha en el gobierno no están en su mejor momento. El sentimiento crítico hacia los asentamientos y la extrema derecha, que caracterizó al movimiento de protesta israelí durante meses, sigue siendo el mismo. Se expresa incluso en las declaraciones de algunos familiares de israelíes secuestrados o asesinados. Así, el nieto de uno de los secuestrados, de Nir Oz, aunque no expresó su oposición al ataque militar en Gaza, dijo en su discurso del 11 de noviembre en una concentración en Tel Aviv exigiendo la liberación de los secuestrados, que era el gobierno “el que abandonó a los residentes del sur durante tantos años… el que refuerza los asentamientos y debilita las periferias… un gobierno sin solución ni horizonte político, sólo guerras, operaciones militares, rondas… enjuague y repita” (11 de noviembre).

A pesar de la indignación masiva contra el gobierno, éste se esconde detrás de la campaña general de la clase dominante a favor de la “unidad nacional” y el apoyo a la maquinaria de guerra, mientras recurre a crecientes medidas de represión y persecución contra las voces que no se alinean con el apoyo a la guerra, y en primer lugar contra la comunidad árabe-palestina. Hay que reconocer que el tambaleante gobierno se encuentra en una posición claramente más débil que la dictadura bonapartista de Putin en Rusia, que reprime brutalmente cualquier voz opositora, y por lo tanto se ve obligado a adoptar un enfoque más cauteloso en relación con las protestas por la devolución de los secuestrados y las protestas del “Escándalo 23”.

Sin embargo, entre la comunidad árabe-palestina de Israel -que consiguió organizar una serie de manifestaciones locales iniciales, a la mayor de las cuales asistieron cientos de personas en Umm al-Fahm, y convoyes de protesta contra la guerra- los niveles de opresión recuerdan a los días del régimen militar. El comisario Shabtai, caniche de Ben Gvir, declaró abiertamente que “no hay permiso para llevar a cabo protestas”, cuando la intención es específicamente de protestas contra la guerra – “Quien quiera convertirse en ciudadano de Israel, bienvenido. Quien quiera identificarse con Gaza, bienvenido. Ahora lo subiré a los autobuses que se dirigen allí” (18 de octubre). En concreto, la policía de Ben Gvir rechazó la petición de Hadash de celebrar una manifestación en Umm al-Fahm, alegando que “casi con toda seguridad causará un grave y severo perjuicio al orden público y a la seguridad pública” (5 de noviembre). En cambio, una manifestación colonial de extrema derecha en Tel Aviv a favor de “la ocupación, la deportación y los asentamientos” recibió el visto bueno de la policía.

El Alto Tribunal, que juzga como partidario de la guerra, rechazó en las primeras semanas los recursos contra la prohibición policial de las manifestaciones contra la guerra en los municipios árabes (8 de noviembre). Esto reveló una vez más que, contrariamente al mito liberal, no se trata de un bastión de la democracia o la justicia, sino más bien de una autoridad gubernamental que actúa al fin y al cabo de acuerdo con los intereses de la clase dominante y perpetúa el orden social existente de desigualdad y opresión. Al amparo del Tribunal Superior de Justicia, la policía de Ben Gabvir detuvo al presidente del Comité Superior de Seguimiento de los Ciudadanos Árabes de Israel, el ex MK Mohammad Barakeh (Hadash) y a otros 3 ex MK, debido a la intención del comité de seguimiento de celebrar una pequeña vigilia de protesta en Nazaret contra la guerra. Incluso tras una petición al Tribunal Superior para celebrar una manifestación contra la guerra en Tel Aviv el 18 de noviembre, la policía actuó como censor político a la entrada de una zona cerrada y aislada, e impidió la entrada con algunos carteles por motivos políticos.

Mientras tanto, Ben Gvir intentó aprobar en el gobierno un nuevo permiso para que la policía abriera fuego contra los civiles que bloqueaban las carreteras amparándose en las normas de emergencia. Un tiroteo así sería la primera vez desde que la policía masacró a los manifestantes durante los sucesos de octubre de 2000. La presidenta de la Knesset, a la que los liberales consideran un milagro por sus debates en el gobierno, apoyó la propuesta, que fue bloqueada entretanto por la oposición de Gantz. El Ministro de Comunicaciones Karai (‘Likud’), que desoyó las peticiones públicas de los ministros para que se disculpara por la crisis preguntando “¿para qué?”, aprobó una normativa de emergencia para cerrar los medios de comunicación extranjeros, e introdujo normas para la confiscación de equipos y el encarcelamiento de ciudadanos de a pie por publicaciones que se consideran perjudiciales para la moral del ejército (15 de octubre).

La policía y el Shin Bet ya están llevando a cabo una brutal caza de brujas nacionalista por publicaciones de árabes-palestinos en las redes sociales, que incluye decenas de detenciones, como por ejemplo un post con la frase “El ojo llora por los residentes de Gaza”, o una foto de un grafiti “El corazón está con Gaza”, o la detención durante una semana, con la aprobación de un juez, por un post de un candidato a la alcaldía de Rahat, Amer Al-Huzail, que hablaba de diferentes escenarios para la continuación del ataque israelí en Gaza. La intervención del ministro de Sanidad Buso (partido Shas) provocó la suspensión del director de la unidad de cuidados intensivos del hospital de Hasharon debido a unos post que incluían versículos del Corán y una paloma con una rama de olivo (2 de noviembre). Este suceso se une a las medidas de persecución nacionalista contra una serie de trabajadores árabes del sistema sanitario -en el que el 40% de la plantilla es árabe- y al ataque de la inmundicia kahanista de “La Familia” al Centro Médico Shiba.

En el trasfondo, fuerzas de extrema derecha atacan a transeúntes y trabajadores árabes con el respaldo de la política gubernamental. En Netanya, una turba de centenares de partidarios de la extrema derecha, con la participación de un “núcleo de la Torá”, se enardeció al grito racista de “Muerte a los árabes” (29 de octubre) e intentó atacar a estudiantes árabes que tuvieron que atrincherarse en la residencia hasta que la policía los evacuó por la fuerza de la ciudad (no volvieron a la residencia). Ninguno de los alborotadores judíos fue detenido. El incidente terminó sin heridos, pero existe un peligro real de que se produzcan hechos similares a los intentos de linchamiento de mayo de 2021.

La operación de distribución de armas de fuego, con la entrega de miles de armas a ciudadanos israelíes (19 de octubre), y la creación de más de 600 “equipos de respuesta rápida” de reservistas en las distintas ciudades agravan y exacerban la división nacional y el peligro de atentados a escala nacional. La distribución de armas es de una magnitud sin precedentes y suscitó incluso las reservas del comisario Shabtai y otros altos cargos de la policía, preocupados por una posible pérdida de control posterior. Además, en el contexto de una crisis social que se arrastra desde antes de la guerra, la drástica expansión de la distribución de armas en la sociedad israelí aumentará el peligro de deterioro de la violencia en la comunidad en general, y de la violencia de género en particular, y puede reforzar los elementos antisociales de las bandas y el crimen organizado.

En los lugares de trabajo y en los campus, la caza de brujas nacionalista está promovida por el gobierno, los empresarios, los directivos y los elementos ultranacionalistas, incluidos los elementos “liberales” del establishment que, hasta hace poco, se subieron al carro del movimiento de masas contra el “golpe legal”. Ahora son una fuerza enferma, antidemocrática y movilizada al servicio de la maquinaria de guerra del capitalismo israelí, aunque algunos de ellos se resistan a servir en el gobierno.

Mientras la dirección derechista y procapitalista de la Histadrut dirigida por Bar David lleva a cabo una cooperación activa con la caza de brujas, la tarea de los representantes de los trabajadores, y de los activistas sindicales, comprometidos con los intereses de los trabajadores de forma intercomunitaria, es nadar contra corriente e insistir en una alternativa.

Tenemos que exigir a todos los comités de empresa, sindicatos y asociaciones profesionales de todos los sectores de la economía israelí, así como a las organizaciones de protesta de los trabajadores contra el “golpe legal” que intervengan de forma activa, descarada y sin ambigüedades, contra la persecución nacionalista, contra el racismo y contra el “divide y vencerás”, incluso mediante la publicación de declaraciones y la convocatoria de asambleas, haciendo hincapié en que los ataques antidemocráticos y racistas al amparo de la guerra deben enfrentarse con un muro de solidaridad y entenderse fundamentalmente como ataques a los derechos y condiciones de todos en el lugar de trabajo y en las instituciones educativas.

Sin embargo, la tarea necesaria en términos del movimiento obrero y de la izquierda no es sólo la oposición a la persecución y al “divide y vencerás” a la sombra de la guerra, sino también a los ataques económicos contra los trabajadores y las mujeres a la sombra de la guerra. También debe avanzar la lucha para detener la guerra en sí, como parte de una lucha por un cambio profundo en la realidad de la vida. El Movimiento de Lucha Socialista está comprometido con esto y seguirá actuando en consecuencia.

La convulsión de las conciencias de las masas israelíes, con sus contradicciones, no ha cesado desde el 7 de octubre, y en particular cuando las alarmas se oyeron con frecuencia en el norte y también en Eilat. A pesar de la campaña por la “unidad nacional”, la crisis desafía ideológicamente hasta cierto punto no sólo las ilusiones en la “gestión del conflicto”, sino también el mito cultivado por el sionismo de que el Estado capitalista de Israel sería supuestamente el lugar más seguro para los judíos en el mundo – una promesa que la izquierda marxista ha advertido históricamente que conduce no sólo al desastre para los palestinos, sino también a un ciclo de derramamiento de sangre para la clase obrera judía. En el contexto de la opresión nacional, el capitalismo y el imperialismo, no hay base para una alternativa fundamental para millones de palestinos e israelíes. Es necesario luchar por una solución de raíz a los problemas.

La falta de confianza en el gobierno y el hecho de que los generales del ejército, a pesar del “fallo de inteligencia”, no atraigan la intensidad de las críticas que se dirigen al gobierno, refleja no sólo la reacción nacionalista sino también, de forma sesgada, una conclusión inicial entre las masas israelíes de que la raíz de la crisis es política y requiere una respuesta política.

Sin embargo, una solución política real no puede venir como resultado de más acuerdos entre las oligarquías de la región, sino sólo como resultado de una lucha contra ellas y contra la agenda que condujo al derramamiento de sangre.

Esta lucha forma parte de una lucha transfronteriza por el cambio socialista, que permitirá aprovechar los recursos de la región sobre una base democrática con igualdad, para asegurar el bienestar general, garantizando al mismo tiempo la igualdad de derechos para todas las naciones, incluido el derecho a la autodeterminación y a no vivir bajo el asedio, la ocupación y los bombardeos. El Movimiento de Lucha Socialista lucha por el establecimiento de un Estado de Palestina democrático y socialista con plena igualdad de derechos, junto a un Israel democrático y socialista, con dos capitales en Jerusalén y plena igualdad para las minorías, como parte de una confederación regional socialista. Frente a la catastrófica política nacionalista procapitalista, es necesario situar las ideas de una lucha internacionalista, de clase y socialista en la agenda a ambos lados de la división nacional.

Las atrocidades y la opresión no nos doblegarán. Ilustran la vitalidad de la lucha por las únicas ideas que ofrecen un horizonte y una esperanza. Promoveremos estas ideas al tiempo que nos comprometemos a construir la resistencia y la lucha contra el baño de sangre en Gaza, contra el gobierno del desastre israelí, el capitalismo israelí y todos los partidos del establishment que le sirven y la extrema derecha que cultiva, y contra las clases dominantes que siguen hundiendo a las masas de todo el mundo en nuevos abismos de desastres, opresión y angustia, y en un infierno de guerras, masacres, destrucción y luto a gran escala.