¡Alto al genocidio en Gaza y al derramamiento de sangre en el Medio Oriente!

Por más de un año, el mundo ha estado presenciando el horror en tiempo real del endurecimiento de la más destructiva y despiadada campaña de bombardeos de la historia en la Franja de Gaza, un ataque implacable de proporciones genocidas. Aún así, la maquinaria de muerte y destrucción ejercida por el Estado israelí no solo sigue avanzando; está sumergiéndose en nuevas e inimaginables profundidades, mientras amplía su alcance regional, llevando al Medio Oriente al borde de lo que podría ser la mayor conflagración regional en décadas.

Escrito por Serge Jordan, India Socialist Alternative

Horror sin fin 

De acuerdo con la cifra oficial de fallecimientos, realizada por el Ministerio de Salud de Gaza, el genocidio perpetuado por Israel en Gaza ha asesinado a más de 43,000 palestinos en 12 meses. Sin embargo, esta cifra está drásticamente subestimada. Miles siguen desaparecidos y no están reflejados en las estadísticas oficiales. La destrucción de servicios de salud, redes de comunicación y la infraestructura vial, ha obstaculizado severamente el registro preciso. Estos números tampoco cuentan las largas y crecientes consecuencias causadas indirectamente por enfermedades, desnutrición e inanición. Varias organizaciones—incluyendo la Organización Mundial de Salud, grupos defensores de derechos humanos, así como profesionales de la salud que han trabajado en Gaza—argumentan que la cifra de fallecimientos es aún más alta de lo que reportan. Un estudio reciente de “Cost of War Project” (Proyecto del Costo de Guerra) por la Universidad de Brown, estima que la cifra es de 114,000, representando alrededor del 5% de la población de Gaza— la cual consideran como un “número mínimo de muertes realmente sólido y conservador”— mientras que, estimaciones de la revista científica “The Lancet”, registran la cifra de fallecidos en más de 180,000 hace ya varios meses.

Mientras tanto, la Cisjordania ocupada también ha soportado un aumento en los mortales ataques militares israelíes y de colonos durante el último año, resultando en la detención de alrededor de 12,000 palestinos y el asesinato de cientos de ellos—entre ellos, 36 niños asesinados por ataques aéreos y 129 disparados con municiones, la mayoría impactados en la cabeza o en la parte superior del cuerpo.

Por horrible que sea, la enorme cantidad de muertes es solo una parte de la barbarie causada al pueblo palestino. Un nuevo reporte por parte de la Agencia de Desarrollo de Naciones Unidas, sobre el impacto socio-económico de la guerra, revela que los indicadores de desarrollo humano en la Franja de Gaza han colapsado a niveles nunca antes vistos desde 1950, y tomaría 350 años (!) que la economía de Gaza regrese a los niveles en los que estaba antes del 7 de octubre de 2023. Casi toda la población de Gaza está sufriendo altos niveles de inseguridad alimentaria, medio millón sufre de inanición. Decenas de miles han sufrido lesiones que les cambiaron la vida; Gaza es ahora hogar de la cifra más grande de niños amputados en la historia moderna, con un promedio de 10 niños con una o ambas piernas amputadas al día. 

En lo que ha marcado hasta ahora un nuevo nivel de horror e intensificación de esta guerra brutal de exterminio- lo que el enviado de Palestina a Naciones Unidas llamó “genocidio dentro de un genocidio”— el norte de Gaza ha sido sometida a un asedio de crueldad asombrosa durante las últimas tres semanas (mientras que las áreas “seguras” o “humanitarias” en las partes del sur de la Franja continúan siendo bombardeadas regularmente). La fuerzas israelíes han sofocado la entrada de comida y cualquier tipo de ayuda dirigida al Norte de Gaza desde el 01 de octubre, y han puesto el área bajo constantes bombardeos y disparos de artillería. El ejército israelí ha intensificado su ofensiva terrestre— por tercera ocasión en doce meses— encerrando al campo de refugiados de Jabalia, matando cientos de civiles y forzando a decenas de miles a huir. Las familias desplazadas que se refugian en edificios públicos son expulsadas a punta de pistola, solo ara que esos edificios sean incendiados por soldados israelíes. Los palestinos que huyeron han dado escalofriantes relatos de esta campaña constante de asesinatos, inanición planificada y desplazamiento forzado: numerosos cuerpos esparcidos por las calles, los heridos abandonados a morir mientras que las ambulancias y esfuerzos de rescate son deliberadamente bloqueados e incluso atacados directamente. El ejército israelí ataca lo que queda de suministros y tuberías de agua, empujando a lo que queda de la población al borde de la inanición y deshidratación. La jefa humanitaria de Naciones Unidas, Joyce Msuya, advirtió el sábado que “la población entera del norte de Gaza se encuentra en riesgo de morir bajo el asedio de Israel”, un día después de la incursión israelí en Kamal Adwan, el último hospital que operaba en la zona.

El jefe de la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina en el Próximo Oriente (UNRWA), Philippe Lazzarini, describió recientemente: “el olor a muerte está en todas partes, los cuerpos permanecen tendidos en las carreteras o bajo los escombros. Se prohíben las misiones para recoger los cuerpos o para brindar asistencia humanitaria. En el norte de Gaza, las personas solo están esperando a morir. Se sienten abandonados, sin esperanza y solos. Ellos viven hora a hora, temiendo la muerte cada segundo”. A pesar de las desgarradoras condiciones y la inminente amenaza de aniquilación, muchos palestinos no pueden irse —o se niegan a hacerlo, ya que saben que una vez que se vayan, puede que nunca regresen— una experiencia grabada en su historia. 

Esta estrategia militar israelí parece estar inspirada en los principios fundamentales del llamado ‘Plan de los Generales’, un plan presentado en septiembre por una asociación de oficiales israelíes retirados y reservistas, que el primer ministro Netanyahu comentó que “tiene sentido”. Los principales objetivos del plan son rodear militarmente el norte de Gaza, cortar la ayuda humanitaria y utilizar la inanición como palanca para forzar una evacuación completa de la zona. Cualquier palestino que permanezca sería etiquetado como operativo de Hamás y tratado como un objetivo legítimo para ser eliminado. Conocido también como ‘Plan de Eiland’, recibe su nombre de Giora Eiland, un general de división retirado y exjefe del Consejo de Seguridad Nacional de Israel, quien concibió su marco y resumió su brutal justificación hace ya un año en una entrevista, afirmando: “Gaza debe ser completamente destruida: un caos terrible, una crisis humanitaria severa, gritos que claman al cielo…”. Esto se acompaña de los planes del movimiento de colonos y la extrema derecha israelí para reubicar Gaza, discutidos abiertamente en una conferencia el 21 de octubre a la que asistieron miembros de la Knesset y varios miembros de Likud, así como ministros del gobierno, protegidos por el ejército y la policía.

Sin embargo, la viabilidad práctica de un plan someter a alrededor de 400,000 personas al ultimátum de “irse o morir” es otro tema completamente diferente. Sin embargo, la viabilidad práctica de un plan para someter a unas 400,000 personas al escalofriante ultimátum de “salir o morir” es otro asunto completamente diferente. Además del apego inquebrantable de los palestinos a su tierra, es cuestionable cuánto tiempo pueden las fuerzas de ocupación israelíes mantener su control sobre el norte de Gaza sin incurrir en bajas crecientes por parte de Hamás y otros grupos armados palestinos que continúan operando en la zona. El ejército israelí también enfrenta crecientes limitaciones militares, logísticas y humanas para mantener operaciones dentro de Gaza, dadas las demandas simultáneas de su guerra en intensificación con Líbano —que requiere importantes despliegues de tropas— así como el potencial de que la guerra escale aún más.

La ofensiva se extiende a Líbano 

A pesar de las declaraciones públicas de lo contrario, a más de un año en la guerra, el gobierno de Netanyahu todavía no ha logrado alguno de sus objetivos en Gaza. Por ejemplo, menos del 7% de los rehenes israelíes liberados fueron recuperados por la fuerza militar. Las celebraciones triunfalistas del establecimiento israelí por los asesinatos de los líderes de Hamás, Ismail Haniyeh y más recientemente Yahya Sinwar, no pueden oscurecer la realidad de que Hamás, aunque ha experimentado pérdidas militares significativas en hombres y material, está lejos de ser “eliminado”. La afirmación del Ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, de que Hamás está efectivamente desmantelado como fuerza de combate en Gaza —replicada la semana pasada por el Secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken— no concuerda con los hechos. Además, esta narrativa contradice claramente la propaganda del Estado israelí, que sigue culpando a Hamás por prácticamente todos los civiles palestinos masacrados por las bombas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). El grupo, objetivamente, retiene una capacidad y disposición para luchar. En un contexto prácticamente desprovisto de fuerzas de resistencia de izquierda, la espiral de atrocidades del régimen israelí probablemente ayudará a Hamás a reponer sus filas entre una nueva generación de palestinos. Políticamente, los resultados de la última encuesta realizada por el Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas a principios de septiembre muestran que, aunque el apoyo a Hamás ha disminuido moderadamente, sigue siendo el más alto en comparación con todas las demás facciones palestinas tanto en Gaza como en la Cisjordania ocupada.

Confrontado con un bloqueo estratégico, Netanyahu se vió a sí mismo bajo la presión de las facciones más extremistas y ultranacionalistas dentro de su propio gabinete para escalar aún más la guerra. También estaba desesperado por desviar la atención de sus propias vulnerabilidades políticas y de las crecientes críticas internas por su manejo de la guerra. Estas culminaron, a principios de septiembre, en protestas históricas en todo Israel y en una huelga general de corta duración convocada por la federación sindical Histadrut, cediendo a la masiva presión desde abajo —en la que participaron trabajadores de orígenes judíos, árabes y otros, exigiendo un “acuerdo ahora”. 

Animado por los factores mencionados anteriormente y percibiendo una oportunidad en la evidente debilidad de la actual administración Biden, Netanyahu optó por una imprudente carrera desenfrenada, pisando el acelerador de la guerra en Líbano. La detonación de dispositivos de comunicación y “pagers” con explosivos en Líbano a mediados de septiembre sirvió únicamente como preludio de “Flechas del Norte”, una ofensiva brutal israelí de mayor envergadura por aire y tierra en Líbano. Las afirmaciones del régimen israelí de que esta nueva ofensiva está dirigida únicamente a Hezbollah son falsas. Ha atacado indiscriminadamente hospitales, áreas residenciales, cruces fronterizos, equipos de la Cruz Roja y defensa civil, agricultores, pastores, periodistas e incluso fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU. La infraestructura crítica—agua, electricidad, comunicaciones—ha sido deliberadamente objetivo, junto con edificios gubernamentales, lugares culturales y sitios históricos. La ofensiva ha causado la muerte de más de 2,600 personas hasta ahora y ha desplazado a alrededor de 1.2 millones, forzando a más de uno de cada cinco de la población de Líbano a abandonar sus hogares.

En parte, la ofensiva del ejército israelí en Líbano parece basarse en la idea de aterrorizar y socavar la base social de apoyo de Hezbollah. Avivar las llamas sectarias entre el pueblo libanés podría ser una parte intencionada de esta estrategia, ya que los libaneses predominantemente chiítas se ven obligados a huir del sur hacia áreas mayoritariamente suníes, drusas y cristianas. Por ejemplo, a mediados de octubre, el ejército israelí atacó la pequeña aldea norteña de Aito en el corazón cristiano del país, lejos de las principales áreas de influencia de Hezbollah en el sur y este de Líbano —pero donde se estaba recibiendo a personas desplazadas internamente que venían de áreas mayoritariamente chiítas. Veintidós personas murieron en el bombardeo.

El asesinato del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, de alto perfil y con muchos años en el cargo, a finales de septiembre, junto con la eliminación de la mayoría de los principales comandantes militares de la organización, indudablemente asestó un golpe a Hezbollah. Estas acciones, junto con los “ataques con pagers y walkie-talkies”, también han expuesto graves fallas de seguridad dentro de la estructura del grupo. Políticamente, proporcionaron un “impulso de prestigio” para Netanyahu, permitiéndole elevar temporalmente su estatus doméstico. Su partido Likud se recuperó de niveles históricamente bajos para liderar las encuestas de opinión nacional.

Sin embargo, los límites a esta tendencia ya son visibles. Encuestas recientes también muestran que la mayoría de la población en Israel quiere una votación anticipada —y que la coalición de Netanyahu no podría formar un gobierno en elecciones hipotéticas, con uno de los dos socios de la coalición de extrema derecha enfrentando la pérdida total de sus escaños parlamentarios. Y en el campo de batalla, Hezbollah sigue siendo un adversario formidable. En comparación con su guerra de 2006 contra Israel, la organización ha mejorado drásticamente sus capacidades de combate, en gran parte gracias a años de experiencia luchando junto a las fuerzas del régimen reaccionario de Assad en Siria. Hezbollah cuenta con un vasto arsenal de misiles y cohetes guiados de precisión; aunque partes de ese arsenal se han degradado en los recientes ataques aéreos israelíes, aún es capaz de alcanzar casi cualquier objetivo dentro de Israel —como se destacó recientemente con un ataque con drones dirigido a la lujosa villa privada de Netanyahu en la ciudad costera de Caesarea. Además, el grupo puede contar con decenas de miles de combatientes experimentados endurecidos por prolongadas guerras.

Aunque los informes de los medios difieren sobre el número exacto de bajas militares israelíes en Líbano, hay un amplio acuerdo en que las pérdidas en los últimos días han sido las más altas infligidas por Hezbollah, que está librando una feroz lucha en el terreno —mientras lanza cohetes al otro lado de la frontera, algunos de los cuales resultan en muertes civiles. La idea inicial y declarada de las FDI de una “operación enfocada y limitada” en Líbano podría fácilmente degenerar su opuesto.

Cualquier creencia de que Israel ha abierto este nuevo frente —a expensas del pueblo libanés— para garantizar una “seguridad” y “paz” duraderas para su propia población es una cruel ilusión que pronto colapsará bajo el peso de la realidad. Esto sin mencionar la carga que la guerra y el gasto militar en espiral imponen sobre la economía de Israel, que, como señaló “The Hindu”, “obliga a tomar decisiones difíciles entre programas sociales y el ejército”. Esto exacerbará las tensiones sociales y profundizará las contradicciones dentro de la sociedad israelí.

EL EJÉRCITO ISRAELÍ BOMBARDEA IRÁN

Trágicamente, el potencial destructivo total de este conflicto aún podría desplegarse, ya que la dinámica ahora emprendida corre el riesgo de llevarlo a algo mucho mayor. Lo que el régimen israelí buscaba pero no logró asegurar a través de los Acuerdos de Abraham —es decir, un cambio a largo plazo en el equilibrio regional de fuerzas a su favor frente a Irán y los grupos respaldados por Irán, junto con la marginación de la cuestión palestina y la normalización y fortalecimiento de su régimen de ocupación— ahora intenta lograrlo mediante una campaña de muerte y destrucción. Esta lógica lleva al gobierno de Netanyahu hacia una confrontación con Teherán.

A medida que el gobierno genocida en Tel Aviv ha multiplicado sus provocaciones en todos los frentes —bombardeando Yemen, Siria, Líbano y Gaza en un período de alrededor de 24 horas en septiembre—, el régimen iraní ha buscado mantener una estrategia de escalada “controlada” y “calculada”, caminando en una delgada línea entre presentarse como un actor clave en la “resistencia” contra el régimen israelí, mientras evita conscientemente acciones que podrían desencadenar una guerra a gran escala. Esta cautela no surge de una posición de fuerza, sino de un temor a las repercusiones políticas, sociales, económicas y militares que tal escenario traería, especialmente al haber enfrentado periódicas erupciones de descontento interno en los últimos años. Sin embargo, el lanzamiento de 200 misiles balísticos de Irán hacia Israel tras el asesinato de Nasrallah, que mató a un civil (un hombre palestino en la ciudad cisjordana de Jericó), fue inmediatamente aprovechado por funcionarios israelíes como pretexto para amenazar con represalias punitivas. Posteriormente, el Pentágono envió su sistema de defensa antimisiles más avanzado a Israel, junto con alrededor de 100 personas para operarlo. Esta fue la primera vez que se desplegaron formalmente “tropas sobre el terreno” de Estados Unidos desde el inicio del genocidio en Gaza, y un “ejemplo operativo del apoyo inquebrantable de Estados Unidos a la defensa de Israel”, según el Secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd J Austin.

Enmarcado como una medida defensiva, el ataque israelí, orquestado en conjunto con Washington, se produjo el 26 de octubre y representó prácticamente una ofensiva escalatoria. Apuntó a sitios de fabricación de misiles y drones iraníes, junto con defensas aéreas. Aunque se omitieron instalaciones nucleares y de petróleo —objetivos a los que la administración de Biden se opuso públicamente—, sigue siendo incierto si se llevarán a cabo nuevos ataques. Incluso por sí solo, este primer ataque militar israelí abiertamente reconocido contra Irán, tiene el peligroso potencial de desencadenar una reacción en cadena más amplia.

La danza hipócrita del imperialismo 

Los tímidos intentos de la Casa Blanca de poner límites para evitar un conflicto total con Irán, argumentando a favor de ataques aéreos relativamente “limitados” y haciendo un nuevo llamado a un alto el fuego tras la muerte de Yahya Sinwar, disimulan pobremente el papel instrumental que el imperialismo estadounidense ha jugado en el último año en la preparación de esta situación explosiva y en habilitar material, política y diplomáticamente el genocidio en Gaza. Nuevos datos de la agencia de monitoreo de Al Jazeera, Sanad, revelan la asombrosa magnitud de la participación de Estados Unidos y Reino Unido en las operaciones militares de Israel entre octubre de 2023 y octubre de 2024. Se documentan al menos 6,000 vuelos militares sobre la región —un promedio de 16 diarios— incluyendo 1,200 vuelos de carga para entregar armas a Israel, junto con misiones de reconocimiento, reabastecimiento de combustible en el aire y otros apoyos.

No obstante, las supuestas “restricciones” de la administración Biden sobre el ataque de Israel a Irán, su aprovechamiento de la muerte de Sinwar para volver a abogar por un alto el fuego —a pesar de que el Primer Ministro israelí dejó claro que no lo veía de esa manera—, así como sus —en gran medida inconsecuentes— amenazas de congelar la ayuda militar si el régimen israelí no levantaba las restricciones a la ayuda humanitaria en Gaza en un plazo de 30 días, traicionan las preocupaciones reales entre los principales círculos estadounidenses. Estos esfuerzos a medias para frenar las maniobras bélicas más extremas de Netanyahu no se motivan por consideraciones morales, sino por la indignación pública masiva y el rechazo a las acciones del régimen israelí, por cálculos electorales cínicos (una encuesta reciente mostró que los árabe-estadounidenses favorecen ligeramente a Trump sobre Harris) y por el espectro de una mayor desestabilización de la región.

Washington ciertamente teme verse involucrado en una guerra a gran escala con Irán, sabiendo que podría intensificar el sentimiento antiestadounidense y causar estragos en los mercados petroleros y en la economía global en general. Preocupado por su rivalidad estratégica cada vez más intensa con China, el establecimiento político de Estados Unidos —tanto demócratas como republicanos— preferiría reducir su presencia en Oriente Medio en lugar de profundizarla. Sin embargo, paradójicamente, si estallara tal conflicto, el imperialismo estadounidense probablemente entraría en modo reactivo, viéndose obligado a aumentar su apoyo al régimen israelí por temor a que cualquier muestra de debilidad pueda envalentonar a sus rivales regionales y globales. En el contexto de la “Nueva Guerra Fría” (es decir, la batalla por la hegemonía mundial entre las dos principales superpotencias, Estados Unidos y China), cualquier presidente en la Casa Blanca favorecería objetivamente un debilitamiento de Irán y de las potencias imperialistas asociadas con él, China y Rusia.

En cualquier caso, los gestos actuales de la administración estadounidense no señalan un cambio significativo en la política de Estados Unidos. El apoyo de Washington a Israel sigue profundamente arraigado en imperativos geoestratégicos que no pueden alterarse solo con retórica. Solo grandes movimientos de base, incluyendo importantes desarrollos en la lucha de clases, podrían ejercer la presión masiva necesaria para interrumpir esta alianza profundamente establecida.

Por ahora, aunque Biden pueda expresar ocasionalmente que hay demasiadas bajas civiles, continúa armando a Israel hasta los dientes. De manera similar, el primer ministro británico Keir Starmer, afirma que “el mundo ya no tolerará excusas de Israel” —el mismo Starmer que alguna vez justificó el derecho de Israel a cortar el agua y la electricidad de Gaza. El primer ministro canadiense Justin Trudeau critica al régimen indio de Narendra Modi por sus ejecuciones extrajudiciales en suelo extranjero, pero guarda un silencio cómplice cuando Israel realiza acciones similares en Gaza, Líbano o Irán. Modi, por su parte, habla de “diplomacia de paz” mientras respalda al gobierno de Netanyahu mediante acuerdos de armas que involucran a empresas indias, facilita el envío de trabajadores indios a Israel y se abstiene en las resoluciones de la ONU que piden un alto el fuego o condenan la ocupación y los crímenes de guerra de Israel. El presidente turco Erdoğan puede arremeter contra los bombardeos de Israel, pero en la misma semana ordena más de 40 ataques aéreos en el norte y este de Siria, matando a decenas de civiles. En cuanto a Macron, un exfuncionario francés citado en “Político”, describe su enfoque vacilante: “Cuando habla con países emergentes, es pro-palestino; y cuando habla con Netanyahu, todo gira en torno a la seguridad de Israel”. Su cambio reciente hacia una retórica más contundente contra algunas políticas de Netanyahu parece coincidir con la invasión de Israel al Líbano, un país que el imperialismo francés sigue viendo como parte de su zona de influencia.

Esta descarada hipocresía pone de manifiesto la bancarrota moral de los líderes capitalistas globales de todas las tendencias. Su indignación selectiva revela que las condenas de la violencia no son más que herramientas de conveniencia mientras la masacre continúa. El fin de esta masacre no vendrá de los pasillos del poder, sino de una resistencia generalizada y organizada a nivel internacional, que obligue a una ruptura en el sistema que permite y facilita estos crímenes.

Alto al genocidio, alto a la máquina de muerte del Estado israelí ¡luchemos contra todo el sistema mediante la acción de masas! 

El pueblo palestino, junto con todos los trabajadores y oprimidos que viven en Líbano y en la región en general, necesitan nuestra solidaridad inquebrantable. Debemos exigir el cese inmediato de la sangrienta ofensiva del régimen israelí en toda la región y la retirada total de sus fuerzas de ocupación de Líbano, Gaza y Cisjordania ocupada. Estados Unidos y la mayoría de los líderes occidentales abogan por un alto el fuego centrado en la liberación de los rehenes israelíes que aún se encuentran en Gaza. Sin embargo, no solo son indiferentes al destino de los miles de prisioneros palestinos que permanecen en cárceles israelíes; también han apoyado al gabinete de guerra de Netanyahu, que ha saboteado metódicamente cada oportunidad de alto el fuego, mientras explota de forma cínica la situación de los rehenes para intensificar su sangrienta agenda. Los recientes abucheos a Netanyahu, por parte de familias en duelo de los rehenes durante su discurso en un acto conmemorativo para las víctimas del 7 de octubre en Jerusalén, son una clara señal de la creciente indignación pública ante estas maniobras cínicas.

Es evidente que no puede haber un alto el fuego genuino y duradero bajo condiciones de sitio y ocupación militar. En las circunstancias actuales, defendemos el derecho inalienable de las masas en Líbano y en los Territorios Palestinos Ocupados a resistir la agresión militar en curso de Israel, incluso por medio de las armas. Una resistencia armada con bases de apoyo popular, bajo el control democrático de la población, que busque unir a trabajadores y oprimidos de diversas confesiones y comunidades nacionales, e integre las demandas de liberación nacional con exigencias de transformación económica y social radical, sería el mejor camino para lograr esto.

La resistencia contra este genocidio debe atacar sus raíces fundamentales. Esto implica llevar a cabo una lucha política sin concesiones, no solo contra el colonialismo y racismo del Estado israelí, sino también contra el sistema capitalista e imperialista que los sustenta. Esta lucha debe ir de la mano con la construcción de organizaciones socialistas independientes capaces de organizar a la clase trabajadora y a todos los oprimidos en torno a esta agenda. Debe trazar un camino lejos de las capitulaciones de partidos pro-capitalistas y corruptos como Fatah, pero también de fuerzas islamistas de derecha como Hamás y Hezbollah. Aunque en las condiciones actuales estas fuerzas gozan de un apoyo significativo, los socialistas deben abordar las causas profundas de la opresión nacional sin sucumbir a métodos políticos reaccionarios que, en última instancia, sirven para afianzar las relaciones de poder existentes. No puede haber liberación para algunos sin liberación para todos: para tener éxito, la lucha debe ser anti-sectaria, internacionalista, feminista, antiimperialista, anticapitalista y priorizar la participación democrática masiva —todas cualidades que lamentablemente estas organizaciones carecen. Además, sus ataques indiscriminados contra civiles israelíes y su colaboración con el régimen despótico iraní —el mismo régimen que reprimió brutalmente el movimiento “Mujer, Vida, Libertad”— ayudan a reforzar la propaganda sangrienta de Netanyahu y de la pandilla de verdugos que siembran el terror en Gaza y Líbano.

Nuestra lucha debe dirigirse no sólo contra la ofensiva militar del Estado israelí, sino también contra todos sus facilitadores globales, contra todas las potencias imperialistas cuyos intereses están intrínsecamente ligados a la matanza que hoy consume a Medio Oriente, y contra todos los regímenes autoritarios y opresivos de la región —incluyendo a Irán y Turquía—, que se preocupan más por su propia riqueza y supervivencia política que por el destino de los palestinos.

La complicidad de los regímenes árabes al permitir las acciones bárbaras de Israel en Gaza, junto con la perpetuación de violencia estatal y miseria en sus propios países, podría generar una mezcla explosiva con el potencial de desencadenar nuevos levantamientos en toda la región. En octubre, el régimen egipcio de Al-Sissi aumentó los precios del combustible por tercera vez este año como parte de “reformas estructurales” más amplias impuestas por el FMI, tras reducir los subsidios al pan en junio. Estas políticas solo profundizan la ira de una población que ya sufre dificultades económicas severas, mientras observa cómo su gobierno actúa como facilitador de facto de la asfixia del pueblo palestino. “La segunda primavera árabe se acerca, no hay duda, todos los factores están ahí: pobreza, corrupción, desempleo, bloqueo político y tiranía”, afirmó Oraib Al Rantawi, director del Centro de Estudios Políticos Al-Quds con sede en Amán. Aunque las calles de Medio Oriente y el norte de África actualmente parecen dominadas por sentimientos de desmoralización e impotencia, los horribles eventos que se desarrollan en Gaza y Líbano continúan actuando como un catalizador de una acumulación molecular pero constante de ira y radicalización de las masas, una que podría estallar de la manera más explosiva y, si se organiza eficazmente, convertirse en una poderosa palanca para detener la máquina de muerte del régimen israelí y sus apoyos imperialistas.

Mientras tanto, en todo el mundo, aunque con fluctuaciones y distintos grados de intensidad, millones de personas se han alzado en desafío, manifestándose, boicoteando, en huelga, ocupando espacios. Las acciones de estudiantes universitarios y trabajadores —a veces respaldadas por sindicatos, incluyendo acciones de huelga como la de United Automobile Workers (UAW) en Estados Unidos— han exigido que las universidades rompan todos los lazos con el Estado israelí. Estas acciones han expuesto aún más las mentiras de la clase dominante —que generalmente ha respondido con represión policial violenta contra los campamentos— y han popularizado la cuestión del control democrático por parte de estudiantes y trabajadores sobre la gestión y el uso de los fondos de sus universidades.

Solo en Londres, 300,000 personas inundaron las calles tras la invasión de Líbano. A finales de septiembre, se organizó una huelga general de 24 horas “contra el genocidio y la ocupación en Palestina” en el Estado español a petición de más de 200 sindicatos y ONGs, acompañada de protestas masivas en todo el país. Este es el camino a seguir: para lograr resultados tangibles, debemos golpear el corazón de los que lucran con la guerra y los Estados imperialistas, apuntando a su funcionamiento y beneficios, e insuflar nueva vida al llamado original de los sindicatos palestinos al movimiento obrero mundial, instando a la solidaridad contra el genocidio en Gaza —y ahora contra la ofensiva en Líbano y la escalada de la guerra en la región.

Desde los trabajadores portuarios griegos bloqueando recientemente los envíos de armas a Israel, hasta los trabajadores de Google y Microsoft que se rebelan contra la asociación de sus empresas con el gobierno y el ejército israelí, pasando por los trabajadores de hospitales en París que protestan en solidaridad con sus homólogos bajo bloqueo en Gaza, los activistas franceses de “Dejen de Armar a Israel” (“Stop arming Israel”) repartiendo folletos en varias fábricas de armas francesas que apoyan el genocidio israelí para establecer vínculos con los trabajadores de la industria, hasta los llamados públicos de los sindicatos franceses CGT STMicroelectronics y CGT Thales para que sus respectivas empresas dejen de hacer negocios con Israel… estos múltiples actos de solidaridad de la clase trabajadora deben amplificarse en todo lugar posible, especialmente en sectores estratégicos que son centrales para el funcionamiento de la maquinaria de guerra israelí. Tan inspiradoras como son estas acciones, mucho más se podría y debería hacer. Los sindicatos y las organizaciones de trabajadores en todo el mundo deben movilizar activamente a sus miembros, exponer la complicidad de sus gobiernos en las atrocidades en curso y desatar el pleno poder de la clase trabajadora mediante una acción masiva, audaz y coordinada.

Esta lucha también debe extenderse a los trabajadores y jóvenes dentro del Estado de Israel, instándolos a usar su poder y aprovechar su trabajo para frenar la maquinaria de guerra, y confrontar lo que objetivamente es —incluso si aún no se reconoce conscientemente— un enemigo común. Aplaudimos y expresamos nuestra total solidaridad con todos aquellos dentro de la Línea Verde que están dando pasos valientes para oponerse al régimen de Netanyahu y a todo el espectro de fuerzas políticas que respaldan esta guerra de exterminio contra los palestinos.

Indudablemente, existen grandes contradicciones que complican este proceso. Por ejemplo, la breve huelga general del 2 de septiembre no ocurrió gracias a, sino a pesar del liderazgo de la Histadrut, cuyo presidente nacionalista de derecha, Bar-David, en diciembre de 2023, firmó asquerosamente un proyectil que sería usado para bombardear la franja de Gaza con la inscripción: “el pueblo de Israel vive. Saludos de la Histadrut y los trabajadores en Israel”. La huelga también fue apoyada por partes de la clase capitalista israelí, por sus propios intereses. En cuanto al movimiento “Acuerdo Ahora”, ha reflejado una conciencia profundamente conflictiva y contradictoria, y su apoyo se ha visto significativamente debilitado por el ataque contra el Líbano. A pesar de estos desafíos, tanto la huelga como las protestas de “Trato ahora” han revelado un atisbo del papel que la clase trabajadora israelí podría desempeñar dentro de la Línea Verde para apoyar la lucha contra el genocidio en Gaza, la guerra en Líbano, la violencia militar y de colonos en la Cisjordania ocupada, así como las políticas del régimen israelí en general. Es una tarea vital para los socialistas fomentar activamente este proceso y desenmascarar la retórica engañosa de seguridad y autodefensa que la clase dominante israelí utiliza para disfrazar una agenda que solo conduce a mayor inseguridad, austeridad y derramamiento de sangre para todos los involucrados.

En última instancia, la lucha por la liberación palestina es inseparable de la lucha global más amplia contra el capitalismo, un sistema impulsado por el lucro privado que genera guerras, devastación ecológica y una desigualdad obscena. Bajo este sistema, las tecnologías más avanzadas de la humanidad se utilizan no para mejorar la vida, sino para aniquilar a escala genocida, mientras los dispositivos más modernos permiten la transmisión en vivo de los actos de violencia más primitivos y deshumanizantes a millones de personas. La urgencia de una transformación revolucionaria nunca ha sido más clara. Derrocar este sistema destructivo es esencial para recuperar la inmensa riqueza y recursos de la sociedad, incluidos aquellos que ahora se canalizan hacia la matanza masiva y la ruina de Gaza. Solo a través de un programa socialista que luche por la propiedad y el control colectivos, y que defienda los derechos de todas las comunidades nacionales y religiosas a la igualdad y la autodeterminación plenas, podremos sentar las bases de un futuro en el que la paz, la seguridad y la prosperidad estén garantizadas para todas las personas.